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Capítulo 10

El éxito no se basa en el éxito. Está construido por el fracaso. Está construido en la frustración. A veces es construido sobre la catástrofe.

—Summer Redstone.

—Qué desastre —musito.

La cafetería se encuentra prácticamente vacía. ¿No se supone que por estas fechas debería aumentar la clientela? He llegado a pensar que espanto a los clientes con mi cara de pocos amigos.

En ocasiones me dejo llevar por la desesperación, y luego me juzgo internamente por mi falta de paciencia. Supongo que la serenidad escapa de mis manos cuando analizo la posibilidad de que, aunque haga lo que haga, no conseguiré el dinero que necesito para pagar la renta de mi apartamento. Los clientes dejan propina periódicamente, pero de igual forma, nada parece ser suficiente.

Miro hacia la puerta de vez en cuando, un poco inquieta, con la esperanza de que entre alguien: un grupo de amigos, una pareja, padres con sus hijos... ¡Pero nada! Ni siquiera el emotivo video musical que se reproduce en el televisor logra atraer clientes.

Suspiro.

Me muerdo las uñas.

«Por favor, que se abra la puerta y...».

—Papi, mami, ¡qué lugar más lindo! —exclama alguien.

«Los milagros existen».

Una niña hace su aparición, seguida de un hombre y una mujer. Deduzco que son sus padres. Ambos examinan el local, maravillados.

Esta cafetería tiene muchos defectos, pero debo admitir que es muy bonita: predomina el color blanco, acompañado de algunos elementos anaranjados, entre ellos, el tapizado de las paredes y la fina tela que cubre los sofás; las mesas tienen formas innovadoras y las sillas que las acompañan son cómodas y ajustables; lámparas de neón adornan algunas paredes, dándole un toque amarillento al lugar, que es opacado por la iluminación blanquecina proporcionada por la lámpara de techo. Y no pueden faltar los adornos navideños, dispersos por distintos puntos de la cafetería.

Los recién llegados posan sus ojos en mí, a la espera de algo.

Comienzan a incomodarme. ¿Por qué me miran? Hay más camareros aquí... ¡Ah, cierto! Porque de todos ellos, yo soy la que más cerca se encuentra de la puerta.

«Aylin, ¿no querías trabajar? Entonces deja la flojera de lado y ponte manos a la obra», me recomendaría mi abuela.

Y eso hago.

—¡Buenos días! Seguidme, por favor...

Les asigno una mesa cercana a las ventanas de vidrio blindado.

La niña intenta sentarse en la silla más alta, pero ante su fracaso, su padre la carga y la ubica. Sus pies, abrigados con botas altas, quedan colgando.

No puedo ignorar el hecho de que la pequeña es muy tierna: tiene el cabello negro recogido en dos graciosas coletas y un collar con colgante de libélula rodea su cuello.

Como si se percatara de que la estoy analizando, clava sus ojos oscuros en los míos; sin embargo, permanece en silencio.

—¿Nos podría mostrar el menú? —me pregunta la madre con calidez.

Se parece mucho a su hija físicamente, como si fuese la versión adulta de ella. Las diferencias notables son que una mecha rubia adorna su cabello y el color de sus ojos resalta con mayor intensidad debido al maquillaje que embellece su rostro.

—Claro, enseguida. —Con pasos rápidos voy en busca de la carta que contiene toda la información sobre el menú, después regreso a la mesa y se la entrego—. Aquí está.

—Gracias —dice el padre de la niña.

Él es lo opuesto a su hija, pues tiene el cabello y los ojos claros. Analiza con cierto miedo los movimientos de la menor, quien admira anonadada las luces navideñas que decoran las ventanas y hace divertidos gestos de asombro con la boca cada vez que un bombillo se enciende y se apaga.

Esbozo una sonrisa ladina.

«Sabía que le gustaría la decoración».

Los miro con atención a los tres, de uno en uno, y me pregunto si serán una familia feliz.

No puedo evitar sentir un poco de envidia. Es irónico. Cuando somos niños anhelamos crecer, pero cuando finalmente crecemos, comprobamos que la infancia es la mejor etapa de nuestras vidas y que el mundo no es el lugar seguro que nuestros seres queridos nos afirmaban.

Recuerdo cuando visitaba con mis padres diversos locales de servicio gastronómico. Lo analizaba todo, justo como esa niña...

Mami, ¿por qué las paredes están pintadas de verde? ¡Quedaría mejor el azul!

¿No te gusta el verde, mi vida? Es el color de la esperanza...

Sacudo la cabeza.

Aunque pinte las paredes de mi cuarto de verde, será en vano...

«Ni siquiera la esperanza podrá devolverme a mis padres».

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Mientras la familia se decide, opto por recostarme a la barra de bebidas que se encuentra ubicada en un rincón bastante apartado de las mesas.

La renta invade mis pensamientos.

Con la poca clientela que tenemos, deduzco que el salario de este mes se encuentre muy por debajo de lo que necesito.

«Es una misión casi imposible...».

Me estremezco.

No sé si sean mis nervios, pero cada vez siento más frío.

Alargo las mangas de mi camisa.

Otra característica favorable de esta cafetería son los uniformes del personal (en los que predomina el color negro), ya que si las mangas fueran cortas, nos estaríamos congelando.

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Luego de unos minutos, los padres de la niña captan mi atención con una seña.

Me acerco a su mesa.

—¡Quiero un Muñeco de Nieve! —se decide la pequeña juntando las manos con emoción.

—Leren, es muy frío, te vas a congelar —le advierte el padre.

—¡No importa! Nunca lo he probado. Además, con mi gorrito navideño y mi abrigo de lana estaré calentita —afirma Leren con seguridad, dándose golpecitos en el gorro que cubre su cabeza.

El Muñeco de Nieve es nuestra oferta navideña. Se trata de un helado cremoso conformado por tres bolas grandes. Está decorado con galletas de chocolate, sirope de caramelo, estrellitas de fresa, bastoncitos de canela y toda una serie de golosinas. Nunca lo he probado, pero se me hace la boca agua cada vez que lo veo; sin embargo...

«¡La niña se congelará como Anna de Frozen!».

Miro a sus padres, dubitativa, esperando su aprobación. ¡No quiero ser la causante de un accidente nevado!

—Está bien —cede la madre—. Un Muñeco de Nieve y dos muffles.

—¡Sí! —exclama Leren, victoriosa.

—De acuerdo. A la orden.

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Cuando les sirvo el pedido, Leren me agradece con una enorme sonrisa. Les deseo buen provecho y me retiro satisfecha a mi lugar de espera en la barra.

Retomo mis pensamientos.

«¿De dónde sacaré el dinero para...?».

—Aylin, ¿te sucede algo?

Me sobresalto.

Ni siquiera había notado la presencia de Thomas, mi compañero de trabajo, a mi lado.

—Vaya, ¿por qué brincas? ¿Tan mala cara tengo hoy? —bromea llevándose las manos al rostro.

Niego con la cabeza y le dedico una sonrisa débil.

Cuando me contrataron, Thomas fue el primero en darme la bienvenida. Y entre charlas amenas que surgían en nuestros tiempos libres, nos convertimos en mejores amigos.

Es normal que note por mi expresión de abatimiento que algo me sucede.

Suspiro.

—Problemas de dinero —le respondo.

Thomas asiente con la cabeza. Me comprende.

Sé que sus padres fallecieron cuando era adolescente, pero desconozco los detalles. Siempre que el asunto sale a colación, él desvía el tema.

No quiero insistir. Sé lo mucho que puede llegar a doler hablar sobre la pérdida de un ser querido, así que respeto su silencio. Cuando esté dispuesto, estoy segura de que me lo contará.

—Vaya, Aylin, yo...

—Pero ¿qué tanto hacéis hablando? —nos interrumpe Jayden. Lleva una bandeja vacía en las manos.

Jayden es un chico de cabello rubio y expresivos ojos azules. Posee un carácter bastante arrogante y malhumorado. Se nota que no quiere estar aquí, pero no le queda de otra. Es raro que el jefe lo haya contratado a pesar del piercing que decora su nariz y del labret que tiene adherido al labio, ya que ese hombre es muy estricto a la hora de contratar a los empleados y se guía mucho por el aspecto físico.

Conozco muy poco sobre la vida personal de Jayden. Solo sé que no nació en esta ciudad y que es menor que yo por dos años, aunque aparenta tener más edad. Es curioso, pero algo en su rostro me resulta familiar; sin embargo, desconozco el porqué...

—¡Moveos! ¡A trabajar! —nos ordena mientras agita la bandeja frente a nuestros ojos.

«¿Acaso se cree el dueño del local?».

Thomas salta, visiblemente furioso.

—¿Trabajar? —pregunta con ironía, después ahoga una risa—. ¡Aquí ya no hay nada más que hacer! ¿Trabajar de qué? Mira, Jayden, si quieres comenzamos a animar esto ahora mismo, bailando en tangas esa canción infantil... —Señala el televisor y frunce el ceño—. Sobre unos ponis disfrazados de...

Le doy un golpecito en el hombro para que deje de hablar.

Una de las características que adoro de Thomas es que dice todo lo que piensa sin tapujos, pero temo que algún día pueda perder su empleo por su impulsividad.

—¿Qué pasa? —me pregunta.

—Contrólate, por favor —le pido en un susurro.

Me mira, discordante, pero después asiente con la cabeza.

—Claro, lo siento —dice en voz baja—. Entonces, muchacho, ¿te comprarás unas tangas o nos dejarás en paz? —le pregunta a Jayden con sorna.

Nuestro compañero nos fulmina con la mirada y se aleja de nosotros refunfuñando.

Lo sigo con la vista durante unos segundos y, como si se percatara de que lo estoy observando, me mira con intensidad.

"Sus ojos eran del azul del nomeolvides..."

Por un instante creo que puedo recordar de dónde le conozco, pero luego descubro que no. Es como intentar atrapar el aire con mis manos: imposible.

—Así que vacilando a Jayden, ¿eh, Aylin? —Thomas chifla a mi lado para captar mi atención. Cuando lo miro, una sonrisa pilla decora su rostro—. No te puedo juzgar. El tipo está muy bueno. ¹

—¡Thomas! —lo regaño—. No lo estaba vacilando —le aclaro—. Pero no te puedo negar que tiene cierto... atractivo.

—Claro, cierto atractivo —repite mi amigo a modo de burla—. A otro con ese cuento, Aylin, lo estabas vacilando.

No lo estaba vacilando, pero decido asentir con la cabeza para darle el gustito de creer que tiene la razón.

—Bueno, como tú digas. Lo estaba vacilando —añado después.

Se me dificulta reprimir una carcajada.

«Thomas y su carácter desenfrenado...».

—Oye, si quieres nos encontramos después del trabajo en Rishʼs Pizza para charlar. Yo invito —me sugiere.

—De acuerdo. Me parece bien.

Pero no tenía ni idea de a dónde me llevaría esa amigable conversación...

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📖 Vocabulario:

¹Vacilar (Cuba): Reparar en el buen físico de alguien.

N/A:

¡Hola! ¿Qué te pareció este capítulo? Definitivamente, más largo que los anteriores, ja, ja. Espero que no te haya aburrido, ya que es un poco introductorio :'(

📢 Preguntas:

1- ¿Alguna teoría sobre Jayden?

2- ¿Cuál es tu sabor de helado favorito?

¡Gracias por leer! No olvides votar y comentar si te gustó. Me ayudarías muchísimo.

Nos vemos en la próxima actualización. <3

Abrazos virtuales,

L. P. L. 🖤✨

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