PARTE IX
Capítulo I
Hacía tres días que Eiael se había marchado a la guerra, hacía tres días que ella no tenía apetito, a pesar del estado en el que se encontraba. Hacía tres días que sentía ese vuelco en el estómago, el mismo que sintió cuando su hija mayor desapareció. No sabía si era por el embarazo, si eran los nervios por saber a su esposo en la batalla o que algo malo iba a suceder, no sabía el qué ni por qué pero lo sentía en su interior.
Jasmine aún no presentaba síntomas que pudieran llegar a preocupar a su familia, Eiael había dicho que el tiempo apremiaba, pero la niña aún parecía estar viva. Sí, el sol dañaba cada vez más sus ojos, ya que estos presentaban una inaudita sensibilidad al astro rey, cada vez tenía más hambre y la comida no la saciaba ni el agua calmaba su sed. Aunque ella nunca hubiese visto un vampiro de verdad y no creyese que los de las películas se asemejaran lo más mínimo a los auténticos, aún parecía su niña, su princesita, su Jasmine. No sabía cuánto tiempo continuaría siendo ella, pero tenía que tener fe en su marido, o al menos eso era lo que se repetía una y otra vez a cada momento y diariamente.
Estaba intentando ahuyentar a los monstruos de la incertidumbre leyendo un libro en el jardín trasero del palacio, el que era sola y exclusivamente para el uso de la familia real, cuando, al alzar la vista hacia donde se encontraba la pequeña Hope con su niñera, vio que esta trataba por todos los medios hacer bajar a la niña de un árbol, la pequeña era tan valiente, o insensata, como su madre y había tenido la osadía y habilidad de subirse al olmo más alto que había en todo el jardín. Asustada se levantó, olvidándose del libro, el cual dejó caer sin ningún miramiento al suelo, para llegar a donde su hija pequeña realizaba tan peligrosa hazaña, ya que la niña, lejos de acongojarse y bajarse del árbol, seguía escalando por las ramas alejándose cada vez más del suelo y acercándose así a un funesto destino.
Al llegar a donde se encontraba la asustada niñera, la hizo entrar en el palacio para pedir ayuda, a lo cual la sirvienta obedeció con premura. En cuanto esta se hubo marchado del jardín, Evelyn alzó la cabeza hacia donde estaba su pequeña y, con voz aparentemente muy calmada para no asustar a la niña, la dijo:
-Hope, cariño, ¿puedes venir aquí abajo con mamá?
La niña la miró muy seria y, tras observar hacia arriba, a la rama más alta, le contestó con toda la inocencia que una criatura de apenas dos años puede llegar a tener:
-No, mami. Ajadito, nena ajadito.
-Cariño, mamá te coge luego un pajarito, ¿sí? Ahora baja de ahí que estás asustando a mamá.
-¡No! ¡Nena ajadito!
Evelyn ya no aguantó más y, tras decirla que no se moviese que ella le ayudaba a coger el pajarito, se remangó la larga falda y empezó a subir por el olmo hacia su pequeña, casi tan ágilmente como cuando ella misma era una niña y escalaba los árboles del parque en busca de frutos. Cuando ya la hubo alcanzado, cogió a la niña en brazos y, rasgando un trozo de su vestido, se la ató a su espalda para poder cargarla mejor y así bajar sin sufrir ningún accidente. Cuando ya estaban a medio metro del suelo, apareció Alemiah seguida de la niñera, y Evelyn le entregó a la pequeña a su suegra. Sin embargo, cuando ya creía que se había pasado todo el peligro, cuando la niña ya se encontraba a salvo en brazos de su abuela, la rama en la que se encontraba Evelyn cedió bajo su peso y, quebrándose estruendosamente, la Reina de los Leiseniks cayó hacia el suelo sin darle tiempo siquiera a poder cogerse o incluso poder llegar a hacer un movimiento de manera que pudiese caer de pies. Cuando aterrizó de espaldas en el suelo, frente a su aterrada suegra, su hija pequeña y la niñera, lo único que pudo llegar a decir antes de desmayarse fue "mi bebé".
Alemiah pudo ver entonces que una mancha rojiza iba ganado terreno en el vestido de su hija política y en la hierba del jardín. Para cuando hubo logrado que alguien acudiese en su ayuda y entrasen a la chica, esta ya había perdido al que hubiese sido su próximo nieto.
***
Thukari había estado toda la mañana en la cama acostada, ya que no se sentía con fuerzas para estar levantada. Últimamente le ocurría mucho, cada vez más. Sólo esperaba que su padre llegase a tiempo para evitar su transformación en vampira. No quería ser un monstruo como William, no quería ser temida por su familia, ni despreciada, ni mucho menos quería morir para luego volver como un ser que tuviese que matar para sobrevivir. Thukari quería seguir siendo como había sido hasta ahora. Quería seguir siendo la Princesa de los Leiseniks y su futura Reina. No la futura compañera de ese ser demoníaco.
Estaba ausente, metida por completo en esos oscuros pensamientos, cuando oyó el jaleo en el jardín primero y luego por el palacio. Sacó fuerzas de donde no las tenía y se dirigió hacia la puerta dispuesta a salir y averiguar qué era lo que ocurría para que se armase semejante jaleo en el palacio. No había llegado ni a la mitad del pasillo cuando se encontró con la niñera de Nahtumne hecha un auténtico mar de lágrimas.
-Wuire, ¿qué ha ocurrido?
-Oh, Naranunms, vuestra madre ha sufrido un terrible accidente.
-¿Cómo que ha sufrido un accidente?
-Sí, Naranunms, la Infanta Nahtumne se subió a por un pájaro a un árbol y vuestra madre fue a por ella y cuando vuestra hermana ya estaba a salvo en brazos de vuestra abuela, la rama cedió y la Reina cayó al suelo, y creo que ha perdido el bebé que esperaba, Naranunms.
-¡¿Qué?! ¿Cómo está mi madre?
-No lo sé, mi Señora, sólo sé que ha perdido mucha sangre, que no está consciente y que el niño que llevaba en su seno ya no está.
-Dios, tengo que verla. ¿Está en su cuarto?
-Sí, Naranunms. Dagaz la está atendiendo en estos momentos. No creo que podáis entrar aún, Princesa.
-Y, mi abuela, ¿dónde está?
-Junto a la puerta de los aposentos de vuestros padres, Naranunms.
-Gracias, Wuire.
-Siempre a vuestro servicio, Naranunms.
Para cuando llegó a la puerta de la habitación de sus padres, Dagaz ya estaba fuera de esta hablando con su abuela.
-¿Cómo está? -preguntó nada más llegar sin ni siquiera saludar.
-Princesa -le dijo el sanador-, como le estaba diciendo a vuestra abuela, vuestra madre está fuera de peligro, afortunadamente para ella, la altura de la que cayó era poca, y eso le ha salvado la vida. Sin embargo, estaba en estado, y, lamentablemente, el bebé no ha tenido la misma suerte que la Reina.
-¿Está despierta?
-No, Alteza. La he dado una infusión para que la ayudase a dormir. A pesar de que la caída ha sido menor, no deja de haber sido un accidente. Vuestra madre tiene heridas, dolores y sobretodo, el conocimiento de haber perdido la criatura, lo que conlleva más dolor y pena. A hora lo que la conviene es descansar. Dejaré unas hierbas curativas para que la cocinera le haga unas infusiones, esto la ayudará, sin duda alguna. Sin embargo, si veis que ocurre algo esa noche, si de repente empeora o algo así, llamadme, estoy a vuestro servicio.
-Gracias, Dagaz –le agradeció Alemiah antes de despedirse ambas del curandero.
-¿Tú sabías que estaba embarazada?
-No, me parece que a estas alturas sólo lo sabía tu madre, cariño.
-¿Crees que de verdad estará bien?
-Ya has oído a Dagaz, Thukari. Se pondrá bien, no te preocupes.
-Y justo tiene que pasar cuando no está papá.
-Tu padre poco podría hacer ahora. Vete a la cama, Thukari, no tienes buena cara.
-Estoy cansada y preocupada por mamá, es normal que no tenga buena cara, ¿no crees? Lo siento, sí, creo que es mejor que me vaya a la cama. Hasta luego, abuela.
-Nos vemos en la comida.
***
Eiael no se podía creer que fuese a ser padre otra vez, era increíble que, después de dos hijas siguiese ilusionándose tanto por un nuevo pequeño. Ojalá esta vez fuese un niño, después de dos niñas era lo justo. Estaba enfrascado en sus pensamientos de tal forma que no se dio cuenta de que uno de los soldados del ejército Nahethel le hablaba.
-Disculpa, ¿qué decías?
-Os preguntaba si montábamos el campamento en el valle ese que se ve ahí abajo.
-Sí, ahí, con los árboles que lo rodean pasaremos desapercibidos.
El elfo dio la vuelta montado aún en su caballo y se giró al resto de los jinetes, comunicándoles así su parada.
Capítulo II
7 de marzo de 2007, castillo de Diel, Reino Oscuro, noche.
Aden no cesaba de llorar mientras su madre lo acunaba en sus brazos a la vez que le cantaba una antigua nana.
-¿Quieres –oyó que le decía Diel- hacerle callar de una vez?
-Cómo quieres que se calle si tú le estás asustando con tus paseos y gritos –le replicó ella mirándole con odio.
-Y, ¿cómo quieres que esté si por culpa de William el ejército leisenik y nahethel me ha declarado la guerra?
-Ahora no le eches la culpa a tu hijo. Si tú hubieses acatado el castigo que se te impuso no estaríamos así ahora.
-Sí, claro, y ni tú ni William estaríais vivos.
-Tal vez habría sido mejor que hubiésemos vivido como mortales.
-Entonces Aden no habría nacido, mujer.
Ante eso Cecily no pudo contestar nada. Odiaba a su esposo, lo odiaba con toda su alma, bien lo sabía Dios. Sólo se había casado con él hacía ya tantos siglos por el bien de William, además le prometió a su amiga Nathalie en su lecho de muerte tras el nefasto parto, que protegería y cuidaría a su hijo. Y así hizo, hasta que enfermó con la peor pandemia que Europa ha sufrido nunca: la peste. Fue entonces cuando Diel, viéndose sólo con un niño de apenas cuatro años, la convirtió en vampira y poco después en su esposa, aunque maldito fue el día en el que lo hizo.
-Voy a acostar al niño -dijo antes de dirigirse a la puerta.
-Creo -le oyó decir por detrás suyo- que les pediré ayuda a los Damethel, sin ellos estamos perdidos.
-Di más bien estás.
-Si yo caigo tú también caerás. Para lo bueno y lo malo, ¿recuerdas?
-Si Eiael te mata, que lo hará, nosotros seremos mortales. Así que sí, estás perdido.
-Y, ¿qué te hace pensar que te respetará?
-Ni Aden ni yo somos ningún peligro. Con matarnos a nosotros no ganará nada: la Princesa seguirá estando en peligro. En cambio, matándote a ti...
-Y tras eso se marchó por la puerta dejándolo sólo con sus pensamientos. Diel se acercó al escritorio y se sentó en la silla dispuesto a escribir una misiva para Akzum, ya que este era un antiguo aliado suyo y sabía que no le dejaría sólo en la estacada.
***
2 de abril. Poblado Leithont de Akzum, territorio Damethel.
-Akzum –le llamó un guerrero.
-Sí, Wuimuze, ¿qué ocurre?
-Es Diel. Quiere entablar alianza contigo y el resto de los poblados Damethel en la guerra contra los Nahethel y Leiseniks.
-Bien, no le contestaremos aún.
-¿Señor?
-Obtendrá su respuesta cuando el consejo Damethel se haya reunido en asamblea. Vendréis conmigo tú, Awanvaro y Bagils. Manda cuatro halcones con una nota para Elessiar de Rephter, Liadenenth de Liwenth, Raildh de Yenenth y Bhleor de Senionth diciendo que Diel, el Maldito quiere entablar alianza con nosotros en contra de Eiael Thaniel.
-Sí, Akzum, ahora mismo.
-Date prisa, en cuanto lo hayas hecho partimos.
***
17 de abril. Oithent. Asamblea de los Cinco Poblados Damethel.
Hacía muchas primaveras que la Asamblea no se reunía, al menos no para tratar un tema de tal importancia como era esa guerra que el Rey de los Leiseniks había declarado a Diel, el Maldito.
-Hermanos –comenzó Bhleor de Senionth-, hermanas, todos sabemos por qué estamos aquí. Akzum ha recibido una misiva de Diel, el Maldito en la que le pide unirse a él en contra de Eiael Thaniel.
-¡Qué desfachatez! –aulló Aenwae, la esposa de Raildh de Yenenth.
-Exacto, hermanos y hermanas Damethel –habló por primera vez Akzum-. En efecto recibí tal misiva, pero creo que el Rey de los Leiseniks está en su pleno derecho de declarar la guerra contra esas horribles y siniestras criaturas. Si hubiese sido cualquiera de nuestras niñas hubiésemos actuado igual.
-¿Qué –preguntó Liadenenth de Leiwenth- propones entonces, Akzum?
-Todos los Damethel sabemos que somos así por lo que nos hizo ese ser demoníaco a nuestros ancestros. Antaño éramos tan blancos y hermosos como nuestros hermanos Nahethel, hasta que Diel los hechizó oscureciendo su piel, ojos y cabellos y con ello iniciando una nueva raza que ha perdurado hasta nuestros días. Hermanos, hermanas, ha llegado la hora de vengarnos por el daño causado a nuestros antepasados. Si estáis de acuerdo conmigo partiremos cuanto antes. ¿Pensamos igual, hermanos y hermanas?
-Sí –contestaron todos al mismo tiempo. Y, tras quedas declarada la decisión de la Asamblea, se prepararon para unirse inevitablemente a la guerra.
Capítulo III
Un mes después.
-Majestad –oyó que le decía Eiwaz preocupado-, no deberíamos cruzar el bosque, es peligroso. Hay una población Damethel junto al lago Dameth.
-Hay que cruzarlo. Si lo rodeásemos perderíamos mucho tiempo, y a mi hija no le sobra.
-Lo siento, Alteza. Tenéis razón. Es sólo que...
-Tranquilo, Eiwaz, no debes temer a los Damethel, ni siquiera osarán acercarse a nosotros. Somos más hombres que ellos, así que en caso de ataque sorpresa en el centro del bosque, que lo dudo, ganaríamos sin lugar a dudas.
Justo en ese momento en que Eiael terminaba la frase, un gran número de Damethel se acercó a ellos, rodeándoles. El que parecía el jefe se acercó al Rey y, tras hacerle una leve reverencia, le comunicó su motivo para tal encuentro.
-Rey Eiael –le saludó-, estamos aquí en son de paz. Queremos unirnos a vos y a vuestros ejércitos en contra de Diel, el Maldito.
-Y, ¿cuál es el motivo que os impulsa a uniros a nosotros?
-Lo mismo que a vos: la venganza. Hemos recibido una misiva de Diel en la que nos pedía que nos uniésemos a él en esta guerra. Pero no le debemos nada, más bien él a nosotros. Y quisiéramos unirnos a vos, si nos lo permitís.
-Sois bien venidos. Bien saben los dioses que la fuerza a la que nos enfrentamos es mucho más poderosa que todos los habitantes de este mundo.
-Entonces, si nos aceptáis, seremos vuestros guerreros.
-Claro que os acepto, cuantos más hombres seamos mejor.
-Pero, majestad –le dijo Eiwaz en bajo-, son Damethels, no son dignos de confianza.
-Antes de nada son Elfos y como tal lucharán junto a nosotros si así gustan. Escúchame...
-Akzum de Leithont, señor.
-Bien, Akzum. Sólo mataremos a las Criaturas Oscuras que nos ataquen y sólo si es estrictamente necesario, ¿de acuerdo? Una vez hayamos encontrado a Diel y le haya matado, todas esas Criaturas volverán a ser Leiseniks y Elfos.
-No temáis, majestad. Lo haremos a vuestra manera –y, tras hacerle una leve reverencia a Eiael, se fue con los suyos para prepararse para recibir órdenes del Rey de los Leiseniks durante todo el tiempo que durase esa cruenta y larga guerra.
***
Castillo de Alemiah. Reino Nahethel.
Ya habían pasado más de tres meses y seguían sin noticias de Eiael. No sabían si estaba bien, si había llegado a su destino o lo que había ocurrido. Lo único que Evelyn podía asegurar es que aún no había podido acabar con la vida de Diel, ya que su hija estaba cada día peor. Alemiah las había llevado a su reino con la esperanza de que al estar con los festejos del equinoccio de Primavera, Evelyn se distrajera un poco y Thukari aguantase más, con el aire puro de las tierras altas de su reino. Pero no había funcionado: ni la madre dejaba de llorar y pensar en Eiael y el bebé perdido, ni la hija se mejoraba. Thukari cada vez estaba peor, ya ni podía salir de la cama y tenían que tener las cortinas cerradas durante el día para que el Sol no le dañase ni los ojos ni la blanca piel, ahora quizás demasiado pálida. Y, como es lógico, el ánimo de Evelyn estaba unido a la salud de la princesa.
A Alemiah se le partía el corazón, ella sabía mejor que nadie lo que era perder un hijo y su nuera no sólo había sufrido un aborto, sino que también estaba a punto de morir su primogénita. Sólo pedía a los dioses que ayudasen a su hijo en esa terrible tarea en la que se había visto envuelto, si no lo conseguía, sería tarde para Thukari y para la salud mental de Evelyn.
Recordando cómo perdió a su pequeña Lilianth, decidió llevar a su hija política con ella al templo de Nyarthwel para hacerle una ofrenda de flores a cambio de protección para Thukari. Cuando llegó a sus aposentos, pudo oír que Evelyn estaba llorando otra vez, y, sin pensárselo dos veces, entró en la habitación cerrando la puerta tras ella. Se acercó a la cama en la que estaba la esposa de su hijo y, sentándose junto a ella le habló como una madre habla a una hija.
-Evelyn, no estés triste, verás como Eiael logra su cometido y Thukari vuelve a ser la misma de siempre.
Evelyn levantó la cabeza y la miró con los ojos rojos e hinchados por el llanto. Sin decir palabra se sentó en el lecho y abrazándose a su suegra, a quien sorprendió mucho su acto, siguió llorando amargamente en el hombro de la Elfa.
-Tranquila, pequeña –le consoló Alemiah-. Sé lo que estás sintiendo y también que, desgraciadamente nunca jamás nada ni nadie te podrá quitar el dolor que tienes por el hijo perdido. Sólo las que lo hemos vivido, sabemos lo que es. Pero también sé que si no te sobrepones y dejas de consumirte en lágrimas, enfermarás y es lo que menos te conviene ahora. Por tu bien, por el de Thukari y Nahtumne y por el de Eiael cuando regrese y sepa que ya no tendrá hijo.
-Cuando se marchó –murmuró Evelyn aún abrazada a Alemiah-, le dije que estaba embarazada y que se lo decía para que tuviese otro motivo más para regresar. Cuando regrese se encontrará con que Jasmine es un monstruo y que el bebé ya no está. ¿Soy acaso mala madre por llamar a mi hija monstruo? ¿Por eso me ha castigado Dios?
-No eres mala madre, Evelyn, infantil e inmadura a veces sí, pero no mala madre. Todo lo contrario. Ven conmigo, iremos al templo de Nyarthwel.
-¿A dónde?
-Al templo de Nyarthwel, la diosa protectora de la maternidad y la infancia. Le haremos una ofrenda de flores para que nos ayude en estos malos momentos.
-Lo siento, pero Niazuel no es mi diosa. Soy cristiana.
-Nyarthwel. Tal vez no fuese antes tu diosa, pero sí lo es mía y de Eiael, por lo tanto lo es de las niñas, así que iremos a su templo.
-Y, ¿tú te crees que por poner unas flores ante una estatua se curará mi hija? ¿Qué Eiael vendrá antes?
-Evelyn, no voy a empezar una guerra religiosa contigo ahora, no me interesa. Tampoco me importa cuál de las dos religiones dice la verdad, si la tuya o la mía. Sólo me interesa que mi nieta se cure, que mi hijo vuelva y que mi nuera recupere la cordura.
-¡Yo no estoy loca!
-Yo no he dicho eso. Pero salir de aquí te vendrá bien. Aunque sólo sea para poner flores delante de una estatua.
-No vas a dejarme en paz hasta que vaya contigo, ¿verdad?
-Exacto –respondió la Elfa poniéndose de pie y yendo hacia la puerta-. Vamos, te vendrá bien un cambio de aires.
-Eso fue lo que dijiste cuando vinimos a tu reino.
-No me repliques y vamos. Si quieres puede venir Nahtumne con nosotras.
-De acuerdo. ¿Cómo hay que ir vestida?
-Con lo que llevas vas bien.
-¿Necesito –dijo Evelyn con una ceja alzada y una sonrisa sarcástica en los labios- una corona de flores?
-Déjate de tonterías, Evelyn, y vamos al templo.
A Evelyn no le quedó más remedio que seguir a su suegra a la habitación de Nahtumne para ir al templo las tres.
Capítulo IV
Campamento en el valle Liebakalcan.
Eiael estaba planeando por dónde debían ir cuando un Nahethel entró en la tienda en la que se encontraba con Eiwaz, Dujkub y Akzum.
-Majestad –le dijo a la vez que se acercaba a él-, siento interrumpiros, pero un halcón ha traído una misiva para vos, señor.
-Sea lo que sea puede esperar –contestó volviéndose hacia el plano de nuevo.
-Pero, mi señor, tiene el sello real de vuestra madre.
-¿Mi madre, dices? Dámela, debe de haber ocurrido algo.
El Nahethel le entregó la carta y se fue de la tienda para ocupar su puesto de nuevo junto a otros guerreros en el campamento.
-¿Malas noticias, Alteza? –preguntó Akzum.
-Espero que no –respondió Eiael abriendo la carta-. Dejadme solo, por favor.
Se marcharon los tres mientras él se sentaba en una silla para leer las noticias que su madre le enviaba. No tenía ni idea de lo que podría querer su madre. Algo malo había tenido que ocurrir para que Alemiah le hubiese escrito. Sólo esperaba que no fuese Thukari, sabía que tenía el tiempo en contra de él, pero haría cualquier cosa por su hija, por su familia.
Al romper el sello, la clara y cursiva letra de su madre apareció ante él.
Hijo mío, como sin duda te habrás imaginado al llegarte esta misiva, tengo malas nuevas que darte. Thukari está bien, dentro de lo que cabe, por lo menos sigue siendo ella. Pero la niña no es el motivo de mis palabras. Es por Evelyn, hijo. Hace unos meses, poco después de tu marcha, Nahtumne se subió a un árbol y tu esposa se subió para bajarla, sin embargo, al ir a bajar ella, se cayó y, lo siento mucho, hijo mío, pero el bebé que esperaba, lo ha perdido, cielo. Tanto la niña como Evelyn están bien, al menos físicamente.
Evelyn no quería que te escribiese, es más, se ha enfadado y ha montado un buen espectáculo. No lo ha hecho con mala intención, quería ocultártelo para que no te desconcentraras y te ocurriese algo. Ya sabes que no me gusta cómo te trata, pero en ocasiones como esta veo todo lo que te ama y entonces me siento feliz de tu decisión.
Acabo mis palabras diciéndote que vengas a casa para que estés unos días con Evelyn, está muy deprimida. Peor que cuando Thukari estaba secuestrada. Como bien sabes, yo ya sé lo que es perder una criatura y por eso te pido que vengas un tiempo, que dejes en manos de los guerreros la guerra y que vengas con tu esposa, ahora es cuando más te necesita.
Yo ya lo he intentado todo, hasta me las llevé a mi Reino para que se distrajera, pero no ha surtido efecto alguno. Te necesita a ti a su lado.
Sin más que añadir, ten cuidado y recuerda que te queremos:
Tu madre.
Eiael se levantó a toda prisa y, saliendo de la tienda con la carta en la mano aún, dijo a los que estaban aguardando para entrar de nuevo:
-Debo partir para el Reino de mi madre de inmediato.
-¿Qué –preguntó Dujkub- ha ocurrido, Majestad?
-No tengo tiempo que perder, mi reina me necesita. Eiwaz, ven conmigo. Akzum, Dujkub, os dejo al mando hasta mi regreso. Seguid avanzando hasta el Reino Oscuro y ante cualquier cosa, mandadme aviso.
-Sí, Alteza. ¿Regresaréis pronto?
-No lo sé. Depende de cómo esté mi esposa a mi regreso.
Y dicho esto, montó en su caballo y, con la única compañía y protección de Eiwaz, partió hasta el Reino de su madre. Tardarían mucho en llegar, y el tiempo corría en su contra, pero su Evelyn le necesitaba ahora más que nunca.
Capítulo V
Castillo de Alemiah. Reino Nahethel. 2 de julio, por la noche.
Evelyn estaba en la cama metida, sin poder parar de llorar hasta que el sueño y el cansancio la vencían y por fin se quedaba dormida. Se dio la vuelta hacia su izquierda para cambiar de postura, ya que, al llevar horas sobre su lado derecho ya le dolía un poco el hombro. Fue entonces cuando oyó a dos caballos que se acercaban galopando rápidamente. Se levantó de la cama y se asomó por el balcón. Aunque estaba muy oscuro, enseguida le reconoció. Era Eiael. Alemiah le había escrito una carta y él había regresado sin matar a esa maldita sanguijuela, por lo menos parecía que estaba bien.
Sin ponerse la bata ni nada, salió de la habitación y se fue corriendo por todo el palacio hasta el jardín para recibir a su esposo, quien en cuanto llegó junto a ella, se bajó del caballo y cogiéndola en brazos, la besó apasionadamente.
-Oh, Evy –le dijo mientras se la llevaba dentro del castillo hasta su habitación-. Ejtamus thija lier, sidkness-ni.1
-No sé lo que me has dicho –habló ella una vez dentro de sus aposentos-, pero me da igual. Te he echado mucho de menos, te necesito. Ya me entiendes.
-Sí, mi vida –le respondió él antes de tumbarse en la cama con ella y consolarla con su cuerpo de la mejor forma que pudo hacer.
Castillo de Diel, mediados de agosto.
A William no le pareció extraño encontrarse con el castillo de su padre tan en silencio, conociéndolo habría huido tras conocer la declaración de guerra de Eiael. Aún así, entró en el lugar que había sido su hogar después de enfermar su madrastra. Sólo había ido ahí para sacar a Cecily y al pequeño Aden del reino de su padre antes de que llegase Eiael y sus ejércitos.
-¿Cecily? -Preguntó una vez dentro- ¿Estás en casa?
-¿Se puede saber cómo tienes la poca vergüenza de presentarte aquí después de lo que has hecho?
-Vaya, yo también me alegro de verte, padre. Yo estoy bien, gracias. Y, ¿tú?
-Desgraciado, ¿es así como me pagas lo que he hecho por ti?
Ante esas palabras, William no pudo más que enfadarse y rápidamente se acercó a su padre y, cogiédole de la camisa le dijo:
-¿Todo lo que has hecho por mí? La única que ha hecho algo por mí desde que recuerdo ha sido Cecily, así que ahora no vayas de padre cariñoso y déjame tranquilo o juro por Dios que yo mismo te llevo ante Eiael.
-Si Eiael te ve ahora, te mata -le contestó Diel soltándose.
-No lo hará. Y, ¿sabes por qué? Porque matándome a mí no solucionará nada, en cambio, quitándote a ti del medio... Salvará a Thukari y los demás estaremos mejor.
Justo en ese momento entró Cecily, quien, al ver a su hijastro, fue a donde él y lo abrazó como una madre abraza a un amado hijo que hace mucho que no ve.
-Oh, William cariño. No sabes lo mucho que me alegra verte aquí sano y salvo.
-Yo también, Cel. He venido a por ti y a por Aden. Os sacaré de aquí antes de que venga Eiael.
-No os iréis. Los Damethel pueden llegar en cualquier momento.
-¿No te has enterado? -Dijo William con una sonrisa sarcástica en sus labios- Los Damethel no vendrán. Se han unido a Eiael.
-¿Qué? Pero, no puede ser.
-Y, ¿qué te pensabas? ¿Que después de lo que les hiciste iban a caer rendidos a tus pies? Espabila de una vez, padre. Estás solo en esto y mi consejo es que seas valiente por una vez en tu miserable vida y que te entregues a Eiael. Será lo mejor para todos.
-No me pienso entregar. Pero, me has dado una idea, hijo.
-Me da igual lo que hagas, como si te expones al sol al mediodía. He venido solo a por Cecily y Aden, nada más. Cel, prepara todo lo que necesites para el niño, yo iréa por él. Hasta nunca, padre.
Y, dicho esto, se fue tras su madrastra por la puerta dejando solo a su padre.
***
Castillo de Alemiah. Reino Nahethel. Primeros de agosto.
Eiael se despertó con un portazo. Enseguida se dio cuenta que estaba solo en el lecho y que su reina estaba vomitando en el cuarto de aseo. Se levantó y se acercó a la puerta.
-Evy –dijo tocando con los nudillos-, cariño, ¿estás bien?
-Sí, de fábula, ¿no lo...? –no pudo acabar la frase, ya que le dio otra arcada. Eiael no se lo pensó dos veces y entró.
-¿Qué te ocurre, cariño? –le preguntó él agachándose en el suelo junto a ella y cogiéndole el pelo- ¿Quieres que mande llamar a Adhwen?
-No, ya se me pasará, probablemente me sentó mal algo que cené anoche.
-¿Qué cena? ¿El vaso de leche?
Evelyn se levantó de malas maneras y, tras aclararse la boca se volvió al cuarto y se metió en la cama de nuevo.
-¿Qué –quiso saber Eiael- he dicho ahora?
-Déjame e paz.
-Evy –susurró Eiael tras meterse con ella en el lecho-, ¿segura que no quieres que venga a verte Adhwen? Sé que estás acostumbrada a Dagaz, pero ahora está muy lejos y tardaría mucho en llegar.
-Tranquilo –respondió ella dándose la vuelta-, para lo que creo que me pasa no hay prisa.
-No te entiendo, Evelyn.
-¿Cuándo te vas a volver a marchar?
-Mañana, ¿por qué?
-Bueno, pues entonces te lo diré, pero vuelve. Y entero a poder ser.
-Evelyn, no te pongas tan misteriosa, por favor.
-Parece mentira que después de dos aún no te lo sepas.
-¿De dos? ¿A qué te...? –de repente lo entendió y se le iluminó la cara como un cielo veraniego- ¿Estás encinta?
-Sí, tengo todos los síntomas. Por cierto, no sé qué será, pero esta vez me da por los huevitos de codorniz.
-¿Huevitos de codorniz?
-Sí, eso y fresas.
-Oh, Evy –murmuró él mientras la besaba y se dejaba llevar por la pasión junto a su esposa.
Capítulo VI
Cuando Evelyn se despertó sola en la cama, el sol aún no había salido. Estaba estirándose con una sonrisa en los labios justo en el momento en el que Eiael entró en el cuarto.
-Ah, cariño -le dijo él acercándose al lecho y dándole un beso en los labios-, estás despierta. Venía a despedirme.
-¿Marchas ya?
-Sí, quédate en la cama y descansa algo, que es muy pronto.
-No, me levanto y así te acompaño al jardín.
-No, Evy, quédate aquí a descansar, que te hace falta.
-No estoy cansada –replicó ella levantándose de la cama medio tapada con las sábanas.
-Mira que eres cabezota. ¿Qué buscas?
-El camisón, ¿se puede saber qué hiciste anoche con él?
-Creo que ese no te servirá, se rompió, ¿recuerdas?
-Mira que eres bruto.
-Anoche no te importó –le contestó él guiñándole un ojo pícaramente.
-Anda, tráeme un vestido, por favor. No puedo entrar ahí con la sábana.
-Suéltala, no tienes nada que no haya visto ya.
-Vete un poco a la mierda, ¿quieres?
Eiael se metió en el vestidor para cogerle un vestido a Evelyn.
-Evy –le preguntó desde dentro pasando los vestidos uno a uno-, ¿cuál quieres? –como no obtuvo respuesta alguna salió por la puerta y ahí se encontró con que Diel la tenía cogida con una mano por la cintura y con la otra la tenía tapada la boca. Evelyn tenía las manos en su vientre mientras intentaba soltarse de su apresor.
-Buenos días, majestad –le saludó el vampiro con una engreída sonrisa en los labios.
-Suéltala –le ordenó Eiael-. Esto es entre tú y yo.
-Oh, te equivocas. Es mi vía para conseguir un buen fin. Mi vida por las suya. Y por lo que oigo, hay vida creciendo en ti -añadió el vampiro mirando a la nada y escuchando con atención sonriendo aterradoramente a la asustada Evelyn-. Sí, no hay duda de que estás esperando trillizos, oigo claramente tres latidos. Así que, si aprecias a tu familia, Majestad, olvídate de esta caza de brujas y termina con la guerra. Si no lo perderás todo: tu hija, tu esposa y tus hijos no natos.
-Te he dicho que la sueltes.
-La soltaré cuando... –en ese momento Evelyn le pegó un codazo en el estómago seguido de una patada en el bajo vientre y fue corriendo hasta donde se encontraba su esposo. Diel no se había recuperado todavía, cuando William apareció por la ventana. Diel, quien aún se estaba recuperando del golpe recibido por Evelyn, al ver aparecer a su primogénito, sonrió maléficamente viendo que por fin éste había cambiado de parecer-. Veo que sí que tienes sentido común, hijo.
-Por supuesto que sí, padre -respondió el joven vampiro sacando la espada de Wuire y apuntando con ella al antiguo druida-. Siempre lo he tenido.
-¿Qué diantres te crees que estás haciendo, William?
-Lo correcto. Salvar a la princesa y al resto de los vampiros.
-Eres un maldito hipócrita y cobarde.
-Le dijo la sartén al cazo -respondió él antes de clavarle la hoja en el pecho a su padre, quien tras retorcerse de dolor unos segundos, ardió hasta convertirse en cenizas. William observó lo que le ocurrió y se echó hacia atrás a la par que levantaba la vista hacia la pareja real-. De nada- -respondió a la atónita mirada de los reyes antes de empezar a marearse y caer sin sentido contra el duro suelo de mármol de la alcoba.
Evelyn se soltó del abrazo de su marido y fue a donde estaba el muchacho tirado en el suelo.
-Respira -dijo aliviada poniéndole una mano en el cuello-. Y su pulso está muy acelerado.
-Me alegro, ven aquí.
-No podemos dejarlo aquí.
-¿Cómo que no?
-Nos ha salvado, Eiael. Además se ha golpeado la cabeza.
-¿Te olvidas que es el culpable de que Thukari esté así?
-Y, ¿quién lo empezó todo? Mira, ahora es humano y nos necesita. Aunque sea sólo por haberle matado.
-Está bien. Pero cuando se recupere se marchará, ¿de acuerdo? No le quiero cerca de mi familia.
Evelyn iba a contestarle de mala manera, cuando la puerta se abrió de golpe y apareció la pequeña Nahtumne con las mejillas aún sonrojadas por la carrera. Eiael se acercó a ella y la cogió en brazos antes de preguntarle qué pasaba.
-Thai deirf datalervalis dan ujcurvalis dan thai rethom wiediecervalis tus najturmi.
-¿Qué ha dicho? -preguntó Evelyn.
-Que Thukari se ha desmayado y que mi madre me llama. Quédate aquí, llama a alguien y que se lleven a William a alguna habitación.
-Pero...
-No me discutas, Evelyn -le cortó él antes de irse con la niña en brazos.
***
Thukari estaba con Nahtumne en su habitación, observando de pie cómo la pequeña correteaba alrededor de su cama, pues la niña había tenido una pesadilla y había acudido a su hermana, quien hacía unos días apenas dormía, cuando la mayor de las princesas cayó de repente al suelo desvanecida. Alemiah, quien se encontraba con ellas, corrió a su lado completamente asustada, teniéndose lo peor. Cuando la hubo alcanzado, le puso una mano sobre el rostro de la muchacha comprobando que, afortunadamente, aún respiraba.
-¿Qué pasa a la tata? –preguntó la pequeña Nahtumne al ver a su hermana en el suelo y a su abuela alterada sobre ella- ¿Tene pupa?
-No lo sé, cariño –le respondió la Elfa mientras subía al lecho a su nieta mayor con todo el cuidado que podía-. ¿Por qué no vas a la alcoba de tus padres y le dices a tu padre que venga, pequeña?
-Ti –contestó la niña antes de salir por la puerta corriendo lo más deprisa que sus cortas piernas le permitían.
Alemiah, cuando consiguió acomodar a la chica en la cama, se sentó junto a ella, cogiéndole de la mano rogando a los dioses que no fuera nada. Así fue como se la encontró su hijo al entrar en la habitación de la princesa.
-Eiael -le dijo ella nada más atravesar él el humbral de la puerta-, no sé qué ha pasado. Estaba bien y de repente se cayó sin sentido al suelo.
-Aún no sé cómo, pero Diel ha logrado colarse en nuestros aposentos.
-¡¿Qué?!
-Tranquila, está muerta. Por eso está Thukari inconsciente.
-¿Lo has matado? Pero si no tenías la espada en tu poder.
-No he sido yo. William también se ha colado, ha sido él quien ha acabado con la vida de ese ser. Poco antes de caer al suelo desmayado.
-Entonces -murmuró Alemiah-, eso significa que la maldición de sangre se ha ido con él. Y, ¿qué has hecho con William?
-Evelyn se ha empeñado en que le devolvieramos el favor que nos ha hecho al acabar con su padre y que le atendamos hasta que se recupere. Al parecer se ha golpeado la cabeza al caer. Pero ya le he dejado claro a Evy que en cuanto se cure se irá de aquí. Después de lo que ha ocurrido en nuestra familia por su culpa.
-Mandaré llamar a Dagaz, entonces -dijo la Nahethel levantándose de la cama de su nieta-. Al parecer tiene dos enfermos a los que atender.
-Si por mí fuese, sólo tendría uno.
-Eiael, nosotros no somos así. Puede que Thukari estuviera contaminada por su culpa, pero ahora ya no es el enemigo. No es una Criatura de la Noche. Además, OS ha salvado la vida.
-Da igual, cuando se cure no lo quiero aquí. En cuanto venga Dagaz y haya atendido a Thukari y a William, dile que venga a mi alcoba a ver a Evelyn.
-¿Por qué? ¿Está herida? -preguntó ella temerosa de que el vampiro le hubiera hecho algo a su nuera y al bebé que ésta estaba esperando.
-No, está bien. Ayer me dijo que estaba encinta y Diel ha dicho que son tres. Quiero que nos lo confirme Dagaz y ya de paso que me confirme si ella y los bebés están bien.
-¿Trillizos? Bendita sea Nimne. No sabes lo feliz que me hace oír esta noticia. Esto ayudará a sanar la herida que el bebé perdido le hizo a Evelyn en el corazón. Felicidades, hijo.
-Gracias, madre. Si ves a Evy, dile que venga a aquí.
-Descuida, hijo mío -respondió la Elfa antes de darle un beso a Eiael e irse de la alcoba de la mayor de sus nietas.
***
Phatahar, Tierras Sombrías. Tres días más tarde.
Cuando despertó, sólo pudo ver la negrura de la oscuridad. No sabía si era de noche o de día. Seguía en la mazmorra subterránea, sin luz ni comida. No sabía en qué día se encontraba y mucho menos el año que era. Lo que sí sabía era que la fortaleza estaba en completo silencio, no se oía absolutamente nada, como si ella fuera el único ser vivo en esas viejas paredes.
Tenía tanta hambre que el estómago le dolía a muerte, tenía tanta sed que la boca le quemaba. Sin casi darse cuenta, se llevó una mano a la boca y, el no notar los afilados colmillos que había tenido durante todos esos años, le confirmó sus sospechas. Hacía décadas que no se sentía así, viva. Desconocía cómo se había obrado ese milagro, pero había dejado de ser una Criatura de la Noche para volver a ser lo que había sido hacía ya tantos años: una Elfa Nahethel.
Se obligó con las pocas fuerzas que aún tenía, a levantarse del frío y húmedo suelo para acercarse a la puerta la cual, tal y como ella esperaba, estaba cerrada. Mas, al ser de nuevo una Elfa, podía hacer magia, y aunque estaba débil, pudo conjurar el poder suficiente como para poder abrir la puerta y salir de ahí.
Sabía que le quedaba un largo viaje hasta Leithia, pero no le quedaba otra si quería recuperarse antes de volver a ver a su pequeña. Cuál fue su sorpresa al ir a subir las estrechas, oscuras y serpenteantes escaleras de caracol que la conducirían hacia su libertad, cuando se encontró con el cuerpo sin vida del que hubiera sido su captor, hacedor y asesino de su esposo, yaciendo en los primeros peldaños con la cabeza en una incómoda y poco natural postura que evidenciaba la causa de la muerte de ese vil ser que antaño había sido un mero Humano, un druida, al servicio del Señor de las Criaturas de la Noche, Diel. Algo había ocurrido, aunque ella no sabía el qué, para su ella volviera a ser una Elfa y Ari un Humano. Suponía que cuando llegara a Leithia, a la casa de sus cuñados, obtendría las respuestas a sus incógnitas que ahora poblaban su febril y cansada mente.
Capítulo VII
Cuando Thukari despertó lo primero que vio fue a su madre sentada en u a silla junto a su cama y completamente dormida con la espalda apoyada en el respaldo y la cabeza ligeramente caída de medio lado. Con mucho cuidado de no despertarla, apartó las mantas hacia un lado y se levantó, cogió una de sus mantas y la puso sobre su madre cubriéndola para que no se quedara fría. Justo en ese momento abrió los ojos desconcertada.
-Hola, mamá -le saludó con una sonrisa en los labios, un gesto que hacía tiempo que nadie veía ya adornar su rostro-. ¿Te ha sentado bien la siesta?
-Dios, no quería dormirme. Lo siento.
-Tranquila, estarías cansada.
-¿Hace mucho que estás despierta?
-No, acabo de despertarme.
-Y, ¿cómo te sientes? ¿Estás bien?
-Sí, me siento... yo. ¿Qué ha pasado?
-Que la seguridad de este castillo deja mucho que desear. Diel y William se colaron hasta nuestra habitación y William mató a su padre.
-¿Entonces ya no me voy a poder convertir en vampira?
-No, y por lo que tu padre me ha dicho, y lo que yo he visto, todos los vampiros, tanto de aquí como de mi mundo, volverán a ser lo que eran antes de transformarse.
-¿Dónde está papá?
-Ha ido a Roether, ha recibido una carta de los Damethel. Al parecer necesitan ayuda con todos los que ser han despertado. No deben de dar abasto.
-Ahora todo va a cambiar, ¿verdad? -murmuró la princesa más para sí misma que para su madre antes de alzar la vista al darse cuenta- ¿Qué ha ocurrido con William? Ahora es Humano, ¿no?
-Sí, pero aún no se ha despertado. Al desmayarse se golpeó la cabeza con el tocador de muestra habitación y luego con el suelo. Dagaz dice que está sumido en un sueño profundo y reparador. Tú y yo sabemos que está en coma y basa que no se despierte no sabremos el alcance de los daños.
-¿No seria mejor que lo enviasen al Mundo Humano? Ahí lo podrían atender mejor que aquí.
-No creo que sea conveniente moverle y mucho menos que viaje entre dimensiones.
-¿Tan mal está?
-Bastante mal, tal vez ni despierte.
-Mamá -preguntó Thukari en voz baja-, ¿está mal que me dé pena si muere?
-No, cariño. Eso indica compasión y bondad. Pero que tu padre no te oiga hablar así. No veas lo que me costó convencerle para que le trataran.
-Supongo que el perdonar va dentro del paquete de ser mujer.
-Ya sabes lo cabezón que es tu padre.
-¿Puedo ir a verle?
-Si quieres... Pero ya te he dicho que no está consciente.
-Ya, se puede despertar en cualquier momento. Y a mí no me gustaría hacerlo sola y en un sitio desconocido y donde no soy bienvenida.
-Está bien, te acompañaré.
Y ambas salieron de la alcoba de la princesa hacia donde reposaba el antiguo vampiro.
***
Alkwen, Tierras Sombrías, mediados de octubre de 2007.
No sabía el tiempo que llevaba, caminando, ni las horas que hacía que no se llevaba nada a la boca. Estaba agotada, pero sabía que aún quedaba bastante para llegar a la siguiente aldea. Así que tenía que seguir andando, no podía descansar en medio de la nada. Al viajar sola por esas tenebrosas tierras y más al ser una Nahethel, tenía muchas posibilidades de ser la presa de alguna bestia salvaje o de algún asaltante de caminos. O peor, corría con el peligro de encontrarse con algún Damethel. Así que, con las pocas fuerzas que le quedaba tras la larga caminata que ya llevaba, prosiguió con su camino, cuando oyó que unos caballos se acercaban.
Desconocía cuántos eran, pero por el sonido que hacían los cascos de sus patas al golpear el suelo con cada paso que daban, sus jinetes tenían prisa. Decidió que, dada su suerte hasta entonces, era mejor quedarse en el camino para que éstos la vieran. Ni los bandoleros ni los Damethel iban a caballo, así que enemigos no podían ser y quizá podrían ayudarla a llegar a Leithia. O al menos eso esperaba.
Enseguida estuvieron los jinetes a la vista, cinco pudo contar, más uno que iba a la zaga. Sólo cinco y, a juzgar por sus vestimentas eran soldados. Se fijó un poco más y vio que eran Leiseniks, no caía en sí de gozo al ver su buena fortuna. El sexto jinete se abrió paso entre sus hombres cuando éstos hubieron parado al verla en el camino. Claramente, este hombre también era Leisenik pero, sus ricos ropajes dejaban en claro que pertenecía a la nobleza. Quizás era algún primo o algo por el estilo de su cuñado.
-¿Qué hacéis sola en medio del camino, señora? -preguntó el hombre, quien físicamente le recordaba a Eiael.
-Intento llegar a Leithia, señor -respondió ella intentando no desmayarse por la debilidad-. Allí se encuentra mi familia. Mi esposo, mi hija y mis cuñados.
-Quién sois, decidme. Yo soy de Leithia y en mi vida os había visto.
-No sé el tiempo que he permanecido prisionera del vampiro que me capturó y me transformó en uno de ellos. Sólo sé que hace dos meses me desperté como una Nahethel mortal de nuevo. En verdad, señor, sólo quiero volver con mi familia.
-Yo mismo os llevaré con ellos -la tranquilizó el hombre mientras se giraba hacia sus hombres-. Regresaré con ella a Leithia, vosotros seguid adelante y encontraos con los demás en Roether. Cuando llegue a la Corte os enviaré a más hombres.
-¿Pertenecéis -preguntó ella viendo cómo partían los otros cinco obedeciendo las órdenes que se les había dado- a la Corte de Eiael?
-Yo soy Eiael, señora -respondió él con cara rara.
-No es posible, tú no eres mi cuñado -aseguró ella mientras se alejaba de él asustada.
-¿Tu cuñado? Tu hija no será Barkana, por casualidad -quiso saber el Rey de los Leiseniks al tiempo que se bajaba del caballo.
-Así es, soy Brienth Lannenth, esposa de Kano, hermano de la Reina de los Nahethel y Leiseniks.
-Pero yo creía... todos te creíamos muerta. Mi nombre es Eiael Thaniel, soy hijo de Eiael y Alemiah. Ven, te ayudaré a subir al caballo, debemos partir cuanto antes. Hay mucho que debes saber, tía Brienth.
-Por los dioses, ¿cuánto tiempo ha pasado? La última vez que te vi eras un bebé de apenas un par de estaciones.
-38 años.
Ante esta última frase, su agotado cuerpo no pudo más y cayó sin sentido en los brazos de su sobrino, quien no dudó en subirla al caballo para partir al galope hacia su castillo.
***
Leithia, noviembre de 2007.
Evelyn estaba jugando con Nahtumne en el jardín cuando notó un dolor punzante sobre el tobillo derecho, se miró los pies y vio que una serpiente la había mordida. Chilló a la par que cogía en brazos a la niña antes de sacudir la pierna para lanzar lejos al vípero animal. Alemiah, al oír el grito de su nuera, salió al jardín y acudió a donde ésta estaba con la pequeña en brazos, quien, al no saber qué pasaba, lloraba completamente asustada.
-Evelyn, ¿qué ocurre? -le preguntó la Elfa a la asustada Humana.
-Me ha mordido una serpiente -respondió ella con los ojos llorosos y abiertos de par en par.
-Está bien, tranquila. Dame a la niña y vamos dentro. Mandaré llamar a Dagaz para que venga lo más pronto posible.
Evelyn iba a contestarle mas cayó sin sentido al suelo ante la atónita mirada de su suegra, quien pidió a gritos ayuda para entrar a su nuera dentro del palacio.
***
A Eiael le pareció extraño el silencio que invadía el castillo. Se apeó del caballo y ayudó a Brienth a hacer lo propio. Fue entonces cuando vio a Thukari salir a su encuentro con las lágrimas corriendo por su rostro.
-¿Qué sucede, Thukari?
-Es mamá. Una serpiente la mordió y Dagaz no consigue bajarle la fiebre.
-¿Qué? ¿Cómo es eso posible? ¿Dónde estaba tu madre cuando la mordió?
-Estaba en el jardín, nadie sabe cómo se pudo meter ahí. Si te soy sincera, creo que alguien la trajo consigo y la dejó libre por el jardín.
-Ahora no tengo la cabeza como para pensar en eso -respondió él adelantando a su hija para llegar lo más pronto posible a sus aposentos, donde la vida de su esposa pendía de un hilo, de nuevo.
Cuando hubo llegado, entró en la alcoba sin importarle que hubiera alguien de por medio. Allí yacía en el lecho su Evelyn, a su lado, su madre intentaba sin éxito bajarle la fiebre poniéndole un paño mojado en agua fría sobre la frente. La Humana apenas se movía, sólo fruncía levemente el ceño en respuesta al frío de la compresa, dando a entender lo alta que debía ser su temperatura.
-Eiael -le susurró su madre con gesto triste y cansado-, Dagaz no sabe qué darle sin que peligre más su vida o la de los bebés. Sé que no te gusta usar tus poderes en ella, pero ahora no queda otro remedio, hijo.
-¿Cuánto hace que está así?
-Hace un par de días.
-Déjame a solas con ella, madre. Que no entre nadie, ¿de acuerdo?
-Sí, hijo mío. Si necesitas cualquier cosa me mandas llamar -le respondió ella dándole un beso en la mejilla antes de marchar por la puerta, dejando solos a su hijo y nuera.
Afuera estaba Thukari con los ojos rojos de tanto llorar y, en cuanto la vio, ser acercó a ella para abrazarla. Su nieta le respondió con otro abrazo. Así estaban las dos en el momento en el que Brienth llegó hasta ellas. Alemiah, al notar su presencia, alzó la cabeza y la vio. Soltándose del abrazo, sorprendida e incrédula, se acercó a ella.
-¿Brienth? -le preguntó ella a lo que la otra Elfa respondió asintyendo con la cabeza-. Pero te dimos por muerta.
-Ya me lo ha dicho tu hijo. Me lo ha contado todo, lo de Eiael, lo de Kano... yo...
-Eso fue hace muchos años, descuida. Lo importante e que vuelves a estar con nosotros, sana y salvo. Cuando Evelyn se recupere te acompañaré a Naithia para que veas a Barkana. Tenéis mucho tiempo que recuperar.
-Abuela- -susurró Thukari llamándole la atención a Alemiah quien, por un momento se había olvidado que la muchacha aún se encontraba ahí.
-Sí, perdona, Thukari. Esta es la madre de Barkana, Brienth, esta es mi nieta mayor, Thukari.
-Oh, dioses, eres preciosa -exclamó la antigua vampira con una sonrisa en los labios-. Seguro que ya tienes algún pretendiente.
Ante ese comentario, la princesa no pudo evitar que sus mejillas se sonrojaran a la par que se mordía el labio inferior nerviosamente. Su abuela, que la estaba observando atentamente, supo que ocultaba algo, pero, sabiendo que no era el momento apropiado para sacarlo a colación, prefirió no
decir nada y acompañar a Brienth al comedor para que comiera algo.
***
Cuando Evelyn se despertó se encontró con que su marido estaba sentado en una esquina de la cama cogiéndole las manos mientras susurraba unas palabras en élfico con los ojos cerrados.
-¿Qué haces? -preguntó ella con el ceño fruncido mirándole fijamente.
-Oh, Evy -contestó él cogiéndola en brazos, apretándola contra él con desesperación-. Pensé que te perdía.
Antes de que ella pudiera responderle nada, él la besó apasionadamente en los labios. Evelyn enseguida le respondió al beso, dejándose llevar por la pasión de Eiael, quien la recostó en la cama con delicadeza y se posicionó sobre ella. Poco a poco fue quitándole el camisón que le habían puesto al caer enferma, besando la piel que él mismo iba destapando, bajando sus labios desde su cuello hasta el abultado vientre donde crecían sus hijos. Rápidamente se deshizo de sus ropas sin dejar de besar a su esposa. Cuando ya estaban ambos completamente desnudos, la miró fijamente a los ojos, antes de entrar en ella suavemente provocando que ambos gimieran. Ella le clavó las uñas en el cuello haciendo que él aumentara el ritmo de sus acometidas, acelerando con ello el ritmo de la pasión que ambos estaban sintiendo en ese momento, sin acordarse ya que la puerta no estaba cerrada con el cerrojo y que cualquiera podría entrar en cualquier momento.
Estaban tan enfrascados el uno en el otro, que no se dieron cuenta que Thukari abría la puerta. Al mirar en su interior y ver a sus padres en el lecho, la princesa abrió los ojos como platos, sonrojándose más aún que cuando Brienth había comentado lo de los pretendientes, y, procurando no hacer ruido para que los Reyes no se dieran cuenta de su presencia, se echó hacia atrás, cerrando la puerta suavemente. Después se alejó de ahí como alma que lleva el Diablo y se dirigió al aposento en el que seguía recuperándose William, quien hacía unas semanas que había despertado ya del coma.
Capítulo VIII
-Hola, Thukari -saludó el antiguo vampiro a la princesa en cuanto ésta hubo entrado en sus aposentos- ¿Qué ocurre? ¿Tu madre ha empeorado?
-No -respondió ella cohibida-. Es más, creo que se ha recuperado completamente.
-Entonces, ¿a qué viene esa cara?
-Digamos que lo que he visto en la habitación de mis padres no debería de haberlo visto -y, como veía que el chico seguía sin entenderla, aclaró, volviéndose sus mejillas de un fuerte rojo-. Mi padre ha regresado y están juntos.
-Ah –comprendió él echándose a reír, lo que provocó el enfado de la muchacha.
-No tiene gracia, William. Menos mal que no se han dado cuenta, menudo corte.
-Bueno, hay cosas peores que descubrir que tus padres son sexualmente activos. Créeme.
-Ya, supongo. ¿Cómo te encuentras hoy?
-Ahora que estás tú aquí conmigo, mucho mejor –contestó él con una sonrisa torcida en sus labios mientras se sentaba despacio en la cama y se recostaba contra el cabecero y las almohadas-. Ven, siéntate junto a mí.
-Ahora que mi padre está aquí, debemos andarnos con ojo. Como nos encuentre así, te echa de aquí, te hayas recuperado o no.
-No me importa lo que tu padre pueda llegar a pensar, Thukari.
-Ya, pero como te eche del castillo, a ver a dónde vas.
-No te preocupes por eso, amor. Cuando llegue el momento sabré ganármele para que me dé su permiso.
-Conociéndole, eso será imposible –murmuró ella con la cabeza gacha.
-Hey –le dijo él cogiéndole la cara con ambas manos y mirándola fijamente a los ojos-, no hay nada imposible. Hay cosas que cuesta más de conseguir que otras, pero no por ello son imposibles. Lucharé con todo lo que tengo por lo que siento por ti para poder estar a tu lado para siempre. No importa lo que me cueste convencerle de que soy digno de ti, si al final lo consigo.
Y, dichas estas palabras, se acercó a ella dándole un beso en los labios. Beso que se vio interrumpido por la pequeña Nahtumne quien entró en la habitación como un pequeño ciclón, con la cara roja por la carrera.
-¡Nahtu! -la reprendió Thukari separándose de prisa de William- ¿Cuántas veces he de decirte que se llama antes de entrar? -ante eso, el chico se rió a carcajadas, haciendo que la rubia le diera un ligero golpe en el brazo para que callara.
-Mami está buena ya.
-Ya lo sé, peque -respondió ella más calmada, levantándose de la cama del chico y cogiendo a su hermanita en brazos-. Luego vengo, Will. Intenta descansa algo.
El antiguo vampiro la sonrió antes de tumbarse de nuevo en el lecho. Dios sabía lo que le esperaría ahora que Eiael volvía a estar en Leithia.
***
Cuando Evelyn se despertó, se encontró con que Eiael le estaba hablando a sus hijos en élfico, mientras le acariciaba cariñosamente el abultado vientre. Ella sonrió ante semejante imagen. En sus dos anteriores embarazos había hecho lo mismo y, aunque no entendía lo que él susurraba, se podía hacer una idea de lo que él le murmuraba a sus hijos no natos. Justo en ese momento, empezaron a moverse lo que hizo que Eiael diera un pequeño respingo y, al oír la risita de su esposa, levantó la cabeza hacia ella.
-¿Te he despertado? -le preguntó él dándole un besito en los labios.
-No, tranquilo. Pero a los bebés sí.
-¿Te duele cuando se mueven así?
-No, es como con Jasmine y Hope.
-Thukari y Nahtumne -corrigió él instantáneamente.
-Ya, claro -respondió ella arrugando la nariz.
-Estás graciosísima cuando haces ese gesto -comentó él con una sonrisa torcida en los labios-, a la par que hermosa.
-Por eso sigues llamándolas así, ¿no? Porque sabes que lo haré inconscientemente.
-Puede que me hayas descubierto -contestó él antes de ponerse serio-. ¿Cómo te encuentras?
-Bien. Cansada, pero bien.
-Me alegro. ¿Qué recuerdas, Evy? Cuéntamelo todo.
-¿Por qué? No fue nada extraño. Estábamos la niña y yo en el jardín cuando noté el mordisco en el pie.
-Es que ese es el problema, Evy. Aquí no hay serpientes.
-¿Crees que alguien pudo haberla soltado en el jardín? ¿Con qué propósito?
-No lo sé, pero voy a tener que aumentar la seguridad en palacio. Esto no puede volver a ocurrir. Ni siquiera tendría que haber pasado. Se supone que aquí deberíamos estar seguros.
-Déjalo ya, Eiael. Estoy bien, no vale la pena preocuparse por lo que podría haber pasado, no ha sido así y ya está.
-Pero casi te pierdo.
-Y no lo has hecho.
-Ya, tan sólo por pura casualidad. Me encontré con Brienth y la traje aquí, solamente por eso estás viva ahora.
-Y, ¿quién es esa tal Brienth -preguntó Evelyn con el ceño ligeramente fruncido-, si puede saberse?
Eiael la miró a los ojos y al ver su postura y gesto sonrió satisfecho antes de responderla con otra pregunta:
-¿Estás celosa? -a lo que Evelyn frunció más el ceño, indicando a su marido que estaba empezando a enfadarse- No deberías, ya sabes que tú eres mi mundo, tú, las niñas y los que están por venir.
-Y, ¿entonces quién es? ¿Por qué traerla a la Corte?
-Es mi tía, la esposa de mi tío Kano y la madre de Barkana.
-Pero se supone que estaba muerta, ¿estás seguro de que es ella?
-Sí, tranquila, lo es. Barkana es la viva imagen de su madre.
-¿Dónde está ahora?
-Estará descansando. El viaje ha sido largo para ella. Llegó a pie desde las Tierras Sombrías hasta el camino donde la encontré yo, sin apenas descansar. Y luego la travesía hasta aquí a caballo, créeme, debe ser agotador.
-Me alegro por Barkana, ha recuperado a una madre que creía desaparecida para siempre.
-Tendrán que conocerse la una a la otra, mi prima era muy pequeña cuando Brienth murió -comentó Eiael antes de acariciarle la mejilla izquierda a su esposa-. Deberías intentar descansar algo, cariño. Has pasado un mal trago.
-Está bien, pero no te marches. Quédate conmigo, por favor.
-Vuestras órdenes son mis deseos -respondió él tumbándose de nuevo junto a ella antes de que Evelyn apoyara la cabeza sobre su pecho.
-Te quiero -le susurró ella a lo que Eiael, con clara sorpresa reflejada en su rostro, bajó la mirada para intentar captar la de su mujer-. Sé que no suelo decirlo, al menos a ti, y mucho menos en voz alta, pero quería que lo supieras. Aunque a veces me saques de quicio o no entienda muchas de las cosas que haces u ocurren aquí.
-Yo también te quiero, mi vida -contestó él dándole un beso en la cabeza-, con todo mi ser.
Capítulo IX
7 de enero de 2008
Evelyn estaba en el jardín sentada bajo uno de los árboles que ahí había leyéndole un libro a la pequeña Nahtumne, cuando notó un fuerte dolor en el vientre. Aún no había salido de cuentas, pero, tras haber pasado ya por dos partos, sabía de sobra que eso significaba que ya venían los niños. Se levantó como pudo procurando no asustar a la niña y se encaminó con ella al palacio. Justo en ese momento salían Thukari y William de la mano, quienes se separaron rápidamente al ver a la reina ante ellos. Pero ésta no se había fijado, pues estaba sufriendo otra contracción de tal magnitud que le hizo agarrarse del marco de la puerta para no caerse al suelo. William se olvidó del protocolo por completo y la sujetó del brazo y la espalda para evitar su caída.
-¿Te encuentras bien, mamá? -le preguntó Thukari preocupada.
-Sí, de fábula, ¿no lo ves? Avisa a tu padre de que ya vienen tus hermanos. Y que venga Dagaz, al parecer tienen prisa por venir al mundo.
-Yo os acompaño a vuestros aposentos -se ofreció el chico ayudándola a avanzar hasta la alcoba.
-De acuerdo, pero que Eiael no se entere, o te matará -le contestó Evelyn antes de dirigirse a su hija mayor-. Jasmine, llévate a tu hermana a su habitación, que se entretenga jugando... ah... Date prisa, por favor.
-Sí, mamá. Vamos, Nahty, vamos a buscar a papá y a la abuela.
-Creo -comentó William pidiéndole permiso-, que iríamos más deprisa si os cogiera en brazos, Alteza.
-Haz lo que quieras, pero hazlo ya. A este paso nos pilla Eiael de camino.
-No hay duda alguna que la princesa ha heredado vuestro buen humor -comentó William con ironía antes de aupar a la reina en brazos y subir con ella en brazos por las escaleras hasta la alcoba real.
-Tú ríete si quieres, en cuanto Eiael se entere de que estás con mi hija arderá Troya de nuevo, y no te molestes en negarlo. No estoy ciega. Ni sorda.
-La amo, Majestad. De veras que lo hago. ¿Podríais interceder por mí?
-¿Pretendes que le convenza a mi marido de que el chico que la secuestró y, que por poco la convierte en un monstruo, debo añadir, la ama y que es buen partido para ella?
-Vaya, pensé que ya habíamos superado esa barrera. No quiero sonar presuntuoso, pero os salvé la vida a vos, a vuestro esposo, a Thukari y a los bebés que están por nacer.
-Que a este paso nacerán aquí. No te prometo nada, pero hablaré con él.
-Gracias, Alteza.
-No lo hago por ti, hacía mucho tiempo que no veía a mi hija tan feliz.
-Y su felicidad es la mía, así que, me repito, gracias. Ya hemos llegado.
-Gracias por traerme. Ahora vete antes de que llegue Eiael y te encuentre aquí.
-Demasiado tarde -dijo el aludido sorprendiendo a ambos humanos que no le habían oído llegar-. ¿Qué está haciendo éste aquí?
-Me ha ayudado a subir las escaleras. Tú tardabas mucho. ¿Has mandado venir a Dagaz?
-He venido en cuanto Thukari me ha avisado. En cuanto a Dagaz, Brienth está de camino a su casa, tardarán un poco en venir.
-Ya puedes marcharte, William. Y gracias por todo.
-Siempre es un placer ayudaros, Majestad -respondió él haciendo una reverencia a los reyes.
-Cuando todo esto acabe te quiero fuera de aquí. Ya llevas demasiado tiempo viviendo de los demás.
-¡Eiael! No puedes... ah -salió en su defensa Evelyn, mas no pudo terminar la frase por otra contractura, esta vez sabía que había roto aguas al notarse mojada, y el caliente y viscoso líquido correr por sus piernas hasta llegar al suelo-. Dios mío, acabo de romper aguas, deja las conversaciones y amenazas para más tarde, ayúdame a quitarme esto y a tumbarme en la cama.
***
Thukari estaba con William cuidando de la pequeña Nahtumne mientras ésta jugaba con unas muñecas durante el tiempo que esperaban a que los niños nacieran. La niña estaba jugando a servir el té sin enterarse de la conversación que su hermana y el humano estaban teniendo en voz baja para evitar que nadie más les oyera.
-Pero -susurró la princesa mirándole fijamente a los ojos-, ¿qué te ha dicho exactamente?
-Que me marche y además me ha llamado gorrón.
-¿Gorrón?
-Sí, al parecer me he aprovechado de su hospitalidad.
-¿Crees que se habrá enterado de lo nuestro?
-Créeme, si fuera así, ya lo sabríamos. Mi cadáver te lo habría confirmado.
-Déjate de bromas, esto es muy serio.
-Lo sé, cariño. Pero está claro que no le caigo muy bien a tu padre, y ya sé que le he dado motivos suficientes para que me aborrezca, pero pensé que, después de lo que hice para salvaros la cosa habría cambiado, aunque fuera sólo un poco. Ya veo que me equivoqué.
-Dale tiempo, si se pone muy pesado, siempre podría decirle que tampoco os diferenciáis mucho, él también se llevó a mi madre a la fuerza de su casa.
-Sí, ya. No creo que mencionarle eso sea lo más conveniente.
-¿Por qué no? Sería muy hipócrita si pusiera como escusa cómo nos conocimos, ¿no crees?
-Vaya, bonita forma de verlo -murmuró él más para sí mismo que para la chica-. Al menos contamos con el apoyo de tu madre.
-¡¿Qué?! -exclamó ella asustada haciendo que su hermanita parase de servir el té a sus muñecas para mirarlos extrañada- ¡Pero, ¿cómo se te ocurre...?!
-Baja la voz, Thukari. No sé cuándo, pero lo ha descubierto ella sola, llámalo instinto maternal o sexto sentido, como quieras. La cosa es que yo no he abierto la boca, es más, he intentado negárselo pero ella ya lo sabía, sabe Dios desde cuándo. La cosa es que se ha ofrecido a hablar con tu padre, para suavizar un poco las cosas.
-Y, ¿ha accedido así, sin más?
-Bueno, digamos que no lo ha hecho porque me tenga en muy buena estima, que digamos.
-Se va a liar una buena -contestó la princesa metiéndose un mechón rebelde detrás de la oreja.
-¿El qué se va a liar? -preguntó Nahtumne sacando a ambos jóvenes de sus pensamientos.
-Nada, peque, sigue jugando.
-¿Es un secreto?
-Sí, Nahty, un secreto de mayores. Cuando crezcas lo entenderás.
-Un secreto a voces -dijo la voz de Alemiah desde la puerta con una sonrisa en los labios y la parte delantera del vestido destrozada con las manchas carmesí de la sangre de la Reina de los Leiseniks-. La verdad que es un milagro que tu padre no se haya enterado aún. Es cierto eso de que los padres son siempre los últimos de enterarse de lo que hacen sus hijas... Pero tranquilos, por mí seguirá sin saber nada. Tus hermanitos ya han nacido. Dos niños y una niña.
-¿Ya? -preguntó ella levantándose de la silla tan rápido que por poco vuelca la silla- Pensé que al ser tres tardaría más que con Nahty.
-No le digas eso a ella. Ahora está tu padre dentro, espera a que salga para verlos. Yo iré a cambiarme de ropa.
Capítulo X
El sol ya había salido cuando Evelyn se despertó. Eiael seguía a su lado y los pequeños estaban durmiendo. Cambió lentamente de postura para poder verlos dormir sin hacerse daño ni despertar a su marido, pero en cuanto lo hubo hecho, notó enseguida cómo éste la rodeaba la cintura con un brazo y le metía la cara en su cuello, aspirando el perfume de su cabello.
-Buenos días, Evy -le susurró al oído-. ¿Cómo te encuentras?
-Bien. Un poco dolorida, pero bien.
-Y, ¿los niños? ¿Están durmiendo?
-Sí, como tres angelitos -respondió ella dándose la vuelta hacia él despacio y sonriéndole amplia y melosamente jugando con el cuello del camisón de él-. Al final ya vino el niño que tanto querías, aunque por partida doble.
-Sí, dos preciosos principitos y otra princesita tan bonita como su madre y hermanas.
-Mira que eres pelota.
-No soy pelota, cariño. Soy realista. ¿Has pensado en algún nombre ya?
-¿Yo? Ya sabes que no entiendo de nombres élficos. Y no me apetece discutir tan temprano.
-No hay por qué discutir por ello, mi vida. Pensé que igual habrías visto en un libro algún nombre que te hubiera gustado.
-Bueno, ahora que lo mencionas, sí que había un nombre que me pareció bonito. Isannenth, aunque no sé qué significa. Lo vi en un libro infantil que me dio tu madre para que le leyera a Hope cuando te fuiste a la guerra el año pasado.
-Creo que ya sé qué libro dices. Ese nos lo leía a Barkana y a mí mi madre cuando éramos niños. Isannenth, la afortunada. Con ese aprendimos tu idioma tanto mi prima como yo. Ha estado en la familia desde hace siglos. ¿Qué te parecen Induz y Ohilia para los niños?
-Da igual, ya te he dicho que no tengo ni idea de nombres élficos.
-Sólo lo decía para estar de acuerdo los dos en los nombres de los pequeños.
-Está bien. ¿Tienen significado esos nombres?
-Sí, Induz sería algo así como el iluminado y Ohilia el valeroso. Para unos pequeños principitos están bien, ¿no crees?
-Isannenth, Induz y Ohilia Thaniel James. Sí, me gusta cómo suena.
-Induz fue un druida de gran valentía e inteligencia que ayudó en el hechizo que creó el Mundo Mágico y en la recuperación de los niños Elfos que Diel secuestró y transformó en Damethel. En gaélico antiguo quiere decir valentía en la batalla. Y Ohilia significa prosperidad, así se llamaba mi abuelo materno.
-Así que quieres que tus hijos tengan nombres famosos -dijo ella con una sonrisa en los labios.
-Bueno, monniez-mi, no veo por qué no debería ser así, al fin y al cabo pertenecen a la familia real de, no uno, sino dos reinos.
-Ya, claro -murmuró ella mientras jugaba de nuevo con el cuello del camisón de su marido y se sonrojaba. Eiael que la conocía tan bien como a sí mismo no tuvo ninguna duda de lo que le pasaba por la cabeza a su mujer.
-Evy, no podemos, cariño -le dijo él apartándole de la cara el pelo-. Acabas de dar a luz.
-Bueno, me pudiste curar cuando me mordió la serpiente...
-¿Estás diciéndome que te cure para poder yacer juntos?
-Si no te apetece, no lo hagas...
-Claro que me apetece. Siempre. Es sólo que tú casi nunca...
-Entonces, ¿qué, lo vas a hacer? ¿O estás esperando a que se despierten los niños?
Eiael le puso la mano en el vientre y enseguida ella notó un agradable calor mientras dejaba de sentir las molestias típicas del post parto.
-¿Cómo te encuentras? -le preguntó ella pasándole las manos por detrás de la cabeza y acercándole a ella para besarle.
****
Cuando Evelyn abrió los ojos por segunda vez en ese día, estaba sola en la cama y los niños comenzaban a protestar, pidiendo ser alimentados. Se estaba levantando cuando Eiael entró en la habitación de malas formas. Al alzar la vista a su cara vio que algo terriblemente grave debía de haber ocurrido para que estuviese tan claramente enfadado.
-¿Se puede saber qué demonios ha pasado ahora?
-¿Desde cuándo lo sabes? -preguntó él a su vez mirándola fijamente a los ojos.
-¿Saber el qué? ¿De qué estás hablando?
-De Thukari hablo. Y del Humano. ¿Desde cuándo sabes que están juntos? Y no me mientas. Ya estoy harto de que todo el mundo me mientas en mi propia casa.
"Ay, Dios" pensó Evelyn mientras se acercaba a él.
-¿No piensas decir nada?
-No, hasta que no te calmes. Déjame atender a los niños, tienen hambre.
-Necesitarás ayuda con ellos -comentó él secamente antes de abrir la puerta y salir de la habitación.
-Vale... -murmuró ella a Induz que era el que más estaba protestando- Ven aquí, camino. Vamos a comer mientras vuelve papá.
Ya estaba dejando al niño de vuelta en la cuna cuando llegó Eiael con una Leisenik, quien suponía que era el ama de cría para ayudarla a alimentar a los trillizos.
Capítulo XI
Cuando Eiael volvió a sacar el tema de Thukari y William, Evelyn estaba sentada delante del espejo del tocador peinándose y él acababa de entrar en sus aposentos, dándose cuenta de que ella había dispuesto todo para discutir el asunto que les atenía.
-Veo que no están los niños -comentó él desde la puerta cuando do hubo cerrado-. Y que te has puesto mi vestido favorito.
-Tu madre -le respondió ella mirándole a través del espejo- se los ha llevado a la costurera para hacerles ropita. Supongo que a Isannenth le valdrá lo de Hope, pero los niños...
-No he venido aquí para hablar de ropajes, Evelyn.
-Ni tampoco para verme a mí, por lo visto -murmuró ella más para sí misma que para su esposo.
Él sólo la miró, parecía tranquilo, pero ella sabía que esa tranquilidad sólo era un disfraz que enmascarada la furia que sentía en esos momentos por lo que había descubierto esa mañana. Se acercó a ella y, quitándole el cepillo y dejándolo de malas formas sobre el tocador le dijo:
-¿Ahora vas a decirme desde cuándo lo sabías? ¿O vas a seguir mintiendo?
-No te he mentido -replicó ella frunciendo el ceño y girándose hacia él-, simplemente no te dije nada.
-¡Y, ¿qué diferencia hay?! -gritó él echando a perder su máscara de falsa tranquilidad y dando un golpe en el tocador con la mano- Ahora ya entiendo por qué hablabas tan bien de él últimamente. Intentabas allanar el camino, ¿verdad?
-Si ya lo sabes todo, ¿para qué preguntas?
-¡Demonios, Evelyn! -volvió a gritar él golpeando de nuevo el tocador- ¿Es que soy el único que no ve bien esto?
-¡No des golpes! -le gritó ella a su vez, levantándose de la silla.
-Maldita sea, ¡daré los golpes que quiera! ¡Es mi casa, tú eres mi esposa y estamos hablando de mi hija!
-La verdad es que no entiendo a qué viene tanto revuelo -replicó ella encarándose a él.
-¡¿Que no lo entiendes?! ¡¿De verdad me estás diciendo semejante cosa?!
-No, no lo entiendo. Es porque él es Humano o porque la secuestró. Porque tanto si es por lo primero como por lo segundo, entonces, déjame decirte que eres un auténtico hipócrita -al decir ella eso, Eiael quedó mudo de inmediato, sabiendo perfectamente a lo que ella se refería. Ante su silencio, Evelyn alzó una ceja y continuó, esta vez yendo hacia la ventana-. ¿Qué pasa? ¿Es válido para ti pero no para los demás? Además, creo recordar que si se la llevó es por cierto trato que hiciste tú con él.
-¿Vas a seguir echándomelo en cara toda la vida? -preguntó él dolido.
-Sólo cuando te comportes como un Neandertal -contestó ella mientras miraba por la ventana para tranquilizarse.
-¿No eres feliz aquí? -quiso saber él a lo que ella se volvió hacia él sorprendida por completo.
-¿Qué?
-Me has oído perfectamente. Si es así, si tan a disgusto estás aquí conmigo... -continuó él con la voz rota por el dolor y la tristeza-. Si no eres feliz conmigo, yo mismo te llevaré a tu mundo. A los niños también si es lo que quieres.
-¿De verdad eres tan tonto? -respondió ella acercándose a él-. No me quiero ir.
-¿No? -cuestionó él mirándola fijamente a los ojos.
-No -negó ella poniéndose de puntillas y dándole un beso en los labios-. Ya te lo dije cuando nacieron los trillizos, te quiero.
Al oír eso, Eiael sonrió y alzándola en brazos, la tumbó en el lecho y le demostró lo mucho que la amaba.
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