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28. Haciendo Las Maletas

Desayunar con Lando en el salón junto con su hermana ha sido... Raro. No por nada malo. Simplemente no he podido dejar de pensar en lo que hemos hecho hace un rato, sin ser conscientes de lo fácil que habría sido que Cam nos escuchara o que abriera la puerta y nos encontrara siendo taaaan cariñosos. Además, me cuesta no sonrojarme al mirarlo después de lo que ha pasado. Una parte de mí se avergüenza y otra quiere repetirlo. Y una tercera parte se avergüenza por querer repetirlo tan desesperadamente.

Lando tampoco ayuda, para ser sinceros. Cada vez que cruzamos las miradas, me sonríe de un modo extraño. Una mezcla de timidez y socarronería, como si quisiera pedirme perdón y decirme guarradas, todo a la vez. Es una sonrisa que oscila entre lo tierno y lo sexy, y me cuesta mantener la compostura cuando me sonríe así. Al final se ha cambiado, poniéndose un pantalón de chándal largo y una camiseta de su marca, y se ha arreglado los rizos, que yo dejé en bastante mal estado sin ser consciente de ello.

Lo más cómico es ver la tranquilidad de Cameron, ajena a todo esto. Pero me siento un poco mal, como si le hubiera faltado al respeto por hacer cosas con Lando estando ella en casa. No es que lo hubiéramos planeado ni nada, pero... No se siente correcto.

Sea como sea, termino mi desayuno y recojo mis cosas para volver al salón. La serie que está viendo Cammy es entretenida, pero no entiendo la mitad de las cosas porque me falta contexto. Lando ni siquiera mira la pantalla, está muy concentrado en devorar los donuts. Si en algo coincidimos, es que los dos estábamos hambrientos después de lo ocurrido. En realidad yo ya tenía hambre desde antes, pero al terminar, me sentí como si no hubiera comido en días.

- ¿Qué vais a hacer hoy? – Pregunta Cameron de la nada, llamándonos la atención.

Los dos nos miramos y nos encogemos de hombros. Realmente no hay ningún plan, a quién queremos engañar. Los dos nos vamos mañana temprano, yo a la estación de tren para pasar la semana con mis padres y él al aeropuerto para ir a Noruega con sus amigos. Así que supongo que tendremos que hacer las maletas y todo eso.

- No lo sé – digo por mi parte, mirando a mi novio. – ¿Tú qué tienes en mente?

- Había pensado en acompañarte a la residencia para que hagas la maleta, y al volver preparar yo la mía – se encoge de hombros, dándole otro bocado al donut. – Podríamos almorzar fuera y luego ir a algún sitio para pasar la tarde juntos.

- Me parece un gran plan – asiento, muy conforme.

- ¿Duermes aquí o en la residencia? – Sigue Cameron. – Yo esta noche trabajo, así que mi cuarto es todo tuyo si lo necesitas – ofrece, muy dulcemente.

- No hará falta, dormiré en la residencia.

- ¿Estás segura? – Inquiere Lando. – Puedes quedarte aquí. No puedo llevarte a la estación de tren porque tengo que ir al aeropuerto mucho antes, pero... No sé, prefiero que te quedes.

Sonrío cuando dice eso. Prefiere que me quede. Y yo prefiero quedarme, a decir verdad. Pero me temo que debo negarme.

- Mi amiga Alba me va a llevar, ella tiene coche y vive en la residencia. Si me quedo aquí, tendría que venir a recogerme y no pilla de camino para nada, así que me quedaré allí.

- Ah, vale – murmura, algo decepcionado. – Está bien, pues después de cenar te dejaré en la residencia.

- Gracias, Lan – beso su mejilla y miro a Cammy. – ¿Tú qué harás?

- Descansar. El turno es de 48 horas así que aprovecharé para dormir toda la tarde.

- Si tú trabajas dos días y Lando está de viaje, ¿quién le da de comer a Alf?

- Tenemos una asistente – contesta él. – Cuando coincide que Cam tiene turnos muy largos y yo estoy fuera, o ambos estamos de vacaciones, viene una mujer a echarle de comer y limpiarle el arenero.

- Eso está bien – sonrío, mirando al susodicho gato, que sigue en el regazo de Cameron. – ¿No habéis pensado en buscarle un hermanito? Para que no se quede solo tanto tiempo.

- La verdad es que sí, pero no nos decidimos – admite Lando. – Cameron y yo tenemos un debate con el color y el sexo.

- Sea lo que sea yo voto por un gato negro – opino, aunque nadie me haya preguntado.

- ¿Ves? Un gato negro es lo mejor – dice Cam, muy orgullosa.

- Yo quiero un tricolor. Dicen que siempre son hembras, y si yo tengo novia, aquí mi compañero – acaricia el lomo del gato, – también se merece una.

- Pues una gata negra. El color que quiere ella y una hembra como quieres tú – propongo, aunque ninguno parece convencido. – Olvidadlo, ya llegaréis a un acuerdo. Pero creo que lo mejor es ir a un refugio y, simplemente, llevaros el que más os guste.

- Como vayamos a un refugio, querremos llevárnoslos a todos – protesta la rizada, frunciendo el ceño infantilmente.

Me río y Lando no hace más que asentir con la cabeza, muy de acuerdo.

- No sé ni para qué me meto – murmuro, negando con la cabeza y sonriendo.

Lando se pone de pie y termina de recoger las cosas, y yo empiezo a preguntarle a Cam cosas de la serie que está viendo.

- Lali, ¿vamos? – Me llama mi novio, que se está colocando una sudadera. – ¿Vas a ir así? – Pregunta, señalando mi ropa.

- Me voy a poner otra sudadera – contesto, entendiendo lo que ha querido decir.

Sabe que soy friolera, y que con una camiseta y una sola sudadera me moriría de frío. Así que le robo otra sudadera y los dos cogemos nuestros abrigos.

- Adiós, Cammy – me despido.

- Adiós, chicos.

Salimos del apartamento y Lando toma mi mano y pulsa el botón del ascensor, apoyándose de mientras en la pared y mirándome en silencio. Yo me pongo roja, nerviosa por no saber qué decir o hacer. ¿Por qué no dice nada? Lo está haciendo adrede, seguro.

- Estás muy mona sonrojada – me dice, tirando de mi mano para acercarme a él. Me rodea la cintura con un brazo y besa mi frente. – Y recién levantada.

- Tenía un aspecto horrible – replico, frunciendo el ceño. – Simplemente estabas demasiado cachondo para darte cuenta.

- No, estoy bastante seguro de que estabas monísima – insiste, sin dejar de sonreír.

- ¿A ti qué te pasa hoy? – Me burlo, golpeando su pecho suavemente.

Él se encoge de hombros, sin perder la sonrisa. Definitivamente le ha afectado eso de que no quisiera dormir con él.

- No me pasa nada – murmura. – Simplemente eres preciosa y me encanta que seas mi novia.

Presiono el botón del ascensor repetidamente, tratando de ocultar el rubor que hace que me arda la cara. ¿Dónde mierda se ha metido el maldito ascensor? Lando sólo se ríe ante mi nerviosismo, pero no me suelta la cintura, ni yo trato de apartarlo.

- Te odio – mascullo entre dientes, sin mirarlo.

Pero todas mis reticencias a mantener contacto visual se van a la basura cuando me toma por la barbilla y me hace mirarlo a los ojos. Menos mal que me tiene sujeta porque en cualquier momento me fallan las rodillas.

- ¿Por qué me odias? ¿Por decirte cosas bonitas? – Inquiere, en un tono nada apropiado. Suena de todo menos lindo. Suena a que me quiere hacer cosas sucias en el ascensor. Y yo no me atrevería a quejarme. – ¿Es que no puedo decirle cosas así a mi novia? – Añade en voz baja, recalcando mucho el determinante posesivo.

- ¿Tu novia? – Repito, imitando la gran acentuación en el determinante.

- Sí. MI novia – se reafirma, tomando mi boca sin previo aviso.

Debo agarrarme a sus hombros para mantener el equilibrio, ni siquiera sé bien por qué. Pero no me quejo y dejo que me bese de ese modo tan dominante y posesivo. Como me diga algo al estilo de "eres mía" me temo que me moriré antes de que el puto ascensor llegue a esta planta.

- ¿Tienes alguna objeción? – Cuestiona, aún sobre mis labios, listo para atacarme de nuevo y quitarme la respiración en un beso igual de intenso.

- Ahora mismo no se me ocurre nada coherente, la verdad – admito, algo aturdida pero tratando de sonar graciosa.

Él sólo se ríe entre dientes y vuelve a besarme. Dios bendito, que no pare nunca. No. Que pare. Estamos en mitad del edificio en el que vive, literalmente podría abrirse el ascensor y salir cualquiera de dentro. Pero no me aparto. Soy lo suficientemente madura para saber que debo parar pero demasiado débil para intentarlo realmente.

Sagrado momento en el que se abre el ascensor y está vacío. Mi novio hoy está un pelín intenso (por no decir cachondo) y, para qué mentir, con él soy más fácil que la tabla del cero.

- Qué conveniente, se ha abierto el ascensor – comento, huyendo de sus garras.

Él tan solo sonríe y entra conmigo en la caja metálica.

- ¿Ahora huyes de mí? – Inquiere, de forma burlona.

- Sí. Me pones de los nervios.

- Y te pongo, a secas – añade, y me sonrojo, incapaz de negarlo.

- Lando, ¿estás ovulando? – Bromeo, y él suelta una risotada muy contagiosa.

- Si hay un equivalente masculino a eso, probablemente – admite, pensativo. – Aunque antes no te has quejado en absoluto...

Me quedo apoyada en la pared del ascensor, y dejo que me acorrale, encantada con ello. Tenerlo cerca me enerva, pero también me excita, y me encanta admirar las facciones de mi novio. Es guapísimo, joder.

- Lando – susurro, sintiendo que se acerca cada vez a mis labios.

- ¿Qué pasa?

- El ascensor no va a seguir bajando eternamente. No empieces lo que no puedas terminar – lo reto.

Sonríe un poco y se aparta, dejándome un poco de aire fresco. Empezaba a tener calor debajo de las mil capas de ropa que llevaba.

- Te vas a librar por esta vez – murmura.

Las puertas no tardan en abrirse de nuevo, y los dos salimos para que una pareja de señoras mayores entren. Agradezco haberme quitado de encima a Lando, porque como esas mujeres nos hubiesen pillado en medio de algo... Dios, qué vergüenza.

Cuando el ascensor vuelve a cerrarse y ya vamos caminando hacia la salida, Lando empieza a reírse. Yo lo miro mal, o lo intento, pero termino riéndome con él. Llegamos al coche, ya más calmados, y el viaje hasta la residencia es tranquilo. Yo voy pensando en todo lo que tengo que llevarme a York, y las cosas que tengo en casa de Lando que debo llevarme también.

Lo complicado es entrar en la residencia. Yo tengo mi identificación, pero Lando no puede entrar, y quiere entrar. No están permitidas las visitas, y mucho menos novios y novias. Así que cuando bajamos del coche, trazamos un plan. Yo distraigo al chico que está siempre vigilando, en el mostrador. No es mal chaval, me llevo bastante bien con él, seguro que lo distraigo fácilmente mientras Lando se cuela.

La situación parece divertirlo enormemente.

- ¿Qué te hace tanta gracia? – Frunzo el ceño, viéndolo la mar de feliz.

- Que para poder entrar en tu maldita residencia tengamos que hacer un plan, como si esto fuera Misión Imposible.

Me encojo de hombros y sonrío un poco.

- Es un poco estúpido – admito. – Pero ahora quédate aquí fuera. Cuando veas que está distraído, entras. No corras, ni hagas ruido.

- Sí, señora.

Yo entro y voy directa al mostrador. Saludo al chico que hay tras él, y le pregunto si tengo algo de correo. Me dice que no, y yo me hago la confundida. Finjo que se supone que tendría que haberme llegado un paquete, y él se gira para ir a la caja donde mete todos los paquetes que llegan y se pone a rebuscar. Entonces Lando entra, andando con mucha seguridad, como si no se estuviera colando, y en cambio fuera el dueño de todo esto. Me guiña un ojo cuando pasa por mi lado, y se cuela por encima de las puertas de seguridad, que son como las que hay en el metro o el tren. Justo cuando empieza a subir las escaleras, el chico se gira de nuevo, encogiéndose de hombros.

- Lo siento, Alaia, no está.

- Bueno, se habrá retrasado.

Y voy en busca de mi novio, que me espera en la primera planta, con una sonrisa arrogante. Qué insoportable es. No ha hecho nada. La mente maestra soy yo.

- Llámame James Bond.

- Tú eres tonto – me río, dándole un golpe en la frente.

Él se queja y me sigue hasta mi habitación, entre burlas y risas que me hacen poner los ojos en blanco y sonreír. Cuando llegamos al cuarto que comparto con tres arpías, que realmente nunca están, ya no nos reímos tanto. Empiezo a guardar cosas en la maleta, y Lando me ayuda como puede. Le digo dónde están las cosas y él me las trae.

- Vaya – le escucho decir, cuando abre un cajón de mi armario. Yo me giro, pues estaba sentada frente a la maleta, en el suelo, colocando las cosas como si esto fuera el Tetris. – No dejas de sorprenderme, señorita Jackson.

Casi me estalla la cara por el sonrojo cuando comprendo qué cajón ha abierto y qué es lo que ha visto. Y no mejora las cosas que él mismo saque la prenda, con una mueca divertida y pícara a partes iguales.

- ¡Suelta eso! – Chillo, muerta de vergüenza. Me levanto para quitárselo, pero él alza el brazo y se pone de puntillas, y no llego. – ¡LANDO!

Él se ríe a carcajadas, y yo deseo matarlo. Doy un salto y por fin logro coger la prenda, metiéndola de nuevo en el cajón y cerrándolo abruptamente.

- No vuelvas a tocar ese cajón – le advierto, muy colorada.

- ¿Es para mí? – Pregunta, ignorándome olímpicamente.

- Si te lo quieres poner tú – me burlo.

- Estoy seguro de que a ti te quedaría mejor – replica. – ¿Lo has comprado para mí? - Insiste, con esa sonrisa pícara tan suya. – Porque me mataría verte con eso puesto...

- Idiota – mascullo, aunque no puedo evitar sonreír un poco. – Sigue así y jamás me verás desnuda, Lando Norris – lo amenazo, haciéndolo reír.

- Los dos sabemos que no es verdad, Alaia Jackson.

Me encojo de hombros y sigo cogiendo las cosas que me hacen falta meter en la maleta. Él sigue ayudando, y me alegra ver que no vuelve a tocar ese cajón. Debato conmigo misma si debería decirle algo que llevo pensando un par de días, pero me da un poco de vergüenza. Me cuesta decidirme, y luego me cuesta encontrar el valor suficiente, pero cuando por fin conseguimos cerrar la maleta, lo digo.

- Quería hablar contigo de algo.

Me mira con curiosidad, demostrándome que tengo su atención, y yo trago saliva. No es para tanto, o al menos creo que él no lo va a ver como algo malo o raro, pero me cuesta hablar de estas cosas con él.

- Dime – me alienta, viendo que aún no digo nada.

- Como voy a estar por casa, había pensado en ir al hospital de donde vivo para hacerme unas pruebas, sólo para asegurarme. Y no sé...

- ¿Qué pruebas? – Pregunta, frunciendo el ceño. – ¿Te pasa algo?

- No, no. Perdón, no me he explicado bien. No me pasa nada – le aseguro. – Me refiero a pruebas de ITS.

Su cara muestra una leve sorpresa, pero simplemente asiente, conforme con ello. Probablemente esté colorada de nuevo, pero no dice nada al respecto.

- Me parece algo inteligente – dice, aunque noto cómo titubea al buscar el adjetivo con el que describirlo. – Yo estoy limpio, siempre me hago las pruebas cuando termino con algún ligue. Te puedo enseñar el informe, si no te fías.

- Me fío de ti – replico. – Y sé que soy virgen, por lo que es muy poco probable que tenga alguna infección de transmisión sexual, pero no es imposible y quiero descartar, por si algo pasase entre nosotros, estar tranquilos.

- Por mí está bien. Y ya que estamos hablando de esto... – se cruza de brazos, y yo lo miro con algo de miedo. A saber por dónde va a salir ahora. Casi me siento ridícula hablando con él de estas cosas, sentada sobre una maleta. – Bueno, no importa. Ya hablaremos de eso más adelante.

- No me vas a asustar por hablar de métodos anticonceptivos, Lando – me burlo, tratando de adivinar lo que quería decirme. Por su cara de alivio, doy en el clavo. – ¿Tú qué quieres?

- No quiero que tomes la píldora – dice enseguida. – Son absolutamente horribles.

- Lo dices como si las tomaras – lo molesto, y él se ríe.

- Mi hermana es médico, entiende de esas cosas. Ese es uno de sus temas favoritos: lo horribles que son las píldoras anticonceptivas. Así que por favor, no quiero que las tomes por mí ni por nadie.

- Está bien, como quieras. Así que... ¿Condones? Es lo más fácil, supongo – murmuro, pensando. – La verdad es que la mayoría de métodos son hormonales y conllevan muchos efectos secundarios.

- Es injusto que casi todos los métodos anticonceptivos sean para mujeres – opina, frunciendo el ceño. – Pero decidas lo que decidas, yo lo pagaré.

- No hace falta, Lando.

- Sí hace – replica. – Piénsalo, y cuando sepas qué quieres hacer, me lo dices. O incluso si lo prefieres, yo te llevaré al mejor ginecólogo (o ginecóloga) de Londres para que te recomiende lo mejor para ti.

Sonrío, enternecida por lo que dice, y nada sorprendida por ello. Lando es así, en un momento te está volviendo loco y al siguiente es un amor. Tiene su encanto, ciertamente.

- Me gustaría hablar con un profesional – admito, conforme con la idea. – Pero será caro, si según tú tiene que ser el mejor de Londres.

Se ríe y niega con la cabeza.

- Lo que sea por mi novia – se pone de pie y me tiende la mano. – ¿Vamos? Aún tenemos que hacer mi maleta, y después podemos ir a algún sitio chulo.

Acepto su mano y me pongo de pie también, sonriéndole genuinamente. La idea de pasar el día entero con él es de todo menos desagradable.

- Por mí está bien – contesto, justo antes de que la puerta de la habitación se abra.

No me asusto, porque sé que será alguna de las chicas y les dará igual. Puede que se sorprenda de verme con un chico mayor y tan guapo, pero nada más. No son las típicas chivatas, más bien al contrario. Me calma más ver que es Rachel. Es la única de ellas que ha demostrado un mínimo de amabilidad conmigo.

- ¿Interrumpo algo? – Me pregunta, pareciendo divertida por encontrarme con un chico. Estoy por contestar cuando Lando se gira, cosa que la sorprende. – ¿Lando?

Frunzo el ceño, confusa. ¿Conoce a Lando? Intento creer que le gusta la Fórmula 1, pero algo en mí sabe desde ya que no es así. Mis dudas terminan de despejarse cuándo él habla.

- Rachel, ¡cuánto tiempo!

Me crispa que su tono sea tan alegre, y me crispa aún más que se acerque a ella y se den un abrazo. Sin percatarme estoy apretando la mandíbula y tengo el ceño tan fruncido que me duele la frente. Y trato de relajar la expresión, antes de que ellos se den cuenta. Y me siento ridícula por sentir tanta rabia, porque me percato de que lo que estoy sintiendo son unos celos tremendos.

- No sabía que siguieras estudiando – le dice él.

- Cambié de carrera, Periodismo no era lo mío. Ahora estoy en el tercer año de Publicidad y Marketing, y me gusta bastante – le explica ella.

- Me alegra oír eso – le sonríe, y yo deseo estrangularlo. Parece acordarse de que tiene novia, porque se gira y me mira. – Alaia, no me dijiste que Rachel era tu compañera de habitación.

- No pensé que fueras a conocerla – respondo, más secamente de lo que pretendía. – ¿De qué os conocéis, por cierto? – Inquiero mirándolos, primero a él y luego a ella.

- Salimos un tiempo. Estuvo bien – me dice ella, con una pequeña y malévola sonrisa. – ¿Verdad, Lando?

Las dos lo miramos, y si no fuera por lo enfadada y celosa que estoy ahora mismo, me reiría de su cara de espanto. No sabe qué decir sin mosquearme a mí y sin faltarle al respeto a ella. Aunque si yo fuera él, le daría prioridad a no cabrear a mi novia.

- Sólo fueron un par de semanas, nada serio. Quedamos como amigos – contesta, mirándome a mí. – Deberíamos irnos, se nos hace tarde – comenta, mirando la hora en su teléfono. – ¿Nos vamos?

Sus ojos me suplican clemencia, y yo miro a la rubia, que me mira con socarronería. Mis celos no hacen más que aumentar a cada segundo que la miro. Es preciosa, maldita sea. Su cara es perfecta, su maquillaje es perfecto, su pelo es perfecto, su ropa es perfecta, sus uñas son perfectas... Y ahora hace frío y va tapada, pero la he visto con ropa de fiesta y sé que su cuerpo es perfecto. Sé qué tipo de relación ha tenido con Lando, una meramente física, y la odio, y lo odio, y me odio.

- Sí, deberíamos irnos – digo finalmente, cogiendo la maleta y poniéndola sobre mi litera. – Adiós, Rachel – mascullo, tomando la mano de mi novio y saliendo por la puerta.

- Adiós, chicos. Ha sido un placer volver a verte, Lando – es lo último que la oigo decir antes de que la puerta se cierre.

La rabia se ha convertido en tristeza demasiado rápido, pero todo sigue viniendo de lo mismo: los celos. Y me siento estúpida. No sabía que yo era tan celosa, no sabía que podía llegar a sentirme así por algo tan tonto.

Lando no dice nada, al menos no hasta que salimos de la residencia y entramos en el coche. Mi cabeza funciona más deprisa de lo que puedo gestionar ahora mismo, pero sé que el debate interno es simple: la parte que comprende que Lando tiene su pasado y no hay ningún problema, y la parte que se siente humillada al compararse con los antiguos ligues de Lando, convirtiendo esa humillación en celos. Por suerte o por desgracia Lando verbaliza lo que piensa, cosa de la que yo no sería capaz ahora mismo.

- Siento si eso no te ha gustado, Lali – murmura, y yo lo miro mientras me pongo el cinturón. – Rachel puede llegar a ser un poco cruel, no le hagas caso. Sólo quería que te sintieras así.

- ¿Y cómo me siento, según tú? – Contesto, de brazos cruzados y tratando de no sonar tan enfadada como realmente estoy.

Él abre la boca y vuelve a cerrarla, sin saber muy bien qué decir. La duda es obvia en su cara, y me siento horrible al darme cuenta de que su duda no es porque no sepa qué es lo que quiere decir, sino porque no sabe si decírmelo. Y es muy distinto. Suspiro y me paso las manos por la cara.

- No voy a enfadarme contigo, Lando, dilo.

- Creo que te sientes mal, que sientes celos – espeta, apenas dejándome terminar a mí mi frase. – Y lo entiendo, pero...

- Está bien, Lan – lo corto, aunque realmente nada está bien ahora mismo. – Tienes un pasado. Yo ya lo sabía.

- No finjas que te da igual, Alaia. Dime lo que quieres decirme.

- Lo que quiero decirte no es justo ni es maduro – admito, mirando por la ventana. Seguimos aparcados, pues él se niega a moverse hasta solucionar esto. – No te mereces a una cría celosa por novia.

- Pero si te guardas lo que sientes será peor. Dímelo, Lali – giro la cara para mirarlo cuando siento su mano en mi muslo, acariciándolo afectuosamente. – Intentaré no tenerlo muy en cuenta – añade, con una pequeña y dulce sonrisa en sus labios.

Yo me encojo de hombros y vuelvo a mirar por la ventana, incapaz de mirarlo a la cara mientras le digo esto.

- Es que... Joder, ¿cada vez que salgamos nos vamos a encontrar con alguien con quien te has acostado? ¿Con cuántas personas has estado, por Dios? Y Rachel... Rachel es muy hermosa. Mucho más que yo. Todos tus ligues son probablemente más guapos y guapas que yo, y seguro que tenían mejores cuerpos. Seguramente fuesen mayores que yo, claro. ¡No puedo competir contra eso! – Me callo al sentir que estoy a punto de llorar. No quiero llorar por esto. – Me da miedo ser la novia loca que cada vez que conoce a alguno de tus amigos o a alguna de tus amigas piensa que te lo has tirado. O que cada vez que alguien se te arrime y sea mejor que yo piense que me vas a engañar con esa persona porque claramente tiene un mejor físico.

Me atrevo a mirarlo, y mi confusión se evidencia al verlo sonreír. Acabo de soltar algunas de mis inseguridades de sopetón y su reacción es sonreír. Pero me doy cuenta de que no es una sonrisa burlona, sino una enternecida.

- No tienes que tener miedo a nada de eso, Lali. Yo te quiero a ti – mi corazón se detiene cuando dice esas palabras. Lo ha dicho. Ha dicho "te quiero". Sin embargo, no me deja procesarlo y sigue hablando. – Mira, ahí fuera hay hombres y mujeres que tienen un físico mejor al mío y al tuyo. Son cosas con las que debemos lidiar. Pero yo quiero estar contigo, en todos los sentidos. Quizás mis ligues eran modelos, y tenían cuerpazos, pero sólo eran eso, un buen cuerpo, lo mismo que yo para ellos – me mira a los ojos, pretendiendo que le dé una señal de que le estoy prestando atención. Asiento levemente con la cabeza, sintiéndome algo tonta. – Tú no eres eso, nena. Tú eres mi novia y eres mi mejor amiga. A ti puedo contarte mis miedos y mis fortalezas, mis logros y mis fracasos, porque sé que estás ahí. Podemos hablar de cualquier tontería y pasarlo bien, y podemos estar en silencio y no hacer nada y aún así estar bien porque estamos juntos – empieza a negar con la cabeza, sonriendo ampliamente. – Yo no me he enamorado de un cuerpo, sino de una persona, de un alma. Y para mí tu alma es la más bella de todas.

Trago saliva, tratando de no llorar por lo monísimo que es y lo surrealista que es para mí oír esto. Nunca pensé que yo mereciera estar con una persona que me quisiera así, que me dijera estas cosas.

- Eres el mejor novio del mundo – logro murmurar, sonriendo.

- También tengo mis fallos – replica, devolviéndome la sonrisa. – Y además, para mí, tú eres más guapa que cualquier persona que haya conocido antes.

- Venga, no exageres – bufo, negando con la cabeza.

Se acerca y me toma por la barbilla, haciéndome mirarlo a los ojos. Su toque y su cercanía logran que mi corazón se acelere, y siento que mi cara enrojece.

- Eres la mujer más guapa de este puto planeta y me siento jodidamente orgulloso de ser tuyo, nena.

Creo que mi cerebro cortocircuita en este preciso instante, y sólo logro reaccionar de una forma: besándolo. Lo beso como si mi vida dependiera de ello, con ansias y con una pasión que realmente no sé de dónde salen. Y aunque podría resultar obvio desde hace tiempo, es aquí y ahora cuando me doy cuenta de que lo quiero. De que me quiere y yo lo quiero.

Su reacción es la que yo esperaba: me toma la cara con las dos manos y me sigue el beso del mismo modo loco y apasionado. Y sinceramente, es bastante fácil dejarme llevar por esto, por lo que siento cada vez que nos besamos, cada vez que me toca o me acaricia. Es una sensación abrumadora, pero en el mejor de los sentidos.

Hundo mis manos en su pelo, sintiendo su lengua contra mis labios y abriendo la boca lo suficiente para dejarla pasar. Jadeo contra sus labios, deseando recuperar el aliento para poder seguir. Porque no quiero parar nunca. Cuando Lando me besa así, solo deseo permanecer de este modo para siempre.

- Alaia – la forma en que pronuncia mi nombre es sensual y desesperada, pero algo en mí sabe que esto no va a ir a más. – Deberíamos parar.

- Lo sé – asiento, apartándome un poco. – No es el sitio más adecuado – me río.

- No, no lo es – me da la razón, sonriendo.

Y sin decir mucho más ponemos rumbo a su apartamento, otra vez. Yo no puedo ignorar lo alterada que me ha dejado esa interacción, e intento con todas mis fuerzas comprender qué nos pasa hoy. Es como si los dos estuviésemos ovulando, porque estamos como gatos en celo. Aunque no es ningún secreto para mí que Lando altera mis hormonas.

Llegamos a su apartamento, y Cameron está en el sofá con Alf, viendo la misma serie que esta mañana. Nos ayuda con la maleta de Lando, y enseguida terminamos de hacerla. Lando la invita a comer con nosotros, pero ella se niega, y yo sé que lo hace para dejarnos a solas. Diría que se lo agradezco, pero la realidad es que ella nunca me molesta.

Así que los dos volvemos a salir al rato del apartamento, y Lando nos lleva a un restaurante caro para el que ninguno de los dos está vestido adecuadamente.

- Lando...

- Ya sé lo que vas a decir – me corta, sonriendo. – Olvídalo. Vamos a disfrutar de una buena comida, sin más.

Sonrío, porque me conoce bien. Asiento con la cabeza y tomo su mano. Cuando un camarero lo ve, lo reconoce y se acerca enseguida para ofrecerle una mesa, la cual acepta encantado. Nos sentamos y me siento como si estuviera en alguna especie de sueño.

- Esto es increíble, Lando – murmuro, mirando a mi alrededor. – Si me dices que luego me llevas a un museo, me caso contigo – bromeo, y cuando lo miro, la sonrisa en su rostro me resulta extraña. – ¿Vamos a un museo?

- No – niega, sin dejar de sonreír. – Vamos a ver Buckingham. Sé que te gustan esas cosas: los museos, los monumentos, los palacios... ¿Has estado en Buckingham antes?

- Qué va. Ni en ningún museo de Londres, en realidad – admito, abochornada.

- ¿En serio?

- No tenía con quién ir, y... No quería ir sola.

Su sonrisa, una vez más, me resulta la más bonita del mundo.

- Se acabó todo eso, Lali. Dime adónde quieres ir y yo te llevaré. Y si me dices que a la Luna, te compro un puto cohete.

Me río, mirándolo como la boba enamorada que soy. Dios, lo quiero muchísimo.

- De momento, me bastan los viajes que no requieren salir del planeta – bromeo, sabiendo bien que, con él, me basta cualquier cosa.

Nota de la autora:

Ey, ¡cuánto tiempo! JAAJAJAJAJAJAJAJAJA lo siento mucho, pero ya sabéis cómo es la vida... Un día en la cima y otro en el pozo. Yo hago lo que puedo dentro de mis posibilidades.

Sea como sea, adoro a estos dos, y aunque tarde mil años en terminar esta historia, no quiero dejarla a medias, así que no me deis por vencida. Es un poco loco pensar que la publiqué hace más de un año, y no tiene ni treinta capítulos, pero... Poco a poco.

Os ama,

A💛.

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