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22. Si Él Supiera...

Si en algún momento de mi vida me hubiesen dicho que terminaría con la lengua de un piloto de Fórmula 1 en mi boca...

Habría sido una niña muy feliz con un sueño más cumplido.

Sé que no ha sonado del todo romántico, soy consciente. Pero me da igual el romanticismo cuando tengo al puto Lando Norris devorándome con ansias contra el lateral de su McLaren negro. No sé él, pero yo estoy bastante cachonda, lo cual es únicamente culpa suya. Yo le he dado un beso, así tranquilito, y él me ha seguido demasiado la corriente. Ojo, que no me estoy quejando. Ni loca me quejaría.

Pero no creo que el aparcamiento de un Burguer King sea el mejor sitio para esto.

- Lando – jadeo contra sus labios, aprovechando para tomar una bocanada de aire. – Podemos hacer esto en tu casa – sugiero casi con inocencia, hasta que lo veo enarcar una ceja de forma juguetona, y me doy cuenta de cómo han podido sonar mis palabras y qué interpretación ha podido darle él. – ¡No quería decir...! O sea... Yo no me refería a... ¡No me refería a eso! Sólo a... A esto. A besarnos. ¡Nada más!

Él se ríe al ver mi pequeño pánico, y me da un suave y tierno pico antes de separarse de mí.

- Te he entendido bien, tranquila.

No respondo, demasiado acalorada por la vergüenza como para hablar y empeorarlo. Él se ríe más y se acerca de nuevo, abrazándome con cariño.

- Relájate, Lali – me susurra esperando a que la tensión de mis hombros desaparezca. Poco a poco, lo hace. – Ahora quieres que te trague la tierra, pero en un par de semanas esto será una gran anécdota.

- Cállate – bufo al ver que ya está chinchándome de nuevo. Le doy un golpe suave en el pecho, haciéndome la indignada. – Vamos a tu piso, anda.

- Vale, así podemos hacer cositas – se burla, poniéndome nerviosa y roja por el modo en que dice la última palabra.

- ¡Lando! – Protesto avergonzada.

- Ya paro, ya paro – dice entre risas.

Subimos al coche, y aunque él parece la mar de contento, yo me cruzo de brazos, intentando aparentar estar todo lo molesta que puedo. No soy una persona que se moleste mucho por las cosas, y si me molesto, los cabreos me duran más bien poco, así que no me es fácil fingir que de verdad estoy enfadada. Porque no lo estoy.

Esta vez pone él la música y termino apoyada en la puerta, mirándolo mientras conduce. Me encanta verlo conducir. Se ve verdaderamente sexy cuando lo hace. Su perfil es sublime y su concentración me fascina, por no hablar de sus manos, aferradas al volante y a la palanca de cambios. Suspiro sin dejar de mirarlo, imaginándome que pone su mano sobre mi muslo. Si hiciera eso me derretiría aquí mismo.

- ¿Se te pasa el mosqueo o no? – Inquiere al rato, sonriendo y mirándome de reojo.

- Tú sabrás – murmuro mirándolo de forma desafiante.

Se ríe entre dientes y niega con la cabeza. Cambia de marcha y, justo como acababa de imaginarme, pone su mano en mi muslo. No me derrito porque no es físicamente posible hacerlo sólo con eso, pero me pongo colorada de pies a cabeza.

- Eso es nuevo – comento con timidez.

- ¿Te molesta? – Pregunta, su pulgar moviéndose en círculos en forma de caricias.

La tela de mis pantalones se interpone, pero eso no evita que mi piel se ponga de gallina o que desee que su mano ascienda más.

- No – contesto sin querer mover un músculo, porque temo que si lo hago, dejará de tocarme. – Es agradable.

Sonrío un poco y él hace lo mismo. No hablamos más durante el trayecto, y a mí me entra algo de sueño. Estoy muy cómoda ahora mismo, y las caricias que me da me gustan bastante. Bostezo y cierro los ojos para descansar un poco la vista, pero poco después noto que nos detenemos y veo que ya hemos llegado al aparcamiento del bloque de pisos donde vive Lando. Nos bajamos en silencio y no digo nada cuando me acerco a él, buscando que pase su brazo por mis hombros, cosa que hace enseguida. Disfruto de su cercanía mientras caminamos hasta el ascensor, y una vez dentro yo me apoyo en un lado de la máquina y él hace lo propio en la pared opuesta.

- Tienes una cara de sueño... – se burla en voz baja, clavándome un dedo en el costado, haciéndome protestar.

- Es que me relajo mucho con las cosquillitas – respondo con una sonrisita.

- ¿"Cosquillitas"? – Se extraña, a lo que yo asiento. – ¿Las cosquillas no son...? – Busca una definición, y no la encuentra, así que se me acerca y hace una representación física, pinchándome en los costados para hacerme retorcerme y reírme.

- ¡Oye! – Me río a carcajadas, tratando de hacerlo parar. – Esas son cosquillas, sí. Las cosquillitas son suaves.

- ¿Como las caricias?

- Exacto – asiento. – Al menos yo le digo así. Las cosquillitas son mimos – añado, tratando de que lo entienda. El ascensor se abre y salimos, pero no nos dirigimos hacia su puerta aún, muy concentrados en nuestra conversación. – Mira, como esto – alzo mi mano hasta posarla en su cuello, y con las yemas de mis dedos, acaricio muy suavemente su piel, recorriendo su grueso y musculoso cuello de arriba a abajo y de lado a lado. Sonríe muy complacido, y cierra los ojos. – A esto le digo yo cosquillitas.

Aparto mi mano, y él abre los ojos, asintiendo con la cabeza.

- Mimos o caricias es un término más común, ¿no crees?

- Bueno, lo común no va conmigo – bromeo sonriendo un poco.

- Debo darte la razón. Eres una puta rarita...

Frunzo el ceño y me cruzo de brazos.

- ¡Ey!

- Me gusta que lo seas – agrega acercando su rostro hasta el mío, dejando un beso en mis labios. – Eres mi rarita.

Siento cómo me ruborizo al instante, y la sonrisa estúpida que esbozo es incontrolable. Agacho la cabeza y me cubro el rostro con las manos, avergonzada. No por lo que ha dicho, sino por mi reacción tan exagerada. Lo escucho reír y de pronto siento cómo me abraza.

- No te pega eso de ser tímida – se mofa en voz baja.

- Pues lo soy – susurro alzando la cabeza de nuevo y sonriendo levemente. – Al menos al principio. En un par de meses diré guarradas delante de ti y me dará igual – bromeo, sacándole una carcajada limpia.

- ¿Y por qué no ahora?

- No es el momento – niego haciendo una mueca.

Sonríe un poco y asiente con la cabeza, dándome la razón. Pasa de abrazarme a rodear mis hombros, y así caminamos hasta la puerta de su apartamento. Cuando entramos, Alf aparece enseguida, comenzando a restregarse con nuestras piernas cariñosamente. Los dos lo saludamos para luego colgar nuestros abrigos antes de irnos al sofá, dejándonos caer pesadamente. Lando pone Netflix y me encarga buscar la película que acordamos mientras él va a hacer palomitas, y mientras lo espero, el gato naranja se me sube encima, ronroneando apaciblemente.

- ¿Por qué eres tan bonito, Alfie? – Le pregunto, sin esperar una respuesta, y me sobresalto cuando Lando responde desde la puerta de la cocina.

- Dicen que los animales se parecen a sus dueños.

- Debe ser cierto – asiento, sonriendo de forma maligna: – tu hermana es preciosa.

Como siempre que me meto con él, su reacción es fruncir el ceño. Va a replicar, pero el microondas pita en señal de que las palomitas están listas. Me río por lo bajito de mi propio chiste y Alf me mira con el desprecio típico de los felinos, ese desprecio que te dice: estoy acostado sobre ti, no porque te quiera, si no porque eres una superficie la mar de cómoda sobre la que dormir.

Mi novio llega por fin con un cuenco lleno de palomitas y una botella de agua, y cuando lo coloca todo en la mesita del té y se recuesta a mi lado en el sofá, le doy al play y comenzamos a ver la película. Me acurruco contra él, que me abraza y tira de mí hasta que estamos tumbados a lo largo del sofá, mi cuerpo sobre el suyo. Alf lo mira desde el suelo, indignado por haber perdido su cama humana. El animal se acuesta en el otro extremo del mueble, como si se hubiese peleado con su dueño.

- Pobrecito – digo, haciendo un puchero y mirándolo.

- No le hagas caso, es un chantajista emocional – me contesta Lando, colocando su mano en mi espalda baja y apretándome contra él. – ¿Estás cómoda?

- Sí – afirmo poniendo la cabeza en su pecho. – Tengo un novio muy cómodo...

Él se ríe, pero no responde, centrando su atención en la peli, que ya lleva varios segundos transcurridos. Paso mis brazos por la cintura de Lando, y no puedo evitar suspirar por lo perfecto que es esto. Lo veo alargar un brazo para coger palomitas del bol, y me doy cuenta de que sólo algo podría mejorar esto.

- Lan – susurro, llamando su atención.

- Dime.

- ¿Me haces cosquillitas? – Ruego, mirándolo con mis mejores ojitos de perrito abandonado.

Sonríe y asiente, colando su mano bajo mis mil capas de ropa y comenzando a acariciar mi espalda tal y como a mí me gusta. Su toque es suave y tierno, y me permito relajarme por lo cómodo que me resulta. Estiro la mano para coger un puñado de palomitas y me las como observando la tele, enamorada de este preciso momento.

« ♪ »

Me río cuando lo veo tropezar con sus propios zapatos, y él me mira súper indignado, como si fuese mi culpa. Me encojo de hombros y me acerco hasta él, abrazándolo por el cuello y apoyando mi cuerpo contra el suyo.

- Vamos a la cama antes de que te tropieces con algún otro tipo de calzado – me burlo besando su mejilla.

Nos hemos dormido viendo la película, exactamente. Y no porque Enola Holmes 2 sea aburrida o Millie Bobby Brown no sea buena actriz (ambos hemos estado de acuerdo sobre lo guapísima que es esa chica), sino porque... Bueno, estábamos demasiado cómodos como para evitarlo. Así que ahora son las tres de la madrugada y estamos un poquito desorientados, lo que suele pasar cuando uno se duerme en el sofá. Te duermes y, al despertar, no sabes ni quién eres.

- Pues yo no tengo sueño – protesta cuando estamos en su habitación, quitándose la ropa para ponerse el pijama, probablemente.

Me doy la vuelta por acto reflejo, y me pongo a buscar mi mochila para sacar mi propio pijama.

- Pues no duermas – murmuro sin querer girarme.

- Qué genia.

- Gracias.

Me río en voz bajita y entro al baño de su dormitorio para cambiarme de ropa. No tardo mucho, pero cuando salgo, él ya está en la cama, con el móvil en la mano. Me sonrojo al ver que sólo lleva unos pantalones cortos. Sólo eso. Sin camiseta. Trago saliva, sin saber bien hacia dónde mirar. Sus ojos verdes se alzan y, cuando me da un pequeño repaso, dice:

- La calefacción de la casa está puesta, te vas a morir de calor con eso – agrega señalando con la cabeza mi pijama peludito.

– No traigo otra cosa.

– Te puedo prestar algo.

- Con una camiseta creo que bastaría...

Me arrepiento de decirlo al instante después. Intento añadir que me gustaría también que me diera unos pantalones, pero él ya está de pie frente a su armario y me da vergüenza. En menudo lío me he metido. No estoy depilada y mucho menos llevo unas bragas sexys, de modo que o le ruego que me dé unos pantalones o me voy a desintegrar de la vergüenza cuando vea las pintas que llevo.

Y las palabras no salen de mí.

«¡¿Por qué me da tanto corte?!»

Maldigo mi estupidez y mi timidez tan inoportunas.

- Toma – me tiende una camiseta, que tomo entre mis manos como si el destino del mundo dependiera de ella. – Me queda grande incluso a mí, así que te servirá de camisón.

- Gracias – susurro.

Lo miro a los ojos, entrando en pánico, y creo que se da cuenta de que algo me pasa. Vuelvo a respirar cuando me pregunta:

- ¿Quieres unos pantalones también?

Asiento enérgicamente con la cabeza, y poco después tengo una prenda más entre las manos. Vuelvo a agradecérselo y me meto en el baño como alma que lleva el diablo. Suelto una exhalación exageradamente aliviada. ¿Qué mierda me ha pasado? No había motivos para ponerse así, puedo confiar en Lando, sentirme tranquila con él, al menos lo suficiente para pedirle unos putos pantalones. Es mi novio, ¿y ni siquiera soy capaz de eso? Soy un desastre.

Me cambio despacio mientras me riño a mí misma y me recrimino haber tenido un comportamiento tan infantil y fuera de lugar. Luego, me paro a pensar en si creo que realmente a él le fuera a molestar que no esté depilada, o que mi ropa interior no sea bonita. A mí sinceramente me da igual si él está o no depilado, y no me fijo en su ropa interior que digamos. Aunque lo de estar depilado, lo prefiero, no me gustan los hombres peludos. Pero me da igual. ¿Pensará lo mismo? A lo mejor estoy haciendo todo un mundo de una gilipollez...

Aun así, una idea acude a mi mente. Una idea que me genera otro pequeño apuro.

Lando es mi novio, y obviamente van a pasar cosas entre nosotros, y yo... No tengo ni una sola prenda interior decente. Apenas tengo un par de sujetadores viejos y un puñado de bragas de algodón que, si bien son cómodas, no son nada bonitas. ¿Qué haré cuando lleguemos más allá y quiera quitarme los pantalones? Ni hablar del peluquín.

Tomo mi móvil y escribo en un grupo que tengo con las chicas. Es tarde y entresemana, pero ya me responderán cuando se levanten.

Yo: Tengo una pequeña crisis
Yo: Necesito lencería
Yo: Lencería bonita, quiero decir
Yo: Vosotras tenéis idea de dónde puedo comprar?
Yo: Me ayudaríais?

Apago el teléfono y me miro en el espejo. Efectivamente, estoy colorada. Suspiro y me lavo la cara con agua, serenándome. No tengo que preocuparme, esta noche no va a pasar nada, y ya llevo unos pantalones para que Lando no vea que tiene una novia peluda. Me río de mí misma un poco, y eso me permite relajarme.

Salgo del baño con calma y seguridad, y me lo encuentro exactamente igual que antes, tirado en la cama con el móvil en la mano. Lo suelta a un lado y me sonríe de una forma tan tierna que logra que yo sonría como una estúpida enamorada. Camino los pocos pasos que me separan de la cama y cuando miro hacia abajo me fijo en que mis pezones se marcan en la tela.

No salgo de una cuando me meto en otra, madre de Dios.

Me acuesto con rapidez, rezando para que él no se haya fijado, y me pongo de lado, quedando frente a frente con él.

- ¿Qué podemos hacer para combatir tu insomnio? – Inquiero al ver que no tiene aspecto de querer dormir. Una sonrisa ladina curva sus labios, y yo entrecierro mis ojos. – Nada de sexo, burro.

Se ríe y niega con la cabeza.

- No estaba pensando en eso...

- ¿No?

- No – niega con vehemencia. – Quizá en meterte mano, pero tampoco llegar a tanto.

- Eres un idiota – protesto en un bufido.

- No te pongas así. Los dos sabemos que te mueres por que te meta mano.

- ¡Lando! – Me quejo poniéndome colorada de nuevo. Me cubro el rostro con las manos, y lo escucho reírse. – En serio, eres un idiota, insisto.

- Perdóname, nena. Estaba jugando – se disculpa con dulzura, acariciando mi brazo. – No haremos nada que tú no quieras. Y no lo haremos hasta que te sientas lista. No voy a presionarte nunca.

Lo miro más tranquila y sintiéndome más segura a su lado al oírle decir eso. Me resulta reconfortante que me lo diga, porque es un tema que me cuesta un poco sobrellevar, el pensar que él se ha acostado con tanta gente, que para él el sexo es algo trivial... Y yo soy la típica virgencita.

- Necesitaba oírte decir eso – admito agradecida.

- Y yo necesitaba decírtelo – sus dedos rozan mi mejilla con suavidad, apartándome un mechón de la cara. – Yo soy de hacer muchas bromas al respecto y no quiero que pienses que voy en serio o que te estoy mandando indirectas para presionarte.

- Puedes hacer esas bromas, a mí no me molestan – replico, y no es mentira, sobre todo después de lo que me ha dicho. Así ya sé al 100% que no me tengo que agobiar con ese tema. – Probablemente incluso te siga la corriente conforme tenga más confianza.

- No te veo capaz – dice en tono jocoso, con la única intención de picarme.

- ¿Que no? – Me río, mordiéndome el labio. – Soy mucho más malpensada y mucho más calenturienta de lo que te crees, Norris.

- Cuando me lo demuestres, ya veremos – sigue provocándome.

- Si tú supieras – murmuro riéndome.

Él enarca una ceja, y yo hago como si me cerrara una cremallera en la boca, nada dispuesta a confesar nada. Porque si él supiera...

Si él supiera lo cachonda que me pone; si él supiera lo mucho que pienso en él a lo largo del día, y supiera la cantidad de veces en las que no son pensamientos tiernos, sino más bien guarros y explícitos; si él supiera lo mucho que deseo que nuestra relación avance hasta el punto en que esté lista para tener sexo con él, para que no me dé vergüenza tocarlo o que me toque; si él supiera la de veces que he estado sola en mi habitación de la residencia, caliente por alguna foto suya, tocándome imaginando que era él; si él supiera la de veces que he suspirado y gemido su nombre al correrme gracias a mis propios dedos.

Si él supiera todas esas cosas, igual no se reiría tanto de mí ni se pensaría que soy una santa. Seré virgen e inexperta, pero no asexual. Pienso en él de una forma para nada apropiada muy a menudo. Y yo sé que él también piensa de mí así, o al menos lo intuyo. Estoy convencida de que se imagina cómo sería tenerme, que se masturba pensando en mí. Me apostaría todo lo que tengo a que ha pensado alguna vez cómo sería tenerme gimiendo entre sus brazos. Al menos, yo lo he pensado muchas veces.

- Qué bien te sale hacerte la enigmática – musita sacándome de mis para nada sanos pensamientos. – Ahora tengo intriga. ¿Si yo supiera qué?

- Nada – miento sonriendo, sabiendo que me moriría de vergüenza si admitiera algo de lo que acabo de pensar.

- No te creo, pero dudo que vaya a sonsacarte nada, así que... – suspira y apoya la cabeza en la almohada. – Al final sí me ha entrado sueño.

- Mejor – me tapo la boca cuando bostezo, y sonrío complacida. – Buenas noches, Lan.

- Buenas noches, Lali.

Apaga la luz y, una vez sumidos en la oscuridad, nos abrazamos y nos acurrucamos el uno contra el otro, buscando la postura. Al final, terminamos haciendo la clásica cucharita, y lo cómoda que resulta esta posición me sorprende. A lo mejor es por la persona, también puede ser. Suspiro feliz, y no puedo evitar sonreír cuando siento todo su cuerpo contra el mío y su aliento en mi nuca.

« ♪ »

Cuando termino de contarle a mis amigas toda mi velada con mi novio, parecen muy contentas por mí, pero como es normal en ellas, tienen que burlarse un poquito de mí.

- ¿Soy yo o la mitad del tiempo habéis estado durmiendo?

- Cállate, rubia – gruño dándole un codazo, pero las tres nos reímos.

A pesar de lo bien que me lo pasé ayer con Lando, esta mañana ha tenido que ir a Woking a una reunión totalmente imprevista y se va a pasar hasta el viernes allí, así que como mis clases no son hasta por la tarde, he decidido venir con mis amigas, Erika y Alba, al centro comercial. Cuando leyeron mis mensajes enseguida acudieron a mi rescate, y como ambas querían comprar algo de lencería también, no han dudado en saltarse un par de clases para quedar esta misma mañana.

Así que aquí estamos, desayunando en un Starbucks antes de empezar nuestra búsqueda. Les he hablado un poco de cómo me van las cosas con mi chico y ellas han hecho lo mismo. Nos va bien en el amor a las tres, al menos de momento. Es bueno ver eso.

- Tengo algunas preguntas – espeto cuando nos quedamos en silencio.

- Adelante – me alienta Alba, la mayor del grupo y la más experimentada en el amor.

- ¿Cómo es... – me muerdo el labio, buscando la manera de formular la pregunta, – cómo sabéis si a ellos les gustan las cosas de una manera determinada? Es decir... Siempre hay una primera vez cuando empiezas una relación, pero si nunca antes lo habéis hecho con ese chico, ¿cómo sabéis si le gusta una cosa u otra?

- No lo sabemos. A menos que se lo preguntemos directamente. Pero lo mejor es que las cosas fluyan, sin hacer tantas preguntas y querer tenerlo todo bajo control – dice Erika, encogiéndose de hombros.

- ¿Suelen preferir que estéis depiladas? Porque eso es algo que me planteo también. O sea, ¿influye algo no tener depilada esa zona?

- Te voy a hablar desde mi vivencia, mi opinión y mi caso con mi chico – comienza Alba, dándole un buche a su café. – No importa mucho, siempre y cuando no tengas una selva ahí abajo. Para follar no importa en realidad, pero para el sexo oral es más cómodo que ambos estén depilados. A mí me resulta más cómodo.

- A mi novio le da igual si estoy o no depilada, pero si lo estoy, mejor. Me pasa lo mismo con él, la verdad – agrega la rubia, dándole la razón a la mayor.

- Es que... Yo no sé cuándo van a pasar cosas con Lando, entonces no puedo estar preparada. ¿Me entendéis? – Pregunto algo avergonzada.

- Allie, cielo – Alba toma mi mano y me sonríe. – A él le va a dar igual, de hecho, ni siquiera se va a fijar. Cuando pasen cosas entre vosotros, esas tonterías serán lo de menos, hazme caso. Depílate cuando quieras y te apetezca, no te tortures calculando cuándo crees que puede pasar algo o no.

- Es que no puedes controlarlo, corazón – sigue Erika. – Pasará mañana, en una semana o en un mes, o igual no pasa nunca. Si te pilla depilada o no, es lo de menos.

- Otra cosa es si te sientes más cómoda de un modo que de otro. Si llevando lencería bonita y estando depilada vas a estar más relajada, bien, depílate y ponte lencería, pero en una relación a largo plazo es imposible estar perfectas para ellos siempre. Lo harás estando peluda, e incluso con la regla, y te dará igual porque él tampoco tiene un mejor aspecto y no importa. Lo que importa es que os lo paséis bien.

- Exacto.

Me quedo mirándolas algo azorada, pero agradeciendo todo lo que me han dicho. No es que sea una estúpida que no sepa nada de relaciones, pero la parte sexual es algo que está fuera de mis conocimientos. Obviamente he leído escenas +18 y he visto algo de porno, pero ahí nunca se explican estas cosas, ni reflejan la realidad. Se agradecen consejos realistas.

- Gracias – digo finalmente, sonriendo y terminándome mi batido.

Con mis dudas resueltas, cambiamos de tema y terminamos de desayunar para por fin dirigirnos a la tienda que necesito. Alba se engancha a mi brazo izquierdo, y Erika al derecho, mientras caminamos hasta el local del que me han hablado. Cuando leo el letrero de la tienda, reconozco enseguida la marca: Intimissimi.

Entramos juntas, sorprendiéndonos al ver lo vacía que está. Bueno, no sé qué nos sorprende, son las diez de la mañana de un miércoles. 

- Mira, allí está la lencería sexy – señala Alba, sonriéndome con malicia.

- Oye, este sitio es caro...

- Venga ya, si cobras doscientas libras a la semana. Además, tu novio está forrado, en un par de meses te comprará él mismo la lencería – replica Erika, mientras ambas tiran de mí hacia esa sección.

En un abrir y cerrar de ojos, estoy frente a muchísima ropa interior femenina que me da cierto pánico ahora mismo.

- En la vida me va a quedar nada de esto bien.

- Eso ya te lo diremos nosotras – se burla la rubia, guiñándome un ojo, coqueteándome de broma.

- Corrección: eso ya se lo dirá su novio cuando la vea – se ríe Alba.

Me río, algo nerviosa, y niego con la cabeza. Me espera una mañanita entretenida.

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