09. Migrañas Y Halloween
La alarma de mi teléfono comienza a sonar, pero lo último que me apetece ahora mismo es levantarme de la cama para ir a clase. Las migrañas han hecho un acto de presencia desde bien temprano, a las cuatro de la mañana, pero se ve que no tienen intenciones de remitir por muy potente que sea la pastilla que me he tomado.
Decido simplemente no ir a la universidad hoy, porque realmente no me siento bien. Me noto los latidos en la cabeza, y el dolor que siento tras los ojos me tienta a arrancármelos para saber qué demonios pasa ahí dentro. Me cubro bien con las mantas, haciéndome un cuquito y tapándome el cuerpo entero, cabeza incluida. Intento dormir, y voy dando cabeceadas, escuchando de fondo y borrosamente cómo mis compañeras de habitación se arreglan para comenzar el día. Cuando me quedo sola, agarro mi teléfono y con un solo ojo abierto me meto en Spotify y pongo una de mis playlists. Vuelvo a hundirme entre las sábanas y mi mañana transcurre durmiéndome y despertándome constantemente.
A mediodía me llama mi madre, con la cual hablo apenas unos minutos, y a las tres me escribe Erika preguntándome dónde me he metido. No uso el móvil más que para eso, porque cualquier tipo de luz me molesta ahora mismo.
Me incorporo en la cama, sintiendo que todo me da vueltas y que me voy a morir de dolor. Siempre que digo que con la menstruación no me dan cólicos, me dicen "qué suerte tienes". Bien, pues a todo aquel que piense eso, le regalo mis migrañas, las cuales padezco desde los seis años y sólo se agravan con los años, sin ningún tratamiento específico ni eficaz aún descubierto, sólo tomar alguna pastilla y rezar por que se me quite. La pobre mujer que tenga cólicos por la regla, y además migrañas fuertes, para mí se ha ganado el cielo completamente.
Como puedo me levanto y me visto, solo para volver a la cama, pero esta vez quedándome sentada con el portátil en el regazo. No tengo sueño, pero siento que cuando me muevo, mi cabeza está a punto de estallar. Así que pongo Netflix y veo por millonésima vez Suits, una serie de abogados que me encanta desde que la descubrí hace dos años.
Me acomodo en la cama, buscando alguna postura en la que sienta que el dolor disminuye, y cuando al fin encuentro la jodida postura, me ruge el estómago y soy consciente del hambre que tengo. Le escribo a Erika, que tan mona como siempre no duda en ayudarme.
Yo: Me voy a morir
Yo: Y tengo hambre
Yo: Podrías traerme un sándwich de la cafetería?
Yo: Por favor hermosa
Erika: claro q sí corazón
Erika: necesitas algo más?
Yo: Sólo eso, gracias <3
Apago el teléfono y sigo con mi serie, notando que el dolor remite un poquito, al menos por momentos. No sé si es normal, pero desde siempre he sentido el dolor como si fuera una marea, a veces sube y a veces baja. Me paso quince minutos bien, siendo soportable, y luego otros quince que termino llorando por lo mucho que duele. Así que es difícil saber cuándo se me va a quitar y cuándo es simplemente una pequeña bajada que luego volverá a subir.
No consigo centrarme del todo en lo que estoy viendo, y en un intento de buscar un pensamiento que me calme, la imagen de cierto piloto aparece en mi mente. Pero no me calma. Hace una semana que no sé nada de él, en realidad. Sólo sé lo que he visto en la F1 el fin de semana anterior. Después de casi besarnos, no nos hemos visto ni nos hemos hablado. Ninguno ha intentado nada. Supongo que ambos entendemos que las cosas estaban bien como estaban, cada uno en su mundo, cada uno en su nivel, cada uno respetando el puesto al que pertenece. Yo sólo soy la amiga friki y graciosa. Él es sólo el fuckboy de manual que es divertido y amable. Lando y yo jugamos en nuestras propias ligas, pero en la mía no encuentro nadie al que soy capaz de amar, y en la suya no soy capaz ni de intentar entrar.
Me limpio una boba lágrima que se me escapa. Lo tuve cerca. Pude rozar ese sueño con los dedos. Pude besar a mi sueño. Pero lo perdí antes de siquiera tenerlo. Y he de decir que no hay peor desgracia que extrañar lo que nunca pasó.
Debí hacer algo, terminar de acortar la distancia. No dejar que se fuera. Chillarle que por qué no podía hacerlo, que cuál era el problema. Pero no reaccioné. Esperé que los actos y las palabras se hicieran y se dijeran por sí mismos, y no ocurrió nada. Y ahora sólo puedo llorar abrazada a la almohada porque el chico que me gusta casi me besó y ahora no me habla. Tampoco he intentado escribirle yo, pero no me quiero humillar más a mí misma.
Quiero dejar de llorar, porque eso sólo agudiza mi dolor de cabeza. Cada sollozo que suelto siento que alguien me está estrujando el cerebro, y duele como la mierda. Pero no puedo parar. Nunca lloro, realmente me cuesta mucho llorar, y casi siempre evito hacerlo, porque cuando empiezo, no soy capaz de controlarme. Quizá el hecho de que siempre me aguante las ganas, tiene algo de culpa ahí. Me han dicho mil veces que llorar es sano, que es un modo de sacar las emociones. Pero ya es una costumbre para mí evitar hacerlo. Y por eso, cada vez que lloro, siento que no puedo ni respirar.
Intento parar. Intento que esto no me afecte, que él no me afecte. Pero no lo consigo. Él me gusta, me gusta muchísimo, joder. Sé que no es para mí, sé que no. Y eso duele.
Al final me rindo y dejo de intentar no llorar. Lo saco todo, aunque eso sólo provoque que mis migrañas empeoren. Creo que cuando paro, es porque me he quedado vacía. Me siento vacía. Miro la pantalla de mi portátil, donde la serie sigue su curso, pero no soy capaz de prestar verdadera atención. Siento los ojos hinchados, la nariz taponada por los mocos, la mandíbula adolorida por tensarla y por apretar.
Me levanto de la cama y voy hasta mi escritorio, donde tengo pañuelos y pastillas para el dolor. Me sueno los mocos, me limpio las lágrimas y me tomo la segunda pastilla del día, solo que esta es más fuerte que la anterior. Escucho que tocan en la puerta, y abro sabiendo que es Erika. Mi amiga trae una fiambrera y una botella de mi zumo favorito. Cuando me ve, me da un abrazo.
- ¿Cómo te sientes? – Me pregunta cuando nos separamos y nos sentamos en mi cama. La veo mirar hacia abajo, como si estuviera calculando si esa altura sería letal. – No tienes buen aspecto.
- Lo sé – me río un poco, abriendo la fiambrera que me ha traído. – Las migrañas son una putada, pero estoy acostumbrada, ya se me quitará.
- No me refiero a eso, Allie... – dice en un tono suave que sé muy bien qué significa.
- ¿Qué quieres que te diga, Erika? – Suspiro y me odio a mí misma cuando siento las lágrimas agolparse tras mis ojos.
- Nos contaste que el día del zoo todo te fue genial con Lando, pero no lo has vuelto a mencionar desde entonces. Y no te creas que no me he dado cuenta de que miras el teléfono cada minuto. O de que estás menos bromista y alborotadora que de costumbre – ambas no reímos cuando dice eso. No sé si ofenderme porque me ha llamado alborotadora. – Además, tienes los ojos hinchados.
Me muerdo el labio y acto seguido me encojo de hombros y le doy un bocado al sándwich de atún y mayonesa que me ha traído. No quiero tener que explicárselo, porque sé que voy a sonar patética.
- Todo fue bien con Lando, no os mentí. Tyler se lo pasó genial, y yo me reí mucho. Pero cuando íbamos de regreso a casa, empezamos a hablar, y... No sé, la cosa se puso rara. Lando empezó a decir cosas que no me esperaba de él.
- ¿Qué clase de cosas?
- Bueno... Creo que estaba lanzando indirectas. No estoy segura. A lo mejor lo malinterpreté todo, no lo sé – bufo frustrada. No sé cómo funciona eso de ligar, nunca han intentado ligar conmigo. – Pero me puse nerviosa. Prácticamente huí y usé a Tyler como excusa.
- ¿Y ya está?
- No – me río con ironía y niego con la cabeza. – Él me siguió a la casa, para acompañarme supongo. Y cuando fui a despedirlo en la puerta... Parecía que no quería irse, Erika. Me miraba... No sé – me paso las manos por el rostro, sintiéndome muy estúpida mientras cuento esto. – Casi me besó. Me agarró la cara, se acercó a mí, y... Dijo que no podía hacerlo y se marchó.
- Definitivamente los hombres son estúpidos – masculla mi amiga, consiguiendo que me ría un poco. – ¿No te ha escrito?
- No. Ni yo a él.
- Pues deberías. Uno de los dos debe dar el paso.
- ¿Qué paso, Erika? – Inquiero con la voz cargada de rabia. – Él no... Dudo que él realmente quisiera besarme. Quizá sólo estoy loca.
- Eso es lo que piensas tú, no lo que piensa él – insiste la rubia. – Allie, cariño, un chico que se quiere liar contigo te besa sin miedo. Un chico al que no le interesas no intenta ni besarte. Un chico que casi te besa pero se asusta... probablemente siente lo mismo que tú.
- Ya, claro, yo, Alaia Jackson, de diecisiete años, con granos y plana como una tabla, voy a enamorar al piloto rico y famoso que tiene a todo el puto mundo detrás de él – digo con sarcasmo, rodando los ojos.
- ¿Dónde ha quedado tu autoestima, Alaia?
- ¡Soy realista, Erika! Me gusta mi cuerpo y me gusta cómo soy, pero no por ello doy por hecho que a los demás les guste. Me gusto, pero no espero que él haga lo mismo porque sé a qué nivel de persona aspiro y a cuál no – explico exaltada y enfada por ningún motivo aparente. Sólo es más frustración que llevo dentro.
- ¿Y entonces por qué crees que casi te besó? – Replica manteniéndose tranquila y serena, cosa que agradezco porque yo soy incapaz de controlarme cuando me agito de este modo.
- Yo qué sé... Quizás ha hecho una apuesta con sus amigos, como en los libros que leemos. Me parece eso más probable que lo que tú dices.
- En los libros que leemos a veces todo lo empieza una apuesta, pero él termina enamorado de verdad – murmura sonriendo de forma significativa.
- ¿Podemos hablar de otra cosa? – Pido con cansancio. – Me va a reventar la cabeza y estoy triste, no me des más la brasa, por favor.
- Está bien, está bien – alza las manos en son de paz y mientras yo sigo comiendo. – Halloween es el lunes, ¿qué vas a hacer?
- Pues no lo sé. ¿Has hablado con Cathe y Alba?
- Ninguna puede. Alba ha quedado con otro grupo de amigos, y Cathe tiene que terminar un proyecto para el miércoles, así que...
- ¿Y tú?
- Albert quiere que vaya a su discoteca, habrá una fiesta de disfraces. Aun no le he dicho nada, para saber qué vas a hacer tú – me sonríe con dulzura, y mis ganas de abrazarla son tremendas, pero me contengo y sigo comiendo.
Nunca había tenido amigas como ella, o como Cathe y Alba. Generalmente siempre he ido sobreviviendo, encajando como podía (aunque realmente no encajara) en los grupos que más o menos se podían ceñir a mí, pero nunca me he sentido verdaderamente querida. Con ellas me puedo reír, puedo hacer el tonto, podemos coquetear como novias sólo por reírnos, puedo contarles mis preocupaciones y ellas pueden contarme las suyas. Apenas nos conocemos, pero nos tenemos una confianza y un aprecio inmensos. Y detalles como el que la rubia acaba de tener conmigo, eso de no hacer planes sin saber qué voy a hacer yo para no dejarme sola, me genera una cálida sensación en el pecho.
- La verdad es que si no era con vosotras no tenía planeado salir – confieso cuando trago un bocado. – Ve a la fiesta de disfraces con tu novio, no te preocupes. Yo me quedaré en la cama calentita viendo "Pesadilla antes de Navidad" – sonrío muy feliz, visualizando la velada perfecta.
- ¿Segura? Podemos hacer otra cosa.
- ¿El qué? ¿Pedir caramelos? Ve con tu novio, me da igual, en serio – insisto, a lo que ella sonríe.
- Está bien. Pero si quieres venir, dímelo, no me importa.
- Ya lo sé, gracias – le devuelvo la sonrisa y doy otro bocado.
Luego de eso empezamos a hablar de una cosa y otra. La pastilla debe de hacerme efecto, porque aunque el dolor me molesta, puedo soportarlo. Erika pasa la tarde conmigo, viendo películas, y me hace compañía, que es lo que necesito.
Mientras ella está conmigo dejo de pensar en lo que pudo ser y no fue.
« ♪ »
Escribo en mi portátil tranquilamente, sentada en el sofá y con las piernas apoyadas en la mesita del salón. A mi lado, Tyler canturrea las canciones que van saliendo en la tele, donde le tengo puesto YouTube. Siempre me gusta señalar que es un niño muy tranquilo, porque para mí es un punto que va muy a su favor. A mí nunca me han entusiasmado los niños, es algo que cualquiera que me conozca sabe, y los bebés no me gustan nada. Sin embargo, a partir de los tres años o así, hay un tipo de niño pequeño que me es imposible no adorar: los que son súper calladitos, tranquilos y buenos, que de tan buenos son hasta tímidos. Me resultan muy tiernos los niños así, qué puedo decir. Y Tyler, a pesar de su condición, es justamente así.
- ¿Qué estás escribiendo? – Me pregunta asomando su cabeza para mirar la pantalla de mi ordenador.
- Una historia.
- ¿Como un libro?
- Sí – asiento sonriendo.
- ¿Va de superhéroes? – Me pregunta trabándose al decir la palabra.
- No exactamente. Va de reyes, caballeros, monstruos y esas cosas – le explico vagamente, rebajándolo a su nivel de entendimiento. Es mucho más enrevesado que eso. – Y ahora la protagonista está dándole una paliza a un grupo de malos.
- Qué guay... – murmura pensativamente.
Y como siempre hace, cuando la conversación ya no le interesa o ya ha obtenido la información que quiere, vuelve a lo suyo y se queda tan ancho, viendo la televisión otra vez. Me río para mis adentros y continúo escribiendo. Harry tiene que estar al llegar, así que termino la escena y guardo el portátil, viendo en la tele las canciones infantiles que van saliendo. Las he escuchado tantas veces que me las sé de memoria, y casi diría que me gustan.
Tyler empieza a protestar, diciendo que tiene hambre, así que apago la TV y lo cojo en brazos, yendo a la cocina. Lo siento en su trona mientras caliento el puré que preparé después del almuerzo de hoy. Mientras, él juega con unas figuritas de Spiderman y Ironman que su padre le compró el otro día, y de nuevo, el rubito no da ni un solo ruido.
Harry llega a casa un rato después, mientras estoy dando de comer al peque. En esto también es un niño fantástico; come de todo. Cualquier cosa que le des a probar, le gusta. Lo malo que tiene son los horarios para dormir. Ahí ya cojea un pelín.
El bombero llega a la cocina con una sonrisa cansada y ojeras, pero viéndose tan guapo como siempre. Estos últimos días me he replanteado muchas cosas, y una de ellas es que, si me gustara Harry, todo sería más sencillo. Él es una persona normal y corriente, una grandísima persona, pero alguien a mi alcance a mi modo de ver. No es famoso, ni rico. Sólo es él, guapo, encantador, y monísimo. Pero no, me gusta el capullo de su mejor amigo.
- Hola, Alaia – me saluda alegremente. Le sonrío y él me da un beso en la mejilla antes de cargar en brazos a su hijo para saludarlo como es debido. – Hola, bebé, te he echado mucho de menos...
El niño chilla de alegría y comienza una conversación en un idioma que sólo su padre debe entender, porque le responde con normalidad. Me quedo un poco embobada mirándolos. ¿Por qué mi corazón es así? ¿Por qué escoge a alguien como Lando y no a alguien como él? Suspiro y aparto esos pensamientos. Debo dejar de compararlos. Por mucho que desee que las cosas sean distintas, mi realidad es la que es, mi corazón siente lo que siente.
- Allie, puedes irte a la cama si quieres, sé que mañana tienes clase temprano – me habla el rubio con su típica amabilidad.
- ¿Puedes solo?
- Sí, tranquila – sonríe, mirando a su hijo, que está en sus brazos, mirándonos con curiosidad.
- Gracias, Harry.
- Una cosa – se apresura a decir. – Mañana es Halloween, así que saldremos con Tyler a por caramelos. Los Norris y yo, me refiero. ¿Quieres venir? – Pregunta con la sonrisa más amplia y sincera que he visto jamás.
La simple mención de ese apellido logra que todo mi cuerpo reaccione, que mi piel se erice y mi corazón se acelere. La idea de estar con Lando no me agrada, al menos no después de lo que ocurrió. Pero me da pena rechazar la invitación de Harry. Padre e hijo parecen tan ilusionados, mirándome con sus idénticos ojos verdes... Es como estar mirando un par de golden retrievers.
- Claro, suena genial – asiento finalmente, sin poder resistirme a sus encantos. – Mañana me llevas y recoges de la uni, ¿no?
- Sí, sin problema – afirma muy alegremente.
- Perfecto. Ahora sí, buenas noches.
- Buenas noches, Allie – se despide Tyler con su manita, mientras yo salgo de la cocina.
Camino con pesadez hasta la habitación de la casa que está reservada para mí, para cuando paso la noche con el niño, y cuando llego y cierro la puerta, apoyo la frente en ella, aunque con más brusquedad de la que pretendía, dándome yo sola un buen porrazo. Bueno, a ver si así me espabilo.
Mañana voy a verlo. No sé en qué líos me meto yo sola.
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