00. Prólogo
York nunca me había parecido tan triste hasta hoy. Es como si mi ciudad llorara porque me voy, aunque no entienda del todo bien por qué. En diecisiete años de vida que tengo, he sentido que este jamás ha sido mi lugar, y ahora que me voy, es... extraño.
- ¿Seguro que llevas todas tus cosas? – La voz de mi madre me trae de vuelta a la realidad, y cuando la miro, sonrío un poco.
- Creo que sí... – respiro hondo y miro mi maleta. – No sé si voy a sobrevivir en Londres – murmuro.
- ¿Tienes miedo? – Adivina mi padre, sonriéndome. – Yo no he criado una cobarde.
- Spoiler: sí lo has hecho – replico riendo, y él sonríe.
- Desde que tienes doce años has dicho que querías irte a estudiar a Londres – apunta mi madre.
- Sí, pero no me veo capaz de esto, de irme sola, lejos de todo lo que conozco – reconozco abrazándome a mi madre. – Os voy a echar de menos.
Mi madre me abraza con fuerza, y mi padre se une al abrazo, los dos envolviéndome cálidamente. Y es un poco lo que necesito. Soy muy miedica, y decir que esto no me asusta, sería mentira. Realmente no sé qué voy a hacer sin mis padres.
- Al principio te va a costar, Allie – me dice mi padre. – Pero merecerá la pena. Hazme caso.
- Ya, como tú siempre tienes razón – me burlo sonriéndole.
Mis padres ríen y siguen abrazándome, dándome besos y diciéndome cualquier cosa que me pueda calmar. Y no puedo pensar en otra cosa que no sea lo mucho que los quiero. No miento cuando digo que los voy a echar de menos; son mis pilares. Y no sólo los echaré de menos a ellos, voy a echar de menos a todas las chicas de mi equipo, a mis amigos que tengo aquí, a mi gata y a mis perros. Creo que al único que no voy a extrañar es a mi hermano. No, a Aaron no voy a echarlo de menos.
- Bueno, si no te subes ya, perderás el tren – me dice mi padre. – Venga, deja de remolonear.
- Déjame despedirme, calvo – protesto abrazada a mi madre cual lapa. – Mami, vente conmigo y deja a los dos aquí solos.
- Creo que no sobrevivirían ni una semana sin mí... Tú sí eres capaz, Allie – besa mis mejillas y se separa de mí. – Mucha suerte, llámanos cuando llegues. Y llama a tu abuela también.
- Vaaaale – asiento sonriendo.
Abrazo y beso las mejillas de mis padres un par de veces más antes de coger mis cosas y entrar en el vagón. Me siento en el primer lugar que encuentro, pegada a la ventana, y a través del cristal veo a mis progenitores, que se despiden con la mano. Les devuelvo el gesto y suspiro, siendo consciente de que hoy, empieza mi recorrido como adulta.
Cuando el tren se pone en marcha, me pilla por sorpresa. Me acomodo en el asiento y suspiro una vez más. «Sólo espero que todo esto merezca la pena, porque me da mucha pereza estudiar tan lejos de casa», pienso para mis adentros, tratando de poner un poco de humor en esta situación. Todo va a salir bien.
Mi vida empieza ahora.
« ♪ »
En mi mente, una residencia sería un lugar lleno de jóvenes estudiantes con mucha energía y ajetreo. En la realidad, es un caos de amargados cargados de cajas y maletas. Los chicos van de acá para allá como pollos sin cabeza. Al menos, las instalaciones son modernas y no parece que estoy en un manicomio de los ochenta. Un manicomio parece, pero al menos uno de hoy en día. La ansiedad que parecen tener todos, casi me contagia. Casi. Pero yo estoy nerviosa, no hiperactiva. Estas cosas me las tomo con calma. Si no, vomito. Literalmente.
Encuentro mi habitación sin muchos esfuerzos. Es la primera puerta a la izquierda de la primera planta. Una vez más, las diferencias entre mi mente y la realidad resultan ser aplastadoramente inmensas. Yo ya me imaginaba entrando en una habitación impoluta, vacía, deseosa por ser decorada por mí. Pero cuando entro, hay tres chicas ya, metiendo sus cosas en sus respectivos armarios y hablando jaleosamente. La única cama libre, es la litera de arriba a la izquierda, y el único escritorio vacío, el más lejano a la ventana.
De puta madre.
- Hola – saludo tímidamente, entrando con mi maleta arrastrando.
Las tres chicas dejan de hablar y me dan un airado repaso. Dos son rubias de ojos claros y la tercera es morena de ojos oscuros, sin embargo, me siento como si tres arpías idénticas me estuvieran mirando.
- Hola – me responde la que debe ser la más simpática de ellas, la de ojos marrones. – Yo soy Eimy, y ellas son Beth y Rachel.
Señala a las dos rubias y yo asiento con la cabeza. La realidad es que no sé cuál es cuál, porque para mí son iguales. Rubias, con cuerpos de infarto, y con pinta de ser unas auténticas cabronas.
- Encantada de conoceros – murmuro sonriendo un poco. – Mi nombre es Alaia – me presento entonces, tratando de parecer simpática. No quiero empezar con mal pie con ellas, por muy mala espina que me den.
- Vale – contesta con total indiferencia una de las rubias.
¿Esa era Beth o Rachel? No sé. Pero tiene un acento de niña fresa impresionante. No está bien juzgar a la gente por su forma de vestir o de hablar, pero... Es que estas tipas son unas bichas, estoy convencida. El tiempo me dará la razón.
Las tres reanudan sus tareas y yo, algo incómoda, me acerco a mi litera. Hay una balda para poner cosas ahí arriba, junto con un enchufe. Al menos los constructores de la residencia fueron considerados con los desgraciados como yo que tendremos que dormir a metro y medio del suelo. Voy hasta mi ropero, que es pequeño, pero más que suficiente, y abro mi maleta.
Bien, ahora toca lo divertido... Acoplarme a mi nuevo "hogar".
« ♪ »
Escucho bastante molesta lo que me dice mi madre, y es que no puedo evitar sentirme muy enfadada. ¡No pueden estar haciéndome esto! Han arruinado por completo mi paseo matutino y mis planes de aprovechar mi libertad para hacer lo que me dé la gana en mis ratos libres. No hay derecho.
- Mamá, quedamos en que me centraría en mis estudios – empiezo a protestar, sin saber cómo convencer de esto a mis padres.
- Ya sé que quedamos en eso, Allie, pero papá y yo hemos estado pensando y creemos de verdad que te vendrá bien aprender lo que es un trabajo y tener que mantenerte tú sola – explica ella muy resueltamente.
- Pero...
- Nada de peros, Allie – escucho la voz de mi padre unirse a la llamada y resoplo. Lo que me faltaba a mí. – Este primer mes ya te hemos pagado la residencia, así que tienes hasta octubre para conseguir un trabajo. Ahora nos odiarás un poquito, pero cuando seas adulta y veas lo útil que es esto para poder ser una persona independiente, nos lo agradecerás – me asegura, muy convencido de lo que dice.
- Bueno, está bien – bufo rindiéndome, sabiendo que no voy a poder convencerlos de nada. – Pero si me veo muy agobiada con los estudios...
- De eso nada – interrumpe mi padre. – Aprende a gestionarte.
Quiero replicar, decirles que se vayan a la mierda, pero me muerdo la lengua y contengo mi rabia. Sé que tienen razón y esto me ayudará, pero no me apetece ponerme a trabajar, la verdad.
- Adiós – me despido, enojada con ellos, pero tratando de disimularlo.
- Adiós – me responden ellos.
Cuelgo enseguida y le vuelvo a dar al play a Spotify. Me meto las manos en los bolsillos del chándal y me siento en el primer banco del parque que encuentro. Menuda mierda. ¿Cómo diantres se busca empleo? Y además, ¿de qué podría trabajar yo? Lo único que se me da bien es clavar la vista en un punto aleatorio y empezar a soñar despierta.
Me cago en mis padres y en sus malditas lecciones de vida.
Miro la zona de juegos, donde hay bastantes niños. Los hay muy pequeños y no tan pequeños. Si yo fuese una cría, lo fliparía con este parque. Está bastante chulo y tiene muchas cosas para entretener a las criaturitas, así que no me extraña que esté tan lleno. Luego, los padres y madres parece que están divididos en grupitos. Hay varios círculos de adultos hablando mientras los niños juegan a su aire. Me río al pensar lo fácil que sería secuestrar uno. Pero yo no lo haría, sería un aburrimiento tener que cuidar de una bola de mocos con patas.
Hablando de bolas de mocos con patas...
- Hola – dice una voz tierna y aguda, la cual alcanzo a oír gracias al silencio entre una canción y otra.
Me quito un auricular y miro al chiquitín que se me ha acercado sin que yo me diera cuenta. Es un niño guapísimo, con los ojos verdes preciosos y el pelo rubio. Me mira con curiosidad e incluso diría que fascinación, y su carita de niño bueno es más que adorable. No me suelen gustar los críos, sólo algunos pocos, pero este es monísimo.
- Hola, peque – lo saludo sonriéndole. - ¿Y tu papi y tu mami?
No me responde y se sienta a mi lado en el banco, mirándome con la misma cara de alucinación con la que ha llegado.
- Eres muy guapa – me dice dulcemente.
- Tú también eres muy guapo – le digo sonriéndole. Qué bien me cae este enano.
- ¡Tyler! ¡Tyler! – La voz de un chico llega a mis oídos, y cuando alzo la vista del nene, veo a un tipo que será varios años mayor que yo acercarse a mí con cara de preocupación. Me apuesto un riñón por que es el padre, porque es que son clavados. – Tyler, cariño, ¿qué haces aquí?
Coge al niño en brazos ante su disgusto, y yo los miro con muchísima curiosidad.
- ¿Eres su padre?
- Sí, y lo siento mucho. Él no suele hacer estas cosas, de verdad... Es un niño muy retraído y no esperaba que hiciera esto, lo lamento – se disculpa hablando atropelladamente, haciéndome reír.
- No te preocupes, si no ha hecho nada malo. Es un encanto – añado, tratando de tranquilizarlo.
- ¿Segura de que no te ha molestado?
- Sí – asiento riéndome. – Soy Alaia – me presento, al ver que el pobre hombre se muere de la vergüenza.
- Harry Turner, un placer – me tiende la mano y yo se la estrecho con seguridad. – De veras siento lo que ha hecho Tyler.
- No ha hecho nada, de verdad – vuelvo a decir. – ¿Por qué te preocupa tanto?
- Es que, verás, Tyler tiene Asperger y a veces le cuestan un poco las interacciones sociales, así que nunca sé qué va a hacer o decir en situaciones así – me cuenta muy seriamente. Mi pregunta era un poco entrometida, pero su respuesta no ha sido nada comedida. – Lo más extraño de todo es que él no suele acercarse a la gente.
- Es guapa – interviene el pequeño, arrancándome una sonrisa.
El hombre me dedica una mueca de disculpa y riñe a su hijo en voz baja. No sé por qué, no ha dicho ninguna mentira.
- Me gusta, papi – declara el niño alzando los brazos.
Empiezo reírme al ver la cara que pone su padre. Esto debe de ser una broma o algo, ¿dónde está la cámara oculta?
- Lo siento – vuelve a disculparse él. – No sé qué le pasa, en serio.
- No me molesta lo más mínimo – repito sin dejar de sonreír.
Harry me mira fijamente unos segundos, como si estuviera pensando en algo de lo que acaba de percatarse. Mira a Tyler y luego de regreso a mí. Me pregunto qué tramará.
- ¿Cuántos años tienes, Alaia?
- En noviembre cumplo los dieciocho – respondo tranquilamente.
- ¿Te gustaría ser la niñera de mi hijo? – Me propone de la nada, dejándome pasmada.
- ¿Me estás ofreciendo un empleo? – Murmuro algo confusa.
- Creo que sí – sonríe él.
Vaya, pues sí que era fácil lo de encontrar trabajo. Aunque más bien, parece que el trabajo me ha encontrado a mí.
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