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32

No sé decir con exactitud cuántos fueron los días que transcurrieron desde aquel incidente del bar, tal vez fue más de una semana, quizá dos; aquella época está sumida en bruma para mí, puesto que todo lo que atinaba a hacer cuando no me veía obligado a subir al escenario, era dormir. Dormía muchísimas horas al día, tantas que cuando Sam o Raphael me despertaban para marcharnos al recinto en el que fuésemos a presentarnos aquella noche, me tomaba por lo menos una hora terminar de espabilar y sentirme lo suficientemente lúcido como para tocar.

Así mismo, todo el tiempo me notaba al borde de las lágrimas, como si mi estabilidad en todo sentido pasase las horas sentada al borde de un alto acantilado, tentada por la idea de saltar de una buena vez por todas y dejarme a mi suerte para hundirme un poco más en el fango. Era por ello que en mi cabeza todo el tiempo se alojaba un incesante palpitar que solo empeoraba cuando tocábamos; luego del espectáculo, la música estridente y los gritos de los fanáticos, pensaba que de un momento a otro solo comenzaría a sangrar por todos sitios; por los oídos y la nariz, la boca, los ojos y cada poro de mi piel.

Raphael cedió a mi petición de reservarme una recámara independiente a donde sea que fuésemos, pues no quería estar con los chicos ni mucho menos con Jackson, tan solo precisaba un espacio en el cual poder sentirme tranquilo conmigo mismo para poder dormir, sin que nadie interfiriese con eso, pues era lo único que me daba un poco de paz. Eso sí, decir ceder lo hace sonar como si lo hubiese hecho de buena gana; en realidad le obligué a hacerme caso bajo la declaración de que me importaba poco y nada el contrato que tuviésemos, no tocaría ni una sola cuerda si no tenía mi propia habitación.

Por suerte, Jackson se mantuvo al margen; entendió muy rápido que lo que menos quería era que me dirigiese la palabra, por lo que no me habló ni me miró durante momentos demasiado prolongados en todo ese tiempo. Claro que yo era capaz de notar que se hallaba como un perro regañado con la cola entre las patas; demostraba algo cercano al arrepentimiento cuando caminaba por los pasillos buscando mi perdón de cualquier manera. Se aseguró, por ejemplo, de que yo me enterase de que no salía con Bryan y Sam de fiesta luego de un concierto. Cuando yo ya estaba recostado en mi cama le escuchaba pasar por fuera de la habitación, tarareando alguna melodía lo suficientemente alto como para que llegase a mis oídos; solo al pasar frente a mi puerta, después se callaba.

Una noche, incluso se aventuró a tocar y fingió haberse equivocado.

―Perdón, estaba buscando a Raphael, tengo insomnio, y como los chicos salieron, quería saber si me podía dar una de esas pastillas que te da a veces para poder dormir. ―Yo no le respondí nada a su intento evidente de hacerme saber que tenía la oportunidad de salir a divertirse y no lo hacía―. ¿Cómo estás?

Cerré la puerta en su cara y volví a la cama para seguir durmiendo. Ni siquiera quise preguntarme cuánto tiempo habrías pasado ahí parado, reuniendo el valor necesario para tocar, o pensando en lo que dirías si es que corrías con la suerte de que yo abriese; si me atrevía a hacerlo sentiría mucha pena, y contrario a mis razones, saldría a buscarte.

Tomé tanto tiempo porque no tenía claro nada, no sabía qué era lo que se suponía que debía hacer, ni siquiera era consciente de cómo me sentía. A todas horas llevaba un molesto peso dentro del pecho, no conseguía identificar si era a causa de lo solitario que resultaba volver a dormir solo, sin tener tu respiración cerca para acompasar a la mía y así conciliar más rápido el sueño; o los latidos de tu corazón marcando el ritmo perfecto para arrullarme. Ni tus dedos acariciando mi espalda hasta que te quedabas dormido. Eso, o el profundo sentimiento de decepción y tristeza que todavía seguía adherido a mí, como las marcas en mi cuerpo que parecían renuentes a abandonar mi piel y se desvanecían a un ritmo tortuosamente lento, recordándome aquella noche cada vez que tenía la desgracia de contemplarme al espejo.

De pronto volví al punto de partida en el que nada era seguro. No tenía ni la menor idea de si deseaba seguir contigo o no, de qué te diría cuando eventualmente tuviésemos que volver a hablar; mucho menos comprendía por qué, si yo estaba tan molesto contigo, seguías viniendo en medio de la noche a acompañarme, aunque fuese dentro de mis sueños. Algunos de ellos me obligaban a despertar en medio de la noche, jadeando envuelto en sudor, deseándote y detestándote más que antes en el instante en que me percataba de que no estabas a mi lado y recordaba por qué. En otros, en cambio, solo te acercabas a mí y me abrazabas en silencio, mirándome a los ojos. Aquellos nunca me reconfortaban más que esos en los que tu cuerpo y el mío eran los principales protagonistas.

Entonces, luego de muchos días, por fin llegó el momento de regresar a la vida, aunque fuese solo un poco. Tomé mi primera ducha en alrededor de una semana y media, pues antes solo me levantaba para ir al baño o ir a tocar; ni siquiera me motivaba comer, me la pasaba con el estómago vacío hasta que Raphael irrumpía en la habitación, casi tirando la puerta a patadas, y me dejaba sobre la cama algunos alimentos. No se marchaba sino hasta que me tragase la última miga. «Si te enfermas nos saldrá muy caro, así que come, vamos».

Aquella debió haber sido la ducha más larga que tomé en toda mi vida, pues habré pasado al menos una hora debajo del agua, limpiando de mi cabello toda la grasa y luchando para desenredarlo. Me tallé el cuerpo entero en al menos cuatro ocasiones, hasta que estuve seguro de tener impregnado solo el aroma a lavanda del jabón. Aproveché asimismo para afeitarme, ya que luego de no hacerlo en tantos días, los vellos de mi rostro estaban más largos que de costumbre. Contemplé mi descuidada barba frente al espejo, cayendo en cuenta de que tres años atrás apenas me crecía algo parecido a la pelusa. Mucho había llovido desde la tarde en la que entré a aquel departamento destartalado en el norte de Las Vegas, y por primera vez me pregunté si, sabiendo cómo eran las cosas en ese momento, hubiese cambiado algo de mi pasado.

Quería descansar, pues, aunque estuve despierto por apenas dos horas, me notaba emocionalmente agotado. Pensé que quizá si volvía a dormir, en algún momento las ganas de sonreír volverían a mí, no obstante, algo se interpuso con ese deseo. No algo, alguien. Tú.

Cuando salí del baño, el otro estaba sentado sobre mi cama, mirando la puerta. No tuve idea de cuánto tiempo estuviste ahí esperando, ni por qué mi estómago se retorció con fuerza en cuanto te reconocí detrás de aquel cabello alborotado mucho más largo de lo usual; en el instante en que, pese a la distancia entre ambos, creí reconocerme en tus ojos claros. Recuerdo cruzarme de brazos pretendiendo molestia, cuando todo lo que hacía era cubrirme de tu mirada, que se elevó hasta la mía, pero luego volvió a descender hasta mi pecho, mi abdomen. Supe que estabas contemplando las marcas que, aunque de colores menos vivaces que días atrás, continuaban ahí. Llegué a creer que demoraron tanto en desaparecer a propósito, esperando a que llegase el momento en que por fin pudieses verlas en todo su triste esplendor.

Reconocí el cambio de tu expresión a una irreconocible solo por la forma en que las comisuras de tu boca se torcieron hacia abajo, o la manera en que tus ojos parecieron envejecer una década completa. No supe si el dolor y la angustia eran tuyos o míos, tal vez no existía diferencia alguna. Mi intención había sido la de lastimarte, y ahí estaba, lo hice en cuanto viste los estragos de una decisión que con cada hora que transcurría se me antojaba más imprudente. No me sentí mejor, tal vez porque el coraje ya no era tan crudo; no deseaba hacerte sufrir, así que me cubrí aparentando pudor.

―¿Qué haces aquí? ―pregunté, esperando que con ello la intensidad de tu mirada disminuyese cuando menos un poco.

―Le robé la llave a Raphael. ―Tu voz fue cautelosa como un susurro―. Creí que necesitábamos hablar, ya no puedo con todo esto. Me... me duele estar lejos de ti, Ale; solo quería verte.

No recuerdo las palabras exactas, pero debí decirle algo como que ya me había visto, antes de proponerme buscar ropa para vestirme. Me quité la toalla sin algún miramiento de por medio, después de todo, esconderle mi desnudez era un absurdo siendo que a aquellas alturas la conocía tan bien como yo mismo. Lo que sí rememoro con lucidez es la tensión que me atravesaba los músculos mientras me cambiaba, pues notaba tu mirada clavada en mi espalda. No había forma de esconder mis acciones, de frente estaban aquellos cardenales; de espaldas, los arañazos que iban desde la cima de mis hombros hasta el final de mis costillas; esos eran los que tú veías. Estaban sanando bien, sin embargo, su coloración rojiza resaltaba demasiado con mi piel pálida.

Cuando por fin estuve vestido, escuché tu voz.

―Sé que no tengo derecho a reclamarte por nada de lo que hayas hecho esa noche...

―No, no lo tienes ―aseguré, antes de que fuese capaz de decir algún «pero».

―Y no lo haré. Sin embargo, eso que te hicieron fue a propósito, no fue por... placer, quien sea que te lo haya hecho, quería hacerte daño. ―Yo lo sabía, me lo recordaban los dientes marcados en mi hombro, profundos, dejando pequeñas costras que tardarían incluso más en cicatrizar que las marcas en mi espalda. No obstante, con el pasar de los días, recordé que fui yo quien se lo pidió. Al cabo de los primeros rasguños pedí que lo hiciese más fuerte, no porque el dolor que me causó me hubiese excitado, sino porque el ardor me hizo dejar de pensar en todo lo demás, aunque fuese por un instante―. No deberías dejar que nadie te lastime así.

―Supongo que te refieres solo al sexo, ¿no? Porque para ti nunca ha parecido un problema lastimarme. ―Te reté con la mirada y tú agachaste la cabeza.

―Nunca ha sido mi intención hacerte daño.

―Eso de que la intención es lo que cuenta es pura mierda, ya no me lo creo.

Ambos éramos conscientes de que aquello iba más allá que cualquier otra de nuestras discusiones en el pasado, no se trataba de quién no levantó una tostada o a quién se le olvidó llevar a lavar el cesto con la ropa sucia. Había intentado deshacerme del sentimiento, pero era imposible; continuaba sintiéndome traicionado, utilizado, vacío a muchos niveles; aquello, por supuesto, aunado a culpable y sucio.

―Ale, ya sé que me comporté como un imbécil y lo jodí todo; estaba muy enojado y se me pasaron un poco los tragos, sé que no es una excusa y que no te importa, pero en serio estoy arrepentido. ―En ese momento se levantó para tratar de acercarse a mí, sin embargo, yo retrocedí porque estaba seguro de que solo bastaba un roce para rendirme a él―. Por favor, perdóname. Te juro que la culpa me está matando, preferiría morirme antes de que me sigas viendo así. Odio despertar y que no estés ahí, o tener que tragarme las ganas de besarte cada vez que te veo.

No supe discernir entre si su elección de palabras era producto de su culpa auténtica y deseo de perdón, o si tal vez fuese aquel talento tan propio de él para hacerme caer rendido a sus pies. Con Jackson, para mí nunca estaba claro. Hoy día no lo sé.

A pesar de que su breve discurso había conseguido remover algunas cuerdas frágiles de mi interior, mi exterior se mantuvo firme. Seguía dolido y desconfiado, así que le pregunté qué era lo que se suponía que haríamos de yo perdonarlo; ¿acaso volvería todo a ser lo mismo de siempre? ¿Con qué seguridad iba yo a confiar en él, y en que nunca volvería a hacerme lo mismo? Aquello en particular no fue un intento de echarle culpas, sino una invitación auténtica a cuestionarse la relación que llevábamos, pero eso fue solo al principio, pues cuando yo comencé a hacerlo, otra pregunta llegó a mi cabeza y no dejó de dar vueltas hasta que me atreví a externarla, ya que de otro modo me hubiese vuelto más loco.

―¿Lo que hiciste fue un simple error? ―Jackson asintió con la cabeza, seguro de su respuesta―. Entonces, ¿es la primera vez que lo haces?

Mantuvo silencio solo un instante antes de pronunciarme un «sí», como si de pronto se le hubiesen acabado las respuestas largas. No me convenció, así que, con todo el miedo del mundo, le pedí que me jurase por Wendy que decía la verdad. «Dime que nunca, desde que estamos juntos bien, me has sido infiel». No me sorprendió que apartase la mirada, incapaz de hacer lo que le estaba pidiendo. No me sorprendió, sin embargo, la falta de sorpresa tampoco aplacó el agudo dolor que me provocó. No solo me había engañado en otras ocasiones, también me había mentido un segundo atrás, diciendo que no lo hizo.

Yo debí haberlo sabido y no precisamente por tener sospechas, porque jamás las tuve. En mi defensa he de decir que descubrir rollos de una noche es más complicado que atrapar a alguien en una aventura más seria. Debí saberlo porque siempre lo vi engañar a Paige, bajo mil excusas y razones, pero la engañó... conmigo. Llegué a preguntarme si ese era mi karma, el pago por el dolor que directa e indirectamente causaba a una chica que no tenía la culpa de que yo estuviese enamorado y de que Jackson fuese tan débil e indeciso.

―No sé para qué quieres que esté contigo ―concluí, abatido―. Te enfadas conmigo cuando me preocupo por ti, no quieres ni siquiera pensar en la posibilidad de que se sepa que estamos juntos. Ni siquiera has dejado a Paige; me dijiste que te alejarías de ella para que terminase contigo, pero continúas atendiendo sus llamadas, no pienses que no lo he visto. Te he aguantado eso, pero ¿además me engañas? ¿Qué significa eso? ¿Qué gano yo, dónde quedo en todo esto? Es... ―me detuve por un segundo, cayendo en cuenta de lo que estaba a punto de decir justo antes de pronunciar las palabras. El pensamiento se sintió como una lanza atravesando mi pecho; externarlo solo empeoraría la herida, sin embargo, presentí que dejarlo dentro solo me haría mucho más daño―, es como si, encima de todo y como si no fuera demasiado triste, ni siquiera te sirviera para tener sexo. ¿Se supone que soy un juguete, o un adorno? ¿O quizá con quien te sacas las ganas cuando no consigues a nadie más con quien acostarte?

Trató de interrumpirme, pero yo necesitaba terminar.

―Dices, dices que no dejas a Paige porque lo prometiste y no quieres lastimarla, ¿y qué hay de mí? Yo no te importo lo suficiente.

Estaba tartamudeando al hablar pues todas las palabras se tropezaban unas con otras, incapaces de seguir el flujo de mi pensamiento. La garganta me escocía con una ferocidad impresionante; a veces era incapaz de saber si dolía más contener el llanto o la humillación que venía con el no poder guardármelo.

―No digas esas cosas, no eres nada de eso. ―Aquellas palabras me hicieron pensar en la primera vez que dijo aquello. Le pedí, no, le supliqué que no continuase diciendo esa clase de cosas, porque me asustaba de sobremanera que un día fuese a decirme que yo no era eso porque ni a eso llegaba―. Eres lo que más me importa en el mundo entero.

Tenía mis dudas al respecto.

Recuerdo el brillo triste de su mirada, recuerdo apartar la mía para evitar perderme en su océano turbio y ennegrecido. Trató de acercarse a mí otra vez y yo volví a retroceder; un paso más, y en esa ocasión mi huida se vio interrumpida por la pared contra mi espalda. Pronostiqué que, como se atreviera a tocarme, yo reaccionaría cual perro asustado: mordiéndole la mano. No fue así; era bueno augurando tus tornados, pero no los míos, pues esos se desvanecían tan pronto se encontraban con los tuyos.

Cuando quise darme cuenta ya me tenías entre tus brazos, y yo estaba ahí, incapaz de devolverte el abrazo o hacer algo por apartarme. Inerte entre tu pecho y la pared. Cerré con fuerza los ojos en mi último intento de no ponerme a llorar; era consciente de que no podía seguir haciéndolo, al menos no frente a ti, pues tenía el presentimiento de que cada vez que lo hacía, tú me veías más pequeño, más débil. Eso no lo quería, mucho menos lo necesitaba.

Me estaba sosteniendo con fuerza y la nariz hundida en mi cabello; es absurdo, pero me alegré de haberlo lavado. Mientras estábamos de ese modo, dijo muchas cosas que no puedo recordar con exactitud, pues estaba demasiado inmerso en lo cálida que era su piel incluso a través de la tela de su camiseta. ¿Por qué tenías que resultarle tan familiar a mi alma?

―Nunca he querido lastimarte; ni antes ni ahora, y no volveré a hacerlo. ―Tomó mi rostro entre sus manos, me hizo levantar la cabeza para mirarlo a los ojos―. Por favor, perdóname, solo permíteme comenzar de nuevo.

En esa ocasión sí que me escabullí de entre sus brazos, no me lo impidió, así que fui hasta la cama y me senté para poder pensar con más claridad; con su cuerpo cerca todos mis «no» se convertían en «sí». Estaba estancado en un otoño muerto, ahí se encontraba mi oportunidad de hallar la primavera o el invierno, sin embargo, no sabía qué camino era el que me llevaría ahí.

Era un hecho que yo seguía enamorado de él, le amaba incluso más que antes. Más que nunca cada célula de mi cuerpo me exigía estar en constante contacto con las suyas. Ni siquiera la molestia era capaz de aplacar eso. Mi corazón latía desbocado solo por tenerle cerca, por saber que en ese instante me miraba con esa curiosidad tan propia de él, pero, ¿qué tanto debía sacrificar de mí mismo con tal de mantener un amor que, quisiese admitirlo o no, me daba más tragos amargos que cucharadas de miel?

«Una oportunidad más», pensé.

―Bien, comencemos de nuevo. ―Vi su rostro iluminarse con una sonrisa, de esas que me derretían por completo, pero antes de que se acercase le hice detenerse para escuchar hasta el final lo que tenía para decirle―. Pero esta vez lo haremos bajo mis términos. ―Él no estaba comprendiendo lo que sucedía, pero me prestó atención.

»Si comenzamos de nuevo, no me importa qué tan borracho, drogado o enojado estés, no quiero que me engañes; si me entero de que lo haces, te juro que lo nuestro se acaba, y no habrá discurso o mirada en el mundo que me haga cambiar de opinión. ―Estuvo por decir algo, aunque le interrumpí porque aún faltaba lo más importante―. Y esta vez seremos solo tú y yo, nadie más. Si estoy contigo es para que tú también estés conmigo, no tiene caso estar juntos si uno de los dos continúa llevando su vida de soltero.

―¿Qué quieres decir con eso? ―preguntó―. Desde el inicio hemos sido tú y yo.

―No me estás entendiendo. Me refiero a que esta vez no aceptaré que haya nadie más, eso incluye a Paige. V-vas a dejarla o vas a dejarme, porque es hora de que tomes decisiones y te encargues de ellas.

―Ale, sabes que no puedo dejarla.

―No me importa. ―Traté de sonar firme y duro―. Sé que la promesa que le hiciste a tu hija es importante para ti, pero no está funcionando para mí. Jackson, yo estoy aquí, estoy vivo y tu desidia me está acabando. Si quieres estar soltero, o seguir con Paige, hazlo; te prometo que, aunque me duela, no interferiré en ello. Pero si en serio quieres estar conmigo, las cosas tienen que cambiar.

Estuvimos ahí, sumidos en un turbio silencio, durante un rato muy largo. Traté de pronosticarlo, pero en esa ocasión me pareció imposible. Le noté contrariado, ser una ventisca helada de la Antártida durante un segundo, solo para después transformarse en un soplo terroso del desierto del Sahara. Soy capaz de sentir todavía el nudo en mi garganta y los ojos vidriosos ardiendo en llamas, sin embargo, resistiéndose a llover.

Me puse de pie. Admito que lo que hice fue un intento de inclinar la balanza a mi favor, pues, aunque había dicho que no interferiría en su decisión, estaba seguro de que, de no elegirme a mí, me destrozaría por completo. Me acerqué hasta Jackson, rodeando su cuello con los brazos y besé su boca. Dejé sobre sus labios un beso breve, pero lento y suave que fue correspondido al instante. Luego me aparté.

―Tómate el tiempo que necesites para pensarlo... ―musité―. Ahora, creo que lo mejor será que te vayas.

Y de ese modo lo hizo, desapareció como un fantasma por la puerta, dejando en aquella fría habitación de hotel nada más que su aroma, un cosquilleo sobre mis labios y un mar muerto amenazando con transformarse en una marea picada. 

¡Hola! Contrario a lo esperado, ya es lunes. Una disculpa por subirles el capítulo con este retraso, pero hubo una serie de eventos que me quitaron tiempo para editar y, como sabrán, es un capítulo largo que no es fácil de corregir. A pesar de eso, ya está arriba y sin mucho contratiempo. Espero que les guste.

Bien, ya saben, como siempre, ¿qué opinan? Me encantaría saber qué harían ustedes de estar en la situación de los personajes, cualquiera de los dos.

Tengan una linda semana. <3

Xx, Anna. 

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