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31

Todo en la vida se trata de hacer elecciones, algunas buenas, otras malas y unas tantas imposibles de calificar como una u otra, porque así como la vida son decisiones, también es una extensa escala de grises que pocas veces llega a ser negro total o blanco impoluto. Las decisiones poco a poco modelan a las personas que somos, sin embargo, creo con firmeza que, al igual que los errores que cometemos, no nos definen. Al final, lo que habla por nosotros es la manera en que nos sobreponemos a ellas, porque si tomas una decisión, será mejor que estés listo para aceptar con la frente en alto sus consecuencias.

Yo, a la mañana siguiente, desperté con las consecuencias de mi rabia. Con el peor dolor de cabeza que hubiese experimentado en la vida hasta aquel momento. Era tan agudo e intenso que sentí que mi cerebro explotaría dentro de mi cráneo, reduciéndome a un licuado de sesos, recuerdos y sentimientos demasiado patéticos como para afrontarlos frente al espejo sin sentir un deje de vergüenza por mí mismo. Tanto que fue inevitable no echarme a llorar, sosteniendo mi cabeza entre las manos y escondiendo el rostro en una almohada impregnada de un aroma a humedad y polvo; sin poder aplacar ni el sufrimiento ni la miseria dentro del pecho.

Me tomó un buen rato darme cuenta de dónde estaba, pues al principio, debido a que mis sentidos seguían atontados, fue complicado caer en cuenta de que no era en el hotel, sobre el colchón suave y entre las sábanas perfumadas de una suite. En aquel decadente sitio no había ventanal abierto con vistas espléndidas, ni termostato que aplacase el clima de afuera. Dentro de aquella pequeña habitación flotaba un olor a moho intenso, tanto que pude imaginarme las esporas entrando por mi nariz y viajando hasta mis pulmones. El techo, que en algún momento fue blanco, estaba teñido de negro por la humedad; y la minúscula ventana a estaba tan sucia que el sol apenas era capaz de colarse entre la gruesa capa de mugre amarillenta adherida al cristal.

Todavía recuerdo el chillido metálico de los viejos resortes del colchón cediendo bajo mi peso en el momento en que me incorporé, cuidadoso de no desatar otra oleada de dolor punzante en mi cerebro. Me tomó mucho esfuerzo tratar de recordar lo que hice la noche anterior, no obstante, comencé a formar mis sospechas en el momento en que fui consciente de mi desnudez y del motel de mala muerte al que había ido a parar. Al voltearme para ver la hora en el reloj sobre la destartalada mesita de noche a un lado de la cama, pasaba bastante del mediodía, pero lo que llamó mi atención fue un pequeño trozo de papel. Lo tomé con cuidado y lo repasé un segundo con la mirada. Los trazos en él tenían escrito «Logan», seguido de un número de teléfono.

―Logan... ―murmuré el nombre, como si aquello fuese la llave al cajón de las memorias borrosas de la noche anterior. Sorprendentemente lo fue.

En el instante en que la última sílaba de su nombre salió de mi boca, empecé a rememorar las cosas que había hecho horas antes; aunque, mejor dicho, solo se trató de pequeños momentos independientes los unos de los otros. El sentimiento fue muy parecido a la noche en la que me emborraché en Thrill Titanium, pero, de cualquier forma, llevaba consigo matices muy distintos. Evoqué quién era el dueño de aquel conjunto de letras que nada significaban para mí, o al menos quién creía yo que era: un tipo alto y delgado. Estaba seguro de haberle conocido en el bar, siendo atraído por el largo cabello rubio hasta el pecho y sus sonoras risotadas.

Hice un esfuerzo por tratar de llevar mis memorias más allá, y segundo tras segundo fueron revelándose ante mí más detalles sobre nuestro encuentro. Nada es más claro para mí ahora de lo que fue entonces. Tragos, sonrisas y después un baño. Fue ahí donde recordé que nos habíamos metido la coca de Jackson, supuse que justo aquello era el causante de tan profundo malestar en mi cabeza. Después un automóvil, quise creer que se trataba del suyo. Noté el fantasma de su cabello entre mis manos, o sus dedos apretándose con fuerza alrededor de mi garganta. El cuello me dolía casi tanto como tratar de pasar saliva o el resto del cuerpo. En cuanto bajé la mirada para examinarme a mí mismo, hallé en mi abdomen y pecho diversos cardenales de un llamativo color que danzaba entre el rojo y el púrpura; también una línea roja asomando por mis costillas, se trataba de un rasguño que venía desde mi espalda, y ardía tanto como mi consciencia.

―¿Qué hiciste, Alessio? ―me pregunté, sin saber a ciencia cierta si me llegaba a sentir culpable o no. Recordaba haber estado de acuerdo con acostarnos, inclusive haber disfrutado del sexo previo a que Jackson hiciese, como siempre, su acto de presencia dentro de mis pensamientos. Aquel debió haber sido el momento en que le insté al tal Logan a que las cosas subieran un poco de nivel.

Sé bien que, de llegar a leer mi tortura, estas líneas no serán las que te hagan pasar el mejor momento de tu vida. No sé pronosticar que clima traerán a ti, si sentirás furia, o tristeza, o decepción... quizá culpa. Lo que sí sé, es que querrás saltar párrafo tras párrafo para no enterarte de los detalles, créeme que de a ratos siento la necesidad de hacer lo mismo, omitir mis errores para que nadie se entere de ellos y así tenga el poder de señalarme, de juzgarme o atreverse a insinuar que, de haber estado en mi lugar, hubiese tomado mejores decisiones que yo. No obstante, creo que los dos sabemos bien que lo que queremos no siempre es lo que es, y que a veces hay que sacrificar un poco de nosotros para hallar paz en otro aspecto. Perdona si te causa pesar, espero que sea suficiente consuelo saber que a mí también.

Luego de ser más consciente de lo sucedido la noche anterior, sentí que necesitaba una ducha, o diez, para sacarme de encima la sensación de tener su saliva sobre la piel. Me vestí, alegrándome de que al menos no me hubiese robado la cartera o la identificación, y volví al hotel con el cuerpo pesado; todo me dolía, comenzando por la consciencia y terminando por algunas fibras del corazón.

Subí hasta mi recámara, pensando en el baño que tendría que darme para tratar de disimular lo sucio que me sentía y los errores cometidos. Al entrar, sin embargo, en lugar de hallar la paz que necesitaba me encontré con mis compañeros de banda y también con Raphael; todos voltearon en cuanto atravesé la puerta, me observaron como si hubiesen visto un milagro acontecer justo frente a sus narices.

―¿Dónde estabas? ―Raphael fue el primero en inquirir, pero yo no supe qué contestarle―. Llevamos buscándote desde ayer en la noche, creímos que algo te pasó.

―¿Estás bien? ―indagó Sam, al notar que entre mis planes no estaba responderle a nuestro manager. Lo pensé durante un instante, ¿estaba bien? Ni siquiera estaba seguro de ello; aún trastabillaba un poco por el alcohol, y mi consciencia estaba nublada por los últimos vestigios de la coca y cualquier otra porquería que hubiese accedido a meterme. Asentí, pero sin estar convencido del todo.

Al cabo de unos segundos, no pude seguir postergando mucho más el dirigir la mirada hacia ti. Tus ojos estaban hinchados, rojos, y debajo de ellos se lucían unos surcos profundos y de color oscuro; tu piel también se hallaba más pálida que de costumbre. Intuí que aquel estado era a raíz de no haber cerrado los ojos en toda la noche, y no me sentí culpable porque pensé que te merecías eso y mucho más, por lastimarme sin ninguna clase de consideración. Pensé que, de haber podido desaparecerme por tres días, lo hubiese hecho solo para poder torturarte mentalmente. ¿Aquello era correcto? No, y me lo recordó la culpa ardiendo junto a los arañazos.

―Me tenías preocupado ―soltaste, respirabas de una manera profunda y bien medida. No me reí solo porque sabía que aquello empeoraría el palpitar de mi cerebro.

―¿Por qué te fuiste así anoche? ―preguntó Sam.

―¿No se los ha contado? ―indagué, señalándote con la barbilla. Todos negaron con la cabeza, en cambio, tú suplicaste con la mirada para que me callase, que lo solucionásemos luego entre los dos; pero no, yo no iba a permitir que me echasen toda la culpa por su preocupación―. Díselos.

―Hubo un malentendido, eso no es lo importante, lo importante es que...

―¿Un malentendido? ―Fui incapaz de soportar el hartazgo que me provocó su infinito cinismo.

―Sí, un malentendido. ―Sentenció Jackson, tenso―. Lo hablaremos después. Mejor dinos dónde estabas.

―No es de tu interés.

―¿Qué no es de mi interés? Tengo derecho a saberlo, soy tu novio, ¿no?

De pronto no me importó que no estuviésemos solos, o que nuestros amigos pareciesen incómodos de presenciar una nueva discusión entre ambos. La sangre volvió a arder como la noche anterior, supe que estaba a punto de gritar hasta desgarrarme la garganta o de salir corriendo al balcón para saltar en caída libre, pues era incapaz de creerme lo que estabas diciendo. Por un segundo, mi acostón dejó de estar tintado por la culpa; te recordé en aquel baño pintarrajeado y maloliente, entre las piernas de una chica que fácilmente era incluso más joven que yo.

―También me lo pregunto, ¿lo eres? Porque parece como que no, y hasta que no te comportes como que sí, pues te importa una mierda dónde estaba.

―Alessio, te juro que este es el peor momento para tus niñerías.

Esa frase, tan sencilla como hiriente, fue el quiebre total no solo de mi paciencia, también de mi voluntad, de mi autocontrol. De mí. Me acerqué hasta él en dos rápidas zancadas y le empujé por el pecho. Todo pasó demasiado rápido y, de cualquier modo, puedo recordar cada detalle como si hubiese sucedido en cámara lenta. Jackson se tambaleó un par de pasos antes de recuperar el equilibrio, y en aquel entonces mi intención fue irme sobre él para, como mínimo, dejarle dos o tres puñetazos marcados en la cara. Por supuesto, antes de que aquello sucediese, Sam y Bryan intervinieron para impedirme hacerlo. Me alegro de que haya sido así. Yo estaba enloquecido, y tenía claro que la única razón por la que no me tiraba al suelo a sollozar era porque no deseaba humillarme más ni por ti, ni frente a ti.

Mi camino hasta tu cuerpo estaba bloqueado, sin embargo, descargué toda la violencia en mi interior en forma de gritos que decían de todo. Exclamé que el peor error de mi vida había sido ser tu amigo y enamorarme de ti, que deseaba con todas mis fuerzas no haberte conocido; que eras el hombre más cínico, egoísta y horrible con el que tuve alguna vez la desgracia de toparme. Asimismo, que merecías todas las cosas que te habían sucedido en la vida, que era karma. Por último, aseguré que te odiaba y después me fui de la habitación, o me sacaron, soy incapaz de recordarlo; para ese momento hiperventilaba y mi visión estaba nublada por el llanto que tan mal me esforzaba por contener. En realidad, todos mis sentidos se hallaban entumecidos, como si estuviesen debajo no de agua, sino de barro.

Nada de eso era verdad y nunca tuve las agallas para disculparme propiamente por mis palabras, así que me tomo la libertad de hacerlo ahora, aunque bien podría no significar mucho después de tanto tiempo. No eras, ni eres, un error. Estar contigo tampoco lo fue, mucho menos enamorarme de ti. Contrario a todas esas terribles cosas que te escupí aquel día a la cara, puedo asegurar que ni siquiera ahora pienso que seas una mala persona, y jamás he creído que en serio merecieses las cosas que tuviste que atravesar en tu camino. Por supuesto, y como si no fuese de por sí bastante obvio, tampoco te odio.

Si por algo debo pedir perdón es por eso, por tratar de lastimarte, y por más que fuese a raíz de mi corazón mallugado, no fue menos peor de lo que hiciste tú conmigo.

Hoy debo admitir que estoy nublado, como es costumbre desde que inicié con todo esto. Recordarte siempre ha causado ese efecto en mí, no es ninguna sorpresa que en tiempos recientes sea peor. Aun así, o quizá por ello, me disculparé desde el balcón. Deseo que el viento arrastre mis palabras hasta tus oídos, donde sea que te encuentres. Ojalá no me odies. Espero, de hecho, que aún me recuerdes; que hayas sabido perdonarme por todo así como yo he aprendido a hacerlo contigo. Me gustaría saber cómo estás, espero que soleado en alguna linda costa, pues todo lo que deseo para ti es un interminable verano lleno de luz dorada, brisas frescas y flores abiertas.

Si te importa, puedes saber que por mi ventana veo el mar. El cielo está despejado, más azul que de costumbre, tan azul como la parte más viva de ti. Creo que te encantaría la vista, ojalá pudieras verla algún día.

¡Hey, ya es miércoles! Siento que el tiempo avanza super rápido.

Vi a alguien en el capítulo anterior diciendo que ojalá Alessio no hubiese hecho la misma estupidez, y bueno, he did it. Jack y Ale se están volviendo una bola de equivocaciones, entiendo si quieren darles un sape, yo también quiero hacerlo. ¿Qué les pareció el capítulo? ¿Qué creen que suceda con ellos a raíz de todo esto? 

Espero que el capítulo -pese a todo- les haya gustado. <3 Nos leemos el domingo. 

Xx, Anna. 

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