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An Alternative Life fue un logro histórico para nuestro sello discográfico, que comenzó a tratarnos, después de varios años con nosotros, como siempre supimos que nos lo merecíamos; es decir, como los artistas principales de su catálogo. Nos colocamos en el radar a nivel mundial. En todos sitios se hablaba de nosotros y se reproducía nuestra música sin cesar, no solo los sencillos promocionales, también canciones que ni siquiera estaban destinadas a convertirse en un éxito musical. Se comentaba mucho por ahí de las posibles nominaciones para toda clase de premios cuando llegase la temporada, y lo que más nos alimentó el ego, fue percatarnos de que América era solo el comienzo. Conquistamos también las listas de popularidad por toda Europa; tanto fue el impacto, que Nine Circles se vio obligado a cerrar nuevos acuerdos comerciales para poder aumentar la distribución de nuestra música en países como Francia, Reino Unido e Italia.
Con toda la atención que estábamos recibiendo por parte de los medios, también volvió a acelerarse nuestro estilo de vida hasta entonces comodino. El desgaste era algo que siempre estaba ahí, una constante, sin embargo, aprendí a diferenciar los diferentes tipos de cansancio entre lo que suponía crear, componer, grabar y producir un disco, y lo que era tener que promocionarlo. La primera etapa era más física, inclusive cuando requería de más intelecto, pero la segunda era mental; te desgastaba a niveles que pocos podrían comprender sin vivirlo en carne propia.
Sé que hoy en día es más común que los nuevos artistas sean apoyados con un equipo que les ayude a mantener su estabilidad emocional intacta, pero en los tiempos que corrían entonces, eso no era una práctica común ni por asomo. Sabemos cómo terminó eso para muchos, las tragedias no escasearon en los noventa, entre personas que tenían edades similares a las nuestras y se movían por el mismo rubro. Todos aprendemos de nuestros errores, incluso la industria, pero no estoy aquí para hablar de los grandes cambios que ha experimentado todo ese mundillo; pues mucho ha llovido desde entonces y eso se sabe bien.
Algo que no ha cambiado es el ritmo. Las entrevistas, al igual que ahora, sin importar si eran para radio, revistas o televisión, jamás eran tan sencillas como solo sentarse para responder un par de preguntas de presentadores o periodistas.
―No estás aquí para hablar de música, estás aquí para vender ―me dijo Raphael un día, luego de quejarme de que en una entrevista no nos hicieron ni una sola pregunta respecto al álbum o sus canciones, sino sobre nuestra dinámica como grupo y nuestra experiencia con las mujeres.
Tenía razón, todo aquello se trataba de saber ponerte en bandeja de plata para los consumidores, poder endulzar la vista de quienes leían tus palabras en la revista farandulera de moda, sonar como una persona interesantísima para los que solo te escuchaban de camino al trabajo, o peor, tratar de verte como si fueses alguna especie de ser mitológico, perfecto e intocable, cuando se trataba de medios audiovisuales. Fue muy distinto a la primera vez, y caí en cuenta de que, con ese nivel de fama, la música siempre pasaba a un segundo plano. Ellos estaban hambrientos de conocer tu vida, exprimir hasta el más jugoso detalle que pudiese darles un encabezado rentable.
Por esas épocas comencé a darme cuenta de lo mucho que me irritaba tener que discutir sobre la ropa adecuada para salir en televisión, pues a los asesores de imagen de las casas productoras les parecía que mi sudadera o una camiseta lisa no era suficiente; necesitaban algo que llamase la atención, por lo cual me vestían con cuero, anillos, collares y toda clase de cosas que me llevaban a sentirme más como un payaso que como un músico. Odiaba con profundidad tener que estar siempre pendiente de la modulación de mi voz, pues cuando hablaba bajo todos comentaban que «sonaba inseguro» y eso no nos daba «una buena imagen»; aún más cuando insinuaban que mi postura no era la adecuada, o que bien podía dormir más, porque las ojeras me hacían ver demacrado y eso no les gustaba a los televidentes.
Empecé a llegar al límite de mi paciencia cuando también comenzaron a tomarse la libertad de opinar respecto a mi físico, argumentando si tal vez podía usar botas con un poco de tacón para verme más alto, o alaciarme el cabello, porque el ondulado no me quedaba tan bien; incluso me propusieron la idea de teñirme ya fuese de rubio o de pelinegro, porque mi castaño era demasiado ordinario y no tenía nada en mí que llamase mucho la atención.
Aclaro que tampoco era al único al que molestaban, los otros también recibían sus respectivas críticas. A Sam, por ejemplo, le obligaron a dejarse crecer el cabello para que su apariencia estuviese más a juego con la del resto; a Jackson no paraban de sugerirle que subiese de peso e hiciera ejercicio, para adoptar un cuerpo más «deseable», lo que quería decir «un cuerpo que llame la atención de las mujeres si te ponemos, sin camiseta, en la portada de una revista»; incluso se atrevieron a sugerirle que se operase la nariz para hacerla más recta.
―¿Qué tiene de malo su nariz? ―pregunté, incluso más indignado que él.
―No se ve bien de perfil, se vería más estilizado si rebajamos el puente.
―Que se jodan, no me voy a operar la puta nariz ―sentenció, pero de todos modos continuaron con el tema durante varios meses.
El que más se salvó de todo fue Bryan, quien era, de los cuatro, el que más encajaba con el prototipo ideal. Era absurdo, tocábamos rock, no participábamos en concursos de belleza ni era nuestro propósito llegarle a la gente por la vista, pero tuvimos que acoplarnos. Yo accedí a alaciarme el cabello y utilizar zapatos que me sumasen un par de centímetros; tú a tratar de subir de peso, incluso cuando todos sabíamos que si eras delgado era por pura buena genética, para tu estilo de vida, lo más normal hubiese sido que te inclinases a tener una barriga.
Entonces, luego de una larga temporada de promoción, emprendimos nuestra segunda gira. No estuvo mal, incluso me resultó emocionante lo grande que era en comparación a la anterior, no solo en números ―que sí, pasar de cincuenta shows a noventa y cinco fue importante―, sino en la magnitud de cada espectáculo individual.
Los teatros o recintos «pequeños» tenían su magia, era todo más personal, más sucio, más acorde a la imagen que yo siempre tuve respecto a mi idealización de la vida de estrella de rock antes incluso de querer convertirme en una. Todo estaba muy cerca, si daba dos pasos y estiraba el brazo era capaz de tocar a Jackson, dos pasos más y estaba a un lado de Sam; uno hacia atrás y ya estaba sobre la batería de Bryan. Si me agachaba encontraba un vaso de cerveza a la mitad para refrescarme en medio de una actuación; si gritaba muy fuerte, alguien del otro lado me escucharía.
Las arenas eran distintas. Incluso en China hubiesen estado de acuerdo conmigo si yo dijese que no es lo mismo tocar para cinco mil personas que para quince mil; había sitios más grandes incluso, pero ya esa cantidad de asistentes me resultaba exorbitante. Observar hacia el público en la pista era como presenciar una masa dispuesta a comer lo que sea que tuviese las agallas de adentrarse en ella; la palabra que mejor puede describirlo, es «imponente». Por supuesto un escenario más grande, sumado a las pantallas gigantes y los gritos de una turba enardecida queriendo escucharte tocar, coreándote con tal potencia que podrían destrozarte los tímpanos, de forma inevitable lleva tus niveles de adrenalina hasta la estratósfera. De lo que pocos hablan, es que asimismo eleva el miedo que te recorre el cuerpo antes de salir frente a ellos.
Complacer a un público pequeño es sencillo. Incluso si algo no termina de convencerles, siendo tan pocos es improbable que consigan hacer algo en tu contra. Cuando tus escuchas son tantos que ni siquiera eres capaz de contarlos, bien, es ahí cuando comienza la verdadera presión por agradarles; hacerlo todo bien para que te quieran.
Es irónico, pero al menos durante esos años, hacer las cosas «correcto» no siempre significaba correcto según lo que el mundo real dictaba como tal. Complacer a los consumidores de la escena rock era un desafío, y no era porque fuesen personas demasiado exigentes en cuanto a lo musical, sino por una vara establecida por nuestros antecesores en el medio. Los que vinieron antes marcaron, de un modo u otro, la regla de que para ser alguien debías tener una personalidad desbordante, una que se quedase después de mucho tiempo con ellos. Ejemplos sobran, no es de extrañar la manera en que creció, no mucho tiempo antes de nosotros, la popularidad del glam; hablemos de Guns N' Roses, Poison, Motley Crue, Bon Jovi, Van Halen, Twisted Sister o Deff Leppard. La música estaba, pero no lo era todo, sino que venía con una estética concreta.
En los noventa ya no se usaba mucho aquello del cabello larguísimo y esponjado tan característico de los ochenta, nuestros contemporáneos se unieron a una corriente distinta, más descuidada, si podemos tratar de describirlo de algún modo. Gracias al cielo, no hubiese soportado la extravagancia del glam en mí mismo, pero seguía siendo salvaje, porque el rock siempre era rock, y los escuchas era lo que buscaban.
Luego de mucho pensarlo, Jackson llegó a la conclusión de que más que apostar a una estética visual ―porque siendo sinceros, jamás nos hubiésemos puesto todos de acuerdo en ello―, lo ideal era adoptar una actitud. Lo que él quería era algo enérgico, maniaco, que transmitiese adrenalina al público. La idea no suena mal ni siquiera ahora, sin embargo, se vuelve complicada cuando duermes apenas un par de horas por noche y hay ocasiones en las que no tienes días de descanso entre un show y otro. Era no solo complicado, sino imposible mantener ese ritmo por cuenta propia, y fue entonces que comenzamos a usar estímulos externos de manera más regular.
Yo al principio me refugié en las bebidas energéticas. Me tomaba un par de latas antes de cada show, a veces las combinaba con cafés cargados; el punto exacto era aquel en el que las manos me temblaban, era incapaz de quedarme quieto y el corazón me latía desbocado incluso cuando estaba sentado sin hacer nada, solo escuchando el amortiguado murmullo del público desde el camerino. Sufrí muchas de las llamadas sobredosis de cafeína durante los primeros meses; luego del espectáculo, al regresar al hotel, me sentía mareado, vomitaba muchísimo, era incapaz de pegar ojo hasta que amanecía y me dolía la cabeza de una manera infernal, pero esos eran los precios a pagar.
Yo no era el único que comenzaba a sobrepasarse, tú también, aunque no lo veías tan mal porque tus quiebres no eran tan bajos como los míos.
Yo supe que volviste a tus andadas a las pocas semanas de comenzar el tour, y no porque fuese la persona más observadora del mundo, sino porque tú tampoco hacías mucho por disimularlo o esconderlo. No lo dije durante un tiempo, pero notaba que tus ojos rojos e irritados todo el tiempo no eran normales; y que tu nariz todo el tiempo estaba goteando un poco de flujo incluso cuando era evidente que no estabas dentro de un resfriado; o que pasabas todo el día sin dar bocado alguno, pero en cuanto llegaba la madrugada pedías comida a la habitación y te dabas unos atracones que daban miedo.
Pese a todo, me engañé a mí mismo y quise creer que se trataba de algo más, después de todo la gira nos tenía extraños a todos, hasta que llegó el día en que la conversación no pudo postergarse.
Estábamos en nuestro camerino, antes de un concierto, bebiendo y preparándonos antes de salir al escenario cuando tu nariz comenzó a sangrar. Despacio al principio, no fueron más que un par de gotas carmín estrellándose contra la alfombra, pero entonces se convirtió en una hemorragia que te obligó a ir corriendo al baño para tratar de detenerla, y a mí a ir detrás de ti para ayudarte con ello. Me manché las manos de tu sangre mientras insistía en que dejases de echar la cabeza para atrás o ibas a vomitarlo todo. Busqué papel de baño para hacer un tapón, y al no encontrarlo me dijiste que llevabas un par de pañuelos en el bolsillo. Metí las manos en tu chaqueta, mientras tú te cernías sobre el lavabo y tratabas de limpiarte con el agua de la llave para no mancharte la ropa.
Encontré los pañuelos, también una diminuta bolsa de plástico transparente repleta de polvo blanco. Me resultó evidente que no era bicarbonato ni nada parecido, por lo que el shock inicial fue tremendo.
No es que nunca hubiese visto cocaína en mi vida, en algunas de nuestras fiestas vi bandejas preparadas para que quien quisiese se acercase a inhalar un poco, no se trataba de la droga en sí, sino el ver imposible seguir negando que estabas en ella. El alcohol y la marihuana eran una cosa, no obstante, aquello era algo por demás diferente.
―¿Los encontraste o no? ―preguntó, luego de que yo pasase un par de segundos contemplando aquella sustancia―. ¿Bebé?
―¿Qué es esto? ―Le mostré la bolsita, disgustado. Él se estaba pellizcando el tabique, y por un segundo su tedio por la hemorragia nasal se vio sustituido por una sonrisilla burlona. Usualmente me gustaba ver aquella expresión en él, pero esa noche solo fue capaz de generarme rechazo.
―¿Tú qué crees que sea? ―Me quitó los pañuelos para hacerse el tapón y parar la sangre.
―No jodas, Jackson. ―Más que molesto, estaba preocupado. Había escuchado auténticas historias de terror relacionadas con las drogas sintéticas, y la idea de que él se volviese el protagonista de una de ellas me horrorizaba hasta la médula.
―¿Y ahora qué?
―No te metas eso.
―Estoy grandecito para saber lo que me meto y lo que no, ¿no te parece? ―Se lavó las manos para quitarse todas las manchas rojas que le quedaron ahí―. Yo no te digo nada porque estés todo el día con los porros y tus redbull.
Discutimos, como era obvio que iba a suceder. Me dijo que era su novio, no su niñera y mucho menos su madre para increparlo por las cosas que hacía. Al final, viendo que ninguno iba a ceder a los argumentos del otro, suspiró, se dio la vuelta y me contempló frunciendo el entrecejo.
―En serio te odio cuando te pones así de caprichoso ―soltó de pronto.
―No estoy siendo caprichoso, solo estoy preocupado por ti.
―Pues no lo estés, lo detesto, solo me recuerdas a Paige.
Odiaba que me comparase con ella, incluso cuando no sucedía seguido. Sentí que la sangre en las venas se me calentó, apenas atiné a murmurar que era un imbécil.
―Ya. ―Se acercó hasta mí y tomó mi barbilla con una de sus manos, haciéndome levantar la cabeza. Su toque no fue delicado ni tampoco brusco, solo fue. Nuestras miradas se encontraron e intentó acercarse a mí para dejar un beso sobre mis labios, como para dar por terminada la discusión; pero yo estaba molesto, y lo último que deseaba era eso. Giré la cabeza y le aparté la mano de un manotazo, mosqueado y rudo, diciéndole un seco «quítate»―. Mira, tampoco voy a estar cediendo tus desplantes. ―Escupió, el mal gesto volvió a su rostro y retrocedió un paso―. Gracias por recordarme que eres un puto crío.
―Jódete, Jackson; en serio.
―Como sea. Tenemos que salir al escenario en media hora, alístate rápido, que lo único que me falta es que retrases el show.
Lo dijo como si fuese una orden, como si fuera mi jefe, y por lo tanto solo encendió más mi ira; aquello me molestaba casi tanto como cuando era condescendiente conmigo. A pesar de todo no dije nada, dejé que se marchara y me quedé ahí, sin saber muy bien lo que acababa de suceder, no podía creerme que hubiésemos discutido por algo así.
Pensé que mi noche estaba arruinada, pero nada termina como debe, y como de costumbre lo llevamos demasiado lejos. El destino pareció haber escuchado la enorme cantidad de veces que dijo estar en contra de los puntos medios, así que nuestro gris se desvaneció en negro.
A muchos de los momentos dolorosos ahora les recuerdo con gracia, o con un deje de nostalgia para con el muchacho que solía ser. Esta noche en específico es distinta, no duele como las tormentas granizadas, se siente como un día de nubes grises, pero sin augurio de lluvia. Seco, sin viento, sin calidez ni frío. Tan triste que sofoca hasta las precipitaciones saladas, pues fue la muerte de un chico que sentía con el ardor de un adolescente, y el nacimiento del adulto que llega cuando se conoce el escozor de las decepciones verdaderas y las equivocaciones monumentales.
¡Heeeey, es domingo (y no de madrugada)! ¿Qué les pareció el capítulo? ¿Qué creen que vaya a pasar? Pueden depositar aquí sus "Jack, Ale, están bien pendejos los dos" (?).
En otras noticias, aquí les traigo las listas uwu, espero que les gusten y las escuchen (porque me tardé haciéndolas). Todas son canciones que o Jackson y Alessio escuchaban, o bien podrían gustarles (las actuales, sobre todo), so, ahí están. ♥
Lista a YouTube (link en comentarios, sino, la encuentran en la descripción de mi perfil):
Lista a Spotify (link en comentarios, la encuentran también en la descripción de mi perfil):
Y ya que me pidieron también solo la lista tal cual, aquí está:
Gracias por el apoyo. ♥
Xx, Anna.
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