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27

La noche en que lo inevitable sucedió, todo en relación con el nuevo disco estaba resuelto casi por completo. Estuvimos en el estudio por mera costumbre, dando los últimos retoques a las canciones, aunque ya no era necesario que grabásemos nada más.

En pocos días sería el cumpleaños de Jackson, el número treinta, una fecha por demás importante, razón por la cual también nos quedamos un poco más planeando la enorme fiesta que celebraríamos en su honor. Para cuando terminamos pasaban de las diez, todos teníamos sueño y estábamos cansados; deseábamos dormir, para ser más claro, después de todo llevábamos meses de una horrible rutina de sueño.

―Yo me voy a quedar un rato más, pero ustedes pueden irse ya, si quieren. Solo déjenme las llaves para poder cerrar.

Bryan y Sam no tardaron en hacerle caso. Yo, en mi cansancio, deseaba hacer lo mismo, pero me contuve, y cuando él me aseguró que no se molestaría conmigo si me marchaba, de todos modos decidí quedarme. Tenía motivos para hacerlo, le conté que había preparado una sorpresa. Aquel día más temprano, salí con la excusa de comprar unas cuerdas para la guitarra, aunque eso estaba lejos de ser verdad; en realidad había comprado su regalo de cumpleaños.

Los muchachos comenzaron a sospechar que algo extraño nos traíamos entre manos luego del concierto; Bryan me encontró el boleto y tuvimos que contarle que habíamos ido. Le preguntó a Jackson por qué me invitó a un recital, él respondió que fue solo un regalo de amigos porque sabía que me gustaba la banda y el dinero no era un problema; entonces vinieron las dudas respecto a por qué no invitarlo a él también, ya que igual le gustaba el grupo.

―A mí nunca me has regalado nada, ni siquiera en mi cumpleaños, y se supone que soy tu mejor amigo. ―Ni siquiera recuerdo haberlo visto molesto, solo extrañado.

―No es lo mismo, Bryan.

―Pues me parece raro.

Con todas las cosas que ellos ya veían extrañas, pese a nuestros constantes intentos de hacerles sentir como unos idiotas por pensar algo tan «ilógico», no planeaba arriesgarme a darle un obsequio frente a un gran grupo de personas, considerando que entre nosotros cuatro no teníamos la costumbre de darnos ese tipo de detalles.

Me observó interesado mientras buscaba la caja dentro de mi mochila, estoy seguro de que no se esperaba lo que le di.

Durante una de las primeras noches que pasó en mi casa, descubrió el NES empolvado que mis padres me compraron a los quince. Me dijo, mientras jugueteaba con uno de los controles entre sus manos, que antes de ir a Las Vegas se compró uno, pero cuando se mudó solo pudo llevarse lo básico: ropa y algo de dinero, su consola no estuvo en la lista. «Ahorré durante mucho tiempo, me dio rabia no poder llevármelo». Nunca dejé de pensar en ello, así que me pareció lo ideal.

Le compré la consola de Nintendo junto con dos cartuchos: Gradius, su favorito, y The Legend of Zelda, mi favorito. No pretendía que fuese a obsesionarse con los videojuegos, mi intención iba por un sitio distinto.

La nostalgia siempre ha formado gran parte de mi vida, todo el tiempo rememoro los momentos importantes, escarbo en mis recuerdos y escribo mis memorias. En aquellos tiempos ya lo hacía, pero de otro modo; amaba observar fotografías mías de cuando era un bebé, o de mis padres cuando tenían mi edad. Llevaba siempre conmigo uno de los casetes de mis padres, el de Lucio Battisti, para no olvidarme jamás de que fue «La canzone del sole» la primera canción que me hizo nacer las ganas de tomar una guitarra y aprender a rasgar sus cuerdas.

Te regalé nostalgia porque quería que tuvieses algo que, aunque tuyo, tuviese algo de mí, y porque sabía que, incluso si no te dabas cuenta, eras igual que yo. Me lo decía la fecha de un recuerdo tatuada en tu hombro, o que preferías tu viejo walkman de casetes que cambiarte al Discman y con ello a los CD's. Incluso que constantemente criticabas a la nueva escena del rock, siendo que nosotros mismos formábamos parte de ella.

Adoraste el detalle tanto como creí que ibas a hacerlo. Tomaste la caja y la contemplaste durante varios segundos, con una sonrisa que te iluminó el rostro y a mí el mundo entero; misma que pareció desvanecer por completo el cansancio y me entregó un Jackson más joven, más vivo. Antes de lo previsto la dejaste a un lado y me envolviste en un abrazo enérgico; me hizo feliz verte a ti ser feliz y que compartieras tu dicha conmigo.

En medio del furor decidiste besarme y yo te correspondí, porque la tentación era enorme, y mi resistencia, inexistente. Lo llevamos más allá sin querer, profundizamos más de lo que cualquiera de los dos planificó en primer lugar; ni siquiera me enteré del instante en que terminé degustando el sabor amargo del café cargado en tu lengua, o frotando tu entrepierna con la mano dentro de tu pantalón. Cuando caí en cuenta de todo aquello, mis dos únicas neuronas espabiladas parecieron hacer sinapsis y de la forma que pude, dije algo como que fuésemos a casa. Además, yo prefería echarme a dormir después de tener sexo; la idea de tener que moverme por la calle hasta nuestro departamento, con todos los estragos de pesadez y cansancio que quedaban en mí luego de un orgasmo, me daba pereza. A ti no tanto, pues no me hiciste mucho caso. La idea de irnos me duró hasta que encontraste mi cuello y después me estampaste la espalda contra una silla, murmurando en mi oído una frase bastante sucia, pero de cualidades mágicas.

En la antigüedad, algunos de los rasgos más respetables en los hombres eran la mesura y la superposición de la mente y el intelecto por encima de las necesidades del cuerpo. Era virtuoso aquel que se interponía a su naturaleza y no se dejaba dominar por los placeres; yo, he de confesar, hubiese sido la máxima decepción para los griegos.

Una vocecilla dentro de mi cabeza sabía que hacerlo en aquel sitio era una pésima idea, tan mala que solo podía haber salido de alguna de las fantasías sexuales que Jackson me confesó en alguna ocasión, pero yo, en vez de actuar con raciocinio, ahogué todo ápice de decencia en mí. Lo invité sin pena a hacer lo que quisiera, y como él era de los que ladraban y también mordían, pues me tomó la palabra.

Me gustaban las noches en las que era yo el que tenía la oportunidad de sumergirme en él, y lo sabía, lo usó a su favor para desconectarme. Mi conciencia se fue y solo quedó mi cuerpo, que estaba dado a unas sensaciones embriagadoras y bien conocidas, pero que siempre me asombraban de algún modo. Era nuevo en mi vida desear de ese modo a alguien, hacerlo en serio y no solo porque se suponía que era mi deber, como con mis exnovias.

Ni siquiera sé cuánto tiempo estuvimos ahí, pero no debió haber sido mucho, pues ni siquiera pasamos de los preliminares. Yo estaba ahí, casi derretido en mi asiento, ojos cerrados y su nombre marcado a fuego en los lamentos que se escapaban de mi garganta cada que él me deslizaba por la suya.

Solo soy capaz de imaginar la imagen que debimos dar cuando Sam abrió la puerta, diciendo algo sobre haber olvidado su cartera.

Me asombra pensar en todo el tiempo que conseguimos esconder lo nuestro, pues aunque éramos buenos disfrazando de amistad lo que se cargaba más al lado del amor, era algo que sucedería tarde o temprano. No obstante, yo hubiese preferido encarar a mis amigos en otra situación, en lugar de dejar que se enterasen de la manera más impactante posible. Incluso estando cada día más seguro de lo que yo era, también me habría caído pesado encontrarme a cualquiera de mis compañeros en una situación similar; sin importar si se trataba de una chica.

Nos apartamos al instante, carentes de excusas para dar. Hacer entrar en razón a Sam para que no saliese del estudio e hiciera quien sabe qué, fue complicado, aunque lo conseguimos. Lo sentamos en el banco viejo de la cabina y le explicamos, como pudimos, que llevábamos juntos mucho tiempo. Al cabo de un rato, nuestro amigo pareció dejar a un lado la ira irracional para dar paso a la confusión y el desentendimiento. Para él, no cuadraba del todo que nosotros estuviésemos juntos porque «no parecíamos de esos». O bueno, no Jackson, pues en algún momento dijo algo que me caló profundo.

―Me lo hubiera imaginado de Alessio, ¿pero tú?

Me llevó a preguntarme qué se suponía que significaba que «se lo esperaba de mí». Enterró, con solo seis palabras, todos los avances que había conseguido durante tantísimos meses. ¿Acaso era que «algo» se me notaba? Y si sí, ¿era eso malo? Me volví a cuestionar si algo andaba mal conmigo, ¿por qué esperarlo de mí y no de él? ¿Era tanta la separación entre nosotros? «Será que Jackson es más normal?», me cuestioné.

Me abstraje de la conversación un tiempo, hasta que una frase tuya me llevó de vuelta a la tierra. Le dijiste que nos habíamos enamorado y eso era todo, que lo apreciabas, pero lo demás no le importaba una mierda. Me sacó de mi ensimismamiento precisamente porque estuve mucho tiempo temiendo no solo en la forma que las personas reaccionarían si llegasen a enterarse de lo nuestro, sino también la actitud que tomarías para afrontarlo. Que hablases por los dos para defendernos me hizo sentir mejor, además de hacerme pensar que aquella sería la norma en todas las situaciones. Ahora he aprendido a no sacar conclusiones demasiado apresuradas, afortunadamente he crecido.

Si nos hubiésemos quedado ahí durante más tiempo, todo el embrollohubiese desembocado en un conflicto mucho mayor del que ya era, por lo que optamospor marcharnos de ahí para ir a casa, temiendo, por supuesto, las repercusionesque llegarían a nosotros cuando el sol volviese a levantarse por la mañana. 


¡Heeey, ya es miércoles -la verdad no sé por qué sigo avisando qué día es, pero bueno jajajaja-! Espero que estén muy bien y estén llevando bien sus vidas durante el encierro. Muchos dijeron que la felicidad no iba a durar mucho, y pues qué les digo, sin duda lo de Sam no estaba entre los planes de Jack y Ale. Lo único que puedo decir de momento, es que a partir de ahora la historia comienza una etapa nueva y habrá que ver el rumbo que toma la vida de estos dos.

Leo teorías. 7u7 

Nos leemos de nuevo el domingo <3, espero que tengan un lindo resto de semana.

Xx, Anna. 

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