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25

Lo he dicho antes y lo sostengo ahora: lo más cercano a leerle la mente era curiosear en las letras de sus canciones. Lo confirmé por enésima vez la misma noche en que su hermana vino a cenar al departamento no solo con su esposo, sino también, sin avisar, con su madre.

Después de que ellos se fueran me di un baño y al salir me encontré con su libreta en la sala. Leí por encima las palabras que Jackson había escrito minutos atrás. Debo decir que ni siquiera llegaba a ser una canción todavía, era más un desahogo. «Desearía haberme creado a mí mismo para así no tener tu sangre en las venas, ni el color de tus ojos en los míos. Para no tener que conocerte, ni encontrarte en las líneas de mi rostro al verme al espejo. Si no tuviera tanto de ti en mí, quizá me gustaría un poco más la persona que soy».

Nunca le mostró aquello a los chicos, pero yo jamás me lo pude borrar de la memoria.

Tres horas antes no hubiese sido capaz de comprender el significado, sin embargo, habiendo pasado todo, se me apretujó el corazón. Lo que experimenté fueron emociones tan intensas que son innombrables, apenas puedo compararlas con una tristeza profunda y una ira desmedida; como un volcán reteniendo energía antes de la inminente explosión. Tres horas antes no conocía a tu madre, y después de haberla conocido, deseaba no haberle visto nunca la cara. No me preocupa que estas palabras suenen fuertes, si hasta ahora no he escondido mi amor, mis equivocaciones y mi soledad, tampoco lo haré con mi desprecio. Todavía le guardo saña.

Para quien lea esto sin ser Jackson, tengo que explicar un par de cosas para que todo esto cobre sentido.

Durante mucho tiempo y pese a todas las discusiones y tragos amargos, él y yo nos hicimos de una cálida costa oeste, un sitio donde sentirnos a salvo, incluso a pesar de la enorme vulnerabilidad a la que dimos cabida en nuestro intento no estipulado de mimetizarnos mutuamente. Fue así desde el instante en que nos percatamos de nuestra existencia como algo conjunto; y siempre he guardado el presentimiento de que, de solo haber visto lo mejor del otro, no hubiésemos llegado ni siquiera a la mitad del camino. Por más doloroso que fuese, fue lo malo lo que nos acercó.

Tal vez si todo hubiesen sido colores pasteles y sabores dulces, hubiese podido olvidarme de él hace mucho tiempo. Lo sé porque he tenido otros amantes, otros amores, tan buenos y en paz consigo mismos que no han conseguido marcarme de ninguna manera porque, como no me canso de repetir, estoy enfermo de nostalgia y soy un adicto a los romances enredados, así como al dolor punzante que viene con ellos. Me han llamado apasionado, yo me concibo como masoquista, ninguna de las dos cosas difiere de la imbecilidad, así que prefiero tomar esa palabra.

Una de las cosas malas de Jackson, por desgracia, era algo de lo que ni siquiera tenía la culpa. Podré echarle en cara un sinfín de conductas, pero la cuna en la que nació no forma parte de todas ellas.

Su madre, Camille, era una mujer que rondaba los cincuenta o sesenta años en ese entonces, y se veía justo como una de esas viudas de clase alta que viese cuando niño en los programas de televisión. Bien vestida, cabello tieso y una mirada asesina que me dijo, desde el instante en que atravesó la puerta, que en lugar de paz buscaba errores que resaltar, y por desgracia, Jackson y yo teníamos muchos de esos a nuestras espaldas.

Quise escurrirme de aquella situación, no obstante, siendo que era igual mi departamento y por razones que comprendo por completo no deseabas quedarte solo, me presentaste como tu mejor amigo y me obligaste a sentarme a la mesa para comer comida china como si la situación fuese de lo más usual. Ella me hizo muchas preguntas, y al comienzo creí que únicamente trataba de conocer mejor al extraño que compartía piso con su hijo, pero después me di cuenta de que iba más allá. Me cuestionó sobre mi religión, mi familia y sobre mi edad; después de haber dejado de lado esos temas, indagó sobre mi nivel de estudios.

―Estaba en la carrera de medicina, pero me salí a la mitad del segundo semestre.

Mi respuesta no le agradó, y fue ahí que todo comenzó a torcerse a mayor velocidad.

―Seguro que a tus padres no les gustó, pero bueno, al menos tú lo intentaste.

De a ratos, su hermana trataba de aligerar la tensión evidente en nuestro comedor sin mucho éxito. Siempre volvían las preguntas.

―¿Y de dónde eres? Tu apellido no me parece muy familiar.

―Nací en Italia, señora, pero mis padres y yo nos mudamos a América cuando yo era un bebé. ―Tampoco le di muchos rodeos a mi historia familiar, pues comenzaba a sentirme incómodo por el hecho de sentirme como en un examen oral que, para colmo, iba reprobando con una perfecta racha de cero aciertos.

―Ah, así que eres un extranjero.

―Ya déjalo tranquilo ―mascullaste, con aquel tono tan fácil de reconocer para mí. Ese que empleabas cuando estabas enfadado, pero querías que la gente pensase que te encontrabas tranquilo y en tus cabales. Ese fue mi primer foco rojo a lo que se avecinaba.

Roger, el esposo de su hermana, era un tipo callado que parecía tan hastiado de estar ahí como todos los demás, por lo que solo se concentraba, al igual que Jackson, en servirse una copa tras otra de vino tinto. Camille era un caso completamente opuesto. Después de que Jackson tratase de ponerle un alto se ensañó con él, y si yo creía que las extrañas comparaciones que hacía entre nosotros ya eran demasiado, no fueron nada al lado de las que hizo con Lindsey.

―No sabes lo contenta que estoy de que Lindsey, tan jovencita, ya tenga hecha su vida. Deberías conocer su hogar, es una preciosura, ¿verdad, hija? Es una gran ama de casa, deberías ver lo bien que está cuidando de mi nieto. ―Otra copa de vino, otro suspiro de cansancio―. ¿Y tú, Jackson? Este año ya cumples treinta, debes ir pensando en sentar cabeza. Acuérdate de que mientras los primos sean más cercanos, mejor se llevan.

No debe ser una sorpresa que me quedé frío cuando su verborrea desembocó, como quien no quería la cosa, en que Jackson le diese un nieto. Entiendo perfecto que no sabía la clase de cuerdas que aquello tocaba en la desafinada guitarra que era el alma de su hijo, pero luego de dos horas de auténtico martirio, fue aquella la gota que derramó el vaso de su paciencia. Dejaste caer los cubiertos y con un mal gesto respondiste que no, que estabas muy ocupado con tu música y que, por cierto, era muy exitosa. No mentiste.

―Sí, sí, tu música. ―El mismo tono que utilizó cuando, queriendo ayudarlo, le dije que Jackson era un gran compañero de piso. Casi cruel―. Ya estás grande, hijo, eres un adulto. Es hora de que te enfoques en lo que es importante. Se te está haciendo tarde para formar tu familia, y ninguna mujer decente te va a querer si sigues jugando al músico.

―No estoy jugando a nada. ―La idea de respirar se me antojaba ruidosa. Hoy, después de tanto, aún me recorre la incomodidad al acordarme―. Esperaba que lo entendieras después de tanto tiempo.

―Y yo esperaba que después de tantos años fueras tú el que entendiera, pero veo que sigues siendo un niño. Es hora de crecer, no te puedes quedar estancado toda tu vida.

―No estoy estancado.

―Claro que sí. ¿Tienes un empleo serio? ¿Un plan a futuro? ¿Cuándo vas a tomarte las cosas en serio, cuando tengas cuarenta, nadie te quiera contratar en ningún sitio respetable y estés solo, o peor, casado con una ramera de cuarta?

Te levantaste del asiento rápido, brusco, tanto que todos nos pusimos nerviosos. Supuse que saldrías de la casa, o que la echarías, pero en lugar de aquello respondiste a todos sus ataques más movido por la rabia que por la razón. No debías darle explicaciones, porque tú, yo y toda la gente que compraba nuestra música, sabíamos que eras alguien, pero te defendiste de igual manera. Dijiste que tu empleo era serio, y más importante que quedarse en casa malgastando el dinero de su exesposo comprando cosas por catálogo mientras intentaba controlarles la vida a todos a su alrededor. Añadiste, como si no fuera suficiente, que tu plan a futuro era, y cito, no volver a verle la puta cara en tu vida. Y como cereza del pastel, prácticamente le escupiste que estabas en una relación conmigo. Eso los conmocionó a todos, hasta a mí.

No supe cómo reaccionar ―todavía no lo sé― ante el hecho de que me utilizaras para lastimarla a ella, no había muchos modos, de cualquier forma.

―¡Lo que me faltaba! ―Todos estábamos seguros de lo que iba a decir, y nadie quería escucharlo, ni siquiera Lindsey y su esposo, que tampoco parecían haber recibido muy bien la noticia. Tus ojos llamaron, como queriendo decir: «¿Qué? Dilo»―. ¡Encima de todo tenías que salir maricón!

Su hermana intervino, sin embargo, fue imposible cambiar lo ya dicho por ambos; solo quedaba soportar el desastre creado por palabras que, como ya había aprendido, siempre podían ser más hirientes y devastadoras que los golpes.

Lo siguiente que sucedió, fue que Jackson los echó. A Lindsey y a Roger con más pena que a su madre, a ella le dijo que entendía por qué su padre la dejó.

En la habitación, luego de mi baño, te encontré acostado y con los ojos cerrados. Pretendías dormir, pero yo sabía que solo estabas fingiendo porque constantemente te observaba cuando el insomnio era tal, que no me permitía pegar los ojos en muchas horas. Dormido respirabas distinto, inhalabas más profundo. Me acosté detrás de ti y te abracé en silencio durante un buen rato; supe que podría quedarme justo ahí, sin moverme un solo centímetro, durante toda la eternidad hasta que absorbieras de mí toda la fuerza necesaria para decir cualquier cosa.

―No deberías haber sido parte de todo eso.

Lo que menos necesitabas en ese instante era sentir que me debías una disculpa.

―Tú tampoco, pero si estoy contigo es para estarlo en todo, ¿no? Ahora entiendo por qué no hablas de ellos.

―Bueno, fingir que no tengo familia es más sencillo que recordar que odio a la que pertenezco. ―Lo abracé más fuerte.

―Que hayas nacido en ella no quiere decir que ahí pertenezcas, no. Perteneces a la mía, sabes bien que yo ya te amo como si hubiésemos crecido juntos; y mis padres como si fueses otro de sus hijos.

―Hasta que se enteren de nosotros, ¿no? Entonces se me acabó su amor. Se nos acabó a los dos.

Ese miedo me atacaba todo el tiempo, tanto de día como de noche, siempre que no estaba tocando mi guitarra, besándote, bebiendo o fumando; cada vez que éramos solo mi consciencia, el silencio y yo. Me aterraba porque mis padres siempre fueron tan buenos y me amaron tanto, que me golpeaba fuerte pensar en que dejasen de hacerlo por un detalle como ese. Pero luego, pese a las palabras hirientes pronunciadas alguna vez, me preguntaba: «si lo supieran, ¿dirían lo mismo?». Ellos querían que me enamorase, que fuese feliz y fluyera como un río rápido hasta un océano de posibilidades. ¿Se me acabaría su amor por amarte? Lo pensaba, pero no me lo creía del todo. E incluso si hubiese sido así, te hubiera arrastrado en mi cause a rumbos donde nuestra familia fuéramos tú y yo.

No respondí, al menos no con palabras. Mi pulso era tan violento que estoy seguro de que lo sentiste contra la espalda, tratando de atravesar tu piel, músculos y huesos para llegar hasta tu corazón, con la esperanza de que este entendiese mejor el idioma de mi alma que el inglés de mi boca.

Buenas, lectores, lectoras y los fantasmas que de vez en cuando me agregan a sus listas de favoritos (?) espero que el capítulo les haya gustado mucho, como siempre, me encantaría saber qué es lo que opinan de él. Ahora hemos conocido un poquito más de Jackson, la pregunta del millón es, ¿por qué nunca resulta que la sorpresa es que solía estar en el cuadro de honor en la escuela? Nadie lo sabe.

Ya casi tengo lista la lista -valga la redundancia- de reproducción de la historia, pero antes de publicarla quiero saber, ¿alguno de ustedes, de casualidad, asocia la historia con alguna canción? Quisiera ver si agrego algo más. <3

Dicho eso, nos vemos el domingo. <3 Espero que tengan un lindo resto de semana.

Xx, Anna.

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