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20

La conversación con Adam me ayudó a liberar muchas tensiones, por lo tanto, también a estar mucho más tranquilo pese a las pocas noticias que tuve de Jackson los días después de nuestra llegada y no por decisión propia. Le llamé no una, dos, ni tres veces; fueron muchas, hasta que comprendí que todos mis intentos eran en vano, entonces abogué por mi dignidad y me obligué a detenerme.

Resistir el impulso de buscarlo fue complicado, pues la idea de salir corriendo para encontrarme con él, era como una canción infernal reproduciéndose sin parar, de sol a sol, dentro de mi cabeza incluso al dormir; pero me sobrepuse a ella. En su lugar me dediqué a tratar de escribir y componer por las mañanas, y en las tardes me abrigaba para salir a caminar por el barrio. Andar sin rumbo me facilitaba lidiar con la tentación de marcarle para poder decirle que lo extrañaba con toda el alma, o que lo detestaba con todo mi corazón por hacerme sufrir de aquella manera. Por ser tan despiadado y cruel.

Más de una semana transcurrió antes de que, luego de una de mis caminatas rutinarias, entrase en mi casa para encontrármelo ahí, sentado a la mesa charlando con mi padre de algo que no llegué a escuchar. Al verlo, mi pulso se aceleró y mi estómago se apretó con fuerza; tuve que disimular lo mucho que su presencia me abofeteó. Mi madre, sentada junto a él, fue la primera en levantarse.

Dov'eri, Alessio? ―me riñó, negando con la cabeza―. Jackson lleva aquí una hora, dijiste que volverías pronto.

―Perdona, no presté atención al reloj.

No hubo mucho más intercambio de palabras, pues yo, sabiendo que esconderme de él me resultaría imposible, decidí invitarlo a subir para que pudiésemos hablar sin los oídos de mis padres atendiendo a nuestros asuntos. Lo recuerdo sentado en la orilla de la cama, observándome como si no hubiésemos pasado tantos días sin escuchar la voz del otro, o no existiese algo extraño yendo y viniendo entre ambos desde que cerré la puerta.

En ese entonces, con regularidad me sorprendía debatiendo conmigo mismo si acaso era yo quien volvía los problemas más grandes de lo que en realidad eran, pensando que tal vez fuese parte de mí tomármelo todo tan a pecho. No obstante, igual danzaba por ahí la idea de que en realidad yo tenía la razón y tú actuabas de maneras que hubiesen hecho enfurecer o entristecer a cualquiera. A dicho dilema le sumaba, además, tratar todo el tiempo de averiguar si lo hacías a propósito o no. Me consumía toda la energía y ganas de existir.

―No has venido a verme ―comentó luego de un rato, cuando se percató de que no sería yo quien comenzase con la conversación―. Creí que estábamos bien.

―Te llamé. Te llamé y no respondiste. ―Mi intención fue tratar el tema como si en realidad no me importase, porque no deseaba terminar evocando con mi actitud a un adolescente caprichoso; sin embargo, él era muy perspicaz y yo un mal mentiroso―. Además, no quería interrumpir tus asuntos con Paige.

Hablé sin pensar, solo lo escupí sin darme tiempo a comprender mis palabras, al igual que la mitad de todas las cosas que le decía; como no pudo ser de otro modo me arrepentí al instante. «¿Quién eres tú para increparlo?». ¿Quién era yo, Jackson? También te lo preguntaste, pues me miraste mal ante tal muestra de descaro. Entendí el desconcierto, pues yo no era la clase de muchacho que buscaba problemas o confrontaciones.

―¿En serio estás molesto por eso?

Retractarme me hubiese dejado peor parado, o al menos eso creí; no quería convertirme en el chico inmaduro que además era un cobarde incapaz de sostener sus palabras, por lo que me mantuve firme y me protegí detrás de mi caparazón; sé que creí que no tendría que utilizar nunca más contigo. Qué equivocado estaba.

―Para que sepas, casi no estuve con ella. En realidad, pasé mucho tiempo hablando con Raphael sobre el resto de la gira. ―Estaba enfadado conmigo por estar enfadado con él―. Para averiguarlo bien pudiste ir a verme, como hacen los adultos.

―Tal vez lo hubiera hecho si me hubieses respondido, que es lo que hacen los adultos cuando les llaman. Además, ¿qué otra cosa querías que pensara, si estaban tan cariñosos el otro día? ―Lo dije con celos ardiendo en mi pecho, por la espina y hasta mis brazos; un sentimiento que me causaba comezón en todo el cuerpo y me daba ganas de arrancarme la piel con las uñas para poder sacármelo de encima.

―¿Y qué tiene eso de malo? Es mi novia, por si te has olvidado de ello.

Podías ser cruel, lo fuiste. Y tu crueldad hizo que mi disgusto pasase de ser una desazón rancia a un enfado imperioso, no contra ti, sino contra mí. Me desmoronó el pensamiento de que era tu novia y yo solo el imbécil, segundón, que estaba enamorado de ti. Loca, estúpida y dolorosamente enamorado de ti. No supe distinguir si quien temblaba era yo o el mundo, tampoco me importó.

―Por supuesto, es tu novia ―mascullé tenso hasta las uñas, pues de haberme permitido relajarme, se lo habría gritado a la cara―. ¿Sabes qué? Creo que ya tienes que irte. Dile a Sam que me llame cuando tengamos noticias de Raphael.

Fue entonces que se dio cuenta de su error, de que me había lastimado, aunque ninguno de los dos pudo intuir entonces que no sería la única vez. Su mirada cambió y pronunció mi nombre con delicadeza, como una caricia, pero yo no quería que me tocase ni con la voz.

Le hice levantarse para tratar de dirigirlo a la puerta, aunque no me lo permitió, así que yo traté con más fuerza; caímos en la desesperación muy pronto, por lo que cuando yo le di un empujón él me tomó por las muñecas y me forzó a detenerme. Me dijo que me detuviese y dejase de actuar como un crío.

Además de contarle sobre mi sexualidad, a Adam le hablé de la extraña dinámica de la «relación» que mantenía con Jackson. Mi amigo me dijo que me apoyaba en lo que fuera que yo quisiese hacer, aunque no le parecía justo ni para Paige ni para mí. «Hombre, es una mierda. Hay mucha gente en el mundo, a mí no me gustaría ser el plato de segunda mesa de nadie», fueron sus palabras exactas y me calaron hondo.

Yo me comporté horrible con Violet, sin embargo, traté de solucionarlo y hacer las cosas bien terminando con ella para no seguir haciéndola víctima de mis mentiras e indecisión, pero tú no. Tú continuaste con Paige mientras te acostabas conmigo y con un sinfín de mujeres a cada ciudad a la que íbamos. Es estúpido, no noté lo mucho que aquello fue pasarse de la raya hasta que Adam me lo hizo ver.

Perdí la fuerza cuando lo supe y lo justo fue hacerte saber que no deseaba continuar con aquel sucio juego, que me daba la ilusión de ser feliz tan solo a ratos cuando, en realidad, con cada segundo que pasaba me hacía sentir peor conmigo mismo; como si no fuese lo suficientemente bueno como para merecer todo tu amor.

Nos estábamos mirando a los ojos cuando le dije que no quería seguir. Sus mejillas y labios palidecieron, de pronto pareció que no hubiese recibido un solo rayo de sol en meses. Que de qué hablaba, no fue fácil pronunciar que de él y de mí. ¿Y por qué? Porque tenía novia.

―Nunca pareció un problema para ti.

―Pues es un problema ahora.

Tomó mi rostro entre sus manos, delicado, suave y dulce, como en aquella primera ocasión en que hicimos el amor. Comencé a preguntarme si era eso lo que habíamos hecho, o si en un acto precipitado y estúpido le dejé utilizarme a su antojo en todo sentido.

Me contempló buscando alguna señal que le dijese que desvariaba, que experimentaba una mala fiebre o que, como última opción, era una muy mala broma de mi parte. Incluso pese al extraño sentimiento de suciedad que trepó por mis extremidades, mi voluntad estuvo a un pestañeo más de su parte de quebrarse. Las palabras de mi mejor amigo hicieron eco dentro de mi cráneo: «no debes ser una segunda opción. Encontrarás a alguien para ti, ya verás».

―Ale, si es por Paige, te aseguro que no importa...

―No es por Paige, es por mí ―le interrumpí―. Me duele mucho no ser otra cosa que una de las personas con las que te acuestas, y no te lo voy a reprochar, solo será mejor que volvamos a ser amigos.

―No eres eso ―susurró, tan cerca de mi rostro que tengo grabado su aliento con aroma a jugo de naranja, lo que mi madre siempre le ofrecía cuando se pasaba por la casa.

―Sé que sí. ―No lo dije tan compuesto, sino conteniendo un llanto amargo y desilusionado―. Es mejor que seamos amigos, Jack, porque no sabes lo difícil que es amarte cuando sé que tú no me amas a mí.

Pareciste atarantado al escuchar la palabra mágica, pues tus manos aflojaron su agarre en mis mejillas. Una ínfima parte de mí conservaba la esperanza de que me contradijeses aquello, que me dijeras que estaba equivocado y que tú también me amabas; por el contrario, te levantaste y me diste una última mirada antes de desaparecer en silencio por la puerta. Me dejaste solo y lo peor fue que no me sorprendió.

¡Hey! Ya es domingo, ¿cómo están llevando la cuarentena? ¿Algo especial que estén haciendo? Yo todo lo que hago -además de limpieza- es escribir, dibujar y ver series como si fueran podcasts, en eso se me va la vida.

¿Qué les parece el capítulo de hoy? Las cosas ya andan torciditas, pero aún faltan muchos capítulos, así que, ¿qué creen que suceda? ¿Cómo puede funcionar la dinámica de esos dos después de eso? ¿Ustedes qué harían de hallarse en la situación de Ale -o qué hicieron, si ya han sido Ale (?)-?

Nos vemos de nuevo el miércoles, amo ver sus votos y leer sus comentarios, son lo mejor, en serio. <3

Xx, Anna. 

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