18
No tiene caso detallar mucho en las presiones de las últimas semanas de gira, si acaso debo decir que la disquera nos forzó muchísimo para que, al volver a California, tuviésemos escrita por lo menos la mitad de un nuevo disco. Raphael nos puso un alto a las fiestas, al alcohol y a todo lo que no tuviese que ver con trabajo; pensamos que soportarlo sería imposible, pues éramos un desastre, pero contra todo pronóstico comprendimos que estábamos en el punto de quiebre. Bailábamos sobre la línea divisora entre terminar de establecernos en la escena o pasar a la historia popular como maravillas de un solo éxito; no estábamos dispuestos a pasar por eso, pues aquello habría sido nuestra más vívida visión del infierno.
Luego de la conversación en el autobús, debo aceptar que Jackson bajó un poco el ritmo de su vida salvaje; asumí que eso ayudó a que no tomase a mal el cambio tan repentino. Bryan era el que estaba más molesto, Sam y yo no nos opusimos demasiado, mientras pudiese conseguirnos marihuana nosotros haríamos lo que él quisiera, así si era componer hasta el amanecer sin parar.
Es chocante hacer esta introspección y percatarme con tal claridad en qué momento cada uno de mis placeres dejó de ser un gusto para convertirse en vicio, supongo que es lo que sucede con todos los encantos de la vida, pero como he dicho antes, siempre he sido de llevar todo demasiado lejos. No me refiero a los porros, que terminaron por ser el menor de mis problemas, sino a todo lo demás, incluyéndote en una larga lista de venenos a los que les tomé más cariño del debido.
La noche en que las estrellas finalmente se alinearon, que coincide también en el momento en que comencé a declararme adicto, tuvo lugar en alguna pequeña ciudad perdida en Montana. Corrían altas horas de la madrugada y yo no era capaz de sentir otra cosa que profundo hastío luego de ensayar, durante muchas horas, en un salón del pequeño hotel donde nos estábamos hospedando. Alguien de recepción en cierto punto nos ordenó hacer silencio, pues otros huéspedes se estaban quejando por el ruido y tuvimos que marcharnos a acostar cada cual a su respectiva habitación.
Creo recordar que no dormimos juntos por insistencia mía, pues me era imposible descansar en el mismo sitio que Bryan, que se levantaba muchas veces a orinar; o Sam, que hablaba entre sueños y cada cuando ―en especial cuando no dormía lo suficiente, como en la gira― experimentaba episodios de sonambulismo que me ponían muy nervioso.
Debí haber estado acostado por alrededor de quince minutos, cuando después de dos suaves golpes, la puerta se abrió. Debo aceptar que me asusté en un principio, pues la idea de que algún fanático perturbado hubiese dado con el sitio donde nos estábamos quedando fue lo primero que se me pasó por la cabeza; las personas conocidas en Los Ángeles cosas más descabelladas me habían contado. Al final no fue ningún psicópata, solo Jackson, cuya presencia tampoco me desaceleró el pulso.
―¿Qué haces aquí? ―Aquellas palabras significaban «me alegro mucho de que hayas venido», incluso cuando las agallas no me daban para decírselo de forma tan clara.
―Vine a dormir contigo ―respondió.
Todos los párrafos que he escrito hasta el momento, los he redactado temeroso de las consecuencias que puedan ocasionarme en un futuro. Sigo, sin embargo, pues preciso redención, y he escuchado por ahí que esa solo se alcanza desvelando el alma sin miedos ni tapujos; incluso si eso significa traer a la luz secretos que nunca han sido exclusivamente míos, pero que forman tanta parte de mí como mi propio nombre. ¿Esto es una excusa? Sí, puede que lo sea, así como sé que puedes pensar que es cruel de mi parte buscar mi liberación sin reparar en lo que eso represente para ti; acepto si eso te molesta. Si es así, procura entenderme, es todo lo que pido. Si haces el intento y aun así me odias, aprenderé a vivir con ello.
Él se quitó la ropa y yo me aparté, le hice un espacio en la cama para que tomase su lugar a mi lado. No sabía qué le había motivado justo aquella noche a venir a mí, tampoco necesité muchas explicaciones, pues el cuerpo me ardió de felicidad auténtica cuando lo tuve tan cerca que, al abrazarlo, pude sentir los latidos de su corazón como si fuese el mío.
Tardísimo es un término ligero si hablo de la hora. No faltaba mucho para el amanecer, lo normal hubiese sido que estuviéramos cansados, solo capaces de sentir sueño; no obstante, todo lo que hicimos fue quedarnos en silencio, mirándonos a los ojos en medio de la oscuridad durante un largo rato. No se sintió raro ni incómodo, aunque tampoco fue pacífico; más bien fue como si hubiésemos mantenido una discusión silenciosa, debatiendo lo que deseábamos y lo que no; hasta que acercó su rostro al mío con toda la delicadeza del universo y le obsequió a mi boca uno de sus besos. En ese instante supe lo que ocurriría y esa consciencia solo me llevó a besarle de vuelta, más hambriento de él que nunca.
Espero que mi frescura al desvelar lo que tuvimos no haya sido demasiado todavía, pues puede que esté ahora mismo por contar de más. Perdóname, en serio no puedo detenerme. Dejo una palabra tras otra por placer; no el de recordar el ardor del momento ―al menos no del todo―, sino el de que sepas lo mucho que te deseé aquella noche, la infinidad de sensaciones que tu cuerpo y espíritu hizo experimentar al mío. Me pregunto, con algo cercano al morbo, si esto te hará sentir arrepentimiento, nostalgia o si te calentará del mismo modo que me calienta a mí. No es necesario que me lo respondas nunca, me moriría de la vergüenza.
Ese otoño te había deseado ya por más de un año, y más de la mitad de todo ese tiempo estuve inmerso en un océano de temor e incertidumbre, despierto hasta el alba sopesando las posibilidades. No sé en qué momento dejé de fantasear con tus besos para dar paso a tu cuerpo, ni siquiera sé si no fue eso lo que quise de ti en primer lugar sin darme cuenta. Ahora mismo tampoco importa demasiado, pues en ese instante la idea desembocó en otro sitio. Un par de meses atrás hube experimentado por vez primera el milagro de tus manos explorando mi piel, y lo que hicimos al comenzar no se asemejó ni por asomo a lo que nos obsequiamos esa madrugada.
Me eran familiares tu temor, tu apuro y tu lujuria; sabía los caminos que tu lengua recorría sobre mi cuello dentro de los cubículos de un baño en algún bar, o las caricias indiscretas que tu mano dejaba en mi entrepierna, sobre la tela de mi pantalón. Era bueno, me encendía y me llevaba a límites a los que jamás pensé siquiera en acercarme; pero cuan increíble fue sentirte cálido, sin prisas y absolutamente libre de miedos. Por primera vez como si fueses mío en serio, entregado a nuestro momento y no al instante en que tuviésemos que apartarnos para que no nos descubrieran.
Amé poder tocarte sin reservas ni límite de tiempo, descubriéndote como si jamás hubiese tenido contacto con ningún otro ser humano, como si tu cuerpo fuese el secreto mejor guardado del planeta. Me deleité asimismo cuando me trataste del mismo modo, con el mismo ímpetu y devoción que yo te profesé a ti. «Podría morir», pensé, «podría morir aquí mismo», y de haber sido así, lo hubiese hecho en tal estado de júbilo que nadie nunca podría haberlo descrito con palabras. Era el culmen de lo que siempre anhelé desde que vi tus ojos al cantar para mí la historia de un chico perdido en la medianoche.
Me quitó la ropa y con ella el temor natural de lo que estábamos por hacer, y una vez desnudos me tomé la libertad de saborear el momento. No me preocupó que pudiese darse cuenta de lo mucho que esperé ese momento. Que se enterase, no me importaba. Deslicé mis manos por su abdomen, sus oblicuos y su espalda, memorizando con las yemas de los dedos cada línea de su cuerpo, sin embargo, fue Jackson el primero en atreverse a ir más allá.
En cuanto me sostuvo con tal decisión, un relámpago libidinoso me subió por el cuerpo y me fue imposible resistir el impulso de derretirme contra su ser. Apoyé la cabeza sobre su hombro, la respiración agitada y los ojos cerrados; luché contra mí mismo, pero no pude contener un suave lamento de placer.
Me hubiese pensado como el vulnerable, pues era yo quien estaba con la espalda contra la cama, con él arrodillado entre mis piernas y mi miembro en su mano, subiendo y bajando con firmeza. De hecho, lo hice, hasta que lo escuché preguntar: «¿Te gusta?». Su respiración y voz eran tan frágiles y temblorosas como las mías. Asentí con lentitud.
―Si quieres parar...
―No quiero parar, ¿y tú? ―interrumpí, él negó con la cabeza. Reuní el valor para abrazarlo por el cuello y acercarlo más a mi cuerpo, serpenteando con mi mano entre ambos para, al igual que él, poder masturbarlo―. Entonces continúa, por favor.
E hiciste justo lo que te pedí.
Sentirte sobre mi piel fue maravilloso, mil veces mejor que mi fantasía más intensa, pero tenerte dentro de mí no fue como yo pensé que sería. Asumí que sería doloroso, y lo fue, aunque más de lo que yo hubiese esperado; tanto, que me vi obligado a detenerte un par de veces y morderme el dorso de la mano para no exclamar una maldición por todo lo alto. Lo suficiente para preguntarme, ¿esto vale la pena? La respuesta a esa duda la conoces, pues no hubiese soportado de no haber hallado algo mucho mejor cuando el malestar pasó. No sin la existencia de un placer avasallante luego de que mi cuerpo se acostumbrase al tuyo, o si no me hubieras besado para sofocar mis lloriqueos o entrelazado tus dedos con los míos con fuerza, mientras me prometías tomar mi lugar la próxima vez. No de no haber escuchado mi nombre de tus labios, contra mi boca, una y otra vez hasta que se volvió en una melodía que todavía me arrulla por las noches.
No de nuevo si no hubiese sido esa la primera vez que dormí abrazado a ti, encontrándote conmigo al despertar. No de haber sido otro y no tú, porque me lamento tantas cosas, pero no de esto. Y me rompiste el corazón muchas veces, pero no me arrepiento de ti.
Y se llegó el domingo con un capítulo interesante 7u7. Después de 1853 años esos dos le dieron al temita, nada más que agregar, señor juez.
Hoy, más que preguntar qué les pareció el capítulo (que también, porque nunca sé cómo me quedan esta clase de escenas, ayuda), quiero saber si tienen teorías respecto a lo que pasó entre estos dos, o por qué Ale parece tan dolido. Los leo. <3
Espero que tengan un bonito fin de semana, cuídense, lávense las manos y si pueden quédense en casita a leer. <3
Xx, Anna.
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