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Durante mucho tiempo imaginé que la vida de las estrellas de rock cuando estaban de gira era sí, salvaje, pero también glamurosa; o una que, cuando menos, dejaba a su alcance la oportunidad de conocer una vasta cantidad de sitios a lo largo del país, de sentirse como avecillas en temporada de migración; alas extendidas y viento en el rostro. Estaba ―como en la mayoría de mis suposiciones respecto a mi nueva vida― equivocado.

Las temporadas de tour estaban muy lejos de sentirse como libres. Puedo resumirlas en estar sentados durante larguísimos periodos de tiempo en el autobús, hasta que la espalda baja rogaba por piedad y la idea de bajar para caminar comenzaba a volvernos locos. Dormir, comer; inclusive empezamos a trabajar en nuevo material estando en carretera.

Una vez que la realidad me abofeteó, entendí que esa vida era moverse por el país conociendo salones, teatros, hoteles e incontables bares; no quedaba tiempo para cosas como museos, monumentos o caminatas por las calles. Los días de show eran, por mucho, los mejores, pues no eran solo de hacer lo que queríamos hacer, que era tocar música, sino que del mismo modo eran noches de hotel y buena comida.

No quiero tampoco parecer desagradecido, es cierto que no todo eran quejas, cansancio y malhumor. Cada vez que estábamos arriba de la tarima sabiendo que cada alma fuera estaba ahí solo para escuchar nuestras canciones... no existía nada mejor en la vida. Ni siquiera me molestaba en averiguar si era un espectáculo para quinientas personas o para dos mil, menos o más; me bastaba saber que ya no eran los clubes de Las Vegas a los que estaba acostumbrado, donde de las trescientas personas reunidas, apenas algunas nos prestaban atención y solo un par conocía nuestra música.

En esos lugares éramos alguien, nuestro nombre era coreado varias veces a la semana mientras las luces estrambóticas nos golpeaban el rostro.

En la calle, cuando trataba de ser quien siempre fui, como si nada hubiese cambiado, optaba por quedarme al margen de los flashes porque no identificaba con claridad cómo lidiar con ellos; era más sencillo mantenerme detrás de Jackson o Sam y dejar que ellos tomasen la palabra frente a la prensa. No obstante, en el escenario era distinto porque no hablaba yo, sino mi guitarra, y estaba seguro de que de lo único que podrían pensar de mí es que era asombroso. Ahí no era el muchacho confundido y cada tanto temeroso, ese que ni siquiera terminaba de comprender quién era, sino Alessio, solo Alessio. Era mi música, mis amigos, Jackson y yo. Casi todo lo que yo amaba estaba detrás del micrófono, frente a la multitud. Era por eso que soportaba la jaula sin reproches.

Llevábamos apenas tres semanas de gira cuando llegamos a Oregon, un estado en el que nunca reparé del todo, pero que nos recibió con los brazos abiertos y una llovizna suave. Tendríamos nuestro show en Portland, al igual que un breve descanso de unos cuantos días antes de partir rumbo a Washington, donde esperaba la verdadera faena.

Puedo decir que lo único que no terminaba de convencerme por completo de los días de hotel, era que Raphael ―bajo petición de Sam― comenzó a pedir suites grandes, lo suficiente como para que pudiésemos dormir los cuatro de nosotros en una sola recámara. La disquera no dejaba muchas trabas a nuestros caprichos, pues hubiesen sido descarados de haberse resistido a darnos más lujos luego de todo el dinero que les estábamos haciendo ganar.

Me encantaba estar con mis amigos, lo que era bueno, me hubiese vuelto loco si no; sin embargo, dormir en el mismo sitio y no en dos habitaciones distintas como en un inicio, cuando todo eran negociaciones de contrato, significó una reducción considerable de mi tiempo a solas con Jackson.

Tampoco puedo afirmar que eso fuese bueno o malo; lo catalogaba como lo segundo, puesto que todo lo que deseaba era pasar el mayor tiempo a solas contigo, besándote o nada más charlando. Aunque que de cierto modo también lo disfrutaba de alguna manera extraña, porque cuando encontrábamos nuestros momentos me buscabas con más hambre.

Recuerdo Portland del noventa y dos mejor que otras ciudades de aquel año porque fue ahí cuando conocimos a las groupies de verdad, esas que, de algún misterioso modo, consiguieron colarse a nuestro camerino. Eran tres con el cabello alborotado y tintado del mismo tono rubio platino; ropa de cuero y perfume de licor con tabaco. Eran guapísimas, incluso yo, que creía haber perdido toda clase de interés en cualquiera que no fuese Jackson, tuve que reconocerlo. Dijeron que se iban con nosotros al hotel y yo entendí lo suficiente como para saber que no era fiesta normal la que buscaban.

Ya para entonces me pitaba varios porros antes y después de tocar ―a veces incluso durante una presentación―, por lo que le di una gran calada al rollo de papel y hierba entre mis dedos antes de dedicarle una mirada curiosa a los muchachos. Estaba ligero y no pensaba muy bien. Bryan dijo que ellas eran tres y nosotros cuatro, o algo por el estilo. Incluso yo, estando en mi estado, me di cuenta de que estaba jugando el papel de despistado para tantear el terreno con ellas, asegurarse de que en verdad buscaban lo que pensábamos.

«Podemos con cuatro», eso se me quedó grabado para siempre. Las groupies estaban dispuestas a lo que fuera, con tal de poder usar tu nombre para alardear con otras groupies.

―Pues vámonos. ―Bryan era el más entusiasmado de los cuatro. Yo estaba bebido y fumado a un nivel que me impidió caer en cuenta de lo que eso significaba, eso en un primer momento.

Una vez en la camioneta, en medio de la carretera nocturna rumbo a nuestro hotel, mientras Sam, Bryan y Jackson tonteaban con ellas, yo tuve tiempo para asentar los pensamientos y sacudirme la adrenalina del espectáculo, lo que me puso nervioso; no por ellas, sino por lo otro.

La idea de ver a Sam o a Bryan sin sopa me dejaba indiferente, contrario por completo a lo que pasaba con Jackson. El mero pensamiento me puso tan nervioso que se me revolvió el estómago, por lo que tuve que apartarme e ir hasta el asiento trasero, que era el único desocupado. No tardaste mucho en percatarse de que comenzaba a aislarme, y mi aspecto debió ser el de haber visto un fantasma para que decidieras acercarte con una evidente mueca de preocupación. La música en el radio era alta y los demás estaban distraídos con las chicas, por la que no tuvimos problema para hablar. Por si las dudas, colocaste tu mano sobre mi muslo y te acercaste a mi oído para preguntar:

―¿Estás bien?

―Muy bien.

―No te vez bien.

―En realidad quiero vomitar.

Mi confesión no pareció sorprenderlo, sin embargo, tampoco disipar su inquietud.

―Pero si no has bebido tanto.

―No es por el alcohol.

―¿Entonces por qué?

Me sentí incapaz de explicarle ―al menos en ese instante― que la idea de por fin verlo desnudo me emocionaba más de lo debido, pero que asimismo me chirriaba demasiado que fuese en el contexto de tener que hacerlo mientras se follaba a alguien. A alguna de ellas. A quien fuese, para ser preciso. Y es que esas fuertes emociones me dieron ganas de botar hasta el desayuno. Las palabras se me escaparon a borbotones cuando le dije que no creía poder hacer nada esa noche.

―Será divertido, Alessio. ―Su mano, que al principio estuvo reposada sin más sobre mi pierna, se deslizó hacia arriba; es divertido pensar que casi tengo un ataque de pánico en el momento en que la dejó sobre mi entrepierna―. Solo estás nervioso.

―Creo que en realidad necesito dormir.

Hubo un silencio, lo sentí como si hubiese durado horas, aunque probablemente no hayan sido más que unos pocos segundos.

―En serio no quieres hacerlo, ¿no?

Negué con la cabeza rogando que no volvieses a insistir, porque estábamos justo en esa línea donde no faltaba más que un empujoncito para hacerme ceder. No lo hiciste, en cambio apartaste tu mano y me dejaste saber que estaba bien con solo una mirada antes de volver con ellas.

Al llegar al hotel me ayudaste a encontrar la habitación de Raphael para que pudiese descansar sin que ustedes interrumpieran mi sueño. Para mí estuvo bien, casi todo lo que me dabas me parecía bien, incluso si era un beso antes de ir a acostarte con alguien más; pensaba que no tener que verlo era un buen consuelo.

Acepté durante mucho tiempo que tú te metieras a la cama con otra gente, reprimí también lo mucho que eso me lastimaba y lo disfracé de un «está bien, no importa, eres así» porque no teníamos un nombre. No es un reclamo, sé que me pude haber quejado, es solo que me pregunto, ¿qué habrías hecho tú, si yo hubiese actuado de la misma manera?

¡Hola a todos -incluso a esos fantasmas que me dan visitas y me agregan a listas de "leyendo" pero no votan ni comentan, a ustedes también-! La verdad me siento muy orgullosa de que las actualizaciones sean tan constantes, creo que nunca actualicé de manera tan regular nada jajajaja. 

¿Qué les ha parecido el capítulo? ¿Qué creen que suceda con esa extraña relación sin nombre?

Espero que tengan un bonito día (o tarde o noche /?), nos leemos el miércoles. <3

Xx, Anna. 

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