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Capítulo 4

Capítulo 4

DAYANA (P.D.V)

- ¡Que te calles ya! -Grité fuera de mis casillas.

Estábamos en un gran problema. Media hora antes la policía había entrado a la discoteca y habían detenido a más de la mitad de las personas que estaban allí, Davinia, Carlos y yo entre ellos.

- Tú a mí no me mandas a callar, pelandrusca -Gritó Marta intentando abalanzarse sobre mí.

Si, a ella y a sus amiguitos los pijos también los habían cogido.

- ¡Se callan las dos! ¡ya! -Gritó uno de los chicos que estaba con ella. Alto, rubio y de ojos azules. Al parecer toda la élite de España tenía ese color de ojos tan característico.

- No te pongas de bobo conmigo, guaperas. Manda a callar a la culpable de que estemos aquí, pero no a mí -Dije alzando una ceja.

Él me miró y me mostró una sonrisa tensa.

- Estamos todos aquí por culpa de las dos, así que bonita, te callas la boca, ya has dicho suficiente esta noche.

- Alex, déjala. No merece la pena discutir con este tipo de gente -Dijo Marta.

- ¿A qué tipo de gente te refieres? -Preguntó Davinia poniéndose en pie para acercarse a ella. La agarré de la mano y la senté de nuevo.

- Olvídate de ellos -Mascullé.

Estaba en un gran problema. Esta no era la primera vez que me arrestaban y mi padre me lo había dejado claro, si volvía a cagarla, estaba fuera de mi casa.

- Simplemente ignórala, es lo que todos hacemos. Es tan estúpida como inmadura -Dijo la chica sentada a mi lado.

- ¿Desde cuando estás de su parte, Avalanna? vaya, un año en Nueva York y cambias tan rápido... aunque pensándolo bien nunca fuiste una de nosotros -Dijo Marta a la chica.

La chica se quedó callada y miró fijamente sus manos.

- No sé por qué dejas que te hable así, es una estúpida que se merece que le tumben los dientes al suelo, y créeme, si no es porque me separan de ella, eso le hubiera hecho yo esta noche -Dije encogiéndome de hombros.

Ella me miró y mostró una gran sonrisa que me hizo sonreírle también.

- Ojalá lo hubieses hecho. Se lo está ganando a pulso.

- Avalanna, ¿se puede saber qué es lo que estás mascullando por ahí? espero que no estés hablando nada sobre mí -Dijo Marta poniéndose en pie.

- ¡Silencio ahí dentro! -Gritó uno de los guardias.

- Estoy diciéndole a Dayana lo inmadura que eres. Realmente no entiendo qué es lo que ve mi hermano en ti, espero que eso cambie pronto y de verdad te lo digo, prefiero verlo con esta chica antes que contigo. Eres una maldita perra -Rugió Avalanna.

La miré sorprendida para luego soltar una carcajada.

- ¡Así se habla, muñeca! -Levanté la mano y ella la chocó conmigo.

- No me puedo creer lo que estoy viendo -Dijo el chico de ojos azules con una sonrisa mientras nos miraba a Avalanna y a mí.

- Créetelo Alex, prefiero sentarme en este lado del banco con estos chicos a sentarme ahí con la estúpida esa. Ya me cansé de que siempre intente quedar por encima de nosotros.

- No te preocupes chica, eres bienvenida aquí -Dijo Davinia con una sonrisa.

- Vaya, una noche fuera con nosotros y ya estás cansada de Marta, que poquita paciencia -Dijo una chica rubia sentada al lado de Marta alzando una ceja.

- Nunca tuve mucha, Dani, al igual que ustedes tampoco la tuvieron conmigo -Dijo Avalanna antes de levantarse y apoyarse contra los barrotes de la celda.

Davinia, Carlos y yo nos miramos con las cejas alzadas y luego miramos a aquel grupo tan pintoresco de ricos. La chica, Avalanna, era diferente a todos los que estaban allí sentados. Todos allí parecían acatar lo que Marta les decía, excepto Avalanna.

- Y yo que pensaba que aquí todos le comían el culo a los otros -Susurró Carlos.

- Parece que hay una oveja negra en la pandilla de los ricos -Dijo Davi de la misma forma con una sonrisa.

- ¿Por qué no dejan de hablar de nosotros? -Preguntó el chico de los ojos azules, Alex.

- Porque ahora mismo no hay nada más interesante sobre lo que hablar -Contestó Carlos.

- Siempre seremos el centro de atención de este tipo de gente, Alex, no sé de qué te extrañas.

Y Marta como siempre, no se podía estar callada.

AVALANNA (P.D.V)

Dios, ¿qué había hecho yo mal en otra vida para que me estuviese pasando todo lo malo? ¿Por qué no podía ser feliz? ¿Por qué no me podían venir las cosas bien?

- Erika Wayland... han venido por ti -Dijo un guardia mientras abría la puerta.

La camarera de la discoteca salió sin darnos una sola mirada a los demás. La chica me daba pena, había perdido su trabajo y había acabado aquí... ¿cómo? le había pegado un botellazo a una chica que había intentado pegarle. Si, defensa propia, pero bueno, aquí estábamos todos por defensa propia.

- Encantada de conocerte -Dije cuando pasó delante de mí.

Se paró y me miró.

- Lo mismo digo -Sonrió ampliamente para luego seguir su camino.

- Avi, ¿te encuentras bien? -Preguntó Alex tras de mí.

Me giré y le miré directamente a los ojos.

- No, no me encuentro bien. Estoy en una celda porque la estúpida de tu amiguita ha decidido pelearse. ¡Como para estar bien!

- Que sensible has salido, chica -Dijo Jeremy.

- ¡Cállate la puta boca! -Gritó Alex.

Todos nos quedamos en silencio mirándolo fijamente.

- Que te den, tío -Dijo Jeremy después de un momento de silencio.

- Avi, realmente siento todo esto. No quería que acabases aquí en tu primera salida con nosotros -Dijo mientras me agarraba la mano.

Me solté incómoda.

- Alex... no tienes que disculparte -Dije esquivando su mirada.

- Jamás pensé que vería a mi hija aquí encerrada.

Cuando oí la voz de mi padre no pude hacer otra cosa que suspirar de alivio.

- Vaya, papi ha venido -Oí que dijo la chica que estaba con Dayana.

- No me odies porque yo tenga a alguien que viene a sacarme de aquí, cada uno tiene un tipo de vida y la envidia no te va a servir de nada -Dije antes de salir de la celda y abrazar a mi padre.

Si, estaba dando una imagen de niña de papá, pero realmente necesitaba un abrazo de mi padre en estos momentos.

- ¡Contactaré contigo! -Gritó Dayana desde dentro con una gran sonrisa.

Le sonreí y salí con mi padre de allí.

No iba a mirar todo esto de forma negativa, iba a ver la parte positiva. Y la parte positiva es que había vivido una pequeña aventurilla, y tenía la sensación de que esta sería la primera de muchas.

ERIKA (P.D.V)

- ¿Se puede saber qué haces aquí? -Pregunté cuando lo vi allí con los brazos cruzados y una sonrisa enorme en su cara.

- Pagar la fianza, ¿no es obvio? -Su sonrisa me molestaba.

- No te he pedido ayuda -Mascullé antes de pasar delante de él hacia la salida.

- ¿Preferías quedarte a pasar un largo tiempo ahí hasta que saliese el juicio? ya no eres menor de edad, si no pagas la fianza, te llevan a juicio -Me lo explicó como si yo tuviese cinco años.

- ¿Sabes? simplemente te voy a ignorar y me voy a ir a mi casa. Estoy demasiado enfadada como para tener una conversación contigo -Ignoré su mirada y caminé para buscar un taxi.

- Erika, no seas estúpida. ¡Vuelve aquí! -Gritó desde atrás.

Le ignoré y seguí caminando. La llevaba clara si se creía que me iba a meter en un coche con él. Hugo siempre había sido de los que cumplían las órdenes a rajatabla y si la orden era llevarme de vuelta a Italia, lo haría, daba igual los medios que emplease para hacerlo porque él nunca ignoraba una orden. Él era el perfecto mafioso. Él era el arma perfecta de la mafia.

- Erika, deja de ser inmadura y súbete en el maldito coche -Dijo desde dentro del coche mientras se adaptaba a mi ritmo.

- A ver si te entra en la cabeza Hugo ¡no voy a entrar en el puto coche! lárgate a Italia y no vuelvas. Di que me perdiste o que me pegaron un tiro... ¡di lo que te dé la gana, pero aléjate de mí! -Grité fuera de mis casillas.

Si, estaba en medio de la calle y si, estaba gritándole mientras le miraba por la ventana del coche. Era una situación ridícula la que yo estaba viviendo.

- No me voy a ir a Italia sin ti, Erika, que se te meta en la puta cabeza. No pienso abandonar este país con dirección a Italia a no ser que estés conmigo en el puto avión ¿te queda claro? puedes gritar, puedes llorar y puedes odiarme... ¡incluso puedes dispararme! todo lo que hagas me da igual, porque vas a volver a casa quieras o no. Tu sitio está con tú familia.

- Mi sitio está lejos del negocio de mi familia. Mi sitio está donde yo decida que esté, ni tu, ni mi familia, ni la puta mafia puede decirme donde debo estar y qué debo hacer. No soy la marioneta de nadie como lo eres tú. A mí no me pueden dirigir con cuerdas como lo hacen contigo. Yo no pertenezco a ese tipo de vida y ni tú, ni nadie me lo va a imponer por la fuerza -Mascullé antes de darle un golpe al coche y seguir caminando.

- Esto será por las buenas o por las malas. Da igual como lo quieras, pero tu vuelta a Italia es inevitable -Dijo antes de acelerar y desaparecer de mi vista en menos de cinco segundos.

- ¿Erika? -Preguntaron detrás de mí.

Me giré rápidamente con los nervios a flor de piel. Estaba a punto de echarme a llorar. Estaba a punto de derrumbarme. Estaba a punto de mostrar las debilidades que siempre me enseñaron a no mostrar.

- ¿Estás bien? -Preguntó Avalanna mientras se bajaba de un lujoso coche y se acercaba a mí.

- Sí, estoy perfectamente -Dije mientras intentaba contener las lágrimas. No quería llorar, no quería mostrar debilidad.

- Ven, vamos a mi casa. Puedes darte una ducha y luego, si quieres, volver a tu casa. Te puedes quedar conmigo esta noche.

Y esa fue la gota que colmó el vaso. Me desmoroné y terminé de rodillas en el suelo mientras sollozaba fuertemente.

- Dios... ¿qué te pasa? -Preguntó mientras se arrodillaba conmigo y me intentaba secar las lágrimas. Pero era imposible, seguían cayendo unas detrás de otras.

No pude responder y ella se limitó a abrazarme fuertemente mientras me acariciaba la cabeza y eso me hizo llorar aún más.

Era la bondad de la gente desconocida lo que me hacía llorar, era el hecho de que alguien se interesase por mi bienestar lo que me hacía llorar. Era el hecho de creer que había encontrado una amiga fuera del mundo de mi familia lo que me hacía llorar.

Llevaba tanto tiempo bajo el ala de la familia Wayland-Benedetti que simplemente me había olvidado lo que era tener amigos de verdad. Me había olvidado lo que era que alguien te prestase atención desinteresadamente a parte de tu propia familia. Me había olvidado de lo que era sentir que le importabas a alguien.


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