Capítulo 20: Conversaciones
Capítulo 20
DAYANA (P.D.V)
Cuando se sentó ante mí en aquella cafetería, el remordimiento se apoderó de mí.
-¿Cómo te va? –Preguntó mientras dejaba el bolso en la silla de al lado y me dedicaba una pequeña sonrisa.
Yo sería una copia exacta a mi madre si no fuese porque yo tenía los profundos ojos azules de mi padre y tenía algún que otro reflejo rubio en el pelo. No era exactamente una pelirroja como mi madre, y por lo cual, nunca sería tan despampanante como ella.
-Bastante bien la verdad, desde que me echaron de casa vivo la vida al máximo –Sonreí de manera irónica mientras bebía del vaso de coca cola que me había pedido mientras esperaba por ella.
- Dayi, sé que es posible que no lo entiendas. Pero créeme, lo hicimos por tu bien –Susurró mientras intentaba agarrar mi mano encima de la mesa, pero rápidamente la alejé.
- ¿Por mi bien o por el de ustedes? No te confundas mamá, no soy una niña pequeña. No intentes engañarme.
- Sabes perfectamente que lo hicimos para que aprendieses a valorar lo que tenías porque claramente, no valorabas absolutamente nada de lo que te dábamos.
Me daba igual que se enfadase, yo también me sabía enfadar. Había sacado su carácter.
-Mamá, no seas hipócrita. Me echaste de casa porque estabas cansada de mí, de las continuas discusiones que teníamos. ¡Estabas harta de mí!
Por mucho que intentase parecer una piedra, no podía. Adoraba a mi madre con todo mi corazón y sabía que aguantarme no era nada fácil.
-Dayana, queremos ser una familia feliz y queremos ser una familia feliz contigo. Eres mi hija, te llevé en el vientre durante nueve meses y se puede decir que te crie durante cinco años yo sola... ¿crees que podría hartarme de ti? Eres sangre de mi sangre.
- Pero bastante poco tardaste en echarme de casa cuando las cosas se pusieron difíciles –Reí dolida.
Mi madre me había llamado hacia tres horas para quedar conmigo en esta cafetería. Y eso que me había echado de casa antes de ayer, se notaba que me quería tener completamente controlada.
-¿Cuándo las cosas se pusieron difíciles? –Preguntó mientras soltaba una carcajada seca- Dayana, las cosas se pusieron difíciles hace casi dos años. Hemos aguantado lo impensable contigo, te hemos soportado cosas que la mitad de los padres no soportarían. Te hemos dado la mejor de las educaciones, te hemos brindado todo nuestro apoyo en todo lo que has querido y tú vas y nos lo pagas tratándonos como a la mierda, echando por la borda todo nuestro trabajo. Haciendo de nuestra casa, un infierno.
Los ojos se me llenaron de lágrimas. Sus palabras dolían como dagas.
-Vaya, para ser alguien de tu sangre, no me tratas como cualquier persona esperaría que una madre tratase a su hija –Dije de forma cortante de manera que no se notase lo que me habían dolido sus palabras.
- Sabes que yo no actúo como esperan los demás. No te voy a estar endulzando la realidad, la verdad es esa Dayana. Nos has amargado hasta tal punto de que no nos ha quedado otro remedio que echarte de casa. En este momento te llevaría de vuelta a casa porque te echo muchísimo de menos, pero no te confundas, no me arrepiento de lo que hice. Te volvería a echar mil veces de casa si de esa forma vas a aprender la lección.
- ¿Y cuál es esa lección que quieres que aprenda, mamá? Venga, sorpréndeme –Solamente tenía ganas de gritar.
- Que te estás jodiendo la puta vida –Contestó sin cortarse ni un pelo.
Cogí aire profundamente.
-¿Me la estoy jodiendo yo o me la estás jodiendo tú al haberme echado de casa?
Aquello era muy rastrero por mi parte, sabía que yo era la culpable de que me hubiesen echado de casa pero, es que simplemente no podía evitar querer que mi madre sintiese dolor por lo que me había hecho. El mismo dolor que había sentido yo cuando me marché de mi puta casa.
-Eres una jodida hipócrita, Dayana –Dijo riéndose sin ningún atisbo de humor en sus ojos- sabes que has echado a perder tu vida: no estudias, te drogas, pasas de absolutamente todo. No intentas hacer nada por mejorar el desastre de vida que tienes y aún tienes los ovarios de decirme que todo es culpa mía. Chica, eres una completa hija de puta.
Mi madre era así, no se cortaba un pelo en insultarme.
-Vaya, mamá. Estás fina hoy con los insultos ¿eh? No te preocupes, insulta sin miedo ninguno que sabes que soy de hierro y esas cosas a mí no me afectan –Sonreí.
La verdad es que me importaba una mierda que mi madre me insultase, sabía que no lo hacía con la intención de hacerme daño o porque me tuviese asco o coraje. Lo hacía simplemente porque mi madre era una mal hablada y porque me trataba como lo que yo siempre había querido ser: su igual.
-Te he dicho hija de puta, mi amor. Tú eres mi hija, por lo cual, me estoy insultando a mí misma así que no tienes por qué sentirte ofendida –Sonrió de forma irónica.
- Entonces estás reconociendo que todo mi comportamiento es por culpa tuya, ¿no?
Estaba siendo una completa rastrera, estaba intentando echarle la culpa a mi madre cuando ella no tenía la culpa de nada.
-¿Sabes por qué tu comportamiento es por mi culpa?
- ¿Por qué? –Pregunté interesada de saber la respuesta, pero ya casi me imaginaba cual iba a ser.
- Por no haberte pegado un buen cachetón a tiempo para que despertases y te enderezases en la puta vida –Contestó mientras bebía de mi coca cola.
- ¿El mismo que le faltó a abuela por pegarte a ti? –Reí
- Gracias a Dios, mi madre me dio un par de cachetones buenos. ¿Pero sabes qué? Que el mayor cachetón que pude recibir para finalmente despertar no fue el de mi madre, fue el de la vida. Y, sinceramente, espero que la vida nunca te dé un cachetón como el que me dio a mí.
Vale, aquello me había dolido.
-¿Qué pasa, mamá? ¿Ahora te arrepientes de haberme tenido cuando siempre has dicho que había sido lo mejor que te había pasado en la vida?
El dolor estaba latente y las ganas de llorar amenazaban con volverse realidad.
-No, jamás me arrepentiría de eso. Me refiero a que espero que no te dé un cachetón como el que me dio a mí, porque tú no serías capaz de hacer frente a la realidad que te golpearía justo en ese momento. Desde que te has vuelto de esta forma no has parado de echarme en cara de que eres exactamente como yo cuando tenía tu edad, ¿pero sabes qué? Para ser como yo cuando tenía tu edad, deberías haber pasado todo el sufrimiento que yo pasé. Yo cambié porque tuve motivos, tú cambiaste porque no te di un buen cachetón a tiempo.
Miré mis manos y empecé a jugar con ellas nerviosamente.
-Espero que estés bien en la casa de Davinia y que no te estés metiendo en líos por ahí. Cuando estés preparada para volver a casa, las puertas estarán abiertas para ti –Dijo antes de darme un beso y largarse de la cafetería.
Las lágrimas que había estado reteniendo durante la conversación, finalmente salieron y no hubo forma de pararlas.
Era una mierda de persona, intentaba echarle la culpa a mi madre de las cosas que me pasaban, cuando la culpa solamente la tenía yo.
AVALANNA (P.D.V)
Estaba sentada en la cama mirando la pared, cuando mi madre entró a la habitación.
-¿Te encuentras bien, cariño?
- Claro, mamá. ¿Por qué no iba a estarlo? –Pregunté intentando formar una sonrisa en mi cara.
La verdad es que no me encontraba para nada bien, hoy había vuelto a bailar y hoy había vuelto a recordar todo lo que había pasado en Nueva York. Tenía los nervios a flor de piel y solamente tenía ganas de seguir llorando. Podría estar llorando toda una vida por lo que me había pasado.
-A mí no puedes mentirme, Avi –Dijo mientras se sentaba a mi lado- ¿sabes qué puedes contármelo absolutamente todo, no?
Ni siquiera la miré a los ojos. Simplemente no podía. No podía confesarle lo que me había pasado. No podría confesárselo nunca a nadie.
Estaba tan avergonzada de ello.
-Claro que sé que puedo contártelo todo, mamá –Susurré sin mirarla- créeme, no me pasa nada. Estoy perfectamente.
- Avi, desde que volviste de Nueva York estás rarísima. No eres la misma chica que se fue a Estados Unidos persiguiendo sus sueños.
Me mordí el labio y giré la cara en dirección contraria a mi madre. No quería que viese como las lágrimas luchaban por salir.
-Soy exactamente la misma persona, mamá. Simplemente he crecido, se puede decir que he visto mundo y he conocido gente nueva. Es un poco raro volver a España y ver a todas esas personas con las que me he criado después de haber estado un año en Nueva York completamente alejada de todos ellos. Es más, es bastante difícil volver y darte cuenta de que, realmente, nunca estuviste apegada a ellos.
- ¿De eso se trata todo esto, Avi? No puedes culparte a ti misma por haberte esforzado en cumplir tus sueños.
- Mamá, no tengo amigos –Reí- ¿de qué me sirve haberme esforzado cuando no tengo a nadie con quién celebrarlo? Es más, ¿de qué me sirve haberme esforzado, haberme quedado sin amigos, cuando no conseguí absolutamente nada de lo que esperaba?
No quería llorar. No quería llorar delante de mi madre.
-Cariño, entraste en una de las mejores academias de ballet del mundo, ¿no es eso increíble? –Preguntó mientras giraba mi cara para quedarme en frente de ella.
Mi madre era una persona fuerte, una persona que había luchado contra muchas adversidades a lo largo de su vida y aquí estaba, sin perder la sonrisa ante sus hijos. Y aquí estaba yo, que me había encontrado con una adversidad ante la vida, y no podía recomponerme.
¿Por qué no podía ser como ella? ¿Por qué no podía ser tan feliz como lo era ella después de todo por lo que había pasado?
-Mamá, ¿de qué me sirvió entrar si no pude pasar del primer año? –Reí mientras negaba con la cabeza intentando disimular las lágrimas que se agolpaban en mis ojos- soy un fracaso, mamá. Todo ese dinero que se gastaron en mi para que pudiese irme a cumplir mi sueño, y ni siquiera fui capaz de intentarlo realmente.
- ¡Avalanna! –Gritó de repente, lo que provocó que pegase un salto. Mi madre jamás nos gritaba- no vuelvas a decir eso. Ni tu padre ni yo nos arrepentimos de haber invertido ese dinero en ti porque era algo por lo que habías estado luchando desde pequeña. Sé que escondes algo Avi, sé que en Nueva York pasó algo que no me quieres contar. Amabas bailar más que a tu propia vida y de repente, de un día para otro, lo dejaste. Vale, no me quieres contar el por qué, lo entiendo, es tu vida. Pero no quiero oírte decir que jamás intentaste cumplir tu sueño porque yo soy testigo de todas esas noches en las que casi ni dormías para poder prepararte para la prueba. Fui testigo de tus triunfos y de tus derrotas, esas que te hacían levantarte más fuerte cada vez que caías. Así que no voy a consentir que pongas en duda tu esfuerzo, porque créeme, te esforzaste muchísimo y no sabes lo orgullosa que estoy de ti. No sabes lo orgullosos que estamos todos de ti.
Comencé a llorar de forma desgarradora y mi madre rápidamente se apresuró a abrazarme.
-Estaré siempre contigo para todo lo que quieras, Avalanna. No olvides eso jamás, mi niña bonita –Susurró contra mi pelo mientras me consolaba.
No podía contarle lo que había ocurrido, jamás podría decirle lo que realmente me había pasado. Sabía que si lo hacía, ella jamás volvería a mirarme como me miraba ahora: llena de orgullo. Si le contaba lo que había pasado se sentiría mal por no haberme sabido proteger, se sentiría una mala madre y, seguramente, sentiría pena por mí. Y yo no quería eso, bastante me avergonzaba yo de lo que me había pasado, como para que alguien más se avergonzase.
ÉRIKA (P.D.V)
-¿Sí?
Escuchar su voz provocó que las lágrimas comenzasen a correr por mis mejillas.
Hugo tenía razón con lo que me había dicho: yo simplemente había huido del problema, nunca lo había enfrentado. Había dejado que todos notasen en mi comportamiento el desprecio que sentía hacia el mundo de la mafia, pero jamás, jamás, había hablado abiertamente de ello con nadie.
-Mamá –Susurré.
- ¿Érika? ¿Cariño? ¿Eres tú?
Podía notar la alegría en su voz. Había sido una mala hija al largarme así como así y no haberla llamado para decirle que estaba bien.
-Sí, mamá. Soy yo.
- No puedo creerme que esté escuchando tu voz. Te fuiste así de repente y nunca nos llamaste ni cogías el teléfono. ¡Estaba tan preocupada hasta que Hugo nos comunicó que te había encontrado y que estabas bien!
El labio comenzó a temblarme. Siempre había sabido que mi familia me quería a pesar de que me veían como una extraña por no aceptar el tipo de vida que todos ellos disfrutaban, pero jamás me había parado a pensar en el daño que podría haberles causado con mi marcha.
-Lo siento tanto, mamá. Espero que algún día puedas perdonarme.
- No tienes que disculparte, cariño. Todos sabíamos que esto tarde o temprano terminaría pasando, pero la verdad es que jamás pensamos que esto pasaría con tus dieciocho años recién cumplidos.
Mi madre, por mucho que me quisiese, no me entendía. No entendía por qué es que no adoraba el estilo de vida que ella vivía. No entendía cómo es que despreciaba el hecho de hacer sufrir a la gente, de torturarlas, de asesinarlas... mi familia no entendía cómo es que no era una sádica como ellos eran. Porque esa era la verdad, mi familia es una sádica. Disfrutan con el sufrimiento que infringen a los demás, pues en eso consiste la mafia.
-Mamá, no voy a volver –Dije tras unos segundos de silencio.
- ¿Qué? –Preguntó riendo- cariño, no digas boberías. Hemos hablado con Hugo y nos ha dicho que iban a quedarse en España por un mes. ¿A qué viene eso ahora?
- Mamá, sabes perfectamente que yo no apruebo el estilo de vida que ustedes llevan. Sabes que detesto el pertenecer a la mafia. Lo sabes.
Quería llorar. Quería llorar muchísimo. Jamás me había atrevido a ser así de directa.
-Érika, déjate de decir estupideces. Es normal que no estés familiarizada con este estilo de vida porque siempre has estado un poco apartada, pero no te preocupes, cuando vuelves le diré a tus hermanos que te lleven a misiones con ellos y verás que muy pronto, comenzarás a adorar esta vida como todos nosotros.
Jamás había oído nerviosismo en la voz de mi madre. Ella siempre estaba absolutamente segura de todo. Pero, esta vez, mi madre no estaba segura de lo que estaba diciendo. Se estaba forzando a sí misma a creerse lo que había dicho.
-Mamá, no apruebo el matar gente, no apruebo el torturarlas. Lo siento muchísimo, pero deberías aceptar que tu hija no nació para trabajar en el negocio de la familia.
- Érika, te necesito aquí –Susurró desesperada- los necesito tanto a ti, como a tus hermanos. No puedo vivir sin ustedes, así que por favor, dime que todo esto es una broma y que el mes que viene vas a bajarte de un maldito avión junto a Hugo Lombardo.
- Lo siento, mamá.
- ¡Dímelo! –Gritó desquiciada.
- Una vez me dijiste que hay reglas que no se pueden romper, y aunque no sé cuáles son esas reglas, creo que puedo hacerme una ligera idea. Diles a todos que los quiero muchísimo, ¿vale? No quiero que lo olvides nunca. En el negocio familiar no soy feliz, fuera de él si soy feliz.
- ¡Nadie puede dejar la mafia, Érika! Ni siquiera tú. Por favor, recapacita –Gritó.
- Te amo, mamá.
Colgué y me quedé mirando el teléfono en mis manos. Rápidamente lo tiré contra el sofá y corrí hacia la habitación a hacer las maletas.
Era hora de huir de nuevo, y esta vez, a un lugar en el que nadie pudiese encontrarme nunca.
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