Al Cruzar El Jardín
Serenamente tranquilo, un día más, una tarde más bajo ese manto naranja; escuchando los cánticos armónicos de los gorriones y mirando hacia la luna que ya se dejaba ver en su esplendor. El viento le golpeaba la cara con suavidad de una manera reconfortante después de su duro trabajo en el bosque, ese viento era cálido y agradable. En ese momento de cansancio sólo podía pensar en volver a su finca y descansar un poco. Pero esa idea se despejó al instante. No podía regresar a su finca, no ahora que contaba con alguien que anhelaba su regreso.
El camino parecía hacerse más corto al pensar en verla, en besarla y tenerla entre sus brazos. Quería llegar por sorpresa y asombrar con su visita repentina, pero sería imposible en las condiciones que estaban.
—Shinobu se encuentra ocupada ahora mismo.
—¿Cuánto va a tardar?
—¿Precisamente necesita verla a ella?
—Dije que me lastimé la pierna.
Giyuu yacía recargado sobre la pared de la sala principal, con una cara de completa desesperación y sin mentir, se sentía nervioso.
—Si se siente tan mal debería de dejar que nosotras lo revisemos —mencionó Aoi con una evidente faceta de molestia e irritación. Ese hombre sólo estaba retrasando su trabajo.
—No.
—¿Ah?
—Ara ara, ¿a quién tenemos aquí? Parece que cada vez tus huesos te odian más, Tamioka.
—¡S-shinobu! El pilar del agua insiste en que usted lo revise, ¿está bien eso? Yo intenté hacerlo por usted pero él se opone —protestó Kanzaki guardando su fastidio, llevando sus manos a la cadera y mirando de soslayo al hombre—. Quería que usted ayudara a más personas mientras yo resolvía esto.
—Gracias, Aoi, no te preocupes, está bien, yo me encargo ahora —le sonrió agradecida—. ¿Solo podrías ayudarme a llevarlo hasta la última habitación vacía?
—Claro.
Giyuu miró a la pilar un momento y Aoi se le acercó para ayudarle a ponerse de pie, pero su teatro no era para ir tan lejos. Él no estaba herido y le costaba cada vez más fingir un dolor inexistente. Shinobu lo sabía desde el principio, pero darle una lección a su enamorado no estaba de más.
—¡Vaya, usted sí que es pesado! Déjeme ir por unas muletas.
Al momento que la de coletas se retiró, los ojos de Shinobu brillaron, y se acercó a su pareja para tomarle la mano.
—Vayamos a mi habitación —murmuró con diversión.
Giyuu le siguió el paso y caminaron a escondidas por los pasillos. Se pegaban a las paredes como si fueran verdaderos shinobis cazando a su enemigo. En cada espacio había más gente y las niñas de la finca corrían de un lugar a otro, impidiendo que ambos llegaran a su destino. Al tener paso despejado se volvían a tomar de la mano y caminaban de puntillas con una sonrisa traviesa por ese lugar que era su jardín secreto, que todos veían, pero nadie podría cruzar más allá para descubrir qué es.
—Giyuu...
El azabache estaba frente a ella, con sus cuerpos uno frente al otro en un estrecho hueco entre el último pasillo y la división de la cocina. Habían pasado un par de espadachines y no había otro lugar para huir. Se sentía la tensión de ambos, ni siquiera se inmutaron a mirarse o murmurar algo. Era vergonzoso y también daba miedo. Si alguien los observara juntos en ese momento y reportaba la situación, se meterían en severos problemas, y sus esfuerzos de llegar a donde ahora se irían directamente al fracaso.
—Creo que estás muy cerca. Me pregunto qué pasara si te empujo ahora mismo.
Giyuu bajó la vista y ella levantó el rostro. Se miraron estáticos con un eco entre el ambiente, y por primera vez, Shinobu vio algo en los ojos zafiro del joven. Algo misterioso y que le intrigaba.
—¿De verdad lo harías? —preguntó divagando entre los violetas orbes de la mariposa.
—¿Tienes miedo?
—¿Debería tenerlo...?
—Somos pilares. Aquí solo somos compañeros.
—Tú lo has dicho, solo somos compañeros.
Kocho sonrió.
—Salgamos de aquí —siseó la pilar.
Ambos volteando a los lados; corrieron a la habitación de la cazadora, ella al cerrar dejó el seguro de la perilla para que así nadie tuviera la oportunidad de entrar sin permiso. Giyuu le dio media vuelta con lentitud, admirando la elegante y preciosa mujer que tiene frente a él. Observarla desde el punto más escaso, más cercano o más lejano siempre es un momento de placer, porque lo hace sonreír de una manera bellamente insondable.
Ella, solo ella pudo sacarlo de esa soledad, de aquel jardín que estaba floreciendo lleno de espinas. Shinobu Kocho, la pilar que retiró de su vida los arbustos de soledad y los llenó de luz, estaba mirando sus rasgados ojos felinos, con un brillo singular y flameante, buscando algo más entre sus pensamientos.
—¿Te quedarás a mi lado?
—Siempre.
—¿Sin mentiras...? —mencionó dudoso y dándole vueltas a su respuesta.
—Es una promesa —le dibujó al chico una suave y bella sonrisa en los labios—. Una promesa que llevaremos por la vida.
Shinobu le tomó la quijada, acarició con sutileza sus rasgos y lo hizo bajar a su altura. Él la miraba incauto, esperando algo agradable por parte de ella. La pilar rozó con él, y besó sus labios cautelosa, sintiendo la hermosa energía vivificadora que se transmitían al paso de los segundos; que llega a sus corazones y fluye por sus cuerpos. Algo magnífico y dulce, siguiendo el compás de sus respiraciones y movimientos constantes. Besarlo siempre fue agradable, porque se aplaca a ella y sus movimientos son como las nubes, o aún mejor, como un algodón de azúcar. Dulce y que se deshace en la boca.
—Giyuu, sabes que te amo. No hagas preguntas que me erizan la piel.
—Llevamos un año y medio saliendo...
—Y no ha pasado nada.
—Tienes razón... —musitó en voz baja.
—¿En qué?
—Yo... tengo miedo... Tengo mucho miedo, Shinobu.
—¿Miedo a qué...?
—A que no podamos seguir juntos, a perderte y que todo esto termine...
—Giyuu, estás exag...
—¡T-tengo miedo a no poder verte otra vez!
Shinobu miró fugazmente sus iris que destellaban e inmediatamente llevó el rostro del joven a su pecho, lo rodeó entre sus brazos con dulzura y pasó su mano cariñosa sobre su espalda. Giyuu respiró con profundidad su olor. Algo deleitable y florar, algo único y que solo ella podía emanar. Igual que el amor, igual que la fortaleza.
—Te amo, Giyuu. Te amo mucho, y sé que esto no terminará. Incluso si no lo sabes, yo igual tengo miedo. Pero es algo que ambos decidimos, ¿lo recuerdas? Decidimos enredarnos en esto. Tú y yo sabemos que lo nuestro vale.
—Perdón...
—Mi mayor secreto eres tú, Giyuu. ¿Y sabes qué? Que los secretos no son para siempre —llevó su mano por su mentón para mirarle el rostro. Rostro que afligido la miraba con dolor—. Algún día el juego de las escondidas terminará y podremos tomar nuestras manos sin miedo, sin temor a que descubran nuestro lado del jardín que nosotros construimos.
—Eres la decisión incorrecta, que volvería a tomar una y mil veces. En esta vida o en otra, te escogería a ti, así deba ser prófugo de nuestro amor por la eternidad. Pero a veces no entiendo todo lo que dices. No estoy seguro de lo que me quieres decir.
La frente del pilar calló sobre el pecho de la mujer, la abrazó por la cintura y se quedó un momento así. No podía pensarlo mucho.
—Giyuu, es tarde...
—Lo sé.
—Si alguien viene y nos ve se hará un caos. Pero no quiero que te vayas. Todavía no.
Ella se separó de él y caminó a la ventana. Abrió la cortina a solo pocos centímetros para mirar el cielo que ahora se muestra estrellado. Sonrió levemente y volvió a observar al joven de cabellos negros.
—Shinobu.
—Dime.
—¿Te has preguntado qué hubiera pasado si uno de nosotros no hubiese sido pilar?
—Igual seguiría siendo cazadora.
—No. No hablo de eso.
—¿Puedes ser más especifico?
—Me refiero a que pasaría si uno de nosotros hubiera sido alguien... normal.
—Oh... Entiendo...
Esta se dio media vuelta y se quedó un momento en completo silencio. No sabía qué responder, pues sus respuestas eran formuladas de manera que todo debía concordar, pero Giyuu no era el tipo de persona que captara ese tipo de respuestas. Por ello debía ser clara.
—No nos hubiéramos conocido.
—¿Y si lo hubiéramos hecho...?
—¿A dónde quieres llegar, Giyuu? —rió un poco.
Es tan extraña esa sensación. Algo que le quema la garganta cada día que deja pasar. Una amargura que quería expresar desde hace un par de meses atrás, pero que no podía decirlo por temor. Aunque en ese momento parecía que todo se llevaría con calma.
Debía decirlo.
—¿Renunciarías?... ¿Renunciarías por nosotros?
La cara de su amada se quedó paralizada, mirando sus ojos azulados de una manera dudosa y sin musitar algo al respecto.
—Yo te protegeré, no dejaré que nada te pase y daré lo mejor de mí para hacerte feliz. Aunque yo sea el que deba enfrentar tu venganza. Pero quiero que lo nuestro no termine por un simple accidente que podemos evitar. No quiero perderte...
—Tamioka... ¿Por qué deberías de protegerme cuando yo puedo hacerlo sola? ¿Por qué debería dejarte pelear mi propia batalla?
—Kocho, yo solo...
—¿En qué momento creíste que yo iba renunciar esta oportunidad que me ha costado la vida? Dime, Giyuu, ¿tú renunciarías a tu puesto?
La amaba, eso era un hecho. Pero esas palabras eran aún más hirientes que cualquier veneno. Solo deseaba tener una vida con ella. Una vida fuera de ese jardín. Pero realmente era difícil. Él no saldría huyendo del campo de batalla, por su culpa murieron personas importantes en su vida y no rompería ese lazo que lo impulsó a ser lo que es ahora.
Era difícil, probablemente más que cualquier otra prueba que se haya enfrentado. Podía sentir la presión de su sangre y lo descubierto de su ser. Una emoción terrible y que preferiría evitar a toda costa, pero ahora era imposible de retroceder.
—No.
—¿Y por qué no? —cuestionó Shinobu frunciendo el ceño—. ¿Ves que no es fácil? No es algo que se pueda decidir.
—No me gusta ocultar lo nuestro. No me da tranquilidad saber que no podemos ser como las otras personas. Me cuesta verte, besarte o siquiera tomar tu mano cuando caminamos. ¡Odio que no podamos amarnos como los demás!
—¡¿Y por qué debemos ser como los demás?!
—¡No me gusta amarte en silencio!
Shinobu le dio la espalda furiosa y agachó la cabeza para pensar un momento. Le costaba la idea de cavilar algo tan cierto y la vez tan irritante. ¿Desde cuándo se habían cansado de esconderse? Era simplemente confuso recordarlo hasta el momento. Porque tenerse el uno con el otro los hacía olvidar muchas cosas. Pero cada noche ambos lo pensaban, porque era algo triste en su relación.
—Si no te gusta la idea deberías dejar de pensarlo y enfocarte en tu propio camino, Giyuu. Pero yo no puedo dejar de ser lo que soy. No ahora.
—Solo quiero que estemos juntos. No quiero que te lastimes. Hace un tiempo me dijiste que uno de tus sueños era tener una familia, ¿por qué no podemos hacerlo? ¿Por qué no me dejas protegerte?
—¡Porque no quiero! ¡No quiero que me protejas! ¡No necesito que me cuides! Y-yo, no necesito de nadie...
Los latidos de su corazón dolían, el sonido roto e inaudible era un estruendo y la luz se disipó. No quería escuchar eso, ni en un par de años, ni en otra vida. Un dolor que no solo le corrompió el corazón, sino el alma.
Tanto tiempo ocultando su sentir, cientos de días siendo una sombra para verla, miles de horas pensando en un juntos para que a final no hubiera nada. El otro lado del jardín de su amor nunca fue descubierto, pero sí pisado. No por un intruso, sino por la hermosa mariposa que habitaba el lugar.
Mareado y confuso salió de la habitación. No sabia cómo sentirse o qué pensar en ese instante. Era un dolor horrible, uno de esos que desearías arrancarte tu mismo.
Fue un error, un enorme y torpe error suyo. ¿Cómo iba priorizar sus sentimientos por encima de los de ella? Era simple pensarlo, pero no tomó en cuenta lo que ella quería lograr como pilar.
—Esto nunca fue amor. Esto nunca fue un juntos. Así que suelta mi mano, Shinobu.
—Dije que te amaba...
—Me duele que pienses así cuando sabes que es mentira.
—No miento.
—Suéltame, por favor.
—Lamento que esto termine aquí de esta manera... Sé que mis palabras ya no valen ¡Pero yo también detestaba esconderme para verte! Pero pensar que me amabas me hacía creer que lo valía todo... Hasta ocultarnos. Pero tienes razón, esto nunca fue amor...
Giyuu alejó con fuerza su mano de la de ella y salió apresurado de la finca. Todos los presentes habían escuchado y algunos visto. Pero no importaba, ya no había nada entre ellos.
El frío de la noche era aún más helado. Afligido y desconsolado solo se quedó a la mitad del camino llorando. Se sentía patético, un completo tonto por todo lo que dijo. Pero no se atrevía a volver. Seguro todos estaban con ella, hablando de lo inmaduro que es él o tal vez murmurando cosas para afectarla. "Lo siento, lo siento tanto, Shinobu", eran las únicas palabras que deseaba decirle ahora que habían pasado seis meses.
Todos sabían lo que sucedió entre ambos pilares, pero nadie dijo nada. Tal vez por miedo o simplemente por buenas personas. Pero nunca llegó a oídos de Ubuyashiki.
Shinobu sigue siendo hermosa, mirándola a la distancia, en la noche de luna creciente, incluso si cierra los ojos la sigue viendo. En la luna llena se pregunta si está bien abrir los ojos y abrazarla otra vez. Aún sin tenerla entre sus brazos él se mantenía a su lado. Porque fue una promesa que no solo fue por amor, sino con la vida.
Si tan solo hubiera sido paciente, si solo hubiese guardado esas palabras por un tiempo más, él sería la persona que ahora mira sus ojos y besa su mejilla.
—Por eso todos te odian, Tamioka... Nunca te das cuenta a tiempo de lo más importante.
—Lo lamento, lo siento, Shinobu...
—No importa. Ya no importa.
Era mejor amarse a escondidas, así como se aman las cosas oscuras, secretamente entre la sombra y el alma. Sin secretos o mentiras, sin caprichos y molestias. Solo era cuestión de esperar, porque todo aquel que sufre y es paciente, sale adelante con esperanza. Giyuu debió seguir detrás del jardín. Pero salió primero, a pesar que ella abrió antes las hojas.
Shinobu lo esperó resignada un tiempo. Sabía perfectamente que ningún amor es más verdadero que aquél que muere sin haber sido revelado. Estaba dispuesta a guardarlo, pero él nunca llegó.
Todos los sabían, pero nadie se atrevía siquiera a preguntar. Nadie quería saber la historia detrás de los pilares.
Porque era un amor secreto, un amor prohibido, un amor que quedaría, al cruzar el jardín.
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