Capítulo 10
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CAPÍTULO 10
La misión divina
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Al despertar, me encuentro de pie en medio de un lugar que no consigo entender. Al comienzo no diferencio si tengo los ojos cerrados o abiertos. La oscuridad es profunda, y alrededor hay un silencio que solo puede ser interrumpido por el sonido de mi propia respiración. Hasta que percibo una voz provenir de ninguna parte. Es un acorde familiar, pero no consigo recordar en dónde lo escuché antes.
—¿Quién eres? —pregunto.
—Una divinidad. —La voz va y viene de todos lados, es un eco potente que retumba en mis oídos, pero aunque volteo en busca de los sitios de donde proviene, continúo sin ver nada.
—¿Por qué estoy aquí? —Lo último que recuerdo es que logré formar palabras con un río de salsas.
—No puedes volver a romper las reglas del más allá. No puedes volver a intervenir en el mundo de los vivos.
—No entiendo.
—El malestar que sientes empeorará. Te harás tan débil que no podrás moverte. Así no lograrás cumplir con tu misión. Debes seguir adelante y aceptar tu nueva realidad.
—¿Mi nueva realidad? —Me arrepiento de haber sonado mordaz un segundo después de pronunciarlo, pero la divinidad debe fingir que no percibió el filo en mis palabras, porque contesta con simpleza:
—Tienes que descubrirlo tú.
—¿No puedes darme alguna pista? —Tanto misticismo empieza a volverme loco.
—El motivo por el cual fuiste enviado; sabrás identificarlo.
Desde el interior de mi bolsillo irradia un leve resplandor, de modo que desentierro el objeto de donde proviene la luz, y ante mis ojos sostengo la esfera de cristal.
Me pregunto de qué tipo es la profundidad de las tinieblas que me envuelven, para que el vaho oscuro tenga la capacidad de manifestarse como una insignificante luz dentro del cristal. Se mueve con lentitud, hasta formar el número 77. Pero eso ya lo había visto cuando me la entregaron.
Al despegar la mirada de la esfera con una nueva interrogante planteada, me encuentro de regreso en el restaurante, de pie en el mundo de los vivos. Es de noche y las luces están apagadas. La mesa con ofrendas ya no está. Kim Min Joon debió limpiar todo.
La divinidad ha desaparecido junto con la profunda oscuridad, pero ahora sé que no estoy solo. Ellos... Esos orbes de luz o deidades, están vigilándome.
Estaba en lo cierto al sospechar que sus reglas me impedían tener contacto con Ji Ho.
La debilidad en general y la pérdida de conocimiento previa, es lo que me llevó de regreso a «Lejos del mundo terrenal». Porque, sin lugar a dudas, se trató de ese mismo paraje. La oscuridad era prueba de ese sitio inconfundible.
Me han advertido de que no vuelva a comunicarme con ningún ser vivo, de lo contrario... «El malestar que sientes empeorará. Te harás tan débil que no podrás moverte. Así no lograrás cumplir con tu misión».
¿Cómo se supone que voy a cuidar de Ji Ho en un estado tan deplorable?
Veo el número 77 todavía presente en la esfera mientras pienso en él. No hay nada más que desee que salvarlo.
Cuando el vaho se desvanece, suspiro.
—Setenta y siete. ¿Qué puede ser tan importante para darle significado a mi existencia?
La luz del techo se enciende, cegándome durante un momento.
Ji Ho corre por la escalera y sale por la puerta principal. Está usando el uniforme, lo que me indica que se dirige a la escuela. Sin embargo, ¿no es temprano para hacerlo? Afuera todavía no ha salido el sol.
Me preparo cuando reaparezco a su lado y lo persigo por las calles.
No es como el otro día, que parecía perdido en sus pensamientos. Esta vez hay algo que lo mantiene ausente. Una urgencia por llegar a determinado lugar. Como si su vida se valiera en ello.
Transcurridos alrededor de veinte minutos, estoy alcanzando un grado más alto de mi límite, puesto que a ese ya lo abandoné cincuenta metros atrás.
No consigo seguirle el ritmo.
Por suerte se detiene frente a la entrada de un parque. A partir de entonces toma aire, examina sus aledaños, y entra caminando.
A punto de escupir un pulmón, trastabillo hasta parar.
Esto de estar muerto es una auténtica pesadilla.
¿Cómo se llamaba ese órgano que te duele a un costado del abdomen? Ese que mientras respiras, más incomoda.
El bazo.
Ya lo recuerdo.
Me apresuro a perseguir el camino que tomó antes de perderlo de vista. Es una suerte que nadie logre verme. Incluso siento lástima de mí mismo.
Entre los árboles y un camino que lo rodea, se encuentra un patio de juegos para niños. Hay caballitos, un pequeño tobogán, y otras atracciones sobre la arena.
Ji Ho no ha puesto un pie sobre la arena todavía, pero sus hombros suben y bajan mientras contempla un punto determinado en el lugar, y susurra en voz tan baja que casi no lo escucho:
—Dije que no me importaba que miraran los demás, y por mi culpa tú...
—¿Qué estás diciendo? —El chico que se ocultaba detrás del tobogán, sale para darle encuentro—. Habla con propiedad, niño rata.
Lo recuerdo. Es uno de los que lo persiguió en la escuela el día de ayer. Se acerca a Ji Ho mientras se truena el cuello. Parece un perro rabioso a punto de embestirlo.
—Abriste la boca —lo acusa.
Ji Ho intenta hablar, pero su voz tiembla con una fuerza incontrolable. Es como si sus cuerdas vocales se hubieran convertido en un hilo tenso y delicado, a punto de romperse en cualquier momento.
El otro sonríe con sorna. Debe parecerle divertido verlo así, aunque también hay un atisbo de irritación en la forma que lo mira.
—Me suspendieron por culpa tuya —habla entre dientes—. No me digas. No recuerdas haber salido corriendo el día de ayer, para contarle a nuestro profesor todo lo que te hicimos.
Con esa explicación, las cosas empiezan a encajar. Alguien debió abrir la boca, y sospecho que puede ser esa chica llamada Lee Ha Eun o la doctora. Fueron las únicas que se preocuparon por ayudarlo.
—No hice nada parecido —se defiende Hi Jo, y su temerario sonríe de medio lado.
—Te advertí que si lo hacías, que si te metías con alguno de nosotros... —Saca lo que, ante mis ojos, solo parece un trozo de papel insignificante. Sin embargo, debe ser tan importante para Ji Ho, porque empieza a temblar de tan solo verlo.
—¿No puedes dejarlo ser? —Su mirada persigue con desesperación ese trozo de papel alargado, como si ansiara poder recuperarlo sin tener que acercarse demasiado.
—¿Por qué? ¿Te piensas que no puede pasarte nada malo? —Vuelve a reír con amarga ironía—. ¿Porque ya está muerto? Tú lo hiciste, ¿o es que acaso también te olvidaste de eso? Bueno, en ese caso, estoy para recordártelo por el resto de tus días. —Presiona el dedo índice en el pecho de Ji Ho, empujándolo, de forma que tropieza con sus talones y cae—. Tú lo mataste. Lo hiciste tú, Kim Ji Ho.
Es como si quisiera golpearlo, pero en su lugar, le arroja el trozo de papel. Este, al tener un volumen insignificante, crea un par de espirales trémulos en el aire hasta desplomarse cerca de sus pies.
Ahora puedo ver de lo que se trata aquello que sacó a Ji Ho de casa tan temprano en la mañana.
Eso que lo ha puesto a temblar y que, con desesperación, se lanza e intenta recuperar, pero que el otro aprovecha para otorgarle una patada en el estómago.
En ese pedazo de hoja, hay tres fotografías reveladas en sentido vertical. Imágenes en las que nos encontramos él y yo, juntos.
Mientras el sol comienza a salir y las sombras se alargan en el parque, las fotografías en carrusel, como fantasmas que se niegan a descansar, surgen al igual que si hubieran estado grabados a fuego en mi mente. Toman la forma de recuerdos que empiezan a proyectarse y me trasladan hacia el pasado, entre su voz que pronuncia las palabras «Siete y siete» una y otra vez, dándoles un significado que no esperaba.
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¿Que Ji Ho «lo mató»? ¿Qué piensan de eso que dijo? 🫨
Palabras en el capítulo: 1345.
Palabras totales: 13384.
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