Capítulo 05
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CAPÍTULO 05
Chico desastre
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¿Desde hace cuánto tiempo no se percata de que empezó a mirar más el suelo que al cielo?
—Levanta la cara —susurro con la esperanza de que pueda escucharme por primera vez.
Ji Ho es un chico desastre. Incluso cuando cruza la calle, su atención permanece en la nada. Está ausente. Ni siquiera el frío de la mañana puede sacarlo de esa condición.
Durante el recorrido, permanezco con los nervios a flor de piel, pensando que en cualquier momento algo va a golpearlo y no se dará cuenta, sino hasta que se haya convertido en alguien como yo.
En las últimas horas, salí de «Lejos del mundo terrenal» para entrar al de los vivos. Y a su vez, este lugar tiene pinta de pertenecer a otra dimensión.
Es un edificio simple de cuatro pisos. Desde la calle, la escuela parece pequeña. A un lado se sitúa una fuente gigante de agua con un puente que la cruza, y del otro, un campo de tierra bastante considerable.
Ahora bien, lo más impresionante, está en las especies acumuladas alrededor de la entrada principal y demás espacios abiertos.
Entre los estudiantes uniformados, hay ángeles, demonios, samuráis y vampiros que conviven con naturalidad. Pero los que acaparan mi interés, son esas figuras desamparadas. Están vestidas con telas blancas rasgadas, y peinados largos desaliñados que cubren sus rostros pálidos y lamentables. Su intento por imitar a un fantasma es merecedor de reconocimiento. El esfuerzo y la creatividad de los humanos siempre es algo digno de admirar.
Debe estarse llevando a cabo alguna clase de evento. También es posible que, por esto, Ji Ho no se vio atraído a venir.
En medio del alboroto, el grupo más próximo a la puerta principal se queda quieto, luego se mueve como una ola pacífica en el mar, abriéndole el paso a los dos hombres vestidos de paramédicos que, con mucha prisa, están empujando una camilla.
—Apártense —piden.
—¡A un lado!
El cuerpo sobre la superficie móvil, me resulta imposible de identificar porque no me atrevo a buscar su rostro.
Al pasar junto a mí, la camilla tropieza con algo en su camino y pega un brinco, de modo que una mano inerte cae hasta quedar colgada de un lado. Está demasiado pálida. El único color apreciable proviene de la cinta roja atada en la muñeca.
El corazón me aprieta y el estómago me da un vuelco. Si no vomito durante los próximos minutos, será un milagro.
Estoy seguro de que la ambulancia espera en algún lugar cerca, pero entonces ato cabos, y cuando echo un vistazo alrededor, definitivamente no encuentro el auto, sin embargo, tampoco a los doctores o la camilla. Se han desvanecido. De hecho, los estudiantes disfrazados han vuelto a su entusiasmo por el evento que se está desarrollando.
¿Acabo de imaginarlo?
La pesadez en el pecho es auténtica. Prevalece con total claridad.
Mi intelecto es miserable. Resulta que también he perdido de vista a Ji Ho.
El miedo a lo que pueda ocurrirle es algo atroz e incapacitante.
Quizá acabo de ver una premonición.
—Céntrate, Jun Seo. No debe andar lejos.
En algún punto, Ji Ho entrará o saldrá de un lugar, y yo estaré junto a él cuando esto suceda.
Para mi alivio, ocurre casi de inmediato.
Tras aparecer, esta vez me tambaleo en vez de aterrizar de cara al suelo. Sin embargo, es tanta la cantidad de estudiantes disfrazados dentro del edificio, que no consigo ver a Ji Ho por ningún sitio.
Lo busco en todas partes.
Inundado en un mal presentimiento, corro a través de los pasillos y entre la gente.
La escuela es un laberinto de terror. Del techo cuelgan telarañas, cerca de las paredes hay muñecos espantosos y también calaveras muy reales. Las luces parpadean, y los gritos de terror cruzan en diferentes direcciones.
Estoy nervioso, es inevitable.
Los minutos pasan, y no hay señal de él.
Me atrevo a mirar la esfera con el pánico como detonador, pero por suerte, no encuentro esa chispa que lo termine de encender. El vaho no dibuja nada.
Apresuro el paso. Mi respiración es casi dolorosa.
¿Es que nunca voy a recuperarme?
Alguien, de manera súbita, emerge de un salón de clases al tiempo en el que paso por delante de la puerta. Para evitar atropellarlo, salto hacia un lado, y tropiezo con una mesa abastecida de papeles que rueda hasta anteponerse a su paso.
Impresionado por el desplazamiento de aquel objeto, cambia de dirección y se orienta hacia el final del largo pasillo, en donde alcanzo a ver los primeros escalones que, con seguridad, dirigen a la azotea.
Mi cuerpo es lamentable. Acabo de perder la estabilidad tras golpear la pared, y me cuesta recuperar el aliento.
—¡Vuelve aquí, rata! —grita un chico uniformado que se asoma del salón. Tiene el labio un poco hinchado, como si acabara de recibir un golpe, y pretende ir tras él, pero una figura femenina que se acercaba caminando por un extremo del pasillo, de repente se cambia de lado y adrede choca con él. El impacto es tan poderoso, que ella rebota en el suelo.
Pudo haberlo evitado.
Cuando la chica de cabello negro y corto levanta la mirada para disculparse, en sus ojos no hay señal de arrepentimiento. Es la misma persona que esta mañana estuvo espiando a través de las ventanas del restaurante. Lo hizo para que Ji Ho pudiera escapar.
—Perra —la insulta el otro, pero ella no parece escucharlo. Su mirada indirecta está casi al final del pasillo, en donde Ji Ho tiene dificultades para correr mientras se abraza un costado del cuerpo. Es como si le hiciera falta el aire. También cojea un poco, pero no se detiene. No puede hacerlo. Debe pensar que detrás se encuentra esa banda de tres estudiantes que, en su lugar, se ha frenado junto al que chocó con la chica.
Es posible que lo hayan mantenido encerrado durante todo este tiempo.
A medida que Ji Ho avanza, algunos estudiantes que pasan a su lado se pegan contra el muro más cercano, otros se tapan la nariz.
—¿Qué sucede con él?
—¿Es orina?
—¡Qué asco!
Sí, para los humanos todo es feo, malo o desagradable. Todo es igual. Ya sea un monstruo, un fantasma, Ji Ho o yo.
Ji Ho dobla la esquina y sube por las escaleras.
Me impulso del muro para ponerme sobre mis pies por completo.
¿Qué tan lejos piensa ir?
Me queda la pista que termina de formarse entre el vaho en el interior de la esfera que llevo todavía en una mano.
—Demonios. —Es una nueva dirección, y la palabra dibujada es alarmante.
«Azotea».
No deseo nada más que ir tras él, pero entonces escucho a esos cuatro hablar.
—¿Viste su cara?
—Estaba aterrado.
—¿Quién le teme a la oscuridad? Se orinó en los pantalones.
Y aquel que lo llamó rata, todavía en la mitad del pasillo, sin apartar de vista el recorrido que tomó Ji Ho, sonríe de medio lado. Un momento después, pronuncia:
—Es un bebé. Una cría de rata. —Con toda la gloria, camina de regreso al salón de clases, dejando que la chica se levante sola.
Por primera vez, canalizo el dolor en todo el cuerpo, transformándolo en ácido que borbotea a través de mis venas.
En un arranque de ira, golpeo la mesa con la que tropezamos Ji Ho y yo. No es igual que en la mañana, que no pude levantar el vaso.
Esta vez, como un proyectil, cruza el espacio que me separa de ese chico, y lo derriba cual pieza de boliche en medio de su camino. Al resto de su banda se le atranca la risa, y cuando logran reaccionar, convertidos en una avalancha, todos juntos salen del salón de clases para comprobar quién fue el idiota que hizo algo así. Pero es de esperar que no puedan ver al culpable. A mí.
Sus expresiones son de confusión absoluta. Tampoco me importa cómo se desenvuelven las cosas entre ellos, y me apresuro a encontrarlo.
Subo una grada, luego otras dos.
Consulto con la esfera. Me ha dado la dirección, pero no me dio una hora como la última vez.
Las escaleras parecen infinitas. Los pulmones me arden con fuego. Y de repente el viento me arrastra.
Ji Ho acaba de salir. En consecuencia, aparezco en un lugar donde la luz está a punto de derretir mis glóbulos oculares. Me toma tiempo ajustar los ojos al fulgor del sol y situarme en la azotea.
Él solo se detiene ahí, como un fantasma de pie en la orilla, contemplando hacia el fin de todos sus problemas, un poco más allá de la tierra, directo al infierno. Si tan solo pudiera levantar la cabeza y ver... Verme.
«Estoy aquí», quiero gritarle. «¡Estoy aquí, maldita sea!»
Trago saliva.
Cuando intento acercarme, una punzada en el pecho me tambalea, y en la segunda caigo de rodillas al suelo.
¿Por qué duele tanto?
No puedo respirar, de todas maneras, me alcanza el aliento para gritar su nombre.
—¡Ji Ho! —Se me parte la garganta, pero no importa. No me cansaré de intentarlo.
A pesar de todos mis esfuerzos, no mueve ningún músculo.
Me siento tan inútil e innecesario.
Es mi turno de apreciar el cielo, pero lo hago con recelo.
¿Para qué me trajeron aquí? ¿Cuál es mi fin? Ni siquiera puedo acercarme.
Ji Ho tiene el pelo húmedo debido al sudor, y se aprieta el brazo contra el pecho. ¿Es una mancha de sangre la que hay en su camiseta?
De todas formas, no da un salto al vacío, solo está ahí, parado, viendo y meditando, ¿acerca de qué?
—¿Sobreviviré a este ritmo? —le pregunta a la nada. Sus palabras pueden implicar algo más complicado de lo que suenan en verdad.
Pero vas a hacerlo. Estás conmigo ahora. No dejaré que te lastimen más.
—Soy débil —se ríe con dolor. Su agonía me atraviesa de ida y vuelta.
A las piernas las siento como un peso muerto, de todas formas, consigo ponerme de pie.
Lo mejor que puedo hacer, es cuidarte hasta que seas fuerte.
Doy un primer paso hacia él y me tambaleo. Pero da igual, porque yo continúo de pie. Después de todo, si hay algo que sé, es que las cosas malas no vienen de una en una, te bombardean. Y cuando estás en medio de una tormenta, no puedes verlas con claridad. Por lo menos yo lo veo a él con mucha nitidez, y no dejaré que cometa una locura.
—Mientras aguardas por un milagro, parece que el tiempo va más lento de lo normal —rompe en llanto—. Nadie lo entiende como tú.
Sus palabras me sacuden el alma.
Cada uno sabe dónde le aprieta el zapato. Solo la persona que está directamente herida, puede experimentar ese dolor o tristeza en verdad. Otros tan solo consiguen simpatizar.
Entonces, ¿por qué yo lo siento tan real? Como en carne propia.
¿Por qué duele tanto verlo sumido en la desesperación?
Ji Ho es un chico desastre, pero si duele, es porque de alguna forma me importa.
Solo puedo buscar si hay algo atado en su muñeca, al encuentro de esa cinta roja. Si lo que vi al entrar en la escuela fue una premonición, espero que él no la tenga.
—No te acerques más. —La voz actúa como un golpe de aire en mi sistema, porque en consecuencia, me produce una clase de escalofrío que vuelve a tumbarme de rodillas en el suelo.
Junto a mí, ese calzado negro y deslumbrante que vi la noche pasada en el baño, avanza con absoluta calma.
Es el hombre que me ayudó a salvar a Ji Ho. Él no lo ve, tampoco lo escucha llegar, lo que me resulta extraño. Sus pasos resuenan como un eco distante, uno que transporta el viento con el que vino acompañado.
Ese hombre, con los dedos en pinza, toma a Ji Ho por el cuello de la camiseta y tira con delicadeza, de modo que lo hace caer de espaldas, directo hacia la seguridad de la azotea.
Con tanta facilidad acaba de conseguir aquello que yo no pude, y siento vergüenza, pero también que vuelvo a respirar.
No obstante, me equivoqué con respecto al "hombre", porque a través de la intensa luz del día enfoco su figura, y resulta que es un chico de aproximadamente 15 años de edad.
De hecho, lo conozco.
Se trata del portador de la esfera cuyo número no se me olvida aún: «1001».
Es Do Jun.
Y si acaso hay algo parecido a la última vez que lo vi, es que todavía se encuentra tan mojado, como si hubiera acabado de salir de la fuente. Por todo lo demás, viste igual que yo, pero en lugar de haber optado por elegir el collar de polilla, eligió el de la cruz.
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Espero que todavía recuerden al chico que apareció detrás de Jun Seo en «Lejos del mundo terrenal». 😳
¿Qué piensan de la historia hasta este punto?
Palabras en el capítulo: 2134.
Palabras totales: 7074.
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