43♔ • Inocentes
Denisse logró derribar a Nerea y enterró su espada en uno de los tentáculos que luchaban por llegar a mí.
Retrocedí, buscando algún arma entre la montaña de cuerpos, pero fue inútil y me reprendí mil veces por olvidar el brazalete de animales en el saco que llevaba Tarek.
—¡Guardias! —gritó Nerea.
Dijo algo más que no alcancé a escuchar porque Denisse le dio un puñetazo en la cara. La corona salió rodando y perdió ese extraño brillo. No perdí el tiempo y la detuve con mi pie.
—¡Geraldine, ponte la corona! —Denisse intentó alcanzar de nuevo su espada que había perdido en el forcejeo—. ¡Tienes sangre real, funcionará!
Sin pensarlo mucho, le hice caso a la rubia y levanté la corona sobre mi cabeza. Mi padre era el hermano del legítimo rey, no perdíamos nada con intentarlo, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para impedir que siguiera creciendo el poder de esa mujer desquiciada.
Sin embargo, la corona me quemó las manos y parte del cabello. Jamás irradió luz como con Nerea. Cuando me fue imposible tenerla más tiempo sobre mi cabeza, la arrojé al suelo mientras miraba mis manos adoloridas.
La corona me había rechazado y con eso lo comprobé, no era hija de los duques de Korbel, simplemente era una extraña criatura que habían creado.
Pronto, varias mujeres que servían de guardias entraron para intentar atraparnos.
—¿Pensabas que una mezcla repugnante de especies sería digna de portar la corona real? —se carcajeó Nerea y lanzó a Denisse por los aires usando uno de sus tentáculos.
La rubia aterrizó cerca de mí y derribó un pequeño poste donde reposaba una vela. El fuego rápidamente se extendió por una cortina, capturando la atención de Nerea.
—Paren el fuego, ¡ahora!
Las mujeres obedecieron a su reina, quien se alejó de las llamas y parecía tenerles miedo. Denisse no desaprovechó esa oportunidad y me tomó con fuerza del brazo para después empezar a correr. Pero no escapamos a la puerta o a uno de los enormes ventanales. En cambio, corrimos directo al trono.
—¿Qué haces...?
No me dio tiempo de terminar. Una de las baldosas estaba floja y Denisse sabía la forma de quitarla. Al hacerlo, el trono completo dio media vuelta, dejando libre la entrada a un agujero muy profundo que no supe con exactitud lo que era.
—Les daré una última oportunidad. —Nerea recuperó la corona y extendió sus brazos, como esperando que ambas corriéramos para abrazarla.
—Vete al infierno.
Esas fueron las últimas palabras de Denisse antes de lanzar uno de sus zapatos en la cara de Nerea. Después, no lo pensó más y me empujó con fuerza. Lancé un grito mientras caía al vacío, seguida de la rubia.
Busqué desesperada la manera de aferrarme de algo, pero solo conseguía dar vueltas en el vacío y llenarme de telarañas y de tierra. Pronto, el túnel se fue haciendo más angosto y me golpeé con muchas raíces que salían por las paredes de piedra, hasta que me sostuve de una para frenar un poco la caída.
Las raíces estaban resbalosas y no me quedó más opción que bajar muy despacio la distancia que quedaba. Comprendí que esos picos fueron puestos para frenar la caída. Tampoco ayudaba mucho la oscuridad, por lo que descendí con mis piernas temblando y conteniendo la respiración.
—Sigue avanzando, no te detengas.
Le hice caso y dejé salir todo el aire de mi boca cuando mis pies por fin tocaron el suelo y solo entonces me atreví a ver la entrada del túnel.
Varias siluetas se movían en la superficie y comenzaron a descender con la ayuda de unas cuerdas.
—Sigue por este túnel y espérame en la salida —dijo Denisse no muy lejos de mí.
—¿Qué harás tú?
—Me aseguraré de que no nos alcancen.
—Quiero ayudarte...
—No —Denisse me empujó y caí junto con un montón de ramas, dejando al descubierto el resto del túnel—. Corre la voz, que el pueblo sepa lo que ha hecho. Además, solo derribaré un par de ramas para que no encuentren el túnel tan fácil, te alcanzaré en seguida.
No quise discutir más y seguí el plan. No podía más con la preocupación por Tarek, debía salir de ese túnel a toda costa.
Usé mis codos para arrastrarme y en todo momento no podía dejar de pensar en lo fácil que podía ser para Nerea engañar a Tarek y llevarlo al castillo. Con solo pensar en que lo encontraría muerto, justo como Denisse encontró a Robin, me hacía avanzar más rápido.
Me arrastré hasta que mi cabeza chocó contra un muro de tierra, no había más camino adelante, parecía que estaba atrapada y la falta de luz no me ayudaba en nada. Lo único que se me ocurrió fue dar golpes a todas partes, intentando sacar mi ira y frustración.
El tiempo pasaba y no había ni rastros de la rubia, estaba sola en ese pequeño túnel, con la tierra cayendo en mi cara.
Para mi sorpresa, en medio de mi arranque de enojo, mi pie golpeó contra algo hueco y un pequeño rayo de luz alumbró el lugar. Debía ser algún tipo de puerta, así qué seguí pateando una y otra vez hasta que esta cedió.
La cantidad de luz que entró me cegó por un momento y no dejé pasar la oportunidad de salir del túnel lo más rápido que pude.
Cerré la puerta a mis pies y descubrí que estaba en una especie de bodega, repleta de frascos con hojas y muchos libros.
Suspiré cansada y me limpié los restos de tierra de la cara y de mis manos. En lo que esperaba a Denisse, me asomé por una pequeña ventana del lugar, buscando saber en qué parte del castillo estaba. Pero lo que encontré fue un verdadero caos.
La ventana daba al patio real, el cual estaba lleno de carruajes con lo que parecía ser animales. Cuando la primera súplica cargada de dolor llegó a mis oídos, retrocedí mientras tapaba mi boca para ahogar un grito.
No eran animales, se trataban de muchos hombres repletos de barro y paja. Estaban aterrados y se empujaban unos a otros para permanecer hasta atrás de las carretas. Pronto comprendí a qué se debía su miedo: dos mujeres, que portaban la armadura de Nerea, se turnaban para lanzarles piedras y pegarles con unos látigos.
—Ya fue suficiente —dijo una de las mujeres entre carcajadas—, saca al siguiente.
Su compañera abrió la puerta de la carreta y eligió a uno de los hombres que estaba hecho bolita muy adelante. Lo sacó con fuerza y el pobre anciano cayó al suelo. Como pudo se sentó y comenzó a rogar por su vida.
Entre risas, la mujer dirigió su espada directo al cuello del pobre hombre y le cortó la garganta. La sangre salpicó en el suelo y todos los hombres de las demás carretas gritaron más fuerte, presas de una desesperación abrumadora.
Me costaba creer lo que estaba viendo. ¿Cómo podía Nerea hacer semejante acto con hombres inocentes?
Mientras las mujeres arrojaban el cadáver sobre una montaña de cuerpos cerca de la puerta principal, alguien de las carretas se percató de mi presencia.
Era un niño, no pasaba de los diez años y movía su mano una y otra vez, pasando entre los barrotes de madera.
Me quedé fría y cerré la ventana de inmediato. Debía esperar a Denisse, seguir con el plan para escapar, pero esa imagen de un niño tan pequeño y de todos esos hombres me hizo tomar una decisión: no esperaría a la rubia, no si yo podía ayudarlos antes.
Conseguí salir muy despacio, con mis pies descalzos pisando la sangre mezclada con el lodo. Mi mueca de asco solo se hizo más fuerte al ver a las dos mujeres divirtiéndose con los cadáveres.
Aunque odiara eso, su repugnante actitud me sirvió para llegar al niño sin ser vista.
Intenté abrir la carreta, pero la puerta de madera estaba cerrada con un candado y las llaves colgaban del cinturón de una de las mujeres. Mi desesperación fue tanta que mis uñas sangraron cuando quise arrancar el candado a la fuerza.
El niño de antes se aferró a la tela de mi vestido. Su ojo izquierdo estaba rojo y un golpe en forma de puño deformaba su pequeña mejilla. ¿Cómo podían hacerle eso a un niño?
—No te dejaré —dije mientras le daba más y más golpes al candado.
Fue inútil, ninguno de mis intentos funcionaba y las dos mujeres terminaron con las carretas de adelante. Venían hacia nosotros.
—No lo lograrás —dijo un hombre con una enorme herida en el rostro, le habían sacado el ojo—. Dame ese palo que está allá, tengo un plan.
Con mis manos temblorosas, tomé el palo que el hombre decía y se lo dí, para después correr de regreso a la bodega.
Tuve que inclinarme mejor para no ser vista y busqué un buen lugar para ver lo que pasaba.
Después de arrojarles unas piedras, las mujeres se acercaron y abrieron la carreta para elegir a uno entre el montón. Parecieron decidirse por el niño y antes de que lo sacaran a la fuerza, aquel hombre saltó sobre una de las mujeres.
Le dio dos golpes certeros en la cabeza y esta ya no se movió. Sin embargo, la otra mujer no perdió el tiempo y, de un solo movimiento, le cortó el cuello a aquel hombre. Pero eso no detuvo la furia de los demás prisioneros. En medio de gritos, se lanzaron sobre la mujer, antes de que ella diera la alerta a sus demás compañeras.
La golpearon hasta que dejó de respirar y su cuerpo inerte fue arrojado en la misma pila de cadáveres de esos pobres campesinos.
—¡Liberen a los otros! —gritó uno de los hombres a mi derecha—. ¡Si somos más tendremos mayor posibilidad de escapar!
Y así lo hicieron.
El terror y el miedo los motivó a buscar una salida. Eran al menos cincuenta hombres y un grupo no tardó mucho en derribar una puerta que daba directo a la salida principal.
Como era de esperarse, las mujeres que custodiaban la muralla del castillo se dieron cuenta casi en el instante y no tuve más opción que salir corriendo junto con todos ellos.
En medio de la confusión, aquel niño se aferró a vestido y lo tomé de la mano, sin saber bien qué hacer. Lo pegué más a mí cuando algo silbó en el aire y supe de inmediato lo que era.
Una flecha pasó demasiado cerca de mi pierna derecha y otra derribó a uno de los hombres a mi lado.
—Han llamado a la reina —susurró el niño mientras me ayudaba a recuperar el equilibrio.
Lo empujé con fuerza cuando otra flecha pasó cerca de nosotros y, afortunadamente, ambos éramos pequeños como para escondernos y dejar de ser un blanco fácil de las flechas.
—¿Puedes pasar entre esas dos piedras? —le pregunté al niño.
El pequeño asintió y se movió muy rápido, dejando un pequeño camino para que yo lo siguiera entre todas esas piedras y hierbas.
Una vez lejos de las flechas, ambos corrimos en medio de un viejo camino y nos fue fácil perdernos entre las primeras casas después del castillo.
Todo estaba en aparente tranquilidad, con ese aire impregnado del aroma de los desperdicios que arrojaban en una pequeña colina.
Cuando nos encontramos con las primeras personas, corté una parte de mi vestido y me cubrí de la nariz para abajo. Al pequeño lo cubrí con mi brazo, a simple vista éramos una madre con su hijo.
Escondernos de los guardias no fue tarea fácil y miraba en cada puesto por si tenía la suerte de encontrar a Tarek.
La angustia se iba apoderando de mí, conforme me daba cuenta de que ya casi no había hombres en el mercado. Los estaban atrayendo al castillo con alguna mentira lo suficientemente creíble como para que ellos dejaran sus puestos y a su familia. Aunque aún no comprendía qué hacía ese niño entre los hombres capturados.
—Debemos buscar a tus padres —dije en un susurro.
El pequeño negó con la cabeza y me abrazó con más fuerza.
Cuando iba a preguntarle de nuevo, dos manos me sujetaron con fuerza para obligarme a entrar a un callejón.
Lancé patadas y traté de darle un peñetazo en la cara al idiota que no me soltaba, pero no lo conseguí. En su lugar, mi cabeza impactó contra algo duro y frío y mi vista se nubló.
Caí al suelo y lo último que escuché fueron los gritos del pequeño.
***
El sonido de unas gotas cerca de mi cabeza me hizo abrir los ojos poco a poco. Antes de lograr ver algo con claridad, el chillido de las ratas y el olor a excremento me hizo reconocer donde me encontraba. Así olían también las mazmorras en el castillo de Korbel.
No, no podía estar encarcelada. ¿Qué pasaría con todos esos hombres inocentes? Y Tarek... al notar que me tardaba mucho en salir, de seguro había entrado al castillo por la fuerza para ver si estaba bien. Mis ojos se llenaron de lágrimas por la frustración, no podía advertirle, no podía hacer nada para salvarlo.
La mano pequeña en mi brazo me hizo alejar las lágrimas a parpadeos y me senté mejor sobre ese piso lleno de tierra y mugre.
El pequeño estaba a mi lado, con una pequeña línea de sangre bajando por su frente. Le faltaba un mechón de cabello, por lo que deduje que peleó contra los guardias para tratar de defendernos.
—Una mujer nos trajo aquí —dijo con miedo y se rascó su esquelético brazo.
—Está bien —mentí y espanté una rata que venía corriendo hacia él—. ¿Cómo te llamas?
Él pequeño se quedó en silencio y después me vio con sus grandes ojos verdes. Esa mirada no correspondía a la de un niño pequeño, estaba llena de temor y una pizca de odio.
—Ru.
Era un nombre extraño y estaba casi segura de que se lo había inventado. Aún así me acerqué a él y pasé mi mano por su cabello lleno de tierra.
—Está bien, Ru.
Limpié su herida con una tranquilidad que estaba lejos de sentir. El ardor en mi piel era un constante recordatorio del peligro en el que estábamos. Todo estaba saliendo mal y yo no hacía nada para proteger a las personas que amaba, solo estaba ahí, a la espera de morir en esa sucia celda.
De pronto, una risa ronca me hizo regresar a la realidad.
—¿Escuchaste eso?
Ru asintió y se apresuró a salir corriendo para esconderse en la esquina de la celda.
Vi como loca a todos lados, hasta que mis ojos se toparon con un hombre sentado frente a nosotros.
—Vaya, ya estabas tardando mucho en venir a rogarme.
Esa voz, conocía esa maldita voz.
No, debía ser un fantasma. Era imposible que Seth siguiera con vida, la multitud lo había golpeado hasta la muerte. Aunque jamás vi su cuerpo, creía que ya estaba muerto.
Al comprobar que si era él, retrocedí lo más que pude, buscando a toda costa algo para defenderme, pero solo encontré un par de piedras y restos de huesos.
—Imposible, tú no deberías estar vivo. ¿Cómo es que Nerea aún no te ha matado?
—Esa ramera —rio—. Quería información y yo se la di a cambio de tiempo.
—No comprendo.
—Sabía que volverías a mí, que me sacarías de esta sucia cárcel cuando descubrieras el tipo de hombre con el que escapaste.
Y de nuevo, buscaba cualquier mentira para poner a Tarek en mi contra.
—No te confundas, no vine a...
—¡Cállate y déjame hablar! No tienes ni idea de quién es él ni de lo que ha hecho. —Tiró al suelo una pequeña silla. No había cambiado en nada—. Aura, saca al mocoso que la acompaña, necesito hablar con mi mujer a solas.
Solo entonces me di cuenta de que aquella imperial estaba escondida en un rincón. No, no dejaría que le hicieran daño a Ru.
—¡Aléjate de nosotros, maldito! —grité—. ¡Ojalá ya estuvieras muerto!
—¿Cómo puedes hablarle así a tu esposo? —La imperial entró y tomó del brazo a Ru pese a mis intentos por alejarla—. Comprende que él se preocupa por ti, te ama en verdad.
—Tú no sabes nada —dije con rabia—. ¿Por qué lo ayudas tanto? ¿Qué no ves que solo te usa?
—Me quiere —Cargó al pequeño—. Me quiere, pero tú te interpones...
—¿Qué parte de que te largues con el mocoso no entendiste? —Seth le dio un golpe a los barrotes.
Aura se alejó corriendo y nos dejó solos mientras yo intentaba con todas mis fuerzas invocar el alma de algún animal sin usar sus huesos. Era mi única forma de defenderme.
—¿Qué es esa porquería que usas en el cuello? —Señaló el collar que me había dado Tarek—. ¿Te lo dio ese bastardo? —se carcajeó—. Solo es un asqueroso bueno para nada que te alejó de tu hogar.
—¿Hogar? Era un infierno vivir contigo. ¡Controlabas hasta lo que comía!
—Por supuesto. Y tú vivías feliz, me amabas. No, estoy seguro de que todavía lo haces y más cuando escuches esto.
Le di una bofetada al mismo tiempo que sentía como el lodo se movía a mis pies. Un animal había respondido a mi llamado, era mi oportunidad para acabar con Seth de una vez por todas.
Un ciervo de barro apareció frente a mí y se llevó a Seth entre sus astas hasta que quedó atrapado entre los barrotes.
—Impresionante, es de esperarse de la mujer que elegí como mi esposa. —No le importaba el dolor que le provocaba el animal de barro y se reía—. Adelante, mátame. Pero antes te diré una cosa: Cassian Slorah murió a manos de tu amante.
Mis piernas temblaron, al igual que el animal que lo mantenía alejado. No pude seguir con la conexión y este cayó al suelo en un charco de lodo.
No, imposible, Tarek jamás haría eso. Era otra de sus mentiras, estaba segura.
—¿Qué pasa, querida? ¿Te comió la lengua el ratón? —rio—. Ese hombre es una auténtica bestia. Atacó el carruaje donde viajaba tu hermano y el resultado fue una flecha en el corazón del primogénito de los Slorah. Yo no soy el monstruo aquí, siempre quise protegerte de él.
—Aléjate...
Seth me tumbó al suelo y rompió parte de mi vestido con sus manos.
—Eso es, quédate quieta —escupió en mi oído—. No sabes cuanto tiempo esperé para hacerte mía de nuevo.
Y si más, terminó de rasgar mi ropa.
¡Gracias por leer 💛✨!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro