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39♔ • En Sus Garras


—¡Tarek, Geraldine, salgan ya! ¿Dónde se metieron?

No hicimos ruido hasta que el pequeño hombre de cabello verde se perdió entre los arbustos.

—Debemos regresar con los demás. —Me recosté mejor sobre Tarek, ignorando la insistente voz del enano que nos pedía unirnos al grupo.

—Aún no hemos terminado...

Dejé un largo beso en sus labios, para después ponerme de pie y caminar directo al lugar de descanso improvisado. La necesidad de dar media vuelta y regresar a sus brazos era demasiado fuerte y no hice nada cuando él me abrazó de nuevo.

Una parte muy pequeña de mis pensamientos decía que debíamos ir para poner en claro algunas partes de los planes que ideamos, uno más descabellado que el otro. Sin embargo, decidí ignorar todo, no podía parar cuando se trataba de Tarek.

Sus caricias y su paciencia me habían permitido sacar todo lo que guardaba en mis pensamientos. Por fin, pude contarle a alguien lo que me atormentaba, en especial el peligro que corría mi hermana.

Él me escuchó con atención y después de acordar un par de cosas, me sentí en una paz plena. Por una sola vez, me permití imaginar una vida junto a él, en una casita en medio del bosque, lejos de la corona y todos los formalismos que esta implicaba. En mis fantasías, éramos libres.

Esa paz y mis pensamientos no duraron mucho, un ruido metálico que provenía del cielo interrumpió nuestro pequeño juego.

Al principio, estaba segura de que era un dragón y compartí la mirada de rareza con Tarek. Pero no lo era, su piel e incluso su forma de volar era diferente, lo único que tenían en común eran las alas. Se trataba de un pájaro negro barrigón que cruzó el cielo hasta aterrizar muy cerca del campamento improvisado de los chicos.

—¿Qué demonios fue eso?

Tarek me ayudó a levantarme y corrimos para ver si todos estaban bien. El olor a humo era insoportable y cuando estábamos a una distancia prudente, nos detuvimos. Las hojas de los árboles dificultaban ver un poco de qué se trataba, solo sobresalía parte del ala del pájaro.

—Quédate aquí, iré a ver solo yo, puede tratarse de un ataque.

—No —la esperanza golpeó mi pecho al reconocer una cabellera roja entre el humo—. Es Nerea.

Los gemelos corrieron para ayudarla a salir de entre las alas negras de esa cosa extraña. Un par de ramas verdes bastaron para controlar el fuego que amenazaba en convertir en cenizas lo que creí que era una de las aves del rey Kyrion.

Rápidamente, cubrimos el armatoste con hojas y admiré el realismo y detalle de las escamas de las alas, podía servir para uno de los planes que tenía en mente.

—¿Estás bien? —pregunté asustada una vez estuve frente a Nerea.

Los demás siguieron cubriendo esa extraña ave con más hojas.

—Sí, Kyrion quiso que probara una de sus aves mal hechas —suspiró mientras empujaba lejos a los gemelos—. Debo hablar con ustedes.

—¿Y las tropas? —el enano se acercó, todavía con esa extraña armadura que era mucho más grande que él.

El resto también lo hizo, pero Nerea negó con la cabeza.

—Solo quiero hablar con Denisse y Geraldine —dijo molesta y se llevó la mano a una pequeña herida en su frente.

—Esto me da un mal presentimiento —dijo Tarek en mi oído—. ¿Quieres que vaya contigo?

Le dejé un beso fugaz en su boca y sonreí. Confiaba en Nerea y ahora más que nunca estábamos cerca de ponerle fin a todo. Lesya estaba cerca de ser libre.

—Todo saldrá bien —dije fingiendo tranquilidad—, no estaré muy lejos. Además, tengo esto.

Le enseñé el colgante que me había regalado, se había convertido en mi amuleto de buena suerte.

—Ay, el amor —suspiró el enano y abrazó como pudo a Denisse—. ¿Quieres darme un beso a mi también?

La rubia lo empujó y lo único que hizo fue desordenar el cabello verde del pequeño hombre antes de pararse a mi lado.

Lo último que escuché fueron los sonidos de besos que hizo Conrad, molestando a Tarek y al enano.

Seguimos a Nerea no muy lejos y descendimos por una pequeña montaña hasta llegar a un claro. Solo entonces me permití sacar toda la angustia que llevaba dentro.

—Nerea, necesitamos tomar el castillo real lo más rápido posible —dije desesperada, pensando en que mi hermana estaba en ese lugar sola con su hijo—. Necesitamos muchas tropas y...

—Cinco guardias.

—¿Qué?

—Cinco guardias me dio el rey Kyrion.

Debía ser una broma, era un completo disparate. Vi a la rubia y estaba igual de desconcertada que yo.

—No puede ser, dijo que te daría un ejército.

—No lo necesitamos, queremos pelear contra la corona, no contra su gente —Nerea se quitó unos restos de hojas quemadas de su cabello—. La magia de esos guardias será suficiente para derrotar a los Imperiales. ¿No es así?

Denisse asintió pensativa. Ella mejor que nadie sabía de las debilidades de esos guardias.

—Solo nos queda colarnos en el castillo y asesinar a ese grupo y a la reina, pero hay un problema.

—El castillo es prácticamente imposible de acceder por la fuerza —concluyó Denisse—. Necesitamos que alguien abra las puertas desde adentro.

—Y aquí es donde entras tú —Me señaló Nerea— cuando volaba vi a las tropas de Seth Haltow cerca, el ruido y el fuego debió alertarlos y deben estar cerca. Es tu oportunidad para ganarte un pase al castillo.

Dejé de escucharla en el momento en el que me dijo que Seth estaba cerca.

—¿Qué? Debemos alertar a los chicos...

—Lo haremos, pero no ahora. Debes fingir que en verdad el dragón te secuestró y que quieres regresar con él. De esa forma entrarás al castillo real y abrirás la puerta en la noche.

—No haré eso.

—¿Cómo quieres parecer ante tu esposo? ¿Cómo una pobre mujer a la que el dragón raptó o como una infiel qué se fue por voluntad propia? Todavía estamos bajo el régimen de la reina Lara y sabes que tu esposo no será clemente.

—Los podemos enfrentar...

—¿Cuántos? ¿Nosotros contra un ejército? Los cinco guardias de Kyrion llegarán hasta más tarde. Además, Seth tiene el cuerno en su poder, si querías usar el don de Tarek estás perdida. Comprende que para todo se debe hacer sacrificios.

Le di un empujón a Nerea y regresé de nuevo con Tarek, sin prestarle atención a la insistencia en sus palabras. No lo haría, prefería morir antes de regresar con Seth.

—Geraldine, ¿estás bien?

—No —Pasé de largo, ignorando a Brianna—. No quiero ser grosera, pero necesito estar sola.

—Lo que digas...

Mientras dejaba salir toda mi frustración con una serie de palabrotas, un dragoncillo salió volando cerca de mi cabeza. En una de sus patas quedó enredado un poco de mi cabello y eso captó mi atención.

Parecía que ese era el propósito del animal, ya que una vez comprobó de que yo lo miraba, voló en silencio a una rama y señaló con su hocico una armadura entre las hojas.

—¿Qué pasa? —Brianna dejó entre la maleza unas ramas que estaba recolectando e hizo un poco de ruido.

—Guarda silencio.

No muy lejos, una chica de cabello negro y dos grandes trenzas escogía unos frutos de un arbusto.

Bastó con ver la marca en su brazo para comprobar que era un Imperial justo como Denisse, pero ella no era nuestra aliada y podía matarnos en un parpadeo.

Me alejé con pasos tambaleantes y tomé del brazo a Brianna, cuidando no hacer ruido. Debíamos correr para avisarles a todos, debíamos...

El sonido de un cuerno llegó a mis oídos y al instante caí de rodillas. Era el cuerno que Seth usaba para controlar a los dragones, lo que significaba que estaba cerca, demasiado cerca.

Desesperada, intenté decirle a Brianna que corriera para alertar a los chicos, pero fue demasiado tarde. La Imperial se había dado cuenta de nuestra presencia y estaba muy cerca, escondida en los arbustos y atenta a todos nuestros movimientos.

Si regresábamos, nuestro pequeño campamento corría el riesgo de ser descubierto y lo peor de todo, era que Tarek estaba sufriendo con mucho más dolor que yo. Ese sonido tenía que parar a como diera lugar.

—Geraldine, ¿qué hacemos? —Brianna intentó cargarme, sin embargo, no pudo moverme ni un poco. Creí que iba a abandonarme al escuchar pasos, pero no lo hizo. Solo se sentó junto a mí y me abrazó.

Fue cuestión de tiempo para que las tropas aparecieran y se desplegaron por uno de los senderos, directo al humo que aún salía del armatoste alado de Kyrion.

Entre todos los hombres, resaltaba uno con armadura dorada y una capa roja. Lo reconocí de inmediato por el cabello rubio que salía de su casco junto con la altura que era inconfundible.

Respiré para tomar valentía y aceptar lo que estaba a punto de hacer. Me dolía, me dolía más de lo que pensaba.

—¡¡Seth!! —grité con todas mis fuerzas y mi estómago se revolvió de forma repugnante al tener sus ojos fijos en mí.

No había cambiado en nada, el mismo porte intimidante, el mismo cabello rubio, las mismas asquerosas manos que tanto daño me habían hecho.

Mi grito funcionó en algo, las tropas ya no avanzaron y rogaba para que eso fuera suficiente para alertar a los chicos.

—Geraldine... —Tiró su espada al suelo y corrió hacia mí, con una desesperación que me dio escalofríos.

No, no podía ni imaginarme sus manos de nuevo sobre mi piel, su aliento en mi cuello... No lo haría. Apreté con fuerza la daga que me había regalado Tarek y lo esperé, lista para atacarlo.

—¿¡Te volviste loca!? ¡Viene hacia nosotras! ¡Va a matarnos!

No permití que Brianna escapara y muy callado le susurré:

—No hables, tengo todo bajo control.

En medio del caos, la Imperial de dos trenzas detuvo a Seth. Su mano se quedó un largo rato sobre la armadura y entonces pensé en la tontería que estaba a punto de cometer.

La daga no le haría daño, no con esa armadura puesta.

—¿Cómo sabemos si no es una trampa? —susurró la mujer de dos trenzas.

Seth la empujó y se acercó un poco más a mí. El humo se fue dispersando y fui consciente de la cantidad de guardias que nos apuntaban con sus espadas.

—¿El dragón está contigo?

Soporté otra oleada de dolor y rogué para que Seth pensara que las lágrimas que bajaban por mis mejillas eran de la alegría de verlo de nuevo y no por ese maldito cuerno que no dejaba de soñar.

Negué con la cabeza y por un momento pensé en todo el dolor que estaba sufriendo Tarek a causa del cuerno. El dragoncillo se retorcía cerca de mis pies y se enterró las garras en el pecho y se dejó de mover. Al pensar en que Tarek estaba igual, la angustia me mataba por dentro.

—¿Crees que me iría por voluntad con esa bestia?

Sentí que algo en mi interior se rompió al decir esas palabras. Ya no había marcha atrás, solo de esa forma lo salvaría.

Brianna me observó desconcertada y solo bajó la cabeza, haciendo caso a mis ruegos de hacer silencio.

Seth sonrió complacido y corrió hacia mí. Sus asquerosos brazos me rodearon y yo no correspondí el gesto. Solo deseaba que todo terminara rápido.

—Siempre supe que jamás te irías de mi lado. Eres mía, mi reina y siempre lo serás.

Me separé de él, sin ser capaz de seguir escuchando sus tonterías y señalé a dos guardias que venían a mis espaldas.

—Ellos me salvaron, ellos mataron al dragón.

Cerré los ojos, implorando al cielo para que Seth creyera mi mentira. Al principio pareció dudoso, pero después se alejó de mí para comprobarlo con sus propios ojos.

—Eres detestable —susurró Brianna—. ¿Cómo se te ocurre decir eso? Estás traicionando a Tarek, estás...

—Ve con los dos guardias —respondí—, hablaremos luego.

La chica se alejó y yo me apresuré para alcanzar a Seth ignorando el dolor en mi cuerpo. Caminamos un poco hasta llegar a un ser alado oculto en medio de unas llamas. A pesar del fuego, podía distinguirse a la perfección el par de alas negras.

Seth me tomó de la cintura con posesión y agradecí cuando levantó la mano y el maldito cuerno dejó de sonar por fin.

—Recibirán una recompensa —dijo sin importarle mucho—. Andando, debemos celebrar que mi mujer está de regreso.

A cada momento volteaba a ver a los dos guardias que nos acompañaban.
Antes de seguir avanzando, la Imperial de dos trenzas hizo que se quitaran los cascos, aún con la sospecha impregnada en su rostro.

Al comprobar que eran dos simples hombres, los dejó unirse a las tropas.

—Me hubiera gustado matar al dragón con mis propias manos —dijo Seth y me abrazó con más fuerza—, no que esos debiluchos buenos para nada lo hicieran.

Ignoré sus palabras y me subí a un carruaje muy lujoso, con oro tallado en sus esquinas y unas finas alfombras rojas con el símbolo bordado de una espada, eran de la reina Lara.

—No sabes lo mucho que te extrañé —Seth entró al carruaje y cerró la puerta con una sonrisa siniestra—. Sufrí al no tenerte a mi lado, eres lo más importante de mi vida.

Me senté en una esquina del carruaje. Aún tenía la daga en mi mano y si volvía a acercarse de esa forma, le cortaría los dedos.

—No sé que cosas escuchaste de mí, pero todo es falso —siguió hablando—, soy un hombre correcto y lo sabes bien. La reina me recompensó con más oro por mis buenas hazañas.

No le presté atención, en mi mente solo estaba la imagen de Tarek y el dolor que debía estar pasando por ese maldito cuerno.

De pronto, el carruaje se detuvo cuando comenzábamos a entrar a la capital. Suspiré aliviada, ya estaba harta de escuchar todas las tonterías que salían de la boca de ese maldito.

El alboroto afuera se fue haciendo más y más grande e ignorando las palabras del idiota, saqué la cabeza por la ventana.

Una turba de personas cerraba el camino y señalaban molestos a una mujer en el suelo. Estaba muy golpeada y sin la parte de abajo de su vestido. Sus piernas estaban repletas de marcas de mordidas y golpes, muy similares a los que Seth había dejado en mí en el pasado.

Entre empujones, los guardias lograron apartar a los campesinos, lo suficiente como para que el carruaje pasara a duras penas.

La mayoría eran señoras y hombres mayores que ya estaban cansados de todas las injusticias que tenían que pasar a manos de la reina Lara.

Seth rio con prepotencia y bajó del carruaje con su espada en la mano. Al instante, el alboroto se calmó considerablemente y los campesinos dejaron de amenazar a los guardias con sus sartenes y alguna que otra pala.

Era obvio lo que pasaba, él había matado a esa mujer en su camino rumbo al bosque y todo el pueblo había encontrado el cuerpo, envuelto en una sábana fina que decía a gritos que todo era obra de un noble.

—Nunca puedes tener contentos a todos —dijo Seth de lo más tranquilo y subió de nuevo al carruaje.

El enojo se apoderó de mí al pensar en lo que hacía Seth con esas pobres personas cuando no se esforzaba en parecer un santo.

El resto del viaje al castillo fue un verdadero infierno. No tuve más opción que asentir a todo lo que decía y a la más mínima intención que tenía de tocarme, me pegaba más a las paredes del carruaje.

Encontramos un par de turbas más en el camino, las cuáles parecían crecer cada vez más cuando la gente de los alrededores se les unía también. Solo era cuestión de tiempo para que iniciara una masacre.

Por fin mi pesadilla terminó al llegar al castillo real. Las estatuas de oro de la reina Lara bendiciendo a un grupo de mujeres eran nuevas, irónico sabiendo que su pueblo se moría de hambre y las mujeres eran asesinadas cada día.

Como si leyera mis pensamientos, la mujer de cabello rojo y una enorme corona se asomó por una ventana del último piso y sonrió con burla.

—Debemos bajar a saludar —dijo Seth y vio con asco mi vestido—. Andando.

Agarró mi brazo con fuerza y su otra mano la dirigió a mi pecho. De un tirón me separé de él.

—¡No me toques!

—Estoy intentando ser paciente contigo. —Me sacó del carruaje y me puso una manta en los hombros—. Agradece ese gesto.

Su olor repugnante me hizo cerrar los ojos y soportar las ganas de llorar. Me repetía mil veces que debía ser fuerte y seguirle el juego hasta el anochecer. Después de eso las cosas serían muy diferentes.

—¡Querida sobrina! Me alegra verte de nuevo.

Seth apenas y me dejó hacer una reverencia adecuada.

—Dije que la traería de regreso y eso hice. Ahora jamás se irá de mi lado.

Sus palabras tenían un tono de amenaza al igual que el agarre tan fuerte que ejercía en mi cintura.

—Bueno, espero que esta vez si te adaptes a la vida conyugal como es debido. —La reina pellizcó mis mejillas—. Y en cuanto a usted, señor Haltow, me gustaría conversar sobre algunas cosas de suma importancia.

—Como ordene, solo permítame acompañar a mi esposa a nuestra habitación.

¿Nuestra habitación?

—Bien, aquí lo espero.

Escoltados por una docena de guardias, subimos dos pisos en total silencio. Podía notar su desesperación por su forma de caminar y me negaba a estar con él de nuevo.

—No... no dormiré contigo —dije y me quedé parada a mitad del pasillo.

—No te tocaré si eso es lo que te preocupa.

—Solo quiero una habitación aparte.

—Comprende que soy un hombre nuevo, ya cambié, Geraldine, lo hice por ti y por nuestra familia.

Me alejé de su mano que planeaba acariciar mi rostro. Lo único que quería hacer era torturarlo para que me dijera de una vez dónde estaba mi hermana.

—¿Por qué no puedes creerme? —su tono de voz era mucho más bajo y poco a poco me pegó a la pared—. Ya no soy el mismo de antes. Mandé a hacer un taller de pintura en nuestro castillo, ¿eso te gusta, verdad? Solo debes saber que mi amor por ti es más fuerte que todo.

Si escuchaba una sola tontería más de él, lo empujaría por las escaleras, de eso estaba segura. Aunque me doliera, sabía bien que debía seguirle el juego y conseguir una habitación solo para mí a como diera lugar.

—Sé que eres un hombre nuevo y sí en serio quieres intentarlo, el primer paso es darme mi espacio. No quiero dormir junto a ti en el palacio real, quiero mi propia habitación.

—No, eres mía. Debes dormir segura entre mis brazos.

—Será solo por hoy, te... te lo ruego. Después dormiré contigo, todas las noches —Tomé su mano y me obligué a sonreír.

Pareció satisfecho.

—Lo que ordenes entonces.

Está vez tuve que aceptar su beso, siendo consciente de las miradas de los guardias y de toda la vergüenza y asco que me provocaba.

—Quiero una con vista al jardín de la reina —pedí y me limpié la boca disimuladamente.

—Y eso tendrás. Pediré para ti la habitación del balcón.

Sonreí y lo abracé, solo para ver mejor a uno de los guardias que nos escoltaba. Este tenía una abolladura en su casco y se esforzó por ponerse hasta adelante para escuchar nuestra conversación. Una vez se aseguró de que lo miraba, me hizo una seña con la mano y luego retrocedió muy despacio.

Suspiré con alivio, todo estaba saliendo a la perfección.

—Andando entonces.

Seth no se separó de mí hasta que estuvimos fuera de mi habitación y estuvo a punto de entrar, pero yo lo detuve.

—¿Qué te parece si atiendes el llamado de la reina en lo que yo me baño y me cambio?

—Buena idea, regresaré para la cena —siguió tocando mi cuerpo y dejó un beso en mi mano—. Sorpréndeme.

Antes de que quisiera besarme de nuevo, entré a mi habitación y cerré la puerta con llave.

Escuché su risa del otro lado de la puerta y después se alejó. Me esforcé por no gritar y, en cambio, tiré al suelo la manta que me había dado y la pisoteé repetidas veces, por último escupí sobre ella.

Me dirigí rápidamente al balcón y me quedé fría al comprobar que la ventana ya estaba abierta.

—¿Qué...?

Di un brinco al sentir que alguien me abrazaba por la espalda con suavidad. Reconocí su aroma al instante y me dejé llevar cuando me cargó y me arrojó a la cama.

—El plan está saliendo a la perfección, Ricitos. Todos ya están dentro del castillo.

¡Gracias por leer! ✨
Perdón por tardar tanto en actualizar🥺

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