28♔ • Mi Buen Amigo
—¿Cuál es tu maldito problema? —Me limpié con la manga de mi vestido y no pude ocultar el desagrado—. Vuelve a besarme y te mato.
Por alguna razón, rápidamente busqué a Tarek. Suspiré aliviada al ver que ya no estaba.
—Yo... creí que sentías lo mismo.
—¿Bromeas? Tenemos días de conocernos —Pasé de largo, dándole un empujón con el hombro.
—Sí, pero no puedes negar que nos llevamos muy bien. Tenemos atracción y eso es lo que importa para pasarla bien.
Cian me lo confirmaba, todos los hombres eran iguales, solo pensaban en ellos mismos.
Seguí limpiando mi boca, al mismo tiempo que me alejaba de la mesa mientras escupía. Las risas de los demás en el comedor solo aumentaron mi enojo y antes de irme, escuché como le daban palabras de ánimo a Cian. Esto era el colmo.
Quería desaparecer, pero cuando estaba cerca de la salida, actúe por impulso y me escondí detrás de la puerta.
Tarek y Brianna discutían y apenas pude entender sus palabras.
—Si no lo haces, la acusaré de algo a ella también.
—No me amenaces con tus tonterías —La voz gruesa de Tarek me dio un escalofrío. Estaba enojado, muy enojado—. Mucho menos te atrevas a involucrarla a ella.
—Lo... lo pagarás.
Dicho esto, los pasos apresurados me indicaron que Brianna ya se había ido. Me moría de la curiosidad por descubrir de qué hablaban y sobre todo, a quien quería proteger Tarek.
Esperé un tiempo prudente para que él no se diera cuenta de que los estaba espiando y salí del comedor.
—¿Entrenamos ya?
Su semblante enojado se suavizó enseguida. Dejó de recostarse en la pared y se acercó a mí, con una pequeña sonrisa en los labios.
—Sí. ¿Ya terminaste de comer?
Asentí sin ánimos de regresar adentro y encontrarme de nuevo con Cian. Me hervía la sangre con solo pensarlo.
Creí que me preguntaría sobre el pelirrojo y nuestro malentendido, pero pareció no importarle y en parte me sentí tranquila.
—¿Para qué te querían? —pregunté curiosa, tratando de entender la furia de Brianna.
—Para... un par de cosas sin importancia.
Apresure el paso y decidí ya no preguntar más. Él tenía un pequeño movimiento en la mano que lo hacía sin darse cuenta, después tropezó con una piedra y siguió caminando. En definitiva algo malo pasaba.
—Bien. —Tomó una rama del suelo fingiendo tranquilidad—. Iniciaremos con tus reflejos.
Levantó el brazo, dispuesto a darme un golpe en la cara. Retrocedí un par de pasos y me cubrí con mis manos. El golpe nunca llegó.
—¿Qué demonios te pasa? No estaba lista.
Tarek dejó la rama en el suelo y tomó mi mano con delicadeza para comenzar a examinarla. Estaba llena de esos puntos de alergia que solo empeoraron más con su pequeño juego.
—¿Recuerdas cuando te salieron?
Me quedé pensativa. Estaba casi segura de que aparecieron al conocerlo.
—Sí, creo que fue cuando escapamos del castillo o un poco antes.
Tarek seguía sosteniendo mi mano y pareció darse cuenta. Se aclaró la garganta y me soltó.
—La sangre de dragón no se ha manifestado por completo en tu cuerpo. Estás teniendo un desarrollo muy lento, a tu edad yo ya podía controlar esas molestas escamas.
—¿A mi edad? —reí—. Hablas como si fueras un anciano. No me llevas muchos años.
Con su aspecto de vagabundo aparentaba más de treinta, ahora ya no estaba tan segura.
—¿Quieres apostar? —Agarró de nuevo la rama y me la dio—. Pégame con fuerza.
—Estás loco.
—Solo hazlo. En el lugar que tú quieras.
Así lo hice. Le di con toda la fuerza que pude en su pierna izquierda. Sin embargo, la rama rebotó en algo sumamente duro, como si de metal se tratara.
—De esto es de lo que te hablo —Levantó su pantalón y toda su pierna estaba cubierta de unas escamas negras. No me dejó ver más—. Siempre y cuando ese maldito cuerno no esté sonando cerca, deberías ser capaz de usarlas.
¿Estaba mal pedirle que me enseñara su pierna de nuevo? Necesitaba ver esas escamas que servían como una armadura.
—¿Y si te conviertes en dragón? —pregunté—. A lo mejor y eso despierta lo que sea que esté mal en mí.
Quizá eso podía ayudar o quizá solo buscaba una excusa para ver de nuevo a la enorme bestia.
—Aquí no es un buen lugar, Ricitos. Nadie debe enterarse de nosotros.
—No somos diferentes a ellos. —Me acerqué a él y le quité unas ramitas del cabello—. ¿Qué más da si conocen nuestro don? En este lugar hay criaturas de todo tipo...
—Ojalá todos pensaran como tú.
Había algo que Tarek no me contaba, lo supe por su mirada.
Nuestra repentina cercanía fue interrumpida por un molesto sonido. Eran pasos, fácilmente podía tratarse de un ejército.
—Debí suponer que lo haría —dijo para sí mismo.
—¿Qué está pasando?
Los pasos se escuchaban cada vez más cerca y, en lugar de escapar, me acerqué más a él.
—Bajo una de las tablas de la choza hay un saco con monedas. Llévate eso y todo lo que consideres necesario.
—No entiendo nada —Me aferré a su brazo.
—Confía en mí y escapa al bosque —Ese movimiento incesante en su mano había regresado—. No intentes nada estúpido, yo te encontraré, lo juro.
Me obligué a separarme de él y salí corriendo lo más rápido que pude. No me dirigí a la choza, en cambio, me quedé detrás de uno de los árboles del bosquecillo.
El batallón pronto apareció. Eran enanos de barro, con una mirada malvada que no significaba nada bueno. Rodearon a Tarek, usando sus lanzas como amenaza.
—Desgraciado, ¿cómo fuiste capaz? —gritó Cian entre el montón de enanos, con la cara roja de enojo y un puñado de piedras en la mano.
Conan venía también con él y juntos siguieron diciendo todo tipo de insultos hacia Tarek mientras lo amenazaban con las piedras.
Ellos no eran los únicos. La abuela venía junto a Brianna, envueltas en una manta que las cubría del aire frío del norte.
El silencio me puso nerviosa, hasta que la enana de carne y hueso apareció entre la multitud y llamó a Brianna con la mano.
—Sabes lo que hiciste —dijo la enana, dirigiéndose a Tarek—. Por si lo olvidaste, lo escucharás de nuevo en palabras de tu víctima.
Brianna se alejó de la abuela y, con la mirada en el suelo y temblando, comenzó a relatar todo:
—La noche en la que Tarek vino, él llegó a mi choza y tocó la puerta. Yo le abrí sin saber sus intenciones y pasamos la noche juntos. Él me... él me obligó.
¿Qué? Eso no tenía sentido. Esa noche él me enseñó las visiones del fuego, nos pasamos contemplando esas figuras hasta que caímos dormidos en el suelo.
—Jamás estuve en esa choza. ¿Por qué inventas algo así? —le preguntó él a Brianna, con una mueca de decepción y fastidio.
La chica no dijo nada, mantuvo la mirada en el suelo y jugó con sus dedos. No derramaba ni una sola lágrima.
—¡Te mataré! —gritó Cian y trató de tomar a Tarek del cuello.
No lo logró. El pelirrojo era muy bajo y delgado y bastó un empujón de Tarek para que cayera al suelo. Los enanos impidieron que la pelea pasara a más y me sorprendió el hecho de que Tarek no mostrara resistencia cuando taparon su boca con una barra gruesa de barro.
—Si es cierto de lo que te acusan, que es lo más probable, serás ejecutado junto con los otros...
Dejé de escuchar todo lo demás. Mi corazón latió con fuerza y no dudé en salir de mi escondite. No permitiría que alguien importante para mí muriera, no de nuevo.
—¡Es mentira! —grité con todas mis fuerzas—. Estuve con Tarek esa noche, viendo...
La mirada de súplica de Tarek me hizo guardar silencio por un momento, pero al demonio, revelaría nuestro don si eso significaba garantizar su seguridad.
—Pues es sencillo —interrumpió Cian—. El infeliz fornicó contigo y después con Brianna.
—¡No! Él y yo no... —Me maldije en mi mente por permitir que me pusiera nerviosa ese comentario.
—¿Eres su esposa? —preguntó la enana—. ¿Su prometida? ¿Su amante?
Negué con la cabeza a todo.
—Entonces no entiendo tu interés en defender a este hombre —dijo muy tranquila—. Las leyes en Sort Skov son diferentes a las de Holmia. Aquí las mujeres sí son escuchadas y castigamos las injusticias. Agradece y no digas más o irás también a la mazmorra.
Tarek me vio una última vez y asintió. Yo no tuve más opción que guardar silencio y apretar mis manos con fuerza hasta que dolieron. ¿Por qué le creían ciegamente a Brianna?
La enana dio la orden y su ejército se lo llevó. Esperé por un rato, con la esperanza de ver sus alas alzarse en el cielo. Jamás lo hizo.
No se convertiría en dragón, ya tenía en claro que él prefería morir antes de revelar el secreto. Y yo no iba a permitirlo.
Una vez estuve en la choza, me fue fácil encontrar las monedas escondidas en el suelo, tomé un par de abrigos, los dibujos de Tarek y los metí todos en un saco. Mientras buscaba otras cosas que fueran importantes, vi por el pequeño agujero mal hecho que servía de ventana.
La abuela se movía de un lado al otro, sosteniendo con fuerza el manto con el que se tapaba. Brianna estaba junto a ella, con una canasta de frutas y la cara pálida fija en el suelo.
—¡Eres una maldita mentirosa! —grité y salí de la choza.
Al instante se levantó y me contestó en susurros, buscando que la abuela no la escuchara.
—No lo entiendes, yo... lo he amado desde siempre, solo se trata de un malentendido que se me salió de las manos, lo juro.
—¿Entonces por qué no dices que todo fue una mentira tuya?
Ya sabía que era una mentira suya, pero escucharla admitirlo en voz alta acabó con la poca cordura que me quedaba y estuve a punto de lanzarme sobre ella.
—¿Estás loca? Quedaría como una mentirosa, nadie nunca confiaría en mí de nuevo —Apretó con fuerza la canasta—. ¿Y tú por qué te metes en nuestros asuntos?
—Brianna, no busques más problemas —interrumpió la abuela y la tomó de los hombros, alejándola de mí.
—Usted sabe que es mentira —dije, causando un sobresalto en ella—. Ayúdeme a sacar a Tarek de ese lugar.
La ancianita esquivó mi mirada y suspiró con pesar antes de hablar:
—Puedes pagar por su libertad, después de eso será desterrado.
Agradecí en silencio a la abuela y le dediqué una mirada de odio a Brianna. Decidí que no debía perder mi tiempo en ella, Tarek era más importante.
Un par de monedas bastaron para que un señor con su carreta me dejara frente al avispero. Me quité todo el cabello de la cara y me dirigí a la puerta decidida, tratando de ocultar mi andar tembloroso.
—Alto. —Sentí las lanzas rozar mis rodillas—. No puede pasar.
—Vengo a pagar para que dejen libre a uno de sus prisioneros.
—Nombre —contestó con fastidio.
—Tarek... Solo Tarek.
—No puede hacer nada por él, será ejecutado al anochecer. Ahora largo.
Me preparé para patear a un enano y armar un escándalo en las puertas del avispero, pero una voz a mis espaldas me detuvo.
—Aunque sea dejen que lo vea una última vez. Son buenos amigos.
No reconocí la voz dulce y me di la vuelta lo más rápido que pude. La pelirroja de antes estaba frente a mí y vi con algo de miedo su falda, esperando que no saliera un tentáculo de ella.
—Supongo que está bien —le dijo un enano al otro—, le costará todo un saco de monedas.
Les di el mío sin pensarlo y seguí al más gordo por un pasadizo, no sin antes despedirme de la pelirroja con una débil sonrisa.
Las mazmorras eran tétricas, mucho más sofisticadas que las del castillo en Korbel. Los guardias eran hombres altos de barro, únicamente con tres enormes ojos en la cara. Se la pasaban dando vueltas por los pasillos, custodiando a los inexistentes prisioneros.
—Aquí es —El enano estiró la mano y le di el saco con monedas—. Rápido, no será mucho tiempo.
Me acerqué a la celda del fondo y dejé salir todo el aire de mi boca al ver a Tarek sentado, jugando con una pequeña roca del suelo.
Me aclaré la garganta y obtuve su atención. En sus ojos vi reflejadas una mezcla de emociones: sorpresa, enojo y tal vez un poco de alivio.
—Te dije que me esperaras en el bosque —dijo preocupado aunque al instante cambió su tono de voz—. Espera, ya sé por qué estás aquí. ¿También vienes a decirme que soy un malnacido?
—No. Sé que no lo hiciste.
Soltó la piedra con la que estaba jugando y me vio directo a los ojos.
—¿Me crees? Pude salir cuando te dormiste.
—Pero no lo hiciste. No hay que ser muy inteligente como para notar que ella no te interesa. Además, viste su cara, no derramó ni una lágrima.
—Sabía que estaba loca, pero jamás pensé que llegaría a este extremo.
—¿Por qué no escapas?
—No es tan fácil, ellos también tienen un cuerno —dijo en un susurro y se pegó a los barrotes—. Confía en mí y huye al bosque. Lo tengo todo bajo control.
—¿Bajo control? ¡Están a punto de matarte!
Tuvo que inclinarse un poco para quedar a mi altura y sacó una de sus manos para tocar mi cabello. Fue una caricia leve, dándome a entender que hiciera silencio. Por alguna razón no me alejé y quedé perdida en el brillo de sus ojos.
—¡Ustedes! Si quieren fornicar eso cuesta otros dos sacos de monedas.
Me separé de Tarek con la cara completamente roja y esta vez no pude evitarlo y pateé al enano. Este dio un par de vueltas y cayó en los pies de alguien con una armadura reluciente. Perfecto, estaba en problemas.
—Suficiente, la visita terminó.
Quedé frente a la enana líder, quien me amenazaba con su espada. Su mirada era azulada, con una dureza que daba miedo. No tenía cabello, a excepción de dos mechones verdes que caían sobre sus hombros.
—Están cometiendo una equivocación, él no hizo nada malo, Brianna fue la que...
—Veo que estás perdida, defendiendo a un hombre que es culpable. —Hizo una seña con la espada y dos enanos sacaron a Tarek de su celda.
—¿Qué haces aquí todavía? —preguntó él y maldijo por lo bajo—. ¡Vete!
No, no iba a dejarlo solo.
Retrocedí un par de pasos al sentir el filo de la espada contra mi pierna. Fue un corte largo y poco profundo, como una advertencia de la enana para que me alejara de Tarek.
Ella no dijo nada más y pasó sus dedos temblorosos por la espada, regando un poco de mi sangre que seguía en el filo. Aproveché esa pequeña distracción y le di un fuerte empujón. Lo inesperado del ataque me permitió tomar su espada y cumplir mi plan improvisado. Ya con un arma todo sería más fácil.
Dos pasos bastaron para que perdiera el equilibrio y la mirada preocupada de Tarek fue lo último que vi antes de quedar en una total oscuridad.
***
Abrí los ojos con una enorme pesadez y traté de tapar mi cara de los rayos del sol. Me di unos pequeños golpes para espantar el sueño y mis dedos tocaron mi cabello perfectamente peinado, cosa que era imposible.
Me senté lo más rápido que pude mientras miraba mis brazos sin rastros de alergia y adornados con unos listones rojos de lo más horrendos. Tenía puesto un vestido del mismo color, demasiado apretado al punto de que me costaba respirar.
La brisa de la ventana no ayudó en nada a aclarar mis pensamientos y me jalé uno de mis mechones de cabello para comprobar que no era un sueño. Esa decoración exagerada, el color rojo y dorado en cada maldito rincón... Estaba en el castillo, en la habitación que Seth y yo compartíamos.
¿Esta era la realidad? ¿Jamás escapé del castillo?
Me negaba a creerlo. Aunque siempre había tenido una buena imaginación y no terminaba de creer en todas las criaturas que había conocido. Dragones, enanos, gente con tentáculos...
Todo había sido un sueño, eso era lo más lógico. Había inventado en mi cabeza a Tarek y todo lo que pasamos juntos. Tal vez lo hice para escapar de la realidad, para no aceptar que estaba unida de por vida a Seth.
Un gran vacío se formó en mi pecho y comencé a llorar en silencio. Tarek era un tonto, pero me agradaba, quería terminar nuestro viaje juntos y descubrir que servía para algo más que ser solo la muñeca de Seth.
El sonido de la puerta me asustó y me limpié las lágrimas con miedo. Parte de una túnica apareció lentamente y la idea de ver de nuevo al hombre que tanto odiaba me revolvió el estómago. Se trataba de Seth, de eso estaba segura. Pero más segura estaba que jamás me pondría una mano encima de nuevo. Existía una vida lejos del castillo, una vida lejos de él y, aunque fuera un sueño, lo había descubierto. Esta vez lucharía para escapar de él.
Aferré un frasco de perfume azul y esperé paciente a que el maldito entrara.
—Hola, Din. Me alegra verte de nuevo.
No respondí y solté el frasco de cristal. Parte del líquido salpicó mis pies descalzos y se sentía muy real, no era un sueño.
Me acerqué perpleja y puse mi mano en su mejilla.
—¿Conrad?
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