26♔ • Entrenamiento
Primero la crema, después las hojas y por último el vendaje. Ya iba mejorando mi técnica para tratar mis alergias.
Tarek seguía durmiendo en el suelo, sus ronquidos eran tan molestos que me fue imposible seguir acostada y mejor cambié mis vendas.
Aún me sentía extraña, esas visiones en el fuego que compartimos anoche me dejaron sin habla. Superaban sin duda todo los cuadros de paisajes y tapices que había visto en el pasado. Esto era algo diferente, algo digno sin duda de pintar.
—Vaya, a veces pienso que no duermes, Ricitos.
Tarek se apoyó en sus brazos y se sentó mientras lanzaba una maldición. A mí también me dolía el cuerpo, dormir en el suelo era lo más incómodo del mundo, pero valió por completo la pena.
—En realidad no. Es imposible dormir si estás cerca de alguien que ronca como un oso con picazón de trasero.
Me dejé caer en la cama ignorando sus bostezos. Polvo, restos del techo y animales llenaron mi ropa y lancé un grito mientras trataba de quitármelos de encima. En definitiva, la casa de Tarek era una pocilga.
***
La avena y la inmensa cantidad de frutas que pedimos para desayunar era abrumadora. Apenas y lo miraba entre tanta comida, pero era mejor así. Al principio, comí por obligación, hasta que probé un pan suave y un sabor conocido llegó a mi boca. Amaba los panes de miel e intenté ocultar mi alegría cuando Tarek pidió más.
En total comí cinco y tomé dos vasos de leche. Estaba impresionada por mi repentino apetito y todo lo que podía comer cuando no limitaban mi comida. La medicina tampoco fue un problema y acabé la ración que Tarek me dio, un poco más pequeña que las anteriores.
—Después de que te bañes, iniciaremos el entrenamiento. Por la tarde puedes elegir entre dos trabajos: ayudar a la abuela bordando o limpiar el establo de las cabras. En ambos lugares te darán buena paga.
Me gustaba la idea de ganar mi propio dinero y ni loca me llenaría de mugre en el establo. Bordar se escuchaba bien, yo no era la más talentosa, pero podía aprender. Además, no era la gran cosa, simplemente era usar aguja e hilo.
El resto del desayuno transcurrió con tranquilidad. La compañía de Tarek no era tan mala como pensé, en especial porque comenzó a responder todas mis preguntas.
—No entiendo. Dices que este lugar es seguro, pero yo solo vi a un par de hombres custodiar la muralla.
—Ellos solo dan alertas. Los que mantienen a salvo a este lugar son los centinelas, criaturas de roca que vigilan los alrededores de la muralla. Son imposibles de vencer.
Ignoré las cantidades inmensas de comida que se metía a la boca y le pasé una servilleta.
—Seth puede traer un ejército, puede conseguir una autorización de la reina para entrar.
Tarek pareció notar el ligero temblor en mis manos y me pasó una frutilla para que comiera.
—No lo hará, la reina no tiene jurisdicción aquí. Ya no estamos en el reino de Holmia, Ricitos. Estamos en un pueblo de rebeldes, Sort Skov para ser más precisos.
—¿Qué?
—Déjame mostrarte.
Me puse de pie y, aunque me hubiera gustado ir a dormir después de semejante desayuno, mi curiosidad era mucha y lo seguí de cerca. Ambos caminamos a una especie de lago con unas tablas, donde la gente llevaba unas cubetas llenas de agua.
La vista del lago fue opacada por un castillo hecho de piedra negra y con agujeros por todos lados. Los picos que rozaban el cielo no me daban confianza y parecía que en cualquier momento saldría un dragón. Aunque bueno, el dragón ya estaba a mi lado.
—¿Qué demonios es eso? Parece salido del infierno. Sin duda te quedaría bien vivir en ese avispero.
—Eso sí me dolió —Tarek se llevó la mano al pecho, fingiendo estar ofendido—. Es el castillo de los enanos de barro, no te conviene acercarte a ese lugar.
—¿Enanos de barro? ¿Es algún cuento?
—No. Son las criaturas más peligrosas que viven en Sort Skov. Después de mí por supuesto.
Le di un empujón y sentí de nuevo esa ola de calor al tocar su piel. Era como si su energía pasara a mi cuerpo y no podía negarlo, eso controlaba mis alergias.
Intenté que Tarek no notara mi cara de alivio y observé a las personas del pueblo. Ya sin prisa, la peculiaridad de sus habitantes estaba a simple vista: unos tenían la piel rosada, otros tenían ocho extremidades. También conté unos treinta enanos, muy diferentes a los odiosos de Nerheim. Estos eran más finos, más apuestos y absolutamente todos tenían el cabello verde.
—Encontrarás todo tipo de criaturas aquí. Solo cuida que no te muerdan.
—¿Qué?
—Sí, lo creas o no, les gustan las mujeres irritantes y habladoras.
Todo rastro de misterio y de miedo que comenzaba a sentir al ver a esas criaturas se esfumó por su comentario.
—Ya está, eres hombre muerto.
Esquivó cada uno de mis golpes con una risa socarrona. Nadie nunca me había dicho irritante y habladora. Lo pensaban, claro, pero muy diferente era decirlo.
—Un bebé golpea más fuerte que tú. ¿Quieres tomar un baño y empezar con el entrenamiento?
Paré mi salvaje ataque y asentí desesperada.
—Tienes suerte de que quiera limpiar un poco mi cabello.
Los baños que supuse usaban todos en el lugar, no estaban muy lejos y Tarek consiguió con facilidad todo lo necesario.
Demasiadas cosas vagaban por mi mente. Las misteriosas criaturas que vivían tranquilas en el pueblo, mi reciente apetito y, no menos importante, ese breve momento en el que intercambié un par de bromas con Tarek.
—Elige cualquier cuarto de la derecha. Los de la izquierda son los de hombres.
—Está bien. —Acepté la cubeta que me ofrecía y la llené con el agua del lago. Un poco salpicó en mis pies y pegué un brinco. Estaba fría, demasiado fría.
No entendía como las tinas y todos los utensilios para el baño cabían en esos pequeños cuartos de madera y una vaga sospecha vino a mi mente. Tarek estaba loco si pensaba que iba a bañarme usando una cubeta.
—Sé que no es mucho, pero conseguí esto. Puedes usarlo después de bañarte —Sacó un vestido marrón junto a una blusa blanca del inseparable saco que llevaba en la espalda—. Comprarás más al ganar tu primer sueldo.
—Gracias... —Me sentí rara, era una mezcla de vergüenza y agradecimiento. Por ese motivo no le reproché lo del baño, me las arreglaría después.
Para ocultar un poco mi asombro, juzgué a las personas a nuestro alrededor, hasta que me topé con Brianna. No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba allí parada, observándonos.
—¡Tarek, qué bueno que ya estás despierto! —Ella corrió con una enorme sonrisa, pero al verme, apretó con más fuerza las telas que llevaba en la mano.
No le agradaba para nada.
—Hola otra vez —suspiró cansado—, es la cuarta vez que te miro en el día.
—Quería saber si no necesitabas algo. Oh, estás con ella de nuevo. Tranquilo, yo la ayudaré.
Él me vio, como tratando de descifrar si no me metería en problemas al dejarme sola. Yo le sonreí en respuesta y comencé a caminar a los cuartos de las mujeres para tomar un baño.
Se alejó más tranquilo con su cubeta y yo me quedé parada, con la mirada asesina de Brianna evaluándome de pies a cabeza.
—Te ayudo a llevar tu cubeta.
Se la di sin pensarlo y lo siguiente que sentí fue como el agua me empapaba por completo.
Perpleja, me limpié la cara y ese pequeño momento de confusión sirvió para que Brianna se alejara riendo.
Oh, esto no se quedaría así.
Tiré al suelo con furia el vestido que Tarek me había dado y apresuré el paso para alcanzarla. Cuando estuve a punto de tomar su cabello y darle unos buenos golpes, alguien se atravesó en mi camino.
—Hola, ¿quieres ayuda?
Mi puño estuvo a punto de impactar contra el pecho del pelirrojo. Traté con todo mi ser de no reprocharle por entorpecer mi camino. Era Cian, el chico de la muralla.
—Por favor. Brianna arruinó el único vestido limpio que tenía.
Regresé por el vestido marrón, que ahora estaba mojado y sucio.
El frío me hizo sacudirme y la tierra se pegó en mi ropa, eso solo aumentó mi mal humor.
—Te conseguiré otro, no te enojes con ella.
Sonó protector, podían ser amigos o familia. No me importó. Esa chica tenía un serio problema.
—No entiendo qué le pasa.
—Tiene una ligera obsesión con Tarek desde que teníamos quince años. Para ella es don perfección. Lo sigue a todos lados con la esperanza de que se fije en ella.
—No me lo digas.
¿En serio ella consideraba atractivo a Tarek? Tal vez era porque no lo conocía lo suficiente. A nadie en su sano juicio le parecería lindo ese tonto.
—Te enfermarás, iré a traer una manta.
Dejé de pensar en Tarek y perdí de vista a la cabellera roja cuando entró en una pequeña casita al lado del área de baños. Me concentré mejor en ver a la cantidad de personas que vagaban por la orilla del lago, llevando agua y en especial chismeando.
—Hola, ¿cómo te llamas? Eres toda una sensación, Tarek jamás había traído a una mujer.
Tuve que parpadear dos veces para creerlo. La cabellera roja era idéntica, al igual que su nariz torcida. Era Cian de nuevo.
—Oye, acabas de entrar a esa casita...
—Aquí está una manta y un vestido que encontré.
Dos Cian, perfecto, estaba enloqueciendo. Los señalé a ambos con la boca abierta y pensé en mil explicaciones diferentes. ¿Esa medicina de Tarek me producía alucinaciones? ¿Algún monstruo del bosque había tomado la forma de Cian?
Los dos chicos se vieron entre sí y comenzaron a reír.
—¿Tarek no te dijo que éramos gemelos?
—No... Yo...
Eso explicaba muchas cosas.
—¿Quién de los dos es Cian?
—Yo —dijo el de la derecha.
—Y yo soy Conan —respondió el otro. Él tenía una pequeña mancha cerca del ojo y con eso lo reconocería de ahora en adelante.
—Eres muy bonita, ¿dónde conociste a Tarek? —preguntó Cian.
—¿Por qué te trajo aquí? —interrumpió Conan.
—¿Están casados? Dime que no por favor.
—¿Ya tienen hijos?
—Idiota, si tuvieran hijos estarían aquí con ellos. Y no lo creo, ella es muy joven y bonita para él.
—No me lleves la contraria.
Ambos se tomaron del cabello y comenzaron a pelear. Los gemelos se metieron en una lucha de empujones, jalones de cabello e insultos.
Como pude me escapé lentamente con la ropa y la cubeta que Cian me había llevado.
Eran agradables, pero el frío que sentía por estar empapada era mucho y quería cepillar mi cabello también.
Después de tomar ese horroroso baño con agua fría y de ponerme el vestido de Cian, caminé de regreso a la choza que compartía con Tarek.
El vestido me quedaba demasiado grande y debía subir la tela con mis manos para no arrastrarlo. En cuanto a mi cabello, había quedado peor. Estaba sumamente enredado y pesaba más de lo habitual.
Debía estar espantosa y la cara de Tarek me lo confirmó. Él me esperaba en la puerta, con su semblante tranquilo de siempre que cambió enseguida a una risa burlona. Estaba muy arreglado y listo para ir a entrenar, con el único detalle de que una espada se escondía entre su capa negra.
—Cuanta elegancia —se burló—. Me gustaría quedarme todo el día para verte, pero tengo que hacer un par de encargos, me pagarán buen dinero.
—¿Es muy lejos? ¿Por cuánto tiempo te irás?
Esto salía por completo de mis planes.
—Unas cuántas horas. —Tocó su espada—. El sujeto está cerca.
Sabía bien a qué se dedicaba Tarek. Mataba por dinero y parecía no importarle. Creí que cambiaría después de sufrir todo tipo de torturas a manos de Seth, pero al parecer seguía sediento de sangre.
—¿No puedes conseguir un trabajo normal?
—No. La paga es miserable y no tenemos tiempo. —Caminó, listo para irse—. Cian se ofreció para darte unas lecciones, no te metas en problemas.
—Lo intentaré. Solo... Apresúrate a terminar ese trabajo.
Antes de marcharse, me vio por última vez y dijo:
—Recuerda, estás a salvo aquí.
Sin más, se fue por el camino de piedra negra y salió de la muralla.
Estaba tan concentrada en verlo, que no me di cuenta de la presencia de Cian a mi lado.
—¿Lista para tu primera clase?
—Te divertirás, somos mejores maestros que Tarek —intervino Conan.
Ambos se peleaban por ir a mi lado y me sentí incómoda. Por lo que había notado de los gemelos, ambos eran habladores, demasiado habladores. Los observé en silencio, mientras preparaban el lugar.
—Comenzaremos con el arco. Tu mirada enfrente —dijo Cian. Su excesiva cercanía no me gustaba.
—Mantén tu espacio.
—Cian, solo enséñale a usar el arco o Tarek nos partirá los huesos. —Conan permanecía sentado no muy lejos de nosotros, mezclando varias hierbas en unos frascos, donde luego metía las flechas para llenarlas de ese veneno.
Al sentir la mano de Cian sobre la mía, me giré de golpe, soltando la flecha sin querer.
—¡Cuidado! —gritó una mujer que pasaba corriendo con comida.
La flecha pasó de largo e impactó muy lejos de la manzana que habían puesto y a la cual debía atravesar.
—Probemos con la espada mejor.
Cian carecia de toda delicadeza y me atacó como si yo fuera un guerrero experimentado. Bastaron dos golpes para comprender que ni loca seguiría con eso. Estábamos perdiendo el tiempo.
—¡Oye, ten cuidado! —Me sobé el brazo derecho y tiré lejos la espada de madera.
—Perdón, Tarek me dijo que ya habías matado a un hombre, a un guardia de alto rango.
¿Cómo le explicaba sin decirle lo de las escamas?
—Creo que fue suerte.
—Sí, ya me di cuenta. No puedes ni empuñar una espada. Te enseñaré despacio...
—Perfecto, estaré aquí mañana.
Dicho esto, me despedí de los gemelos, dejándolos a ambos con la palabra en la boca.
Ese tipo de entrenamiento no era el que yo quería. Deseaba aprender como controlar mi poder, como sacar las escamas a mi antojo. Y lo único que conseguía con ellos era llenarme de sudor y cansancio, mucho cansancio.
—No creo que Cian sea el más adecuado para enseñarte, mi niña.
Di un brinco al escuchar la voz de la abuela a mis espaldas. Su rostro arrugado estaba adornado con una sonrisa y me apresuré a ayudarla a cargar varios mantos que llevaba en la espalda.
—Sí, creo que mejor esperaré a Tarek.
Entramos a la choza donde ella dormía y me señaló una mesa, llena de lana, agujas y mantos doblados para ocupar menos espacio.
—Te llevas bien con él —dijo emocionada y tomó un manto—, hace tiempo que no lo miro tan feliz con alguien, no desde lo que pasó con Sara.
—¿Usted la conoció?
Acepté sin pensar la lana y la aguja que me ofrecía. Quería saber más sobre Tarek, claro que no le preguntaría directamente a él.
—No me corresponde a mí contarte eso. Pero me alegra que tengas interés en él.
No, no estaba interesada en el... solo era simple curiosidad. No dije nada más y mejor le puse atención a sus explicaciones. La abuela me enseñó como colocar el bastidor y los puntos básicos para rellenar todos los patrones dibujados con el carboncillo. No era tan fácil como pensaba y paré repitiendo mil veces unas partes que me quedaban mal.
—Procuro hacer diseños simples. Los compran principalmente las amas de casa.
—¿Y solo usa estos colores?
Blanco, marrón, gris y negro. Sin duda serían unos mantos muy muertos.
—Si, son los que se obtienen de forma natural de las ovejas. El rojo y los demás colores en su mayoría, están reservados para los nobles.
Y vaya que tenía razón. Recordé la obsesión de Seth con el color rojo y me enojé por permitir que ese maldito siguiera en mis pensamientos. Hice mi mayor esfuerzo por ignorarlo y seguí con mis labores.
La abuela me dio total libertad para dibujar en la tela con el carboncillo. Cuidé que mis primeros dibujos no fueran tan complejos, no mientras obtenía experiencia bordando.
Los pocos colores de lana que tenía jugaron en mi contra y tuve que conformarme con rellenar las formas con los mismos colores apagados. La mayoría que hice fueron flores y uno que otro pájaro que vi volando por el jardín.
Cuando ya estuve un poco cansada y había decorado un total de siete mantos, tomé el último que me quedaba y dibujé lo que tanto rondaba en mi cabeza. Puse especial atención en las alas y en las escamas y dudé en agregar fuego, pero así quedaría más realista. Por el momento solo era un dibujo sobre esa tela, pero lograría conseguir el color de lana adecuado para terminar de bordar al dragón, en especial sus ojos amarillos.
Así pasé mucho tiempo, hasta que la abuela me tocó levemente el hombro.
—Es Tarek, está de vuelta.
Me apresuré a esconder debajo de otra tela el manto con el dibujo del dragón y fingí que estaba bordando el de encima para despistar. De esta manera, corrí para encontrar a Tarek.
Tal y como dijo la abuela, él estaba de regreso y ya había entrado en la choza qué compartíamos.
—¿Cómo te fue? —pregunté nerviosa.
Su ropa estaba llena de tierra e ignoré las manchas de sangre en su pantalón.
—Te dije que nunca fallo en un encargo —Me mostró un pequeño saco lleno de monedas.
—Presumido —no dije nada sobre la sangre y agradecí en silencio su regreso.
No me importaba él, me importaba quedarme sin mentor. Sí, era eso.
—¿Cómo te fue a ti? —Tiró todas sus monedas sobre la mesa y las contó una por una.
Me acomodé en una silla y comencé a hablar sin parar. Tarek dejó a un lado las monedas y me puso atención por completo. Sus ojos amarillos estaban fijos en mí y me motivaron a decirle todo con detalle, desde el fallido entrenamiento con los gemelos, hasta lo mucho que me había gustado bordar con la abuela.
Me pareció ver un intento de sonrisa en su rostro al escuchar esto último, pero lo descarté de inmediato.
El resto del día lo ocupamos en recorrer el lugar en busca de las dichosas hierbas para mis alergias. Tarek no las conseguía por ningún lugar y yo no me atrevía a decirle que bastaba un simple roce de su piel en la mía para que las alergias se esfumaran.
—Déjalo. Mañana, cuando salga el sol, podemos seguir buscando.
—No. Empeorarás.
Intenté tomarlo del brazo para regresar a la choza, pero una pelea a plena calle me interrumpió.
Era un joven matrimonio. La piel de ambos era casi blanca al igual que su ropa, solo salía de lo común la cabellera de la mujer de un rojo intenso.
Su pequeña discusión subió de tono rápidamente, obteniendo la atención de las pocas personas que quedaban en la calle, incluidos nosotros.
—Me dijeron que me darías muchos herederos —El hombre golpeó a la mujer en el vientre—. Y mírate nada más, no sirves para nada, ramera infértil.
Un hilo de sangre bajaba por las piernas de la mujer y él trataba de subir sus pantalones. Comprendí de inmediato qué había pasado y la ira llenó mi pecho.
Corrí hacía ellos con desesperación. Ese maldito no lastimaría más a esa pobre mujer, no si yo podía impedirlo.
—No es buena idea —Tarek colocó su brazo en mi cintura y no dejó que siguiera avanzando.
—Si no la ayudamos, ese maldito la matará.
No aparté la mirada de sus ojos amarillos y de nuevo pareció que podía sentir lo que atormentaba mi pecho, por lo que me soltó con suavidad.
—Quédate aquí, iré yo.
Acepté, no muy convencida. Sin embargo, Tarek no avanzó mucho. Cambió de opinión en el último momento y me tomó entre sus brazos mientras unos gruñidos salían de aquella mujer.
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