23♔ • Recuerdos
Una mujer robusta, de cabello corto y liso estaba sentada a mi lado, mirándome de pies a cabeza. Su perfume era demasiado fuerte y, por la cantidad de joyas, supe de inmediato que era de clase alta. Sin embargo, lo que más me impresionó fueron sus ojos. Uno era verde como una esmeralda y el otro marrón, al igual que su cabello.
—¿Tú eres la mujer que viaja con Tarek?
—¿Perdón?
No, era posible. Esa mujer lo conocía. Quise correr para avisarle a Tarek, pero me detuvo y comenzó a hablar.
—Te daré un consejo de mujer a mujer. Deja a Tarek, cuando descubras el verdadero demonio que habita en su interior ya será demasiado tarde para ti.
¿Demonio? ¿Se refería al dragón?
—¿Qué quiere decir con eso?
—Vete ahora o te arrepentirás.
Sin decir una palabra más, la mujer me lanzó una última mirada asesina y se fue corriendo, perdiéndose entre la multitud.
¿Trataba de advertirme de qué Tarek era un dragón o escondía otra cosa?
Decidí que era lo del dragón, definitivamente era eso. Así que fingí que nada pasaba al verlo acercarse.
—Tengo tu medicina.
Me enseñó una bolsa llena de hojas, frascos y otras cosas que no supe bien que eran.
—Perfecto, ya podemos irnos —dije un poco desesperada, sin querer decirle lo de la mujer de antes.
—Aún no. No me alcanzó para comprar suficiente comida.
—¿Qué propones entonces? —le pregunté ya cansada.
La calle estaba repleta de gente y me costaba respirar. Era una tortura.
—Te enseñaré un par de cosas.
***
—Si nos descubren pasaremos la noche en una sucia celda.
Tarek me ayudó a pasar la reja y seguí protestando en susurros mientras corríamos por el jardín.
—No lo harán.
—¿Cómo estás tan seguro?
Estaba como loca, tratando de convencerlo para que saliéramos de esa casa. Era vieja, con plantas tenebrosas y unos muñecos en el jardín sin ojos que en verdad daban miedo.
—No hay nadie. La casa es de una anciana amargada que solo viene para el verano.
—¿Cómo es que sabes tanto? —Rechacé la mano que me ofrecía para ayudarme a entrar por la ventana—. ¡Ya robaste aquí antes!
—Una que otra vez. Tiene mucho dinero que gana por estafar a la gente.
No sabía porque me impresionaba aún. Tarek era un ambicioso y vaya que sabía como conseguir dinero.
El interior de la casa era más aterrador que el jardín. Los enormes cuadros parecían cobrar vida con cada paso que daba y en especial, ese olor a humedad sumaba otro problemas más a mis alergias.
Seguí caminando con pasos torpes, sin perder de vista a Tarek. En uno de los pasillos, me pareció reconocer a alguien de las pinturas. Sí, sin duda una de las personas en ese cuadro era aquella extraña mujer que me dijo que escapara de Tarek.
—¿La conoces? —preguntó él al darse cuenta de mi interés.
—Pues... Se sentó conmigo en la fuente, me preguntó si yo era tu compañera. Después me dijo que tenía que escapar de ti.
—¿Segura que era igual a la mujer del cuadro?
—Sí. Robusta, de cabello corto...
—¿Tenía un ojo más claro que el otro?
—¿Cómo lo sabes? —pregunté sorprendida. Ese detalle no se alcanzaba a ver en la pintura.
—¡Maldición! —exclamó y se alejó de golpe—. Creí que estaría en la capital.
—¿Quién es ella?
—Una loca, es la actual esposa del barón. No le caigo para nada bien y ahora no se detendrá hasta darnos caza. ¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Pensé que no era importante.
Tarek comenzó a sudar y a dar vueltas en el pequeño cuarto.
La curiosidad por preguntarle quién era esa mujer era muy grande, pero no dije nada. Él no hacía preguntas de mi pasado, yo no hacía preguntas del suyo. Aunque estaba un poco aliviada, esa podía ser la excusa perfecta para irnos por fin de esta casa que me ponía nerviosa. Mi entusiasmo se esfumó al verlo llevarse uno de los cuadros con un paisaje. La pintura era casi de mi tamaño y nos retrasaría sin dudar.
—¿Qué haces? Debemos irnos.
—Este cuadro debe valer mucho, nos darán buen dinero.
Me di la vuelta y lo dejé en la sala con su estúpido cuadro. Me senté en una de las sillas de la cocina para esperarlo, cerca de la ventana por la que habíamos entrado.
Sentí un poco de hambre y estuve tentada a revisar entre los cajones. No, no era una ladrona, Tarek era el que hacía eso. Traté de convencerme a mí misma de que no importaba, de que venía haciendo esto desde el principio con él y que la anciana no extrañaría algunos frutos secos.
Antes de encontrar algo que me sirviera, un fuerte golpe resonó por toda la casa. Provenía de la sala, donde Tarek aún batallaba por robarse el cuadro.
—Vaya, no esperaba verlos aquí tan pronto.
Con esas palabras de mi querido acompañante, terminé de confirmar lo que estaba pasando. Todo rastro de valentía se esfumó en el momento, siendo reemplazado por un temblor y unas inmensas ganas de llorar. Mientras él seguía peleando con varios hombres en la sala, busqué un cuchillo en la cocina, lo aferré a mi pecho y me escondí debajo de la mesa lo más rápido que pude.
El mantel rojo me tapaba por completo y abracé con fuerza mis piernas con mi brazo izquierdo y con el derecho tomé el cuchillo.
El alboroto en la sala cesó de un momento a otro, siendo sustituido por unos pasos. ¿Qué había pasado con Tarek? ¿Estaba... muerto?
—¿Estás segura que entraron a esta casa?
Esa voz, esa era la maldita voz que acompañó mis pesadillas en el último año.
—Sí, señor Haltow. Yo misma los seguí hasta que di la alerta.
—¡Pues ve a darle más detalles a mis guardias! Estúpida inservible.
Enterré las uñas en mis piernas para no enloquecer. Un delgado mantel separaba a Seth de mí, estaba tan cerca que podía ver su silueta dibujarse en la tela. Fijé mi vista en mis manos y aparté todo el cabello de mi cara. Debía matarlo, debía acabar con él, lo haría por Lesya, por mis padres... por Conrad.
Sin pensarlo más, salí de mi escondite y me lancé sobre el hombre que tenía enfrente. Con todas las fuerzas que pude reunir, le hice un corte profundo en la espalda y sonreí victoriosa, sin embargo, mi felicidad no duró mucho.
De inmediato supe que algo andaba mal, Seth no era tan alto ni tenía el cabello negro. No había atacado a Seth, sino al guardia que me había hecho la cicatriz en la mejilla en mi habitación.
—Vaya qué tienes buena suerte. —El hombre cerró la puerta sin hacer ruido—. Tu esposo acaba de estar aquí. Basta solo un grito para que venga. Sabes que no soy tan malo, si te portas bien, puede que te deje ir.
Lo volví a atacar con el cuchillo, pero bastó un golpe para que estuviera sobre la mesa y el arma en el suelo. Me tenía acorralada y si gritaba para pedirle ayuda a Tarek, Seth me escucharía.
—Qué bonito se ve el corte que te hice. —Pasó la lengua por mi cuello y fue subiendo mi vestido—. Quédate quieta.
No, no harían eso conmigo otra vez.
Un calor extraño se apoderó de mi pecho y mi cuerpo actuó solo. Metí el brazo entre ambos para separarlo de mí y lo empujé lo más fuerte que pude. El sonido de varios cortes me hizo reaccionar, hasta toparme con el hombre, tratando de parar la sangre en su cara.
No sabía bien qué estaba pasando y, al ver mis manos, comprobé que mis alergias habían empeorado y una especie de pequeñas escamas puntiagudas salían de mi piel. El ardor y la picazón eran insoportables, pero poco me importó. Levanté el cuchillo del suelo y aprovechando la confusión del hombre, me lancé sobre él y lo enterré en su pecho.
Todo daba vueltas y me alejé gateando, aún sin creer lo que había hecho. Mis dedos pasaron con delicadeza sobre esas escamas y no aparté la vista ni por un momento del cuerpo a mis pies.
Ese hombre ya no respiraba. Estaba muerto.
—Ricitos, necesito ayuda.
La voz provenía del suelo y fue más que suficiente para ignorar el remordimiento que comenzaba a sentir. Ese hombre se lo había buscado, no podía ni imaginar a cuantas mujeres le había hecho daño en el pasado.
Después de buscar un poco, encontré a Tarek tras una pequeña puerta en el suelo, escondida debajo de unos costales de arroz. Hice un esfuerzo muy grande para mover el principal costal que le impedía salir y por fin estuvo a mi lado.
—Regresaste —susurré—. ¿Por qué estás en ese túnel?
Tarek no dijo nada, se quedó mudo observando al cuerpo en el suelo, después a mis brazos.
—Debemos salir de aquí.
—No. —Rechacé la mano que me ofrecía—. Quiero matar a Seth.
—Y lo harás, pero no hoy. Estamos muy débiles y no podemos usar nuestro don, no con ese sonido.
El maldito ruido de ese cuerno ya comenzaba a volverme loca y asentí sin remedio. Tenía razón, en este estado era probable que los guardias nos mataran fácilmente.
—Andando. —Con el pie enterró más el cuchillo en el pecho del hombre y me señaló el túnel de antes.
Lo seguí mientras mordía mi lengua para no llorar del dolor. Era como si mil agujas se estuvieran metiendo en mi piel y empeoraba con cada paso que daba.
—Tarek —supliqué—, ya no puedo más.
Las voces de varios hombres se escuchaban en nuestra cabeza, junto con el sonido de unos caballos. Seth estaba cerca y solo quería salir rápido de ese lugar por lo que cerré los ojos y me aferré con fuerza del borde de la camisa de Tarek.
Intenté pensar en Conrad, para así distraerme con algo y soportar el dolor. Recordé todas nuestras travesuras, como siempre se esforzaba por hacerme reír, como lo llegué a querer más que a mis propios hermanos.
El olor a porquería me distrajo de mis recuerdos y abrí los ojos por fin.
Estábamos en medio del bosque, frente a unas montañas de lo que parecía ser lodo. Al verlas, Tarek suspiró tranquilo y me guió por unos caminos de piedra amarilla.
—¿Por qué ya no corremos? Van a encontrarnos —Tiré fuerte de su camisa para tener su atención.
—Encontramos un nido de pájaros del sur, estamos a salvo.
—¿Qué? —Lo seguí hasta que llegamos a las raíces de un inmenso árbol—. ¡Eso no tiene ningún sentido!
—Lo último que ellos quieren es tener problemas con estas criaturas.
—Claro, Seth le teme a un tonto pájaro.
—No solo él, si no que todos los que alguna vez fuimos a la guerra.
Pasé de largo hasta un pequeño hueco entre las raíces y me senté, sin querer escuchar sus disparates.
Él sacó unas plantas de la bolsa que llevaba, junto a un pequeño frasco con lo que parecía ser una crema verde que olía a hojas.
—Pon atención, te enseñaré como calmaba mis alergias cuando era niño. —Con su dedo esparció un poco de ese ungüento en su muñeca y después se puso una de las hojas encima—. Esto servirá mientras llegamos con el abuelo.
Al borde del llanto por la picazón, seguí sus instrucciones, llenando mi cuello, brazos y piernas de esa crema y hojas. El malestar disminuyó un poco, pero no había manera de que esas escamas desaparecieran.
—Podemos intentar otra cosa.
Asentí desesperada y dejé que pusiera su mano sobre la mía.
—¿Qué haces?
—Cierra los ojos —Unió nuestras frentes y se acercó más—. Relájate y respira.
Así lo hice. Me perdí por un momento en el cosquilleo que empezó en mis manos y se apoderó de mi cuerpo. Era una sensación agradable, como estar en una tina de agua caliente.
—Está funcionando —dije feliz—. ¿Tarek?
Abrí los ojos y ya no estaba entre las raíces de aquel árbol inmenso. Me tomó un poco de tiempo asimilar que estaba en una casa muy humilde con las paredes de piedra destruidas por la antigüedad y el techo lleno de agujeros. Alguien había olvidado una sopa en el fogón y el olor a quemado lastimó mi nariz.
—Cariño, ya estoy en casa.
Reconocí la voz de Tarek al instante y me di la vuelta, quedando cara a cara con una versión un poco más joven de él. No traía barba y su cabello por primera vez estaba peinado. Lo que más me impresionó fue su sonrisa y sus ojos vivos, irradiando felicidad. Arregló un ramo de rosas rojas un tanto nervioso y avanzó por la cocina, ignorándome por completo.
Asumí que todo se trataba de un recuerdo y decidí seguirlo. Era abusivo hurgar así en su mente, pero la curiosidad era mucha.
—¡Lárgate!
Esas palabras me hicieron correr y entré a uno de los dormitorios. Una mujer estaba en el suelo golpeando repetidas veces el piso de tierra con el ramo de rosas de Tarek.
—¿Qué tienes, cariño? —Él intentó acercarse, pero ella le lanzó el ramo de rosas en la cara.
Solo entonces pude ver de quien se trataba: era la misma mujer que se había acercado a mí en la fuente, la misma del cuadro en aquella casa lujosa.
—¡Desaparece de mi vida! Marcus ya me contó lo que eres.
—Sara por favor, escúchame. Mi don no es peligroso, puedo controlarlo. Mírame, sigo siendo yo.
Los ojos llorosos de Tarek me dejaron sin palabras y sentí lástima por él.
—Vete o llamaré a Marcus para que ponga tu cabeza en su sala como un trofeo. Allí es donde debe estar.
—No me iré. No te dejaré sola... ni a nuestro hijo.
—¿Hablas del pequeño monstruo? —La mujer señaló un vaso con un poco de brebaje espeso lleno de hojas—. Lo saqué de mi cuerpo. Jamás sería capaz de darle vida a un demonio.
Luego de eso, escuché un rugido y el techo estalló en mil pedazos. La mujer gritó mientras se cubría la cara con las mano y yo la dejé ahí.
Fui corriendo al patio para ser testigo de cómo el dragón, que sabía bien que era Tarek, quemaba la casa de enfrente.
Quedé fascinada al ver al majestuoso animal, pero los gritos me devolvieron a la realidad y traté de regresar a la casa. Entonces todo comenzó a desaparecer y se convirtió en una densa neblina.
Aparecí de golpe en una taberna, donde Tarek estaba bebiendo, lleno de golpes y con la mirada perdida en su cerveza. Me senté cerca de él y reconocí ese semblante vacío de siempre.
—Sé que quieres recuperar a la mujer que amas.
Esa voz... No me hacía falta ni voltearme para saber de quién se trataba. Tuve que repetir mil veces en mi mente que era un recuerdo, que Seth no podía hacerme daño.
—Se casó con el barón de Bullet.
—¿Lo prefirió a él por su riqueza? Si haces algunos trabajos para mí puedo recompensarte. Tendrás incluso más oro que ese insignificante barón.
—¡No! ¡Es mentira! —Como era de esperar, Tarek no me escuchaba. Eso no me detuvo y seguí gritando—: ¡Cuando ya no le sirvas te encerrará en un calabozo!
Tarek no dijo nada y por un momento volteó a ver a mi dirección. Quise hablarle de nuevo, pero esta vez le respondió al maldito:
—¿La Bestia de Haltow necesita mi ayuda? —preguntó burlón.
—Digamos que tengo algunas personas a las que necesito muertas. Eres eficiente, me recomendaron tu trabajo.
Tarek aceptó por debajo de la mesa el saco de monedas que Seth le ofrecía e intercambiaron un par de palabras más que me fueron imposibles de entender. La neblina de antes se hizo presente, seguida de una luz insoportable que me obligó a cerrar los ojos.
—¿Te sientes mejor?
Dejé salir todo el aire de mi boca y vi a mi alrededor para asegurarme de que estaba de regreso en nuestro refugio de raíces.
—Yo... —¿Debía decirle que vi sus recuerdos? No, era una mala idea—. Me siento bien.
Y no mentía, las escamas habían desaparecido y me sentía muy relajada.
—Funcionó. Ahora come esto.
—¿Qué fue lo que hiciste?
Acepté la bola de semillas secas con un polvo rosado de lo más sospechoso y probé un pedazo. Sabía a fresa y me lo comí sin protestar. Jamás me habían dado una medicina tan deliciosa.
—El abuelo hizo lo mismo conmigo un par de veces cuando recién descubría mi don. Te di un poco de mi energía.
—¿Dices que el abuelo también es un dragón?
—No. Es mucho más poderoso que eso.
Me ofreció una cantimplora con un poco de agua de la que anteriormente había tomado él. La acepté con una mueca de asco y bebí un poco sin que tocara mis labios.
No podía dejar de pensar que ese hombre de sonrisa bella había cambiado tanto hasta convertirse en un perro de Seth. Iba a ser padre, se notaba feliz, ahora no era más que un vagabundo que guiaba por el bosque a una joven enferma.
—¿Escuchas eso? —Tarek salió del refugio y yo lo seguí.
—¿Qué cosa?
El sonido de los cuernos ya había quedado muy atrás y eso significaba que ya podía completar el viaje junto a Tarek convertido en dragón.
—Esas aves, Ricitos, son los pájaros del sur.
Pronto escuché el aleteo y me asusté. El animal era enorme, casi del tamaño de dos carruajes. Las alas de color verde con toques blancos eran hermosas y solo resaltaban más su cola amarilla. Tenía su nido en uno de los árboles cerca de nosotros y me tapé la nariz cuando vomitó no muy lejos de nuestro refugio. Entre todo el líquido espeso que había caído, se podía ver parte de una armadura y un brazo humano.
—Qué asco.
Ambos nos dimos la vuelta muy tranquilos, quedando frente a dos de esos pájaros y sus miradas rabiosas.
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