22♔ • Heridas
Me moví incómoda sobre mi suave cama de piedras. En definitiva era una tortura, pero necesitaba descansar. Perdí la cuenta del tiempo que dormí en esa cueva, hasta que me despertaron los ronquidos del tonto de Tarek.
Estuve tentada en meter una piedra en su boca para ver si así hacía silencio. Entre ese y otros pensamientos, perdí el sueño por completo y decidí mejor inspeccionar nuestro refugio improvisado.
Abundaban los pequeños esqueletos de animales y eso me alarmó. Sin más, los tiré lejos de mi vestido. Los rayos del sol me ayudaron un poco a completar mi recorrido hasta que me aburrí de las piedras y quise despertar a Tarek.
Busqué una piedra pequeña y cuando se la iba a tirar en la cara, algo se movió cerca de él. Primero vi una bola de pelos del tamaño de un perro y me pareció extraña. Al principio creí que se trataba de uno de esos molestos dragoncillos, pero después conté que tenía más de dos patas. En total eran ocho y el único animal que conocía con ocho patas era una araña.
—Tarek —susurré sin perder de vista a la araña.
—Si quieres orinar ve a un arbusto cercano. No creo que quieras que te acompañe.
—No es eso —le contesté molesta—, hay una araña en tu cabeza.
Tarek despertó al instante y se sentó mientras revolvía su cabello con desesperación. La araña también pareció asustarse y se perdió entre unas rocas no muy lejanas.
—Oye, ya se fue...
Sin decir ni una palabra, me tomó del brazo y salimos de la cueva.
—¿La tengo en la espalda?
—No.
—¿Estás segura?
—Créeme, la miraría. Era enorme, del tamaño de esos dragoncillos.
Jamás pensé ver a un tipo como Tarek asustado. Era graciosa su cara pálida y como seguía sacudiendo su cabello como loco.
—Se acabó, debemos llegar a Dwood hoy a como dé lugar. No volveremos a dormir en una de esas cuevas.
Y para qué mentir, me alegró su noticia. Aún seguía tratando de asimilar el tamaño de ese bicho de ocho patas. Sin embargo, mis ganas de molestarlo eran más fuertes y decidí hacerlo. Me lo debía por meterse con mi cabello.
—¿Te dan miedo las arañas? —pregunté burlona.
—Cuando tenía unos doce años caí en un nido enorme. Todavía sueño con que tengo una en mi oído.
Hice una mueca de asco y me imaginé estar en un nido de arañas. Sentí un escalofrío bajar por mi espalda.
—Andando, debemos vender este anillo. Necesitamos provisiones para cruzar este bosque.
—Espera. ¿En Dwood no está el abuelo?
—No, Dwood solo es una aldea a un costado del bosque.
No podía ser posible. Mis pies dolían como el infierno por caminar tanto y este tonto salía con que ese pueblo no era nuestro destino.
—¿Y cuánto falta para llegar con el abuelo?
—Si apresuramos el paso y no dormimos... Diría que estaremos con el abuelo en tres días.
—¿¡Y ahora me lo dices!? —Me solté de su agarre y me negué a seguir caminando.
—Baja la voz, Ricitos. Pueden escucharnos.
Ya estaba cansada de que tomara todo como un juego, de su actitud tan despreocupada y de seguirlo como una idiota por el bosque sin ningún plan.
—Tarek, creo que debes saber algo.
—Dime.
Estuve a punto de gritarle de nuevo, pero un fuerte mareo hizo que me recostara en un árbol. Cerré los ojos por un momento, intentando que mi cabeza dejara de doler y la brisa del bosque me diera un poco de alivio.
—No estás bien, debemos buscar a un curandero rápido.
Lo ignoré por completo, solo existían mis manos sobre mi vientre y esa sospecha que cada vez era más grande.
No quería moverme, no quería aceptarlo por lo que tardé más de lo esperado en darme cuenta de que Tarek intentaba cargarme.
—¿Qué haces? —Lo aparté de un empujón—. No me toques.
Sus manos en mis brazos me trajeron malos recuerdos y no pude soportar su cercanía. Me recordaba a Seth, me recordaba de lo que era capaz un hombre. ¿Qué lo hacía a él diferente de Seth?
—Tranquila, no puedes caminar y no podemos perder el tiempo. Si te cargo llegaremos más rápido.
—Conviértete en dragón —susurré—, me subiré en tu lomo o iré colgando de tus garras. Prefiero cualquier cosa antes de soportar mi cuerpo pegado al tuyo por mucho tiempo.
Jamás había sido buena para callar lo que pasaba por mi mente y ya me daba igual. Pensar en que iba a ser madre acabó por completo con mi poco control.
—Escúchame —me obligó a verlo— Debes poner de tu parte. Si nos quedamos aquí no tardarán en encontrarnos.
Sus manos ahora estaban cerca de mi espalda y me alejé lo más rápido que pude. Las manos de Seth llegaron a mi mente y traté de cerrar los ojos para pensar en otra cosa.
—Vete. Yo te alcanzaré después.
—Por nuestras venas corre la misma sangre. Somos familia, ¿recuerdas? Tú me ayudas y yo te ayudo.
No podía confiar en Tarek, no podía confiar en nadie. Pero era cierto que era mi único aliado y de querer hacerme daño ya lo habría hecho. Además de cierta forma éramos parientes y él necesitaba respuestas. Pensar en eso me tranquilizó un poco.
—¿Seguro que no puedes convertirte en dragón?
—¿Escuchas ese ruido?
—Sí —contesté molesta por su cambio de tema—, creí que era por mi dolor de cabeza.
—Es el cuerno, no duraría ni un segundo como dragón. No creo que quieras arrastrarme desnudo e inconsciente por el bosque.
—¡Claro que no!
—Bien, entonces irás en mi espalda, haciendo el mínimo contacto. ¿Te parece?
Eso último se escuchó como una súplica. Se agachó para que yo me subiera a su espalda y después de respirar varias veces, decidí hacerlo.
Mis brazos rodearon su cuello y, de un rápido movimiento, me subió a su espalda. Agarró con fuerza mis dos piernas e intentó dar un paso adelante. Estaba segura que íbamos a caer, por lo que apreté más mis brazos alrededor de su cuello y lancé un chillido. Tarek se tambaleó un poco, pero se recuperó enseguida y comenzó a correr sin ninguna dificultad.
—¿Cómo lo haces?
—Solíamos llevar así a los compañeros heridos. Agradezco que no seas un hombre gordo de cuarenta años.
Le di un golpe con mi puño en su pecho y no dije nada más en el resto del camino. Hice una lista mental de todo lo que quería preguntarle al abuelo. Desde esas misteriosas trompetas que inmovilizaban a Tarek, hasta el motivo por el cual yo aún no me había convertido en dragón. Tendría una charla muy larga con ese anciano.
—Estoy seguro de que estás pensando en mil maneras de darme un golpe, Ricitos —Tarek dejó de correr y me soltó las piernas.
Resbalé con lentitud hasta que estuve sentada en medio de un montón de tierra. Era una pequeña cabaña destruida llena de cosas viejas, en especial vasos y unos muebles rústicos horrendos.
—¿Dónde estamos?
—En un pequeño escondite —Se hizo para atrás y se estiró un poco—. Iré a vender el anillo. Ya con el dinero te llevaré a un curandero y a comprar comida.
—Voy contigo.
—No. Por lo que más quieras, quédate aquí y no te acerques al pueblo.
—¿Por qué?
—Es más que seguro que Seth estará con sus tropas. Dwood es el primer poblado que se encuentra siguiendo el camino del bosque. Te reconocerán de inmediato. No salgas hasta que te consiga un disfraz apropiado.
Tenía razón, a este punto era probable que cada persona del pueblo supiera con exactitud como era yo.
—Está bien, tú ganas.
—Solo hazme caso —suspiró—. No tardo.
Se puso un viejo trozo de tela alrededor de su cuello y boca para que no lo reconocieran y siguió el camino. Las ropas cortas de los enanos se veían ridículas en él por lo que estaba segura que no pasaría desapercibido.
Decidí recostarme para ver si así los mareos se iban y, mientras tanto, intenté romper mi vestido amarillo para que fuera un poco más largo. Estaba tan concentrada rasgando la tela, que no escuché que alguien se acercaba. Ahogué una maldición por ser tan despistada y me escondí entre unas tablas.
—Te dije que era un buen cazador.
—Tienes razón, mi amor. Regresemos rápido a la casa para qué te dé tu premio.
Me hice bolita en el suelo y traté de no moverme. La pareja seguía con sus muestras de afecto y deduje que no pasaban de los veinte años.
Cuando por fin se dignaron en irse, me moví un poco para sentarme mejor y pude ver el rostro de la chica. Reconocí de inmediato esos ojos felices, ese cabello peinado a la perfección...
Era Lesya.
Me apoyé en mis manos lo más rápido que pude y salí de mi escondite. El aire espeso y ese olor a humedad golpeó mi rostro y aclaró mis pensamientos.
Lesya estaba muerta, Seth acabó con ella. ¿Y si en realidad pudo escapar? ¿Y si ahora vivía feliz en ese pueblo?
Solo me quedaba averiguarlo.
Entre tropezones, los seguí por el bosque. Al principio fue fácil, ya que el camino era muy claro entre la maleza, después me valí de sus voces para no perderlos. Agradecí que esos dragoncillos se quedaran escondidos en el bosque, si los vieran conmigo solo harían más difíciles las cosas.
De pronto, los primeros techos de las casas aparecieron entre las ramas de los árboles y bastó deslizarme por una pequeña bajada para ya estar en el pueblo.
Sacudí mi vestido, que debía ser un desastre y seguí avanzando. No sabía ni en dónde estaba ni cómo haría para regresar al escondite, pero no podía perder de vista a Lesya y a su pareja.
Suspiré con alivio cuando se detuvieron en uno de los puestos del mercado y usé mis últimas fuerzas para correr y tocas su hombro.
No lo conseguí.
Otro mareo más fuerte golpeó mi cabeza y estuve a punto de caer, pero unos brazos me sostuvieron a tiempo.
Intenté luchar y zafarme del agarre. Tarek dijo que era probable que Seth estuviera en el pueblo.
—¿Qué parte de quedarte en el refugio no entendiste?
Dejé salir todo el aire de mi boca y me sujeté de los brazos de Tarek para mantenerme en pie.
—Lesya, la vi. Está viva —Como pude señalé a la chica.
Enseguida, Tarek se quitó la tela que rodeaba su cabeza y me la puso a mí. Contra todo lo que esperaba de él, me ayudó a acercarme.
La pareja terminó de comprar flores en el puesto y se dio la vuelta. Por fin pude verlos mejor y retrocedí un par de pasos. No era ella.
—Mi hermana no tiene esos lunares —susurré—, tampoco es tan bajita.
—Creo que ahora ya estarás un poco más tranquila.
Asentí en silencio y me dejé arrastrar por él hasta un puesto de ropa vieja, donde compró unas telas para cubrir su cara.
En mi mente daba vueltas el rostro de esa chica y lo diferente que era a mi hermana ya viéndola de cerca. Esa esperanza que tuve por un momento ya no existía y me costaba aceptar que estaba muerta.
—La curandera está a un par de calles. Iremos a que te revise y después volveremos al bosque.
—Está bien —dije con unos nervios extraños en mi pecho.
—Estarás bien, Ricitos.
Ambos sabíamos que eso no era verdad.
***
—¿En qué puedo ayudarlos?
El lugar olía a hojas secas, sin ninguna fuente de luz natural. Una banca estaba en el recibidor, con tres ancianos esperando a ser atendidos.
—Ella se siente mal, tiene náuseas, mareos y apenas come.
La mujer me vio de pies a cabeza y se detuvo en mi vientre. Yo enterré mis uñas en el brazo de Tarek.
—Necesito una autorización de su esposo para poder revisarla.
¿Qué? Debía ser una broma. ¿Ella sabía que yo estaba casada? No, esto no podía ser posible.
—Soy yo, por eso la traje con usted.
Todas las cosas que pasaron en el día me sofocaron y más al escuchar esas palabras de Tarek.
—Bien, la revisaré entonces. Pero usted debe quedarse.
—¿Por qué? —esta vez no pude ocultar mi enojo.
Estaba más que segura que la curandera me haría preguntas personales y no quería que Tarek escuchara eso.
—Es tu esposo, si algo malo te ocurre él debe ser el primero en saberlo.
—Acepta —susurró Tarek en mi oído —la tendremos más difícil si vamos a otro lugar.
—Está bien —dije, apretando los puños.
La curandera me obligó a quitarme el vestido y quedé solo en ropa interior. No pareció sorprendida al ver mis golpes y cicatrices, aún así, me esforcé en ocultarlos con la tela del vestido.
Tarek tenía la mirada fija en el suelo y en ningún momento me vio, cosa que me tranquilizó de cierta manera.
—¿Sangraste el último mes?
—No.
La mujer palpo mi vientre y negó repetidas veces, después se dio la vuelta y preparó una infusión con unos frascos que tenía en la mesa.
—Bébelo.
Observé fijamente a Tarek y él pareció notarlo. Me devolvió la mirada por un momento y asintió. Sin más, me lo tomé de un sorbo. El líquido quemó mi garganta y sentí como fue bajando poco a poco. La curandera lo siguió con sus dedos hasta que se detuvo en mi vientre.
—Ya está, sáquela del cuarto, debo hablar a solas con usted.
—Pero...
No tenía sentido. Era mi cuerpo, a mí debían decirme qué estaba mal.
Me apresuré a ponerme de nuevo la ropa mientras moría por gritar y armar un escándalo. Tarek se percató de eso y me sacó en silencio. Cuando iba a protestar, me indicó que me quedara ahí y dejó la puerta entreabierta para que yo escuchara.
—No está en cinta —dijo él, muy seguro.
—¿Quiere saber la verdad? Es muy débil y pequeña, no será buena para tener hijos. Si quiere tener un heredero, debe buscar otra esposa.
—¿Por qué tuvo esos síntomas entonces?
—Angustia, tristeza, mala alimentación. El cuerpo se manifiesta de muchas maneras.
Sin más, Tarek le pagó a la curandera y salió del cuarto. Las ganas de llorar por el alivio me invadieron y estuve a punto de hacerlo.
—Gracias —susurré cuando retomamos la marcha.
—Ya sé que es lo que tienes. —Me señaló un lugar con sombra—. Espérame aquí, iré a comprar tu medicina.
Me senté en la banca de la fuente, con una gran paz imposible de explicar. Me relajé por fin y observé todas las cosas raras del pueblo. En especial, llamó mi atención una estatua de un hombre alzando la cabeza de un dragón.
—Pasó hace cinco años y la reina mandó a poner una estatua en este lugar como recordatorio.
Una señora mayor se sentó a mi lado y me ofreció un trozo de su pan. Lo acepté por cortesía.
—¿Qué sucedió? —le pregunté con interés y levanté la tela por un momento para llevar el trozo de pan a mi boca. Sabía a miel, era suave y esponjoso, jamás había probado algo igual.
—Un dragón atacó Dwood. Los caballeros imperiales se encargaron y le dieron caza. Aunque si te soy sincera, no creo que lo hayan atrapado.
—¿Dragón? ¿Usted... usted lo vio?
—Claro que sí, niña. Todos lo vimos. Fue de noche, salió volando por las casas de por allá y se alzó en el cielo antes de quemar gran parte del pueblo.
Por un momento me quedé sin habla y vi las alergias en mis brazos. Los dragones son destructivos por naturaleza, son bestias capaces de acabar con todo el reino en un parpadeo. O bueno, eso decía mi hermano en sus historias. Mis ojos hicieron contacto con los de Tarek y confirmé todo lo anterior.
—¿Causó muchos daños? —pregunté, retomando la plática.
—No más de los que ya existían. —Señaló a una mujer golpeada, que lloraba afuera de un puesto de pescado.
—No lo entiendo. Los hombres tienen el control total aquí —dije con coraje.
—Así son las leyes. Al nacer le perteneces a tu padre y al crecer a tu marido. Sumisión total y fertilidad, eso es lo que buscan.
—¿Por qué la reina no hace nada?
Recordé como ella alardeaba de la vida digna que le daba a cada mujer en el reino, mientras mi tío dormía en su trono como siempre. Creía que sus palabras eran verdad, pero al parecer solo le importaba su maldito trasero viejo.
La anciana señaló a la mujer de antes. Su marido le dio un collar de diamantes y la mujer se colgó de su cuello para besarlo.
—Ahí tienes la respuesta. Algunas mujeres obedecen por amor, dinero, poder.
Cerré los ojos, recordando a Lesya y todo lo que ella sufrió por "amor".
—Es horrible.
—No todos los hombres son iguales, niña. Existen unos, muy pocos, que tratan a sus esposas con respeto. Por ejemplo el tuyo. Vi que te dejó escuchar a la curandera allá adentro.
—Eh... Sí, tiene razón.
La anciana comenzó a reír y yo lo hice también, un tanto incómoda.
—Podré estar vieja, pero sé que ustedes no son pareja. Creo que hasta están lejos de ser amigos.
Reí esta vez aliviada y un poco sorprendida por la astucia de la señora.
—Es mi compañero, me guía por el bosque.
—Sabía que no eras de por aquí. Oh, ya es mi turno. —La anciana se puso de pie al ver que la curandera la llamaba—. Te deseo buena suerte.
Y sin más, se fue. Seguí contemplando la estatua del dragón, hasta que alguien más se sentó a mi lado y mi paz se esfumó de nuevo.
La ancianita había dejado su pan en una bolsa cerca de mí y comprendí el motivo de su regreso.
—Creo que olvidó su pan de miel.
Al dárselo, caí en cuenta de que la persona sentada a mi lado no era aquella amable anciana.
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