20♔ • Nerheim
—Eres un imán para los problemas —dijo Tarek y levantó ambas manos en señal de paz.
—Mira nada más que tenemos aquí, Derk. Dos humanos perdidos en el bosque.
Los enanos avanzaron hacia nosotros y, sin darme cuenta, ya estaba pegada a la espalda de Tarek, quien estaba muy tranquilo. Yo no podía estar igual, no con dos diminutas espadas amenazando con cortar mis rodillas.
En otras circunstancias y de lejos, me hubieran parecido graciosos. El más robusto era pelirrojo, con un parche en el ojo derecho y una barba llena de ramitas de lo más fea. En cuanto a su atuendo, estaba segura de que era un saco de papas asegurado solo con una cuerda. El otro era un poco más bajo y gordo, con un escudo colgando de su espalda.
Este último me observó y levantó una ceja, después se rascó su feo cabello negro lleno de mugre y avanzó varios pasos sin quitarme la mirada de encima. Contra todo lo que esperaba, de la espalda del enano salieron dos alas negras y voló hacia mí con los brazos extendidos. Tarek actuó de inmediato y me jaló del brazo. Aun así, el enano alcanzó a rozar mi cara con sus dedos y, para mi mala suerte, en la herida que aquel guardia me había hecho.
Lancé un grito de dolor, completamente indignada por la actitud tan confianzuda del enano, y busqué un tronco para darle un buen golpe por si volvía a acercarse.
—No estamos buscando problemas —dijo Tarek de lo más tranquilo—, solo pasábamos por el bosque, queremos llegar a Dwood.
—¿Y eso les da la libertad para matar a nuestro ganado?
—Ellos nos atacaron, solo nos defendimos.
—Silencio, humano. Te haré chicharrón y, en cuanto a tu mujer, la haré mi esclava para después...
El otro enano comenzó a gritar en el árbol y agradecí su tonto escándalo. ¿Qué cosas estaba diciendo ese enano barrigón? Yo, ¿la mujer de Tarek? Y peor aún, ¿convertirme en su esclava?
—Te voy a dejar una cosa bien clara, barrigón. —De una patada mandé a volar lejos su espada—. Si vuelves a decir ese tipo de estupideces, voy a patear tan fuerte tu sucio trasero hasta que rebote de aquí a Dwood.
El enano me vio asustado y sacó un amuleto de su ropa que de seguro apestaba a sudor y papas.
—¡Atrevida! Esa no es la manera de hablarle a un hombre...
—Maestro, no le haga daño.
El enano con alas bajó del árbol y solo entonces pude ver que lo que estaba en su espalda no era un escudo, sino uno de aquellos molestos dragones diminutos que me habían mordido.
Me quedé paralizada, esperando a que el mini dragón saltara sobre mí para morderme, y no me di cuenta de que el enano del parche le metió el dedo con mi sangre en la boca a su compañero.
En un abrir y cerrar de ojos, ambos se arrodillaron y comenzaron a suplicar por sus vidas.
Tarek se estaba riendo y yo no comprendía nada. Con esa fuerza que él tenía, podía vencerlos en un parpadeo o incluso comérselos, pero le parecía muy divertida la situación y llegué a pensar que se burlaba de mí también.
—No sabíamos que estábamos frente a ustedes, amos. Les rogamos que perdonen nuestra actitud.
El pequeño dragón voló directo al brazo de Tarek y se acurrucó en su cuello, para después verme fijamente mientras sacaba la lengua.
—¿Cómo podemos recompensarlos por nuestro atrevimiento? —preguntó el enano del parche en el ojo.
—Nos vendría bien un lugar para pasar la noche —dijo Tarek con el dragón ahora en la cabeza.
—Como ordenen.
Ambos enanos salieron corriendo y no tuvimos más opción que seguirlos.
—¿Estás loco? ¿Vas a seguirles el juego?
—Ellos veneran a los dragones y a sus ojos somos una especie de dioses, debemos sacar provecho de esto, un lugar para dormir y unas cuantas monedas no nos vendrían mal. Además, parece que te conocen.
—¿A mí? Jamás en la vida los he visto. Espero que esto salga bien o ya verás.
—Si no te molesta, prefiero seguir con nuestra pelea de siempre, pero en la comodidad de una suave cama y tomando una gran jarra de cerveza.
—Es imposible tratar contigo.
Seguí a Tarek a regañadientes, no me fiaba de esos enanos y menos de los dragoncillos que seguían apareciendo con cada paso que dábamos. Cuando por fin llegamos a su dichosa casa, tenía casi una docena de dragones volando cerca de mi cabeza y rodeándonos como abejas a la miel.
Una enredadera cubría una enorme piedra y me pareció buena idea recostarme en esta para despegar varios trozos de tierra de mis pies y limpiar un poco mi vestido. Grave error, mi mano no encontró ninguna superficie y pasé de largo directo al vacío. En un acto de desesperación, me aferré a lo único que tenía cerca: Tarek.
Si yo era torpe y no podía caminar bien, la debilidad en él era muy notable y no pudo hacer nada para evitar la caída. Ambos rodamos por un estrecho pasadizo hasta que mi pecho chocó contra algo duro.
Abrí los ojos para toparme con varios enanos sentados en unas mesitas. Sus pequeños vasos de madera estaban llenos de un líquido café extraño que supuse era cerveza y estaban muy felices intercambiando chismes, tanto, que solo unos cuantos se dieron cuenta de nuestra presencia.
Lo peor del lugar era el olor. Apestaba, como a los calcetines sucios de Ivar que escondía entre mi ropa para fastidiarme.
—Estás muy delgada, pero pesas de igual forma.
Me quité de encima de Tarek con una mueca de asco y le di un manotazo cuando sentí su mano cerca de mi cabello.
—No me toques.
—Perdón, ya vi que no quieres despeinar tus ricitos.
Mi cabello parecía un nido de pájaro y aún tenía rastros de lodo y hojas.
—Esto no es gracioso, idiota. Tú pareces un vagabundo y yo no te digo nada.
Bien, tal vez alcé un poco la voz en esas últimas palabras. En un abrir y cerrar de ojos, todos dejaron sus bebidas en las mesas y nos rodearon. Yo quise ponerme de pie y salir de esa pequeña taberna, pero mi cabeza topó con el techo de piedra y varios escombros cayeron, llenando mi cara de piedras y tierra.
Tarek me vio burlón y no hizo ningún esfuerzo por escapar. Seguía sentado y no me quedó ni una sola duda, era un oportunista y pensaba sacar todo el provecho de la situación. Suspiré, sin poder creer que debía seguirle el juego.
—¿Qué hacen? —preguntó uno de los enanos curiosos.
—Son humanos, he visto que algunos hacen eso. Es un ritual de apareamiento tal vez.
¿Ritual? ¿Apareamiento? Esos enanos sin duda estaban consumiendo algún tipo de hongo que les producía alucinaciones.
—Basta —dijo el enano pelirrojo de antes—, estamos frente a una Slorah, muestren un poco de respeto.
Sabían mi apellido, esos enanos gritones sabían mi apellido. En lo que intentaba encontrar la razón, todos se tomaron de las manos y comenzaron a bailar alrededor de nosotros.
—Tarek, me están asustando —susurré y el dragoncillo que no se separaba de él voló a mi pecho.
De un manotazo lo tiré al suelo y este me volvió a sacar la lengua.
—Sí, a mí también. Solo nos quedaremos aquí esta noche, esto es mejor que dormir en el bosque.
Y para mi pesar, tenía razón. Las tropas de Seth estaban recorriendo todo el bosque y nosotros estábamos muy cansados como para seguir escapando. Tenía un poco de hambre y quería algo de comer que no fueran gusanos ni pájaros mal cocidos.
Eso me llevó a pensar por un momento en que tal vez tenía una nueva vida en mi interior y se me fue el hambre por completo.
—¿Cómo podemos servirles, grandes amos?
—Con un buen baño —dijo Tarek, rascándose la barba—, y una buena comida.
—Lo que ordenen.
Dos enanas gemelas aparecieron y me tomaron de las manos. Con Tarek hicieron lo mismo otros dos enanos y estuve a punto de protestar. Ese tonto era el único que conocía, y los enanos seguían dándome un poco de miedo con sus enormes ojos pícaros.
Las gemelas rechonchas me guiaron por una red de túneles, iluminados solo por unas velas mal puestas en la pared.
—Ama, yo soy Sisi y ella es Mimi. Seremos sus sirvientas.
Sisi y Mimi. Bien, no olvidaría sus nombres.
—Soy Geraldine. Gracias por guiarme hasta acá.
—El baño está listo y vamos a preparar mucha ropa bonita para que sorprenda al amo —dijo la más habladora.
—Es muy apuesto —dijo la otra y se tapó la boca.
—¿Quién? —me negaba a creer que hablaran de Tarek, era simplemente ridículo.
—El amo, sus ojos parecen dos piedras de ámbar.
—Mimi, no debes decir eso.
Me despedí de las enanas y cerré la puerta. En todo momento una palabra venía a mi mente y comenzó a ser molesta.
Apuesto.
No, en definitiva, no lo era. Parecía un vagabundo que se encontraban con facilidad por las calles del reino y su altura me intimidaba, sumado a su actitud tan tosca y que era capaz de todo por dinero.
Alejé los pensamientos que involucraban al tonto de Tarek y sin más, me sumergí en la tina de agua caliente. Perdí la cuenta del tiempo que estuve ahí metida, quitándome la sangre, tierra y rastros de esa baba viscosa de los conejos deformes.
Todo eso podía soportarlo. Lo que no toleraba era el asqueroso olor de Seth que no se quitaba de mi piel. Los moretones en mis piernas con forma de sus manos y las marcas de sus dientes cerca de mis pechos me hacían frotar cada vez más fuerte la esponja para ver si podía borrarlas. Eso no ayudaba en nada a mis alergias de siempre, pero poco me importó, seguí frotando con la esperanza de que así lo olvidaría.
Cuando estuve satisfecha, dejé a un lado la esponja y mis dedos recorrieron mi espalda, tocando la piel gruesa y abultada de las cicatrices que comenzaban a salir por aquellos latigazos. Un nudo se formó en mi garganta al recordar a Conrad y las palabras que pronunció antes de morir y que jamás supe que significaban. Él no lo merecía, no merecía nada de lo que le pasó.
Uno de los jabones salió volando por mi repentino arranque de enojo y lloré en silencio, jurando una y mil veces que su muerte no se quedaría así, le haría a Seth exactamente lo mismo que hizo con él.
Salí de la tina y caminé un tanto encorvada para vestirme con las ropas de los enanos que me quedaban muy arriba de la rodilla. Era eso o usar el horroroso vestido rojo que traía antes.
Con un poco más de calma, tomé un espejo para ver la fea herida que tenía en la cara. Estaba roja y seguía saliendo sangre, posiblemente por tanta tierra y porquería que le entró en el bosque. Suspiré, ya resignada en que me quedaría una gran cicatriz.
—Ama, el amo ya está listo y pide verla —dijo una voz adorable del otro lado de la puerta.
—¿Qué eso no lo dijo hace media hora? —preguntó otra voz aniñada.
—Creo que sí.
Dicho esto, ambas se fueron corriendo y observé sus sombras alejarse.
Terminé de peinar mi cabello y tiré a un lado el trapo con la sangre que me había limpiado de la herida. Después, los pequeños pasillos resultaron un problema, pero encontré a las dos enanas que me venían ayudando. Su aspecto rechoncho era adorable y me dieron ganas de abrazar a la más pequeña.
Ambas sonrieron al verme y me tomaron de las manos, guiándome por esos diminutos pasillos de piedra que golpeaban mi cabeza cuando me distraía viendo una que otra decoración rústica.
—Ama, este es el comedor. Lo hemos preparado lo mejor que pudimos, espero sea de su agrado.
Entré al pequeño cuartito iluminado por un centenar de velas. El jabalí asado sobre la mesa olía delicioso y junto con la sopa de al lado, despertaron mi apetito.
—Siéntate, no me dejan comer nada si tú no estás.
Pegué un brinco al percatarme de que Tarek estaba sentado enfrente, con cara de que iba a matarme si no me sentaba. Estaba limpio, se había recortado un poco la barba y parte de su cabello negro despeinado caía cerca de sus ojos. Ya no se parecía tanto a un vagabundo.
—Amos, pueden comer. Después de eso verán a Oshi.
Los enanos cerraron las puertas y nos dejaron solos.
—¿Quién es Oshi?
—Ni idea, come todo lo que puedas, nos iremos al terminar.
Tarek era un completo animal cuando se trataba de comer. Devoró al jabalí completo él solo y en su momento me ofreció un trozo de carne que yo rechacé con asco.
—Podrías usar cubiertos —le dije al ver el desastre— y una servilleta.
—Como ordenes, Ricitos —contestó burlón—, pero me temo que no encuentro ninguno.
Y era verdad, solo estaba un cuchillo de gran tamaño sobre la mesa. Entre miradas retadoras, me tomé la sopa de un tirón y después jugué con mis dedos los vegetales. De nuevo, todo rastro de hambre había desaparecido.
—Amos, Oshi ya quiere verlos.
Tarek guardó entre sus ropas toda la fruta que pudo y en especial el cuchillo. También vi que robó unos anillos que le habían dado los enanos.
Las puertas se abrieron de golpe y me asusté. En mi ignorancia pensaba que nos llevarían con el tal Oshi, a una sala del trono, con formalidades tal y como sucedía en la corte. Sin embargo, el dichoso Oshi apareció ante nosotros.
—Señorita Slorah, bella dama, bienvenida a Nerheim. Lo mismo digo respecto a su sirviente. —Acomodó la corona sobre su cabello verde. Tampoco pasé por alto sus orejas puntiagudas y la cantidad de joyas que usaba.
—Señor Oshi, le agradezco su hospitalidad —le agradecí, ignorando que le dijo sirviente a Tarek, cosa de la que después me burlaría ya a solas con él.
Quise ponerme de pie para agradecerle de forma adecuada, pero me hizo una seña para que me mantuviera en mi lugar y él se sentó en la silla, muy pegado a mí.
—Es agradable tener la compañía de una dama tan bonita hoy en mi mesa y más considerando que es una Slorah. ¿Sabe que mi hermano está soltero? Podemos hablar de una alianza que...
—¿Cómo sabe mi apellido?
Interrumpí su propuesta. Lo último que quería era otro matrimonio, otro estúpido que me retuviera en contra de mi voluntad solo para satisfacer sus deseos.
—Su padre fue el único en tratarnos como iguales en el reino. Se preocupó por nosotros, incluso podía llamarlo amigo —dijo con una voz muy baja, ignorando por completo a Tarek—. Antes de morir, nos hizo prometer que la ayudaríamos y eso es lo que estamos haciendo. —Oshi les dedicó una mirada matadora a los enanos y dijo—: ¿Por qué no me han servido?
Los enanos intercambiaron miradas hasta que vieron los huesos que quedaban del jabalí.
Oshi pareció entender de inmediato que Tarek se había comido todo el animal. Su cara se puso roja como un tomate y tiró de su túnica hasta rasgarla. Estaba haciendo un berrinche.
—Perdone a mi compañero —dije tratando de arreglar la situación—. Tenía mucha hambre y...
—Háganlo pedazos y que se lo coman los lobos.
¿Qué demonios?
Me puse de pie enseguida y le lancé una mirada asesina a Tarek cuando vi que iba a abrir la boca. Solo empeoraría las cosas con sus bromas de mal gusto y su poco tacto. Él me había dicho que los enanos veneraban a los dragones, entonces podía salir fácilmente de este problema si se convertía en dragón. Esa era la mejor opción, sin necesidad de hablar.
Contra todo lo que esperaba, se dejó poner unas esposas de madera y los enanos casi lo sacaron, picoteando con lanzas sus tobillos.
—Lo siento mucho, señor Oshi. Le devolveré el jabalí, se lo prometo.
—No estoy seguro de que con uno pueda conformarme.
¿En verdad estaba intercambiando animales por el idiota de Tarek? Bueno, en el castillo él regresó por mí, me protegió de esos bastardos, y de cierta forma me sentía en deuda con él.
—Tarek es mi compañero. Le pido que lo libere en este momento.
—Por favor, es un vulgar sirviente.
—Es mi compañero —repetí— y lo quiero a mi lado.
—La tolero, señorita Slorah, por el simple hecho de que es la hija de mi buen amigo. En cuanto al sirviente, no existe nada que me obligue a mantenerlo en mi castillo.
—En ese caso le agradezco por todo, partiremos ahora.
Oshi compartía el semblante de la mayoría de los hombres a los que había conocido. Pensaba que solo por ayudarme ya era de su propiedad y podía hacer conmigo lo que quisiera. Esta era la oportunidad perfecta para escapar.
—Si se va, jamás le abriré las puertas de mi reino de nuevo. —Le dio un fuerte golpe a la mesa y después comenzó a tirar todos los platos al suelo.
—Qué así sea entonces.
Los enanos nos sacaron del comedor entre empujones y esta vez no me contuve al dar varias patadas y pisotones. Antes de dejarnos en medio del bosque, nos quitaron todas las joyas y nos registraron muy bien para comprobar que no habíamos robado nada.
—¡Considero esto como una falta de respeto! ¡No soy ninguna ladrona! ¡No pueden tratarme de esta manera! —Me cerraron la pequeña puerta en la cara y me dejaron gritando en la oscuridad. Perfecto, volvíamos a ser unos vagabundos.
Tarek estaba muy callado y hasta llegué a pensar que estaba enfermo. ¿Y si moría? No, no podía hacerlo, primero debía llevarme con el dichoso abuelo.
—Lo único que me hace falta es que estés enfermo por comer tanto. —No obtuve respuesta—. Magnífico, estamos perdidos.
—No del todo. —Me enseñó un anillo dorado, con una enorme piedra azul en el centro.
—¿Dónde demonios lo guardaste? Te registraron de pies a cabeza.
—No querrás saberlo.
—¡Por todos los dioses! ¡Tarek, eres un maldito asqueroso!
Por primera vez escuché su risa y no fue tan malo como pensé. Me tomó un tiempo más comprender que lo había guardado en su boca y eso no disminuyó mi asco.
—Ya, deja de gritar. Propongo buscar un refugio y dormir un poco. Sin la ayuda de tus amigos, nos esperan unos días muy largos, Ricitos.
La presencia de los dragones pequeños me molestó incluso más que sus estúpidos apodos, así que no protesté. Al ser consciente del espeso bosque que teníamos por delante, estuve a punto de ponerme a llorar. En definitiva, eso debía ser una broma.
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