19♔ • Descendencia
Las raíces y plantas que salían del suelo dificultaban más mi andar tambaleante e hice una mueca de asco cuando mis pies descalzos pisaron algo viscoso y café. Todo iba de mal en peor, solo quería despertar en una suave cama y ver que todo era una pesadilla, una horrible pesadilla que pronto pasaría al olvido.
—¿Ya llegamos? —pregunté, descargando mi ira en cada palabra.
—No —repitió él por cuarta vez—, nos falta más de la mitad del camino.
Si a mí me costaba caminar y mantenerme en pie, Tarek casi se movía arrastrándose y con una expresión de dolor que me hizo sentir pena por él.
Ese camino tortuoso y lleno de piedras y espinas fue perfecto para olvidarme del maldito de Seth. Tal vez mi querido acompañante tenía razón y debía centrarme primero en sobrevivir y después en planear mi venganza.
En medio de mis pensamientos, Tarek se detuvo a descansar en el tronco de un árbol y yo me quedé frente a él, sin acercarme tanto. Fue una oportunidad que no dejé pasar para inspeccionar bien al hombre con el que viajaba. ¿Éramos familia y por eso compartíamos ese don?
Tenía el cabello negro como yo, pero no era ondulado. Quitando eso no nos parecíamos en nada, él era dos cabezas más grande que yo y sus ojos de ese color tan raro.
—¿Y ahora qué? —pregunté al mismo tiempo que algo frío se incrustaba en mi pie.
Con asco, pateé un hueso alargado que estaba entre la maleza y Tarek lo tomó junto a una piedra.
—Necesitamos un cuchillo para cazar, esto puede servirnos.
—¿Y qué harás con eso?
Con la piedra le dio varios golpes hasta que el hueso se quebró. Un borde sobresalía de un lado, por lo que comenzó a tallar sobre la roca para perfeccionar el filo.
Lo que faltaba, el loco estaba armado.
—No creo que eso sirva de algo...
—No hables, creo que encontré el nido de una perdiz.
—No puedes ni pararte por ti mismo, no vas a lograr atrapar a un pájaro.
Lo dejé solo, perdiendo el tiempo, y seguí un pequeño sendero a la derecha donde había abundantes arbustos con frutos blancos. Recolecté tantos como pude y el extremo de mi vestido me sirvió como bolsa para guardarlos. Sin duda, estaba siendo más de ayuda que el tonto intento de Tarek por conseguir ese pájaro.
Metí en mi boca un puño considerable de esas frutillas blancas y estuve a punto de masticarlos, pero algo en mi mano llamó mi atención: tenían hormigas rojas y yo odiaba cualquier insecto que se cruzara en mi camino.
—Atrapé al pájaro, solo falta que... —Tarek se quedó viendo mientras yo escupía los frutos de mi boca y me limpiaba la mano para alejar a las hormigas—. No puedes comer esos frutos.
—Oh, gracias, ya me di cuenta. No saben muy bien con hormigas, ¿quieres probar?
—No, gracias. Son venenosos.
Seguí escupiendo hasta que estuve segura de que ya no quedaban rastros en mi boca. Después de limpiarme con el brazo, observé horrorizada cómo él giraba la cabeza del ave hasta matarla. Con su cuchillo improvisado, le hizo un corte al animal en el pecho y le sacó todas las tripas, luego le atravesó dos ramas y se dispuso a encender el fuego.
—¿No tienes aliento mágico o algo así? Sopla fuerte sobre las ramas y ya. Hazlo rápido antes de que muera de hambre.
Me ignoró por completo y siguió con su labor. Quería burlarme, así como él lo hizo conmigo, pero me quedé en silencio, buscando entre tantas hojas algo útil.
Lo mejor era mantenerme un poco alejada de él y no compartir más de lo necesario en el camino. Su altura me daba desconfianza, sumada a la fuerza inhumana que tenía y estaba bien consciente de que, bastaba un solo golpe y que ejerciera un poco de fuerza para dejarme a su merced. Recordé entonces todas las veces en las que Seth me había tumbado a la cama y estado en mi cuerpo. Jamás lo volvería a hacer, prefería morir antes de regresar a ser el trozo de carne con él que se saciaba.
—Oye, ¿quieres un pedazo?
El olor a carne quemada me era poco apetecible, pero me moría de hambre y no tuve más opción que sentarme junto a él y aceptar la rama que me ofrecía con un pequeño trozo del pájaro.
Al darle un pequeño mordisco, me fue imposible tragarlo y escupí el pedazo junto con unas plumas.
—Sabe muy mal.
Tarek se puso de pie con brusquedad y enseguida llevé las manos a mi pecho, atenta a sus movimientos. Caminó a unos árboles cercanos y levantó la corteza, así se estuvo, mientras el ave seguía sobre el fuego.
—Con eso no puedes quejarte. —Me pasó un trozo de corteza con dos enormes gusanos blancos y otros más delgados de color amarillo—. Puedes comerlos crudos o asarlos, tú eliges.
—Ni pienses que voy a comer eso.
Jamás había probado algo así, ya estaba acostumbrada a las cenas del castillo o de la casa de verano. Además, ¿y si yo comía esos bichos y seguían vivos en mi garganta? La sola idea me daba náuseas.
—Debes comer algo para tener energía y continuar, no podemos quedarnos mucho tiempo aquí.
Al ver mi negativa, le clavó una ramita al gusano grande y lo puso en el fuego. Cuando estuvo listo, me lo dio y lo acepté con las manos temblorosas. No olía tan mal y, tras aguantar la respiración para no sentir el sabor, lo saqué de la rama de un solo movimiento. La textura crujiente y después blanda se mezclaron en mi boca y seguí masticando, ajena a lo que decía Tarek.
—Debemos avanzar todo lo que podamos antes de que oscurezca. Dwood no está tan lejos, si pones de tu parte tal vez llegaremos antes del anochecer.
Tragué lo que tenía en la boca y, después de toser un poco, no tuve más opción que seguirlo. Se encargó de destruir todo rastro de la fogata y me lanzó una rápida mirada antes de continuar.
Yo seguía tratando de asimilar que me había comido un enorme gusano horrendo y, al sentir en mi boca los rastros de la parte crujiente, me daban muchos escalofríos.
Intenté olvidarlo, sin embargo, conforme caminaba, las náuseas y los mareos eran cada vez más fuertes y tuve que detenerme para vomitar lo poco que había comido.
—Es la segunda vez que te veo hacer eso.
Me quedé un rato más encorvada y limpié mi boca.
—Llevo algunos días así, ya pasará.
Tarek se quedó un rato viendo mi vientre. Me resultaba extraño, hasta que comprendí lo que pasaba por su mente.
—Es posible que un niño esté creciendo en tu interior —susurró.
Al escuchar esas palabras en voz alta, el nudo en mi garganta creció hasta que ya no pude contener las lágrimas. Había dejado de tomar el brebaje y me maldije una y mil veces por ser tan estúpida. Con el puño, me di varios golpes en el vientre y después me senté mientras lloraba.
—Con eso solo te haces daño.
—No quiero... —Me limpié el moco y las lágrimas—, no quiero un hijo de esa bestia.
—Solo es una suposición, en Dwood hay parteras, podemos visitar a una y salir de dudas.
Seguí llorando, maldiciendo a Seth una y otra vez. La sola idea de ser madre me aterraba, y más si eso significaba que tendría algo que me uniría por siempre a él.
Tarek no dijo nada más y se mantuvo a una buena distancia, mientras le hacía punta a unas ramas con su cuchillo improvisado y me lanzaba una que otra mirada de vez en cuando.
La picazón en mi cuello y brazos parecía empeorar cada vez más, hasta el punto de que mis uñas estuvieron llenas de rastros de piel y sangre, pero no podía parar de rascarme.
—Basta, estás empeorando tu alergia.
No le puse atención y lo seguí haciendo. Si Seth se enteraba de que tendríamos un hijo, ¿vendría por nosotros? ¿Me encerraría y alejaría del pequeño? ¿El niño sería igual a él?
Tarek me tomó de ambas manos y, contra todo lo que esperaba, me lanzó al suelo. Tuve que parpadear varias veces para entender lo que pasaba: un gruñido incesante provenía de una bola de pelos parada en el tronco donde segundos antes yo estaba sentada.
—¿Qué demonios es eso?
—No hagas ruido —Puso su mano en mi boca sin hacer presión, pero lo aparté enseguida.
La bola de pelos rabiosa comenzó a olfatear el suelo hasta que pareció encontrar un rastro y se giró a nuestra dirección. Entonces pude verlo bien. Su corto pelaje negro estaba lleno de ramitas y de tierra. Varios orificios adornaban su cara deforme y, al terminar de olfatear, estos se agrandaron y comenzaron a chorrear un líquido blanquecino.
Los ojos de Tarek se abrieron de par en par y por primera vez vi el miedo reflejado en su tonta cara. ¿Le tenía miedo a ese animal?
Con el pie trató de alcanzar una de las lanzas que hizo con las ramas. Su poco tacto y sigilo provocaron que el animal perdiera la poca cordura que le quedaba. Como si fuera un pequeño demonio con rabia, se lanzó sobre Tarek y sus enormes dientes estuvieron a punto de tocar su cuello.
—¡Va a morderte! ¡Vamos, Tarek, mátalo!
Era consciente de que mis gritos no lo ayudaban en nada y su mirada llena de furia me lo confirmó. La endemoniada criatura seguía gruñendo y con sus patas delanteras lanzaba rasguños al aire.
De un fuerte golpe, Tarek lo mandó al suelo y algo crujió. Ni siquiera me dio tiempo de ver bien lo que pasaba. Cuando me acerqué, la criatura tenía metida en la cabeza una de las ramas puntiagudas.
—¿Está muerto?
—Y nosotros también lo estaremos pronto.
Su falta de palabras me impedía comprender lo que pasaba. Estaba tan impresionada viendo al animal que parecía un gato obeso que no me di cuenta de que mi pie se embarró de esa sustancia blanquecina.
—Qué asco, en definitiva, odio estar en el bosque.
Tarek iba a responderme una barbaridad, pero se quedó en silencio al ver que me limpiaba el pie con la mano.
—No te llenes de esa baba, atrae a más de estas cosas.
Demasiado tarde, mi mano, mi pie y parte de mi vestido estaban llenos de ese líquido pegajoso que no salía por más que lo frotaba.
—¡No puedo quitarlo!
Tarek retrocedió varios pasos y en ese momento supe que iba a abandonarme. Eso solo hizo que me revolviera más en la tierra, con la esperanza de quitar esa cosa pegajosa de mi cuerpo.
En un abrir y cerrar de ojos, Tarek ya no estaba y yo me quedé sola, con las lágrimas nublando mi vista y esa picazón en mi cuerpo por las alergias que aumentaban por la tierra.
—No te vayas —dije en una débil súplica.
Al instante comprendí que no regresaría, no tenía por qué hacerlo. No lo conocía de nada y ya había hecho suficiente con sacarme de ese castillo del maldito de Seth. Además, no necesitaba su ayuda, podía salir de ese problema por mi propia cuenta.
Fue fácil rasgar mi horroroso vestido en el pedazo donde estaba empapado de ese líquido y la tierra me ayudó a quitar parte del rastro pegajoso en mi mano.
Mis esfuerzos no dieron resultado, ya que unos gruñidos muy similares a los que emitía la criatura de antes se escucharon en un árbol no muy lejano.
—Sabía que iban a venir más.
Pegué un brinco al escuchar la voz de Tarek a mi izquierda y con disimulo me limpié las lágrimas de la cara. Odiaba que me vieran llorar y no quería dar más lástima de la que ya daba.
—Creí que habías escapado.
—Fui a buscar esto.
Levantó su cuchillo de hueso y lo enterró en el animal deforme de antes. Le arrancó grandes trozos de carne y se los comió como si fueran un manjar. Estuve a punto de reclamarle, pero comenzó a quitarse la camisa y después el pantalón.
—¡¿Por qué te estás quitando la ropa?! —grité horrorizada y aparté la mirada.
Ese hombre no tenía ni una pizca de pudor y le daba igual que yo lo viera desnudo.
—Volveré por la ropa más tarde.
Cerró los ojos y dejó caer lo que quedaba del animal, que eran solo los huesos. Respiró hondo, con la mirada clavada en el cielo, y yo me reproché por verlo de nuevo. Mantuve entonces mis ojos fijos en la tierra y hojas que había puesto sobre mis pies hasta que una gran ráfaga de aire revolvió más mi cabello.
No sabía si ponerle atención al hombre que se convertía en dragón a mi izquierda o a las veinte criaturas deformes que se acercaban como perros rabiosos a nosotros.
Pronto comprendí el plan. Él quería matarlos con sus habilidades de dragón y me pareció buena idea. Mientras tanto, yo solo debía esconderme detrás de un árbol y esperar a que él terminara.
Mi pequeña huida fue interrumpida cuando la lagartija gigante corrió directo a mí y me atrapó entre sus garras. Me preparé para irnos volando, pero hizo todo lo contrario: me lanzó por los aires para que cayera en su espalda. El golpe no fue muy duro y apenas pude parpadear para darme cuenta de que estábamos subiendo un árbol. ¿Me estaba tratando como a una presa que acababa de cazar?
—¡Imbécil, no es a mí a quien debes atacar! —grité desesperada y lancé todo tipo de insultos que se me ocurrieron mientras me sujetaba a sus escamas—. ¡Juro que te dejaré sin descendencia si no me bajas en este momento!
Me aferré a su cuello y cerré los ojos mientras ganábamos altura. Podía sentir sus alas a mis costados y quise darle un golpe, ya que no las usaba. Con eso podíamos salir del problema y estar en el dichoso Dwood en un parpadeo.
Los gruñidos y el alboroto de las bolas de pelo en el suelo me hicieron regresar a la realidad y sostenerme mejor de Tarek. Por un momento pensé en arrancar una de sus escamas para ver si así volaba y dejábamos de ser el centro de atención de esas bolas rabiosas.
Así estuve, al borde de gritar como loca, y esperé un largo rato para que desplegara sus alas. En lugar de eso, él fue bajando lentamente por el árbol y mi vestido se levantó por el aire. Poco me importó, solo quería que el imbécil acabara de una vez con esas criaturitas.
—¿Qué harás? —pregunté, rogando para que me entendiera—. Prefiero quedarme aquí...
Tarek saltó sobre la multitud de animales y varias ráfagas de sangre salpicaron por todos lados. Seguí lanzando maldiciones al no poder ver qué pasaba y de pronto los dos impactamos contra un árbol.
Me embarré de lodo de pies a cabeza y tuve que escupir varias ramitas de mi boca. No muy lejos, todas las bolas de pelo estaban muertas y sentí un gran alivio, por lo menos Tarek sí que servía para algo.
Le di una patada en la espalda para que se levantara y esta vez presencié cómo sus huesos cambiaban de forma y su piel perdía el color negro. Los espasmos que lo acompañaron eran horribles, al igual que todas las venas y la piel levantada de su espalda por donde se escondieron las alas. Con su transformación finalizada, dejó salir un suspiro de dolor y sus ojos se unieron como imanes a los míos.
—Eso fue doloroso e impresionante —dije y corrí hasta alcanzar su ropa—, ¿cómo lo haces?
Tarek se quedó sin decir nada, solo respiraba de forma irregular conforme yo me iba acercando.
—¿No me tienes miedo?
Era la primera vez que miraba esa expresión en él: vulnerable, con un toque de tristeza. No podía ser posible y atribuí todo a mi imaginación o a la falta de comida.
—Si te soy sincera, me aterran más esas criaturitas, ¿qué son? Jamás había visto algo similar.
Le tiré la ropa en el pecho y después pateé uno de los cadáveres.
—Son las mascotas de los duendes. No suelen salir mucho de sus madrigueras, creo que tus gritos los llamaron.
¿Dijo duendes? Estuve a punto de preguntarle si hablaba en serio, pero decidí mejor regresarle una de sus bromas.
—¿Te los comerás también? Primero deberías asarlos. —No dije más, algo se movió entre los arbustos y pensé lo peor—. Tarek, creo que tenemos un problema.
—No, mi vida está solucionada. —Se puso los pantalones e hizo a un lado la camisa—. Voy a sacar una buena cantidad de monedas y más si logro vender sus pieles y carne por aparte.
—Tarek, hablo en serio. Necesito que mires esto.
Cuando por fin salió de sus pensamientos ambiciosos y me hizo caso, corrí para esconderme detrás de él, dejándolo frente a tres hombrecitos muy enojados que nos apuntaban con sus espadas.
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