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18♔ • Abismo

Agarré con fuerza ambos brazos del hombre y tiré de él cuesta abajo. No tuve que hacer mucho esfuerzo, el pobre rodó hasta caer en un par de arbustos. No podía quejarme, por el momento era un buen escondite.

El silencio del bosque me daba escalofríos, era extraño como los animales reconocían el peligro de las tropas y corrían despavoridos a sus madrigueras. Permanecí escondida junto al hombre hasta que ya no escuché más a los guardias. Me pareció buena idea salir para inspeccionar el lugar y buscar ropa para mi querido compañero cuanto antes.

Mis pies descalzos se deslizaron en la tierra y no tuve más opción que aferrarme a unas raíces para poder subir la pequeña pared y regresar al camino.

—Es una mala idea, ellos aún no se han ido.

Me solté de las raíces y de un resbalón, quedé acostada junto al hombre. Mi vestido se llenó de tierra, al igual que mis alergias y eso aumentó la picazón.

—Estás vivo.

Él tosió unas cuantas veces y se sacó de la espalda una rama que estaba aplastando. Lo vi con mucha atención hasta que recordé que estaba desnudo, por lo que me di la vuelta y quise volver a trepar.

—Siguen arriba, ya te lo dije. Es mejor que esperemos un poco para subir.

—¿Cómo lo sabes?

—Los escucho.

No le creí nada, los pocos hombres que nos habían seguido ya no estaban, pero atribuí su negativa a que tal vez no podía moverse por todo el esfuerzo que había hecho en el castillo. Necesitaba descansar y a mí me parecía bien, aunque estar con un desconocido, desnudo y medio herido no me parecía tan buena idea. De mala gana me senté a su lado, dándole la espalda y me dispuse a obtener respuestas.

—Responderás a mis preguntas —ordené—, primero, quiero saber tu nombre.

—¿Siempre eres así de pesada? —Se sentó también y lanzó unas cuantas maldiciones por el dolor—. Soy Tarek y por lo que escuché en el castillo, tú te llamas Geraldine.

—No hables más, yo soy quien hace las preguntas.

Escuché su risa sin gracia y seguí hablando:

—Mencionaste algo sobre un hombre que puede ayudarme, que sabe sobre esto de los... dragones.

Me costaba creerlo y aunque sonara a una tontería, ya había visto con mis propios ojos como Tarek se convertía en dragón. Solo quedaba descubrir si yo también podía hacerlo. Al no obtener su respuesta, tomé un puño de tierra entre mis manos y se la lancé con fuerza.

—Joder, me entró en el oído.

—Responde.

—Sí, es el abuelo y ya te dije que te llevaré con él. No tienes que ponerte violenta.

Todo estaba saliendo bien. Iría con ese anciano para averiguar más sobre mis alergias, después seguiría con mi camino, muy lejos del castillo.

—Andando, no podemos perder el tiempo. —Tarek se removió entre la tierra—. Seth vendrá en persona, no se detendrá hasta darnos caza.

El recuerdo del fuego consumiendo la habitación llegó a mi mente, al igual que los cadáveres de los hombres. Nadie podía sobrevivir a eso, nadie podía salir ileso del ataque de un dragón. Y estaba segura que Seth se estaba quemando en el infierno y que jamás volvería a verlo.

Si él estaba muerto, significaba que yo era libre, que podía regresar a mi vida de antes e intentar ser feliz.

—No, no vendrá. La habitación se quemó con esos hombres adentro y los guardias tardaron en llegar. Si el fuego no lo mató, la caída de los escombros al piso de abajo lo hizo.

—¿Estás segura?

—Sí —dije convencida y un enorme alivio recorrió mi cuerpo al asegurar la noticia en voz alta.

—Supongo que todo valió la pena —dijo exhausto.

—¿Nuestro trato sigue vigente?

Tenía que preguntar. Él era un bandido, un hombre que se dedicaba a matar por unas cuantas monedas. No me sorprendía que su palabra no existiera o que fuera a cambiar de parecer de un rato a otro. Dejando a un lado mis sospechas, él era el único que podía sacarme de este problema y me convenía que la oferta siguiera en pie.

—No te ayudo por el trato. Lo hago porque tengo muchas dudas sobre mi raza, cosas que no comprendo y tú podrías tener las respuestas a mis preguntas.

—¿Vas a usarme para obtener respuestas? —pregunté fingiendo estar ofendida, aunque quise reírme en su cara, él no iba a usarme, yo iba a usarlo a él para llegar con el dichoso anciano y curarme por fin.

—No te quejes, créeme que no tengo más opción. No me agradas y si por mí fuera te dejaría perdida aquí, en medio del bosque.

Iba a responderle cualquier cosa que pasaba por mi mente cuando él se puso de pie y corrió, dando la vuelta al pequeño trozo de tierra donde estábamos escondidos. No, no podía escapar. Él era la única pista que tenía para descubrir de qué se trataban estas alergias.

Lo seguí un tanto desconfiada hasta que escuché un forcejeo más adelante. Tomé una roca de la tierra y sin tener la más mínima idea de quién se trataba, le di un golpe en la cabeza al hombre que luchaba contra Tarek.

—Escuché sus pasos, casi alerta a los demás.

Le quitó la camisa y el pantalón, dejándolo solo en pantaloncillos. Comprendí hasta después que era para ponérselos él.

—¿Vas a vestirte con la ropa de un muerto?

—No está muerto —Le dio una patada—. Puede servirnos.

La ropa le quedó pequeña, pero agradecí que ya no estuviera desnudo. Me hizo señas para que lo ayudara a sentar al hombre y así poder interrogarlo. Por fin pude ver bien su rostro y me alejé unos cuantos pasos.

—¿Lo conoces?

—Es Clent, la mano derecha del maldito de Seth.

No tenía sentido que él estuviera en el bosque, no ahora que todo el castillo sería un completo desastre con la muerte de Seth.

—No tarda en despertar. Necesitamos obtener información —dijo y se sentó—, por estos bosques crece una planta que te hace hablar como loro. La necesitaremos para que suelte todo.

—¿No puedes obligarlo y ya?

—Conozco a estos hombres, su lealtad va antes que su propia vida. Preferirá morir antes que decir algo.

—Vamos por la planta entonces.

—No tenemos con que atarlo por si despierta, alguien debe quedarse para vigilarlo.

—Apenas y puedes dar un paso. No creo que sea buena idea que vayas por esa dichosa planta.

—No iré yo —Sus ojos amarillos hicieron contacto con los míos.

—¡Olvídalo! No conozco el bosque, mucho menos la planta, voy a perderme y...

Clent comenzó a mover la cabeza y supe que ya no teníamos más tiempo. ¿Y si los hombres de Seth me encontraban? Todo sonaba a un mal plan.

—La planta es pequeña, crece en partes sucias, áridas. Su flor es amarilla con el centro morado. Será fácil de encontrar.

—Sigo pensando que es una mala idea —dije mientras sacudía mi vestido.

—No te alejes mucho, si no la encuentras, regresa y buscaremos otra forma para hacer hablar a este animal.

No le contesté y en lugar de subir de regreso al camino del bosque, seguí en ese precipicio. Las piedras se metían a cada rato en mis pies y comenzaba a ser incómodo. De cierta forma me sentía vigilada y avancé con las manos pegadas al pecho.

Algo pasó corriendo entre los arbustos de espinas a mi costado y vi una sombra pequeña entre las ramas. ¿Era el fantasma de Seth qué venía por venganza? No quise averiguarlo y busqué desesperada la maldita planta de Tarek.

Flor amarilla con el centro morado. ¿O había dicho flor morada con el centro amarillo? Pues de cualquiera de las dos formas no encontraba ni una parecida, solo enredaderas rebeldes, arbustos llenos de espinas con flores rojas y uno que otro árbol enano con frutos azules que se miraban muy apetitosos.

Tras robar uno que otro fruto, decidí regresar. Al final había hecho mi mejor esfuerzo por conseguir esa planta y no lo logré. Me di la vuelta y justo cuando empecé mi camino de regreso, me pareció ver unas flores amarillas en un trozo de tierra árida, justo en el borde del precipicio.

Me acerqué lo más que pude al comprobar que sí tenían el centro morado y sus hojas tenían picos por todos lados. Eran esas sin duda.

La tierra estaba repleta de grietas y estaba segura que si ponía un pie, caería con todo y flor al abismo. Intenté con una rama pero no la alcanzaba, así que no tuve más opción que tirarme al suelo y arrastrarme como gusano hasta la planta. Con una mano me aferré a una roca y con la otra alcancé las flores, lo que no sabía era que las hojas tenían bastantes espinas que se clavaron en mis dedos sin piedad.

Cuando por fin tomé el tallo, la arranqué con toda mi fuerza y varios trozos de tierra cayeron, dándome una señal de que si seguía así, todo iba a romperse. No me importó, ya estaba cansada y quería esa maldita planta a como diera lugar. Me estiré lo más que pude hasta que mis brazos dolieron y logré conseguir unas cuantas hojas. Con eso sería suficiente.

Regresé triunfante, hasta que, en medio del camino vi otra planta igual. Estaba aplastada, por lo que llegué a la conclusión de que alguien ya había pasado por ese lugar. Y si, probablemente fui yo y la pisé por accidente. Llevé también esa planta por si acaso y regresé corriendo hasta donde estaba Tarek y Clent.

—¡La conseguí! —grité e hice una mueca por el dolor de mis dedos.

Le pasé a Tarek la planta aplastada y las hojas de la otra. No le tomé importancia a su risa y mirada burlona, había sobrevivido a esa horrorosa misión.

Aplastó las hojas con sus manos y las hizo una bola, al parecer no le importaron las espinas que a mí casi me hicieron llorar. Después dejó caer una gota de sangre de su brazo herido en la bola de hojas. No entendía bien lo que hacía, pero lo obedecí cuando me dijo que le abriera la boca a Clent.

—Tendremos poco tiempo antes de que el veneno haga efecto. Intenta preguntar todo lo posible.

Tarek apretó con fuerza la bola de hojas y unas gotas espesas de color verde cayeron directo en la garganta del hombre. Este no pareció reaccionar, seguía igual que antes.

—Tardará en hacer efecto.

—Admite que no sirvió. Casi muero por esa planta y fue por gusto.

—Te dije que podías encontrarla por todas partes, incluso en el camino.

—¡No es cierto! La encontré en el borde del precipicio y casi muero al conseguirla. Eres malo explicando.

La tos de Clent paró nuestra ridícula discusión. Así se estuvo por un largo rato donde mis nervios estaban de punta. Cuando por fin abrió los ojos, ignoró a Tarek y me vio un tanto confundido.

—¿Dónde estoy? Debo regresar con el señor Seth.

—Espera, ¿está vivo? —pregunté con miedo. Era imposible, me negaba a creer que no hubiera muerto con las llamas.

—Un halcón imperial vino de visita y lo salvó. Oh, se supone que no debía decir eso.

Ignoré su maldita risa de estúpido y me alejé un poco de ellos. Tarek siguió haciendo preguntas, a las que Clent contestaba cantando.

Yo no podía respirar y el miedo de antes regresó. Seth estaba vivo, podía venir en cualquier momento por mí. No me dio tiempo para pensar en algún plan, sin poder contenerlo, expulsé la poca comida que tenía en mi estómago. Esas náuseas eran cada vez peores y pensar en Seth no ayudaba en nada.

—Oye, ven a escuchar esto.

Con pasos tambaleantes, regresé con Tarek y me senté no muy lejos de él. Aún podía sentir el sabor amargo en mi boca y un ligero dolor en la garganta.

—Debo regresar, el señor me mandó a encontrar a su mujer y después a pagarle a los hombres de la reina por matar a aquel guardia. Cada vez piden más dinero por no hablar.

—¿Guardia? ¿Qué guardia? —pregunté con miedo. Podría tratarse de Conrad.

—Yo... —dijo y eructó—, yo... le pagué a unos hombres para declarar en contra de ese guardia. Inventamos que estaba con los rebeldes y... —Pasó su dedo por su cuello—. El señor puede ser muy ingenioso cuando quiere matar a un estorbo. ¡Así como a los duques! ¡Cayeron, cayeron y cayeron!

Todo comenzó a dar vueltas y me quedé sentada en el suelo. Poco me importó ver a Tarek romperle el cuello a Clent porque hacía mucho ruido.

Seth, ese maldito de Seth... Me lo había arrebatado todo. Él había matado a Lesya, inculpado a Conrad y por lo que le entendí a Clent, también había emboscado a mis padres.

Quería matarlo, quería verlo retorcerse del dolor, suplicar por su vida...

—Debemos irnos, las tropas están muy cerca —La voz de Tarek solo era un lejano murmullo.

Los recuerdos alimentaban el dolor en mi pecho y mis lágrimas silenciosas. Ese miedo que sentía por Seth fue sustituido por unas inmensas ganas de verlo arder en el fuego o ver su cabeza rodar tal y como él lo hizo con Conrad.

—Los mató. Él mató a todos —repetía una y mil veces como si eso fuera a devolverme a mi familia.

—Baja la voz un poco —susurró Tarek y me dio un leve empujón para que quedara sentada detrás de unos arbustos de espinas.

Sin querer rocé mi mejilla herida con mis dedos y quise lanzar un grito para ver si así ese dolor en mi pecho desaparecía. Lo único que me detuvo fue el sonido de unos caballos y los constantes susurros de Tarek que imploraba para que me mantuviera en silencio.

Varios hombres bajaron y dieron alerta al encontrar el cuerpo de Clent. Por la forma en la que estaba acostada, solo podía ver sus zapatos. ¿Seth venía con ellos?

—Informa al castillo que Clent está muerto.

—Creo que se rompió el cuello al caer de esta cuesta —dijo otro y se acercó más a nuestro escondite.

—El señor Seth no estará para nada contento.

—¿Y por qué solo lleva calzoncillos?

El filo de las espadas relucía hasta donde estábamos escondidos. Ninguna de las voces pertenecía a Seth. De todos modos, no lo creía capaz de adentrarse al bosque.

—No podemos quedarnos aquí —susurró Tarek—, necesito que pongas todo de tu parte para escapar.

No contesté y su tacto frío en mi mano fue suficiente para que soltara la piedra que aferraba con fuerza entre mis dedos. No me di cuenta cuando la tomé del suelo.

—¿Qué haremos? —pregunté con un hilo de voz.

—Ir a Dwood, debemos buscar refugio.

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