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14♔ • Infierno

Sollocé en su pecho, olvidando nuestra pelea anterior. Todo estaba perdido, no podía hacer nada para salvar a Conrad.

—No llores, me tienes a mí. Somos uno, ¿lo recuerdas?

No podía escucharlo o más bien, no quería.

Antes de que oscureciera, fuimos llamados a la plaza de la capital. Los guardias me separaron de Seth y en total silencio, me escoltaron hasta una tarima donde tuve que esperar de rodillas.

La gente comenzó a salir de sus casas y poco a poco rodearon la plataforma. Comprendí entonces que me habían puesto en ese lugar para que presenciara de cerca la ejecución de Conrad.

Los murmullos solo alimentaban mi pena, así que froté varias veces mis brazos con la tela roja de mi vestido, no podía ver lo que iba a pasar a continuación, no quería ni pensarlo. Todo era mi culpa, si desde un principio hubiera obedecido a Seth, Conrad jamás estaría en esta situación. Él fuera feliz, probablemente con una familia como siempre había soñado.

Dos hombres lo subieron encadenado y los abucheos, seguidos de varios insultos, inundaron el lugar.
Mis ojos desesperados buscaron los suyos y cuando por fin me vio, abrió la boca para pronunciar unas palabras. Sin embargo, pareció cambiar de opinión y se limitó únicamente a darme una última sonrisa llena de tristeza.

Lo obligaron a recostarse con brusquedad y su cabeza quedó sobre una roca plana. No podía morir, no iba a permitirlo.

—¡No lo hagan! ¡Es inocente! —grité hasta quedarme sin aliento.

Con todas mis fuerzas me solté del agarre de los guardias y corrí hacia él, al mismo tiempo que un hombre de negro levantaba un hacha y la dejaba caer con toda su fuerza sobre el cuello de Conrad. El sonido que hizo su cabeza al rodar paró mis gritos. La sangre escurría por todos lados y me di la vuelta cuando el hombre de negro tomó la cabeza y la enseñó a toda la población. Caí de rodillas mientras esa imagen se repetía en mi mente una y otra vez.

Conrad estaba muerto y yo era la culpable.

Grité hasta que no pude más al ver su cuerpo inerte sobre el suelo de madera. Entonces deseé con todo mi corazón regresar el tiempo y no involucrar a Conrad en esto. Mi mente repetía una y otra vez que yo era la que debía estar muerta, no él.

Dos hombres me arrastraron hasta quedar sobre la tarima y esposaron mis manos a un palo de madera que estaba a la derecha del cuerpo de Conrad. Un hombre leyó los cargos por los que me inculpaban y por último dijo mi sentencia. Todo parecía lejano y cerré los ojos al momento en el que rasgaron la parte de atrás de mi vestido.

Ya no importaba nada. Me lo merecía.

Cuando sentí el primer latigazo, escuché la voz de Conrad en mi oído y quise aferrarme a esos buenos recuerdos.

—¿Tuviste otra de tus rabietas?

—Din, voy a rescatarte. Lo prometo.

Escondí la cara entre mis brazos y el cabello se pegó a mi cuello debido al sudor. Con el sexto latigazo mi cuerpo ya no respondía ante el dolor y traté de soportar los restantes con la mirada clavada en la tierra del suelo.

Cuando por fin todo terminó, ya no me quedaron fuerzas para seguir llorando. Me arrastraron frente a toda la gente hasta una habitación del palacio y ya en la cama, unas criadas entraron para tratar mis heridas.

Me tomó mucho tiempo darme cuenta de que Seth estaba sentado a mi lado, sosteniendo mi mano mientras limpiaban la sangre. Al terminar, él ordenó que nos dejaran solos y todas se fueron. El dolor de mi espalda había disminuido, pero ya no me importaba. Ya nada tenía sentido.

—Quiero ser el primero en decirte esto, antes de que te enteres por los chismes del pueblo —dijo y pasó su mano por mi rostro—, tus padres tuvieron un accidente. Al enterarse de que serías enjuiciada quisieron estar presentes. En el camino su carruaje se volcó cerca de un acantilado y nadie sobrevivió.

Más lágrimas silenciosas bajaron por mis mejillas. Yo era la culpable de todo. Por mí Conrad y mis padres estaban muertos. Si tan solo hubiera obedecido desde el principio a Seth, ellos seguirían vivos, felices.

—Saldremos de esta. Yo estaré contigo, jamás me iré de tu lado.

Apreté con fuerza su mano y lloré tanto como pude. Estaba sola, ellos jamás regresarían.

***

—¿Dormiste bien? —dejó un sonoro beso en mis labios.

Asentí sin decir palabra y busqué mi vestido entre las sábanas. Llevábamos casi un mes en el castillo real y mis fuerzas cada día eran menos. Las heridas de mi espalda estaban sanando bien, todo gracias a los constantes cuidados de las criadas y de Seth.

—Hoy nos nombrarán duques formalmente, debes estar feliz y sonreír mucho. ¿Entendido?

—Entendido —dije y le mostré una sonrisa falsa.

—Así me gusta.

La tristeza y la culpa me carcomían por dentro. ¿Pero qué sentido tenía luchar si estaba atrapada con él? Ya me había quedado claro que mis estúpidos planes jamás funcionaban y siempre terminaba perdiendo algo que quería.

Aparté las lágrimas y obedecí hasta en lo más mínimo a las criadas y sus indicaciones para tratar las heridas. Vendaron de la mejor forma mi espalda bajo la atenta mirada de Seth y me colocaron un vestido rojo un poco flojo y descubierto en la parte de atrás.

Ya listos, salimos rumbo al salón real.
Al verme, la sonrisa de la reina se ensanchó a más no poder y frente a los pocos invitados y testigos, nos nombró duques y nos dio su bendición.

Todo pasaba de una forma lejana, mi mente repetía una y otra vez la escena de un mes atrás, donde Conrad entró esposado y dictaron su sentencia.

¿Y si desde el principio lo hubiera dejado fuera de esto?

—Me gustaría regresar a nuestro castillo para festejar como se debe.

—Está bien.

Estuvimos un rato bailando hasta que Seth paró para intercambiar unas cuantas palabras con otro hombre. Hablaron de la guerra y que pronto serían solicitados para proteger al reino. Escuché toda la conversación sin alejarme de él, ya que ahora no nos separábamos, hacíamos todo juntos y la verdad me daba igual.

Al terminar el baile, subimos a nuestra habitación y contemplé en silencio el papel que nos nombraba duque y duquesa. No pude evitar pensar que no mucho tiempo atrás, llamaban así a papá y mamá.

—¿Estás sorprendida? Esto es algo que siempre quise para nosotros.

—Sí.

Pasé la mano por el papel y después me tumbé boca abajo sobre la cama. Seth se puso encima y comenzó a bajar mi vestido mientras dejaba besos por todo mi cuello. Su tacto antes me provocaba incomodidad, ahora no sentía nada. Mi mente vagaba a otro sitio, me refugiaba entre los árboles del bosque, donde por fin era libre y no tenía que seguir órdenes de nadie.

—No sabes cuanto tiempo había deseado esto. Desde aquella noche en el lago supe que serías mi esposa. Y ahora estamos juntos, felices y nadie va a separarnos.

No tenía ni idea de que estaba hablando, así que me quedé quieta, mientras él pasaba sus manos por todo mi cuerpo a su antojo.

***

—Todo debe estar perfecto para el baile de esta noche —dijo y lo ignoré.

El paisaje en el exterior solo alimentaba ese vacío que crecía cada vez más rápido en mi pecho. Ya nada tenía sentido y menos regresar al castillo.

El sendero era un tanto disparejo, por lo que las ruedas del carruaje se movían demasiado y el traqueteo me ayudaba a ignorar la voz de Seth. Cuando por fin llegamos, todo afuera del castillo era un caos. La cantidad de comida y de estatuas era exagerada, como si planeara alimentar a un ejército.

—Necesito hablar con usted, mi señor. Es importante.

Seth atendió el llamado un poco enojado, no sin antes despedirse con un largo y profundo beso.

Los criados siguieron en su trabajo sin voltear a verme hasta que poco a poco fui quedándome sola. Antes de entrar al castillo, vi un sendero entre el bosque. Nadie me miraba y era el momento perfecto para escapar, podía perderme entre los árboles hasta llegar al pueblo más cercano, podía por fin alejarme y ser libre, podía...

Me di la vuelta y entré al castillo.

—¡Gracias al cielo, estás bien! —Fiorella corrió a abrazarme y comenzó a llorar en mi hombro—. Creí que mi hermano sería más duro con tu castigo.

Hice una mueca cuando sus manos tocaron mi adolorida espalda. Las heridas aún no sanaban del todo y me dificultaban incluso dormir.

—También me alegro de verte.

Habló de muchas cosas. De lo feliz que estaba de verme a salvo y muy unida a su hermano, de lo agradecida que estaba por no contarle a nadie sobre su relación con Allan y otras cosas que no me importaban.

Mientras fingía escucharla, le puse atención a una de las estatuas que adornaban el pasillo. Era una armadura, una muy similar a la que usaba Conrad. Con la voz de Fiorella de fondo, una vez más me maldije. Deseaba qué me hubieran ejecutado a mí en lugar de él.

—Y la cuna ya está preparada en el cuarto del futuro bebé.

—¿Qué?

—Es lo que te he estado diciendo. Seth ya preparó todo para la llegada de su bebé.

Entonces recordé la pócima para no engendrar y que había perdido en alguna parte del castillo. Aunque la encontrara, la cantidad era muy poca y ya de nada me serviría. Ya no valía la pena luchar, ya había aceptado mi destino. Me fui sin despedirme y caminé sin rumbo por el jardín. Debía ser realista y comprender qué por mi actitud todos a los que quería ya no estaban.

Tal vez Seth tenía razón y en verdad lo necesitaba. No me quedaba familia, amigos, solo estaba él.

Me senté en una pequeña banca un tanto apartada, cerca de unos arbustos y de un enorme árbol. El cielo era gris, con nubes que dejaban una suave brisa. Este era un constante recordatorio de mi vida ahora en el castillo. Tendríamos hijos, envejecería a su lado y después...

—Esposa, quiero que conozcas a unos amigos.

Respondí a su llamado y salí al encuentro de una docena de hombres que se empujaban entre ellos y hacían chistes de mal gusto respecto a las criadas.

—Vaya Seth, si qué es hermosa tu esposa —dijo uno de los hombres y sentí su mirada recorrerme de pies a cabeza.

Ignoré los comentarios asquerosos que intercambiaban ese par. En su lugar, le puse atención a la cantidad de cerveza que acarreaban los criados como hormigas al interior del castillo. Fue cuestión de tiempo también para que llegaran tres carruajes repletos de mujeres sonrientes y casi desnudas. Cuando las dejaron libres, corrieron desesperadas hacia los amigos de Seth, reclamando atención.

A esto se refería aquel hombre. ¿Así había actuado también Lesya?

—Apesta a quemado. Creo que esos cuadros horrendos están ardiendo bien.

Me aparté de esa bola de buenos para nada y prácticamente corrí hasta la entrada del castillo. En un costado, una montaña de cuadros ardía y los guardias seguían alimentando el fogón con paja y hojas secas.

Entre todos pude distinguir a la perfección aquel cuadro que había pintado con Cassian, el último que pintamos juntos antes del ataque.

—Creí que no te importaría. No soportaba ver dibujos de esos detestables dragones. Además, me dijiste que ya no querías pintar —dijo Seth y se paró a mi lado.

Tanto tiempo que había gastado en hacerlos, tantas risas qué compartí con mi hermano y con la tía Amelia...

—No. No me importa.

—Bien dicho —Me abrazó—. No necesitas esos cuadros y lo sabes. Son solo malos recuerdos de tu antigua vida. Ahora harás nuevos recuerdos, a mi lado.

—A tu lado —repetí y lo abracé con fuerza, liberando así la tristeza que sentía en mi pecho.

—Estaré celebrando nuestro nuevo título. Tú sube a nuestra habitación, no es lugar para una dama.

Se despidió con un beso sin soltarme. A un costado, mis cuadros seguían volviéndose cenizas y la madera crujía con las llamas.

—Te veré en la noche.

—Descansa —dijo y se dio la vuelta para regresar con sus amigos.

Seguí mi camino y ya en la puerta me rasqué un par de veces las alergias de mis brazos y entré al lugar. La ventana estaba abierta y el aire frío golpeaba mi cara y cabello.

Di unos cuantos pasos más hasta llegar al armario donde Conrad se escondía y pasé mi mano con delicadeza sobre la madera. Él no lo merecía, siempre fue tan bueno conmigo...

De pronto, una mano tapó mi boca y con fuerza me tumbó directo al suelo.
Incrédula, intenté zafarme con las pocas fuerzas que tenía y lancé un grito de dolor cuando las heridas en mi espalda rozaron por mi insistencia en ser libre.

La mano que tapaba mi boca era áspera, sin duda de un hombre. En mi mente pasó la imagen de Conrad, pero era imposible, él estaba muerto.

—No hagas ruido. Esperaremos aquí al maldito de Seth Haltow.

Entonces reconocí esa voz y me moví un poco hasta comprobar mis sospechas.

Era el prisionero de la mazmorra y no estaba para nada feliz.

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