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11♔ • Un Oscuro Secreto

—Quiero que te prepares, te tengo una sorpresa.

Se levantó de la cama y se puso sus pantalones sin dejar de verme. No le puse atención y me cambié en silencio, los vestidos rojos ya eran casi un uniforme que debía usar sin un motivo en específico.

El desayuno transcurrió con normalidad y por primera vez, su compañía no me resultó tan incómoda. Estaba actuando como una persona normal y hasta me llegué a reír de un par de chistes que dijo sobre la comida. Después de todo, tal vez sí estaba poniendo de su parte para hacer nuestra relación más llevadera.

—Llegó la hora, espero sorprenderte con lo que tengo preparado.

Me sacó casi a rastras del comedor y ya en el pasillo lo único que podía escuchar eran nuestros pasos y la queja de mi estómago por la poca comida. Sumado a eso, no tenía ni idea de cuál era su sorpresa. La idea de que me daría mi propio espacio para pintar vino a mi mente y me emocioné.

—Es todo tuyo, espero que te guste.

Entré entusiasmada y al ver el mar de libros tuve que parpadear varias veces.

—¿Es una biblioteca? —pregunté con desconfianza.

Y mi mente se iluminó de nuevo. Él sabía que amaba las historias de dragones, quizá los libros se trataban de eso o de algunos cuentos místicos.

—Es un espacio para que estudies. La mayoría de los libros son de etiqueta y de las cosas que debe saber una dama. Tú dirás si quieres empezar hoy o mañana, de todas formas la institutriz ya está aquí.

—No sé qué decir.

¿Me estaba diciendo vulgar? Sí, sin duda. Me sentía humillada y un extraño calor subió a mis mejillas debido a la mezcla de vergüenza y enojo. Además, comprobé una cosa: él era igual o peor que mi padre.

—No tienes que agradecerme, la abuela me dio la idea.

La cara de la vieja que me había recriminado al no cumplir bien con mi función como esposa apareció en mi mente. Sabía que no se iba a quedar de brazos cruzados y menos con mi pequeño escándalo en el baile.

—Creo que me iré a recostar —dije conteniendo la rabia. Si no quería gritarle, lo más sensato era escabullirme a mi habitación.

—Bien, tengo unos asuntos que atender, nos vemos en el almuerzo.

Su boca atacó la mía en un beso largo, mucho más largo que cualquiera.
Cuando nuestras bocas se cansaron y él estuvo satisfecho, se separó por fin y se fue con una sonrisa en la cara.

Ya en soledad, tiré al suelo todos los libros de una fila de la estantería. Iba a volverme loca, de eso estaba segura. Me apresuré a irme para buscar un poco de tranquilidad y no me detuve a saludar a Fiorella. Ella estaba con Allan y no se percató de mi presencia.

Una vez estuve en mi habitación, caminé directo a la ventana para abrir las cortinas. Me faltaba el aire y ese lugar encerrado no ayudaba en nada. Mis manos rozaron por un momento la tela y me aparté enseguida al notar una silueta escondida entre las cortinas.

—¡Conrad! —dije asustada y me llevé las manos a la boca para no hacer más ruido.

—¿Estás sola?

Asentí y me hice a un lado lo más rápido que pude.

—¿Estás bien? —pregunté—, ¿y Lesya?

Me ignoró y pasó de largo, directo a la mesa. Comenzó a revolver todo y a tirar mis vestidos al suelo.

—¿Dónde está? ¿Dónde está? —repetía mil veces.

—Intenta relajarte —dije y tomé sus manos, pero me empujó.

—El cofre... ¿Dónde dejaste el cofre que te di?

—Creo que lo dejé en aquel cajón. —Mis ojos se desviaron a su camisa y muy cerca de sus costillas tenía una mancha de sangre—. ¿Qué te pasó? Quítate la camisa, debemos tratar la herida.

—Primero dame el cofre. ¡Rápido!

—Está bien.

Su actitud me estaba preocupando, él era alguien muy tranquilo y jamás me levantaba la voz de esa manera. Después le reprocharía eso. Sin perder tiempo, fui corriendo al nuevo mueble donde guardaba mis vendas y unos ungüentos para el dolor. Tomé lo necesario y lo puse sobre la cama. Bajo su mirada de prisa, saqué el cofre de entre un montón de vestidos y se lo di.

Conrad me obedeció por fin y se quitó la camisa para que tratara sus heridas. Era un corte largo y poco profundo con algunos restos de maleza y tierra. Hice lo mejor que pude para limpiarlo mientras él movía frenéticamente el cofre como un loco.

—Quédate quieto —le dije ante su negativa de explicarme todo.

Tras un sonido metálico, el cofre por fin se abrió y él sonrió con satisfacción. La caja estaba adornada con flores y una tela rosada. Al apartarla, un pequeño cuaderno marrón quedó a la vista junto con varias hojas sueltas manchadas de tinta.

—No tenemos mucho tiempo. —Me arrebató de la mano el trapo con el que yo estaba limpiando su herida y lo lanzó lejos. Luego acercó su cara a la mía para susurrar algo—, Lesya...

La puerta rechinó tan fuerte, que me pegué asustada a Conrad. Él levantó mi vestido con una agilidad impresionante y metió en una de mis medias el pequeño libro.

—Léelo —susurró y apretó con fuerza mi mano.

En un abrir y cerrar de ojos, la habitación estaba llena de hombres con armaduras y espadas, eran guardias del castillo.

—¡Señor, encontramos al intruso!

Seth se hizo espacio entre los guardias y al vernos, sus ojos se abrieron de par en par, llenándose de un odio total. Sin más, se abalanzó sobre nosotros y apartó a Conrad de mí, lanzándolo al suelo.

—¡Basta! —grité y como pude me interpuse entre ambos.

Seth me agarró del cabello y me propinó una bofetada tan fuerte que me hizo caer al suelo. Mi cabeza rebotó un par de veces y algo confundida me llevé la mano a mi nariz, por donde salía sangre.

—Eres una ramera —escupió con rabia—, aléjenla de mi vista, que se pudra en las mazmorras.

Comencé a gritar hasta que mi garganta dolió. Los guardias siguieron las órdenes y me sacaron sin nada de delicadeza.

—¡Por favor, no le hagas daño! —supliqué entre sollozos.

Lo último que vi fue a Conrad en el suelo, pegado a la pared y tratando de proteger su cabeza de las patadas que le propinaba el maldito loco.

Lancé arañazos y todo lo que pude para regresar al lado de Conrad. No sirvió de nada y solo me quedó seguir gritando su nombre mientras me arrastraban por el castillo. Todas las miradas de la servidumbre estaban puestas en mí, unas llenas de pena y otras llenas de miedo.

Los guardias me llevaron a una parte del castillo que no conocía, pasamos por un pasadizo donde hacían eco mis gritos, hasta que, bajando por unas escaleras, llegamos a una puerta de madera carcomida por el tiempo. Entre dos hombres me arrojaron dentro de una de las celdas y cerraron la puerta sin decir nada.

El cuarto apestaba a humedad, tenía una poza de un líquido desconocido con el que me ensucié las manos y mi vestido. Varias ratas pasaron corriendo cerca de mis pies e hice una mueca de asco. Pero nada de eso me importaba. Me aferré a los barrotes como si pudiera lograr algo con eso y seguí dándole golpes hasta que mis manos dolieron.

En mi mente recordaba una y otra vez la forma en la que ese monstruo pateaba a Conrad, la mirada de desquiciado que tenía. Pensó que le estaba siendo infiel con mi guardia y sabía que las consecuencias iban a ser muy graves. Ambos nos íbamos a pudrir en la cárcel.

El sonido en el exterior me devolvió la esperanza. Tal vez ya bajaban a Conrad y no podía ni imaginar en que estado se encontraba. Eso solo hacía que mis sollozos fueran más fuertes y tuve que limpiarme los ojos con mis manos llenas de mugre.

—¿Santo cielo, estás bien? —Fiorella corrió y pasó sus manos a través de los barrotes, pero no logró tocarme—. Tu nariz está sangrando.

—¿Cómo está mi guardia?

—No sé qué le harán. Seth dice que los encontró a ambos con poca ropa a punto de cometer adulterio.

—¡Por supuesto que no! —grité horrorizada—, Conrad es como mi hermano, además solo le estaba curando una herida. Pero no puede matarlo...

—No lo creo. Venía a advertirte justamente eso. La ley dice que un hombre puede matar a su esposa y a su amante si los encuentra en el acto. No lo juzga y lo libra de culpa. Te cuento todo esto porque puedes evitarlo.

Todo pareció derrumbarse y rasqué con fuerza mis brazos hasta sacarme sangre. No, eso no era posible, Seth no podía matarlo. Conrad no había hecho nada más que solo seguir mis órdenes.

—¿Cómo? —susurré con un dolor inmenso en el pecho. No le estaba prestando atención a nada de lo que decía. Mi mente solo gritaba que, pasara lo que le pasara a Conrad, todo era mi culpa.

—Admite que te equivocaste, pídele perdón de rodillas a mi hermano y suplícale por clemencia. De él depende ahora tu vida. —Dicho esto me pasó por las rejas un saco y murmuró una despedida a la cual no contesté.

Comprendí que era hora de suplicar cuando una ráfaga de luz alumbró toda la mazmorra. Fue solo por un momento, pero pude ver a la perfección una silueta de un hombre en la celda que estaba enfrente. No le puse mayor atención, no cuando Seth entró y tuve que rogar por mi vida.

—Déjame explicarte —no encontraba las palabras adecuadas, mi mente era un completo desastre—, Conrad vino a verme, estaba preocupado por mí. Jamás te fui infiel, ni lo seré nunca.

Abrió la reja con brusquedad y fui incapaz de levantar la mirada, solo debía seguir los consejos que Fiorella me había dado, debía rogarle por nuestras vidas.

—¿En verdad no hicieron nada?

—Te lo juro. —Puse mis manos en sus pies y me arrodillé como era debido—. Él es como mi hermano.

Tras una enorme bocanada de aire, Seth se apartó con brusquedad y se marchó de la celda más enojado de lo que ya estaba.

—Espera, Seth. ¡Escúchame! —grité desesperada.

Me senté de nuevo en el húmedo suelo y cerré los ojos mientras las lágrimas silenciosas caían por mi rostro hasta llegar a mi adolorida nariz. No había logrado nada, se había ido sin siquiera escucharme. Estuve un rato más así hasta que algo molestó en mi pierna. Entonces recordé la razón por la cual Conrad se había arriesgado tanto: ese libro que estaba en el cofre de Lesya.

Lo saqué un tanto torpe y gracias a la luz de la antorcha en la pared que había dejado Seth, se podían apreciar algunas letras. Tuve que acercarme a las rejas para tener más luz que me permitiera leer.

En la primera hoja resplandecía un dibujo casi perfecto del castillo de mi padre, seguido de un nombre trazado de arriba a abajo: "Lesya" y dos flores adornaban cada esquina. Bien, sin duda era de ella. Al pasar a la siguiente hoja me encontré con escritos de ella de su día a día. Era su diario. La caligrafía preciosa que tanto la caracterizaba adornaba cada espacio y estuve a punto de cerrar el libro y lanzarlo lejos, no me servía de nada. De pronto, mis ojos leyeron un nombre entre tantas palabras:

"Seth".

Abrí de nuevo la libreta y comencé a buscar la página donde lo había leído. Mis pensamientos calmaron mi agitado corazón al recordar que Lesya estaba obsesionada con él desde que éramos pequeñas. Tal vez había plasmado su amor en algún verso de su diario.

Cuando por fin encontré la página, leí de golpe el párrafo que contenía el nombre de ese loco. Las hojas siguientes estaban llenas de un líquido viscoso que me dificultaba leerlas, pero hice un esfuerzo.

"Los rumores eran ciertos. Hoy me escapé por la ventana y vi al hombre más hermoso sobre la tierra. El mismísimo Seth Haltow estaba en el pueblo y buscaba una nueva amante. Sin duda sería yo. Para eso debía primero hacerme notar y ofrecerme como compañera".

¿De qué hablaba? ¿Ofrecerse como compañera? La hoja no tenía fecha y ese párrafo estaba escrito hasta el final, por lo que tuve que darle la vuelta y seguir leyendo.

"Me llamó para hablar a solas. Pudo escoger a cualquiera de esa sala, pero yo fui su elegida. Me preguntó algunas cosas tontas para aliviar la tensión y al no poder soportarlo más, me lancé sobre él. Lo besé desesperada y él me correspondió. Sus manos recorrieron cada parte de mi cuerpo desnudo y..."

No pude terminar de leer, cerré la libreta y sentí el desayuno subir por mi garganta. Respiré lo mejor que pude y, sintiendo una presión en mi garganta, seguí leyendo otra página.

"Las marcas y rasguños ya son visibles, por lo que debo escoger bien qué vestido usar y evito todo lo posible a mamá. No quiero que sepa que llevo semanas escapándome, no estando tan cerca de la sorpresa especial que Seth tiene para mí. Su actitud distante y un poco violenta sigue igual, pero sé que con mi amor podré cambiarlo".

Pasé la página y esas eran las últimas letras. Ese era el último párrafo que mi hermana había escrito. ¿Acaso ella había escapado para estar con él? ¿Estaba escondida en alguna parte del castillo?

No comprendía nada, por lo que me lancé a llorar con todas mis fuerzas. Lloré por el monstruo con el que me había casado, por el destino incierto de Conrad y sobre todo, lloré por todos los secretos de mi hermana.

—Tú debes ser la esposa de la bestia.

Paré de llorar y busqué aquella voz ronca. Provenía de la celda de enfrente, la persona que estaba acostada se dio la vuelta y no pude ver bien como era. En medio de la oscuridad, un par de ojos amarillos resplandecieron y no tuve ninguna duda.

Recordaba esos ojos, eran los causantes de mis pesadillas cada noche.

***

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