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10♔ • El Gran Baile

Una serpiente negra estaba en el baúl donde guardaba mis cremas para las alergias. Permanecía en un extremo enroscada y cuando mis dedos la tocaron, mi impresión fue tanta que pegué un grito y cerré el baúl de golpe, para después correr hasta la puerta donde una muy asustada Fiorella me esperaba.

—¿Te ha mordido? —preguntó con miedo, sin apartar la vista de mi brazo.

Y sí, estaba hinchado, rojo y con algunas manchas, pero no era una mordida. Eran mis alergias de siempre que, en lugar de mejorar con los ungüentos que me daban en el castillo, parecían empeorar, al igual que mi mal humor.

—No la toqué —dije para tranquilizarla.

—Creí que te había mordido y pedí que llamaran a mi hermano.

Perfecto, era justo lo que faltaba. Una de las señoras de la cocina llegó corriendo totalmente roja y al estar junto a mí, respiró con cierto alivio.

—Mi señora, ya le he avisado a su esposo, no tardará en venir. —La anciana se fue de regreso a su puesto de trabajo con algo de dificultad.

—¿Por qué le has dicho a ella y no a un guardia?

—Mi hermano ha movilizado a todos los guardias y a la servidumbre que sea hombre a otro lugar.

—Es una locura, ¿por qué ha hecho eso?

—Lo hice por tu seguridad —interrumpió una voz que conocía muy bien.

Fiorella hizo una corta reverencia y se fue al notar la presencia de Seth. Le tenía miedo y apenas le dirigía la palabra. No era como en mi familia que las peleas estaban presentes cada día cuando los cinco hermanos aún vivíamos en el castillo.

—Al parecer estás bien. —Me abrazó con demasiada fuerza—. Te recuerdo que en unos días será el baile donde te presentaré formalmente como mi esposa.

—¿Viajaremos mucho?

—Será aquí mismo, en el gran salón.

No dije nada, había aprendido que debía guardarme todo lo que quería decirle. Sin otra opción, tuve que corresponder a su beso de despedida y lo vi marcharse.

Después de que sacaran a la serpiente del castillo, me vestí de mala gana y probé un insípido almuerzo que empeoró mi mal humor. Entonces lo decidí, si quería un poco de felicidad debía volver a pintar. Pero había un pequeño problema: todas mis cosas, incluidas mis pinturas y marcos, habían desaparecido, por lo que me tomé la libertad de vagar por el castillo y buscarlas. Hui de Fiorella y de varias criadas, ya que en verdad necesitaba estar sola y pintar de nuevo para recuperar un poco de cordura.

—Señorita, ¿se encuentra perdida?

Pegué un brinco por el susto y me di la vuelta para ver de quién se trataba. Era un joven de unos diecisiete años, con la cabellera rubia y una armadura que le quedaba grande, hasta el punto de ser gracioso.

—Sí, de hecho, busco algún lugar para...

El joven adoptó una postura tensa y dio varios pasos hacia atrás. Sus ojos me miraban con miedo y, entre su arrebato de pánico, hizo una torpe reverencia.

—Lo siento mi señora, no la reconocí. —Sus ojos se desviaron hasta mi cabello e hizo una mueca—. Soy Allan, un primo lejano de su esposo.

Perfecto, más familia que no tenía ni idea de que existía.

—Bueno, es un gusto conocerlo. ¿Sabe donde puedo encontrar un buen ambiente para pintar?

—Creo que sí, no muy lejos se encuentra una habitación con cuadros, puede que le sirva.

—Lléveme por favor —dije apresurada. Estaba casi segura que en ese lugar estarían mis cosas.

Caminamos en silencio y un poco de desconfianza se alojó en mi pecho. Seth no dejaba a ningún hombre entrar al castillo, ¿Allan era la excepción?

—Aquí es.

Entré corriendo y quité una de las telas que cubrían los cuadros. Una nube de polvo me recibió y tuve que darme la vuelta para toser.

—¿Se encuentra bien? —Allan se acercó con una vela que no era necesaria gracias al gran ventanal que teníamos enfrente.

Asentí a modo de respuesta y puse mi atención en los cuadros. Eran paisajes pintados con colores pálidos y en otros se apreciaban figuras deformes hechas de mala gana.

—Vaya, que extraño —dijo Allan y siguió viendo uno a uno los cuadros.

Yo lo dejé atrás y busqué por todos lados pintura y algún marco hasta que los conseguí. Estaban escondidos en un viejo baúl y aunque la pintura estaba vieja, me conformaba con eso.

—¿Qué haces aquí? —Fiorella entró con algo de miedo y me tomó del brazo para sacarme de la habitación—. Este lugar era de mi madrastra, si mi hermano te ve...

De pronto soltó mi brazo y se quedó muda viendo a Allan. Sus ojos se llenaron de lágrimas y negó varias veces con la cabeza. Él solo sonrió y extendió sus brazos, en señal de que la esperaba para darle un abrazo.
Fiorella corrió hacia él y, debido a su vestido lila lleno de adornos, le fue imposible abrazarlo bien, aun así se lanzó y el joven tuvo que retroceder un poco para no caer.

Me alejé de ellos un poco para darles privacidad, no sin antes ver que Fiorella le daba un beso en la boca. Era la menos indicada para reprocharles la forma en la que se saludaban, así que hice como si no hubiera visto eso último y seguí con mis cosas.

Pintar siempre me ayudaba a sacar todo mi enojo. Con el pincel seguí dando vueltas hasta que dibujé una figura parecida a un dragón en una de las esquinas. Por un momento me perdí entre la pintura y mis dedos se movieron por sí solos hasta dibujar unos ojos amarillos. Ese pequeño lapso de inspiración se terminó con el alboroto que Seth estaba armando afuera. Eso sirvió para que mi mano se deslizara del susto, arruinando por completo la pintura. Al escuchar los pasos que se acercaban peligrosamente a mí, terminé de arruinar mi dibujo, no quería más problemas.

—¿Qué hacen los tres metidos en esta bodega?

El par se quedó mudo y ambos vieron hacia el suelo, se notaba desde lejos el miedo que le tenían a Seth.

—Yo les pedí que me mostraran un lugar para pintar.

Seth tomó el cuadro y después de verlo, suspiró.

—¿Me has desobedecido de nuevo solo para venir a hacer garabatos sin sentido?

—No son garabatos y no te desobedecí, solo quería un lugar para pintar.

—Ustedes dos, fuera —gritó.

Fiorella y Allan salieron corriendo de la habitación y maldije por quedarme de nuevo sola con él.

—Está bien, te daré tu propio sitio para pintar. Pero prométeme una cosa, ya nada de dibujos de dragones ni de bosques, pintarás cosas de provecho.

—¿De qué hablas? —reí incrédula.

—Vi tus anteriores pinturas, desperdicias material y tiempo dibujando esas alimañas.

¿Hasta eso quería manipular en mi vida? ¿Hasta lo que pintaba?

—No te preocupes, ya le perdí el gusto a la pintura.

Lo dejé en medio de esos cuadros aburridos y regresé corriendo a mi habitación con unos terribles mareos.
Busqué entre mis vestidos y al encontrar la cantimplora, me tomé una cantidad considerable del brebaje que Karen me había dado antes de marcharse. Era amargo y quemó mi garganta, pero no podía estar más tranquila. Tenía solucionado ese problema.

En los días siguientes no volví a salir de mi habitación y me dediqué a leer mil veces la carta de la tía Amelie, que no era más que un simple saludo. Seth parecía satisfecho y únicamente convivía con él a la hora de dormir.

Sin embargo, cada mañana al despertar, era una incesante tortura. No saber de Conrad y de mi hermana comenzaba a volverme loca.

—Mi señora, ¿podemos pasar? —dijeron unas voces del otro lado de la puerta. Eran las criadas de siempre.

—Adelante —respondí sin ganas.

Eso bastó para que tuviera a una docena de criadas en mi habitación. Llevaban todo tipo de vestidos finos y perfumes caros, al igual que adornos para mi cabello, collares y anillos. Pero algo llamó mi atención: todos los vestidos eran rojos con acabados color dorado. Bien, ya había confirmado cuál era el color favorito en el castillo.

Me probé los vestidos y para mi sorpresa, ninguno me quedó. Todos tenían una cintura ridículamente pequeña y por más que las pobres criadas tiraban de las cintas, estos no se cerraban.

—Debe ser una broma —dije con una risa nerviosa.

—¿Qué haremos ahora, mi señora? —preguntó una de las criadas y me pasó otro vestido más pequeño—. El señor pidió que usted se pusiera uno de estos vestidos, hacen juego con el traje que él usará.

Algo en mi mente cobró sentido y recordé que mis porciones de comida se habían reducido en estos últimos días.

—¿Seth dio alguna orden con respecto a mi comida?

—Dijo que quería que retomara una buena dieta y que...

La rabia se apoderó de mí y caminé directo al armario. Suficiente tenía con soportar su presencia como para que también me restringiera la comida. Quería que me convirtiera en esas esposas de los nobles, muy delgadas y finas, que obedecían en todo sin dudar. Ya estaba harta de él y pensé en algo que se alejaba por completo del plan de esposa perfecta que venía ideando.

*

*

El baile comenzó antes de que me diera cuenta y fui una de las primeras en estar abajo para recibir a los invitados. Todos me miraban como si hubiera perdido la cabeza y bueno, ya estaba acostumbrada. En el pasado, era algo normal cuando hacía cosas tontas para llevarle la contraria a mi padre.

—Mi señora, debe cambiarse de ropa —dijo una de las criadas más jóvenes, completamente aterrada.

—Olvídalo.

Saludé a más invitados y contra todo lo que esperaba, quedé cara a cara con Tim, quien caminaba de la mano de una mujer. Era una joven de piel canela con una gran sonrisa y ojos color miel. Su vestido azul hacía juego con los acabados de la túnica de Tim y las modestas joyas que portaba. Aunque al principio me sentí ofendida, después me dio igual.

—Geraldine —rio nervioso y me hizo una corta reverencia—, ella es mi esposa, Ruth.

Saludé a ambos con una sonrisa incómoda y aproveché la más mínima oportunidad para escabullirme e ir a hablar con alguien más.

—No puedo creer lo que ven mis ojos —dijo una voz chillona a mis espaldas—¿Tu esposo estará contento de que estés vestida con ropa de hombre?

—¡Qué sorpresa! Me honra respirar el mismo aire que usted, gran Philip.

El chico negó varias veces con la cabeza y se acercó para abrazarme. Su cabello estaba recogido en una trenza muy larga que caía hasta su cintura y ni hablar de la capa fina que traía a sus espaldas, del mismo color que todos sus anillos y cadenas. Su estilo de vestir era tan raro como siempre.

—¡Qué bueno que ya te levantaron el castigo! —exclamó como si él no hubiera sido el causante.

—Créeme, me pusieron otro peor.

—Yo diría que no. Tu esposo era el hombre más deseado por su belleza y fortuna —suspiró—, además es el mejor con la espada, hay un rumor que dice que...

—No me importa —dije perdiendo la paciencia—, me voy si tú también vas a empezar a alabarlo.

—Bien, ya me callo —Philip me ofreció su mano para ir a bailar y la acepté sin dudar—. No te lo pediría si no me obligaran a bailar con mujeres.

—Lo sé. Es un gran honor para mí, su majestad.

Entre risas, ambos nos dirigimos a la pista de baile y gracias a mis pantalones, me era mucho más fácil seguirle el ritmo.
Los anillos en sus manos me molestaban, pero podía soportarlo. Lo que no toleraba eran las miradas de horror de los invitados. Era costumbre que el baile lo iniciara la pareja festejada y bueno, yo estaba bailando con Philip de una manera poco ordinaria.

Más parejas se nos unieron en la pista y la música junto con los murmullos llenaron el salón. Una chica se puso delante de la orquesta y comenzó a cantar con tal sentimiento que provocó que muchas más personas se unieran a la rueda.
El baile se llenó de risas y de diversión y por un momento olvidé donde estaba y todo lo que me preocupaba. Solo éramos Philip y yo bailando como los niños alborotadores de siempre. Y claro, sabía que eso no iba a durar mucho.

La música paró de golpe y alguien apartó a Philip con tanta brusquedad que me hizo tambalear. Choqué con un par de invitados y la rueda se deshizo enseguida.

Seth tenía agarrado a Philip de la camisa, con el puño alzado, listo para darle un golpe. Sin embargo, al ver de quien se trataba, el rostro de mi querido esposo cambió. Ya no tenía esa mirada intimidante ni su actitud de pelea. Soltó a Philip en el momento y le hizo una reverencia.

—Príncipe Philip, lamento esto —se limitó a decir.

Reí por dentro. No sabía cómo iba a tomar Philip esto, podía llegar a ser un poco exagerado cuando tocaban su ropa. Mi diversión duró poco, ya que frente a las miradas sorprendidas de todos, Seth me tomó del brazo y me sacó del gran salón.

—Suéltame —le dije, pero me ignoró y aflojó su agarre hasta que la puerta de la habitación se cerró a nuestras espaldas.

Por la vena que saltaba en su frente y la fuerza con la que me había soltado, por un momento me sentí vulnerable y vi con miedo su mano hecha puño.

—¿Cuál es tu problema? Creí que estábamos bien —dijo un poco más calmado.

—¿Estar bien? Limitas mi comida, no me dejas salir y hasta quieres controlar cómo me visto.

Me callé de inmediato. Por un momento había olvidado el plan y actué con mis malas decisiones de siempre. Ya, fallo mío.

Aun enojado, se sentó en la cama y me hizo señas para que lo hiciera también.

—¿Por qué no me lo dijiste desde el principio? Tengo entendido que de esa forma desafiabas a tu padre, era tu manera de reclamar atención.

Apreté con fuerza el borde de mi vestido. ¿Por qué decía eso? Él no conocía mi vida, no me conocía en absoluto.

—Quiero que exista confianza entre nosotros —siguió—, si algo no te gusta dímelo, así evitaremos estos pequeños malentendidos.

Asentí derrotada, sin decir un par de palabras que ansiaba gritarle.
En silencio, me obligó a ponerme de pie y después pegó su cabeza a mi pecho y me abrazó. Así nos estuvimos por un largo rato.

—Sé que el príncipe Philip es tu primo y lo lamento, no debí comportarme así al verlo cerca de ti.

—¿No tomará represalias? —pregunté algo divertida.

—No —rio—, creo que ha comprendido que todo fue un malentendido.

Quise reír también, pero me preocupó mucho lo violento que podía llegar a ser cuando estaba enojado. Había levantado a Philip como si fuera un simple saco de papas.

—Háblame de tu familia. Tengo entendido que tenías cuatro hermanos ¿cómo era tu relación con ellos? Quiero saber todo de ti.

No comprendí a qué iban esas preguntas. No venían al caso y no quería responderlas. ¿Esa era su forma de pasar más tiempo juntos y de conocernos?

—Me llevaba bien con ellos —mentí y traté de separarme de él.

—El primer paso es tenernos confianza, ya te lo dije.

Estaba molesto, pero no podía obligarme a contar cosas personales. El tema de mis hermanos era delicado y no hablaba de ellos con nadie. Ni con la tía Amelie, ni con Conrad más de lo debido.

Un gran suspiro salió de su boca y me soltó. Agradecí el gesto y cuando iba a salir corriendo, me tomó de la mano y siguió hablando:

—Promete que lo intentarás.

—Lo prometo —mentí.

Se quitó la ropa y una vez en la cama, me acomodó de tal forma que mi cabeza quedó sobre su brazo. El silencio fue reconfortante y pude cerrar mis ojos en una paz absoluta, cosa que no duró mucho tiempo.

Había dejado lejos las cremas que usaba para calmar mi picazón y justo en este momento las necesitaba. Hice el intento de levantarme, pero Seth me envolvió en sus brazos y muy callado, en una voz somnolienta dijo:

—No te vayas de mi lado.

Esas palabras podían tener muchos significados, pero decidí atribuirlas al sueño y ya no me levanté. La celebración de afuera en nuestro honor seguía y no le di importancia. Me quedé dormida junto a él hasta que las pesadillas de siempre molestaron mis sueños.

***

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