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07♔ • Boda

Mis ojos estaban hinchados y la garganta me picaba, quería largarme a llorar y olvidarme de todo eso. Ya era tarde, tenía puesto el vestido ceremonial y viajaba en un carruaje para contraer matrimonio con un hombre al que no conocía.

El ramo de flores ya daba pena, mis manos temblorosas se habían encargado de casi destruirlo. Y en cuanto al vestido, la tela era tan áspera que rozaba sin parar mis alergias y estaba hecho sin duda para alguien más delgada que yo.

Había intentado todo tipo de cosas para hacerle tiempo a Conrad, desde fingir que estaba indispuesta, culpar a mis alergias e incluso escapé por la ventana de mi habitación, lo que terminó en una ridícula persecución por el jardín, donde sentí que era libre hasta que los guardias me detuvieron.

Eso ya no importaba, mi nuevo plan era fingir un desmayo cuando estuviera sobre el altar o salir corriendo y empujar a los invitados para escapar. Sonaba bien, quitando el hecho de las docenas de guardias que estaban en la puerta y en los alrededores de la iglesia.

Lo que no esperaba era encontrar a Conrad en una esquina de la iglesia. Su apariencia me alarmó, pero no pude acercarme. De lejos noté que su ropa estaba sucia y le hacía falta un zapato. El cabello negro se pegaba a su frente por el sudor y sus ojos buscaban como locos a alguien entre la multitud hasta que me encontró.

Por un momento me llené de esperanza y de felicidad, pero todo cambió cuando me cercioré de que estaba solo. Para terminar de matar todo rastro de esperanza, movió la cabeza negando y en su rostro pude ver impotencia y frustración. No había encontrado la posada y mucho menos a mi hermana.

No pude dar ni un paso más y dos guardias me tomaron de los brazos, obligándome a entrar a la iglesia. En todo el camino mantuve la mirada baja y me centré en mis zapatos blancos. Me había costado casi toda una vida hacerme la idea de que iba a ser la esposa de Tim y que este horroroso momento no iba a pasar, sino dentro de mucho, mucho tiempo.

Al llegar al altar, mi mente revivió aquellas historias de dragones que Cassian me contaba, me concentré en esos recuerdos y no le puse atención a nada más. La voz del sacerdote solo era un sonido lejano, un recordatorio de todo lo que estaba pasando, un recordatorio de que no pude huir de mi destino.

Estaba resignada y lo único que podía hacer era rascarme la parte expuesta de mi muñeca, que estaba repleta de ronchas. Apenas sentí cuando los labios de Seth se posaron en los míos y me quedé quieta como una muñeca. Al salir del lugar, los gritos y los aplausos me ensordecieron y dejé que Seth me tomara de la cintura con posesividad para subirme a uno de los carruajes.

Me resultaba normal que mis padres no estuvieran en la ceremonia, en especial por lo apresurado que fue todo y porque, de seguro, estarían muy contentos con sus cosas nuevas como para venir a verme. Aun así, me mantuve con la cabeza pegada a la ventana del carruaje para no mirar a Seth.

—¿Se puede saber por qué te resulta tan desagradable ser mi esposa?

Levanté la vista y lo vi directo a los ojos. Por primera vez me fijé que llevaba puesta su armadura, que lo hacía ver mucho más musculoso y alto. Su cabello iba atado en una coleta y se había recortado un poco la barba.

—Ni siquiera te conozco —dije sin pensarlo—. No es nada personal, estaría así aunque me hubieran casado con el mismísimo príncipe.

Levantó una ceja y acercó su mano a mi cara. Con su pulgar tocó fugazmente mis labios y después comenzó a acariciarme lentamente.

—Haré que eso cambie.

Un repentino calor subió por mis mejillas y bajé lo más rápido que pude del carruaje. No me di cuenta de que ya teníamos buen rato de haber llegado.
Seth no tardó en alcanzarme y saludó feliz a los invitados. No conocía a nadie, por lo que solo devolví un par de sonrisas incómodas. Lo que más llamó mi atención fueron las caras que sus compañeros le daban. No era tonta, sabía bien que venía después del festejo y eso solo hizo que me tensara más.

—Felicidades —dijo una chica y me abrazó—, eres Geraldine, ¿verdad?

Su vestido floreado se notaba de lejos que era bastante incómodo y su cara pálida y en extremo delgada me hizo pensar que quizá no estaba comiendo bien. Compartía ciertos rasgos con Seth, como el cabello rubio y la nariz perfectamente esculpida, pero sin duda no tenía esa misma mirada de dueña del mundo. Es más, irradiaba paz y confianza.

—Sí... —dije y no pude evitar que mi voz sonara tensa.

—Soy Fiorella, la hermana menor de Seth y me alegra que ahora seas parte de la familia.

Me dio otro abrazo que no correspondí y pensé que en realidad esta chica era la única que conocía de su familia. Fiorella me arrastró hasta la mesa donde mi querido esposo ya se había sentado. Yo no podía ni mirarlo y apenas comí unas cuantas verduras del plato.

—¡Por los esposos! —gritó un hombre que no conocía y alzó su copa.

Todos lo imitaron y el alboroto estalló en menos de nada. La mayoría de invitados eran sus compañeros de batalla y alguno que otro noble que se mantenía al margen.

—Sé que estás nerviosa —susurró Fiorella—, trata de relajarte y obedece en todo a mi hermano. Te irá bien, ya lo verás.

No pude responder cuando Seth me tomó del brazo y me arrastró hasta la pista de baile. La melodía era lenta y perfecta para que la bailara una pareja enamorada. Desde hoy pasaría a aborrecerla. Tener su cara tan cerca me causó un hormigueo en la espalda, seguida de más picazón en mis brazos. Llegué a pensar que él era el causante de mis alergias.

La celebración siguió con una danza que ya era tradición alrededor de una fogata. Todos bailaban en pareja, como si acabara de ocurrir algo muy importante. Las risas de alegría solo me ponían más nerviosa y necesitaba evitar lo que iba a pasar al finalizar ese baile. Mis plegarias no fueron escuchadas y en medio de los invitados, Seth me arrastró hasta llegar a la que debía ser nuestra habitación. El pasillo estaba desierto y no podía ver nada que no fueran siluetas de las estatuas y escuchar las lejanas risas de las personas que seguían bailando.

Cerró la puerta a nuestras espaldas y nos arrastró hasta la cama. Se quitó la armadura y yo me quedé en una esquina, maldiciendo en voz baja. Recordé las charlas extrañas que teníamos con mi madre. Lesya escuchaba siempre con atención y yo solo buscaba una excusa para escapar.

—Saldré un rato. No me esperes, regresaré ya tarde.

Cuando se fue sentí un enorme alivio y me acomodé mejor en la cama. Algo por fin me había salido bien y creí tener controlado ese asunto. No dormiría con él, no si podía evitarlo.

A la mañana siguiente, desperté cuando los primeros rayos del sol entraron por la ventana y agradecí que Seth no estuviera a mi lado.
Me quité lo más rápido que pude el vestido blanco y tomé uno de los rojos y apretados que estaban en el armario. Mi cabello era un desastre como todas las mañanas, así que hice lo que pude para que se viera presentable. Desde pequeña lo había detestado y recordaba todas las burlas de mis hermanos y de mis propios padres, sin contar la cara de desagrado que ponía Tim cuando me visitaba y las mismas miradas de rareza que me lanzaba Seth.

Ya no importaba. Salí disparada al corredor y me llevé un gran susto cuando Fiorella se levantó de una silla y dejó sobre esta un libro que estaba leyendo.

—¿Cómo te sientes? Quería venir a verte, pero Seth pidió que te dejáramos dormir hasta tarde.

Ella me volvió a abrazar y esta vez sí le correspondí, tal vez eso era lo que necesitaba.

—Estoy bien, ¿y tú qué tal?

Se quedó un rato en silencio, como esperando que yo le dijera algo. Su ropa era muy peculiar: un vestido verde muy elegante como para llevar en la mañana, además de sus joyas y su cabello rubio y largo peinado a la perfección a diferencia del mío.

—Si te duele mucho podemos ir con el médico —Su mirada descendió hasta mi vientre.

—Oh —dije un tanto incómoda—, no hemos hecho nada.

Seguí caminando para poner fin a esa extraña conversación y noté que Fiorella me seguía con una mirada de duda, como tratando de entender algo. No dijo nada más al respecto y comenzó a charlar animadamente sobre las reuniones que hacían las mujeres de la familia cada mañana para contar chismes y estar enteradas de todo.

—Te va a gustar —dijo entre risas—, la abuela es muy divertida.

No tuve más opción que seguirla y no mentía. En un extremo del castillo que jamás había visitado, un hermoso jardín estaba escondido entre una pared de enredaderas. Ya en la cueva secreta, una mesa con varias sillas adornaban el lugar y tres señoras muy elegantes paseaban tomadas del brazo. Fiorella me presentó con ellas y al instante pude sentir sus miradas recorrerme de pies a cabeza. Después se limitaron a ignorarnos y siguieron intercambiando chismes.

Nosotras dos nos sentamos a desayunar en la mesa y la tranquilidad se esfumó cuando las mujeres llegaron para hacernos compañía.

—Es muy apuesto, ¿verdad Geraldine?

—¿Perdón? —Dejé a un lado el insípido desayuno que tenía enfrente.

—Que es muy apuesto mi Seth —repitió con orgullo la mujer—, tienes suerte de ser su esposa.

—Sí, claro —respondí tajante y vi con súplica a Fiorella para irnos ya.

—Hablando de esposos —intervino otra de las señoras. Esta en particular, tenía un vestido despampanante que apenas cabía en la silla—, el mío estaba haciendo guardia cerca de La Bailarina y vio a Seth salir del lugar.

Los cuatro pares de ojos se fijaron en mí y yo no pude quedar más confundida.

—¿Y qué tiene eso de malo? —pregunté sin comprender, aunque en realidad quise decir "y eso que tiene que ver conmigo".

Fiorella me dio un pequeño golpe con el codo y corrió a enmendar lo que yo había dicho.

—Geraldine es nueva aquí y creo que no sabe que es ese lugar.

—Es un burdel —dijo la más anciana—, y Seth lo visitó la misma noche en la que ambos se casaron. ¿Sabes lo que significa, verdad? —preguntó con molestia y me vio como si quisiera ahorcarme.

No respondí, solo pensé en que no llevábamos ni un día de casados y ya me había engañado. Eso solo me hacía aferrarme más a mi idea de escapar y jamás volver a verlo.

—Significa que no cumpliste con tu deber como esposa y como mujer —escupió la anciana con rabia—, por eso tu marido debe buscar satisfacción con otras mujeres, cuando es tu deber dárselo.

Apreté los puños contra mi vestido y la cólera subió por mis mejillas. ¿Quién se creía ella para darme órdenes y meterse en mi vida?

—No pueden obligarme a nada —dije y antes de que las tres mujeres me contestaran, Fiorella me tomó de la mano y se despidió de ellas.

Yo no las volteé a ver siquiera y dejé que la chica me arrastrara de nuevo dentro del castillo. Aunque algo estaba diferente. De seguro la vieja chismosa había estado contando que mi adorado esposo visitó el burdel por la noche, no podía pensar en otra explicación para las miradas descaradas, de lástima y susurros que decían los guardias y hasta la servidumbre del castillo.

—No los escuches —intentó tranquilizarme Fiorella—, ya sabes como es mi hermano.

—Sé que los nobles pueden tener cuantas amantes quieran, aunque la ley lo prohíba —le dije, recordando a mi padre y sus múltiples aventuras—, ¿pero cuál es la necesidad de que todo el mundo lo mire? Además, ¿no deberían condenarlo si ya todos saben que fue infiel?

—Es un hombre y aparte será el nuevo duque. No van a hacerle nada —suspiró—, solo te queda obedecerlo y... ya sabes a qué me refiero. Son esposos, es normal que tengan intimidad.

—Pero...

En ese instante, vi una cabellera negra asomarse detrás de una pared. Reconocí sus ojos marrones y quise correr hacia él. Entendí enseguida las señas que me hizo.

—Tienes razón Fiorella, gracias por tus consejos. Si me permites, me retiraré a mi alcoba, tengo un dolor de cabeza infernal.

La chica se quedó a medio pasillo un tanto extrañada, pero no me importó. Cuando me aseguré de que ya no me seguía, prácticamente corrí a mi alcoba y cerré la puerta de un golpe.

—Me tenías preocupada —dije a la sombra que estaba parada cerca de la ventana.

—Encontré una pista de Lesya —Conrad me enseñó un collar dorado con una piedra morada en el centro.

Llevé mis manos a mi boca para ahogar un grito. Era el collar de mi hermana y estaba manchado de sangre seca.

—¿Qué fue lo que le pasó?

—Según lo poco que averigüé, Lesya escapó y fue capturada por mercenarios que se dedican a la trata de mujeres. Lo más probable es que esté en una casa que comercializa esclavos a las afueras del pueblo.

Los ojos nobles y la sonrisa inocente de mi hermana llegaron a mi mente y me sentí miserable. Yo solo la quería para ocupar mi puesto y en estos momentos no podía ni imaginar por la clase de sufrimiento que estaba pasando.

—¿Puedes salvarla?

Conrad asintió.

—El lugar está a un día de camino y...

—Voy contigo —interrumpí—, quiero ser de ayuda y además no soporto estar ni un segundo más en este castillo.

Pareció pensarlo, pero casi enseguida negó.

—El camino es duro, no lo soportarías. Además, si una mujer me acompaña, solo atraerá más problemas —Puso sus manos sobre mis hombros y me vio a los ojos—. Pero te prometo que te sacaré de aquí. En tres días Seth y los demás se irán por el llamado del rey y esa será nuestra oportunidad para escapar.

—Además, concuerda con el tiempo que te llevarás en rescatar a Lesya —dije con un poco de esperanza—, podremos irnos los tres.

Lo abracé y sentí que por primera vez algo nos iba a salir bien.

—Partiré ahora —dijo y despeinó un poco mi cabello—, espérame Din. Solo tres días.

—Solo tres días —repetí y lo vi alejarse.

***

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