06♔ • Visitas Nocturnas
—¡¡¡Regresa!!! —gritó Conrad y lo ignoré por completo.
Seguí corriendo lo más rápido que pude por un viejo sendero del bosque. El tonto vestido que llevaba me dificultaba moverme, por lo que mis manos estaban ocupadas en sostener toda la tela inservible. No me casaría ni con Seth ni con nadie. Prefería perderme en el bosque antes que seguir con el acuerdo de mi padre.
Mis pies dolían por el esfuerzo y solo me detuve a descansar bajo la sombra de un árbol cuando ya no escuché los gritos de Conrad. Ya en paz y sin la rabia del momento, pensé por un momento en lo que había hecho. Me imaginaba la enorme reprimenda que recibiría si me encontraban. Pero eso no iba a suceder, planeaba colarme en un barco y regresar con la tía Amelie. Sí, ella me recibiría con gusto.
Me quedé un rato más pensando en cómo haría para conseguir dinero, llegar al barco y sobre todo, cómo saldría del bosque. Bien, un plan perfecto no era.
De pronto, un ruido proveniente de uno de los arbustos a mi derecha me alarmó. Las aves dejaron de cantar y el aire ya no movió las hojas de los árboles. En todo el bosque reinaba un silencio absoluto.
El ruido en el arbusto que empezó como un simple golpe se convirtió en un gruñido intimidante. Antes de que pudiera reaccionar, una bola negra salió rodando de entre las hojas y topó con mi zapato. Lancé un pequeño grito al desconocer de qué animal se trataba y estuve a punto de patearlo.
De la bola negra salieron un par de alas, una cola larga y puntiaguda y dos cuernos con anillas grises. El animal se paró en sus cuatro patas y lanzó un leve gruñido, tratando de sonar amenazante. Quedé muda al contemplarlo ya en su verdadera forma. Era un dragón. Un dragón pequeño.
Lo observé maravillada y traté de grabar en mi memoria cada una de sus características. Desde esos ojos rojos, hasta su cuello largo y escamoso. Me hubiera gustado decirle a Cassian que sí eran reales, pero de un tamaño mucho más pequeño del que creíamos. Hubiera dado cualquier cosa para que él lo viera. Era su sueño y me contagió su fascinación por esas criaturas al contarme numerosas historias cuando éramos unos niños.
El pequeño dragón olfateó algo en el aire y se acercó a mí con confianza. Era un poco más grande que un gato, por lo que le fue fácil subir por mi pierna hasta llegar a mi brazo expuesto. No me moví, no quería espantarlo y ya de cerca, pude ver que algo resplandecía en su estómago.
El pequeñín se detuvo al ver mis alergias. Pensé que era algo tierno, tal vez quería ayudarme, tal vez...
Abrió su boca y se lanzó para darme un gran mordisco. Afortunadamente, alejé mi brazo, pero no lo suficiente. Sus pequeños colmillos rozaron mi piel e hicieron dos largas cortadas muy cerca de mi muñeca. Le di un manotazo, lanzándolo un poco lejos y con el borde de mi vestido limpié la sangre que escurría.
Perfecto, no era un angelito.
Lo vi resentida y él pareció saborear los restos de sangre que quedaron en sus colmillos. Después me lanzó un gruñido y se fue volando de regreso al arbusto.
Suspiré aliviada y traté de asimilar todo. Había sido muy extraño, pero decidí no darle importancia y mejor conservar en la mente la figura de ese extraño ser para pintarlo en la tranquilidad de la casa de la tía Amelie.
Decidí seguir con mi escape hasta que el ruido del arbusto me alertó otra vez y esa bola negra volvió a aparecer.
—¿De nuevo tú? —dije con burla.
Mi risa se esfumó cuando apareció otro dragón y otro más. En un abrir y cerrar de ojos ya estaba rodeada de esas criaturas que no paraban de gruñirme.
Reí con algo de miedo y apunté hacia ellos con una rama que encontré entre la maleza. Mala idea. Lo tomaron sin duda como una declaración de guerra y, como si todos estuvieran coordinados, se lanzaron sobre mí.
Por instinto, solo tapé mi cara con mis brazos y me hice bolita en el suelo. Antes de que el primer dragón cerrara sus colmillos en mi brazo, el sonido de un cuerno los detuvo. Cayeron inmóviles sobre la hierba y tuve que quitarme a uno que estaba por mi cuello. Sus alas rígidas se habían enredado en la maraña de mi cabello y con un gritito me lo quité de encima.
—Geraldine, no los toques.
Esa voz. Perfecto, al parecer, no había logrado escapar mucho. Ignoré a Seth y con un poco de desesperación, me alejé de todos los dragones inmóviles.
—No soportaba tenerlo en la cabeza —dije cortante.
—¿Te hicieron daño?
Intenté no verlo con toda mi fuerza de voluntad y pegué un brinco cuando sus manos rozaron mis mejillas.
Para mi buena suerte, los diablitos comenzaron a despertar y eso obligó a Seth a alejarse un poco. Era mi oportunidad para escapar, así que no perdí el tiempo, me di la vuelta y...
Pasó su brazo por mi cintura y mis pies dejaron de tocar el suelo. El aire se coló por mi vestido antes de asimilar que me estaba cargando. Me estaba cargando sobre su hombro como un maldito saco de papas.
—¡Puedo caminar sola! ¡Santo cielo, esto es denigrante! —grité una y mil veces mientras le daba varios golpes en la espalda.
Su estúpida risa solo hizo que me enojara aún más. En serio iba a darle un buen golpe. Después de que mi garganta doliera de tanto gritar, todo pareció que estaba dando vueltas. Seth desapareció y en su lugar me cargaba uno de esos diminutos dragones. Lucía adorable, es especial su cola regordeta que se meneaba con cada paso que dábamos. La risa salió de mi boca sin poder contenerla y quise alcanzar la cola del dragón para apretarla con la mano.
—Me agrada mucho más este dragón que ese estúpido rubio. —No pude decir más, sentía la lengua dormida y mis párpados se caían en contra de mi voluntad—. Buenas noches, dragón regordete.
Y me dejé vencer por el sueño.
***
Todo era oscuridad. No reconocía el lugar en donde estaba, solo esa sensación de peligro que me pedía a gritos que saliera corriendo.
Un par de ojos siniestros aparecieron frente a mí. Era la persona que le había arrebatado la vida a Sorian Haltow. Sus enormes ojos amarillos me erizaron la piel y si en ese entonces no tenía con que compararlos, después del ataque en el bosque ya tenía claro a que se parecían. Eran idénticos a los ojos rojos de los dragones pequeños. El mismo patrón negro se dibujaba en su pupila, la misma pizca de muerte que tanto me había asustado.
La persona se acercó más a mí y no me alejé, quería ver lo que hacía, apreciar un poco más ese color tan particular.
—No puede pasar joven, la señorita aún no despierta.
—Soy su guardia, necesito ver si está bien.
Esas voces interrumpieron la visión y el hombre de los ojos amarillos desapareció en una densa neblina. Solo entonces pude respirar con normalidad y comprendí que se trataba de un sueño. Ya consciente, todo daba vueltas en la habitación y el sabor amargo en mi boca no ayudaba. Como pude, tosí un par de veces y me quité de la cara el cabello que estorbaba.
—Despertó —Conrad le dio un leve empujón a las mujeres que no querían dejarlo pasar y se apresuró a llegar hasta mí.
—Joven no puede estar aquí, si el señor Seth se entera...
—Será solo un momento.
Las mujeres salieron del cuarto un poco inconformes tras la insistencia de mi guardia. Yo quise sentarme en la cama y preguntar qué estaba pasando, pero Conrad me lo impidió.
—Me alegro de que estés bien. Seré breve porque Seth no tardará en regresar y no quiero que me escuche.
¿De qué estaba hablando? Lo último que recordaba era mi pequeña pelea con los dragones y después...
—No recuerdo casi nada de mi escapada al bosque.
—Solo sé que un poco de veneno de unos dragoncillos tocó tu piel. Pero estás bien, eso es lo que importa —suspiró—. Vine para mostrarte esto.
Puso en mis manos un cofre de madera con acabados de metal que enseguida reconocí como una de las pertenencias más preciadas de Lesya.
—¿Por qué tienes este cofre?
—Tu padre me lo dio antes de salir de su castillo junto con esta carta. Iba a dártelo antes, pero nada salió bien.
Hice un gran esfuerzo para abrir el cofre. Por más que lo golpeé no obtuve resultado y me di por vencida. Lo dejé a un lado y le presté atención a la carta para leer el mensaje de mi padre. Esperaba otra orden, un regaño y muy en el fondo, alguna disculpa por entregarme a esos hombres. Con esos pensamientos, leí con desesperación el contenido sin saber qué pensar.
Estaba en blanco. La maldita carta estaba en blanco a excepción de un par de palabras en el borde inferior derecho.
"Posada Sol y Luna"
—No entiendo nada —dije y le pasé la carta a Conrad para que la leyera.
¿Qué pretendía mi padre al mandarme un cofre inservible junto a una carta con el nombre de ese lugar? Entonces todas las piezas se juntaron en mi cabeza.
—Din, me tomé la libertad de ver donde quedaba esa posada y...
—En ese lugar está Lesya.
Me recosté de nuevo llena de felicidad y con todos mis problemas resueltos. Quería pensar que mi felicidad se debía a la posibilidad de encontrar con vida a mi hermana, verla sana y feliz. Pero no, para que mentir. Quería encontrarla para que ella cumpliera con la promesa de mi padre y se casara con Seth. Si eso pasaba, sumado a que Tim ya estaba casado, me dejaba el camino libre, sin prometido y podía volver a mi vida tranquila de siempre. Todo saldría perfecto.
—No pude dar con la posada y nadie de los alrededores la conoce. Lo siento, si tuviéramos alguna pista más tal vez...
Lo vi incrédula y usé una de las horrorosas almohadas rojas para ahogar un grito. Una vez mi garganta ardió, me puse de pie hecha una furia, dispuesta a decirle que fuera una vez más a preguntar por la maldita posada. Si era necesario, movería cielo y tierra para encontrarla.
Mi arrebato de ira pareció no importarle, ya estaba más que acostumbrado a tolerar mis berrinches.
—Te regala muchas cosas —dijo y abrió por completo el armario que estaba lleno de vestidos rojos—, bastantes, he de decir.
Solo entonces caí en cuenta de la cantidad de vestidos y joyas que tenía mi ¿habitación? Al parecer eso era lo primero que Seth quería que viera al despertar.
—Solo lo hace para quedar bien. Cuando escape, voy a llevarme tantas como pueda y las venderé.
—Se te da bien hacer planes.
—Lo único que se me da bien son mis pinturas y desde que dejé la casa de la tía Amelia no he logrado pintar nada.
—Pinta a tu futuro esposo —dijo con burla.
—Eres un...
Varios golpes en la puerta nos alarmaron y le hice señas a Conrad para que se escondiera. El tonto comenzó a dar vueltas hasta que lo tomé del brazo y lo arrastré al enorme armario donde estaban los vestidos.
Compuse mi camisón lo mejor que pude y tomé una manta por si algo se traslucía por el resplandor de las velas.
Tal vez se trataba de las criadas de antes. Sí, ellas debían ser. Me convencí de eso, aunque sabía bien de quién se trataba. Abrí la puerta con algo de miedo y para mi mala suerte me topé con una cabellera rubia y una sonrisa que no supe como interpretar.
—Lamento si te desperté, solo quería ver si estabas bien —Sus ojos inspeccionaron con horror mi cabeza y dudó en seguir hablando.
Digamos que mi cabello parecía una enorme pelusa negra o un nido de pájaro como solían llamarlo mis hermanos. Era normal que después de estar tanto tiempo dormida estuviera más enredado que de costumbre.
—¿Puedo pasar? —preguntó Seth y se aclaró la garganta.
—De hecho, aún tengo un poco de sueño.
—Será solo un momento —Me empujó y entró a mi habitación para sentarse directo en la cama.
Lo observé un tanto incómoda por las confianzas que se había tomado. Pero de cierta forma me tranquilicé al saber que Conrad estaba a solo una delgada puerta de nosotros.
Bien, eso no debía tranquilizarme.
—Veo que el veneno solo te ha dado un par de alucinaciones.
—Sí... creo que sí —respondí y me quedé como una estatua, pegada a la puerta. No sabía ni quería averiguar de qué alucinaciones hablaba.
—Geraldine, sé que ya te dijeron que seremos esposos. —Una pequeña sonrisa adornó sus labios—. No quiero que temas que estemos solos.
Lesya tenía razón, era muy apuesto y todo lo demás, pero eso no quitaba que fuera un completo desconocido. Debía mantener la calma. A pesar de todo, no aparté la vista y le lancé una mirada desafiante. Había colmado mi paciencia y de un empujón me separé de él.
—No temo que estemos solos, lo que pasa es que ya es muy tarde y necesito dormir. Mañana quiero estar bien despierta para recorrer el castillo.
—Eres mala mintiendo —dijo con burla—, quizá tengas razón y ya sea hora de dormir.
Respiré un tanto aliviada, pero de pronto esos ojos me vieron con aquella intensidad que me hizo ponerme alerta. Una tonta idea pasó por mi mente y quise darme un golpe.
—Descansa —dijo y antes de irse dejó algo sobre la mesa—, úsalo en la ceremonia de mañana.
Sin más, salió y respiré en paz, no sin antes correr a poner una silla para evitar otra visita incómoda. En su cabeza pensó que me había puesto nerviosa y para ser sincera sí. Aunque me hubiera puesto así con cualquier hombre, entrando de noche a mi habitación con la camisa a medio abotonar. Con todos, excepto con Conrad, quien salió con un poco de miedo de su escondite.
—¿Ya se fue?
Los comparé en contra de mi voluntad. Seth era casi dos cabezas más alto que mi guardia, mucho más corpulento y por lo que había visto, mejor con la espada. Ya comprendía por qué Conrad le tenía miedo.
—Creo que me iré ahora. Encontraré el lugar, te lo prometo —Me abrazó por un instante y después se alejó sin decir nada, era una actitud muy rara en él.
Salió por la ventana y muy sigiloso, alcanzó una rama del árbol del jardín con un salto que ni en sueños lo hubiera logrado yo. Se fue sin ser detectado por los guardias que de seguro estaba vigilando y respiré ya aliviada. Era la única esperanza que tenía ahora para frenar la boda.
Sin más me acosté, rezando para que Conrad encontrara a mi hermana y aunque al principio me costó conciliar el sueño, no tardé en volver a ver aquellos ojos amarillos.
A la mañana siguiente, me levanté totalmente ajena a lo que había pasado la noche anterior y cuando las criadas entraron, fue como un golpe directo en el pecho.
—Señorita, debemos empezar a vestirla ahora.
Me quedé muda al ver que otra criada entró con un vestido tradicional. Era un vestido de boda, adornado con pequeñas flores rojas que hacían juego con un ramo exagerado que también debía llevar.
—Debe ser un error —dije y quise gritar—, la boda no puede ser tan pronto.
—El señor Seth la ha adelantado, quiere que se realice hoy mismo.
Negué varias veces con la cabeza y el lugar pareció hacerse cada vez más pequeño. Jamás creí que fuera tan pronto, esperaba que fuera en algunos meses cuando ya estuviera familiarizada con el lugar. No conocía a su familia, el castillo, no conocía nada de él.
Debía idear algo y escapar, aunque muy en el fondo sabía que eso no sería posible.
***
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