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05♔ • Niñita Tonta

El joven escupió una mezcla de sangre y saliva. Se había ganado un golpe por intervenir en los asuntos de su padre.

Caminó directo al lago y cuando estuvo cerca de un arbusto, lo aplastó con el pie tantas veces como pudo, liberando así la rabia que tenía contenida.

Odiaba a su padre, pero odiaba más a Celia, su madrastra y la mujer que hacía de su vida un auténtico infierno. Él sabía las intenciones de esa mujer: quería que él muriera para que así sus hijos gozaran de la fortuna sin ningún impedimento. Se repetía una y mil veces que era un débil por no hacerle frente a su madrastra, por no reclamar su derecho como heredero y destruir de una vez por todas a esa gente.

Siguió con esos pensamientos, destrozando todo a su paso como siempre, hasta que una vocecilla lo hizo parar.

—¡No sigas!, ¡esa es la casa de Sugus!

Muy alto, subida en la copa de un árbol, se encontraba una niña que no pasaba de los diez años. Su cabello negro y alborotado le pareció horroroso y solo para molestarla más terminó de pisar la dichosa casa.

La niña pegó un grito y bajó lo más rápido que pudo del árbol. Ya en la tierra, se agachó para comprobar el daño.

—Tienes suerte de que Sugus no estuviera en su casa o te daría una paliza.

Él se quedó perplejo al escuchar esas palabras salir de una niña pequeña. La examinó bien y comprobó, por sus ropas finas, que debía ser la hija de algún noble que se regocijaba en el castillo. Todos eran iguales.

—¿No deberías estar con tus padres?

—Papá me pegó por lanzarle jugo encima a otro niño y mamá dijo que me castigaría. Me escapé y, para no morir de aburrimiento, construí con ramitas una casa para un escarabajo, hasta que cierto gigante vino a destruirla.

Él aguantó una risa y vio el golpe en el brazo derecho de la niña. De cierta forma sintió lástima.

—Te ayudo a arreglar tu casa —dijo el chico, fingiendo desinterés.

—¿De verdad? —preguntó la niña llena de ilusión y fue por más ramas—. Nadie juega conmigo. Cassian siempre está ocupado y Lesya dice que odia ensuciarse con la tierra.

Él recibió las ramitas e imitó la forma de la niña al unirlas. Así estuvo un largo rato, hablando de cosas sin sentido y riendo por las ocurrencias que decía su nueva amiga. Todo eso lo llevó a olvidar el dolor en su mejilla y el motivo por el cual había recibido ese golpe.

—Iré al lago para traer unas piedras —dijo ella y se levantó.

El chico entonces contempló por primera vez el lugar donde estaba. El jardín repleto de flores de colores vivos y con arbustos en forma de los reyes eran de esperarse, así como la pequeña colina que daba la sensación de estar dentro de una historia antigua. Pero había algo especial en ese lago cristalino, algo que lo tranquilizaba o podía deberse también a su peculiar compañía.

No pensó más en eso y puso toda su atención en la suave brisa que caía en su rostro. No recordaba otro día más perfecto.

La paz duró solo unos momentos más hasta que escuchó unos pasos a sus espaldas. Esos malditos pasos que lo seguían como una sombra.

—Te dije que estaba aquí.

Su padre venía acompañado de Celia, quien lloraba desconsoladamente mientras señalaba una parte quemada de su preciado vestido.

—¡Has arruinado nuestra velada! ¡Mira nada más lo que le hiciste al vestido de tu madre!

—Esa mujer no es mi madre, además yo no lo hice, llevo todo el rato aquí afuera.

El chico agradeció al valiente que arruinó aquel vestido horroroso. Era color rosado fuerte, con acabados de listón y perlas costosas demasiado brillantes, que dejaban ciego al desafortunado que mirara fijamente a la desagradable mujer.

—Me equivoqué al no darte una paliza antes por tu atrevimiento —escupió su padre con rabia y lo tomó del cabello.

La gente comenzó a juntarse alrededor de ellos para ver la escena.

Como último impulso, vio que la niña ya se encontraba abrazada a un hombre y estaban listos para irse. No pidió su ayuda, de todas formas ella estaba con sus padres y no iba a defenderlo, no cuando eso significaba que a ella también le pondrían un castigo.

—El jovencito necesita cambiar su actitud —gritó uno de los nobles.

—Es lo que yo siempre le digo a mi amado esposo —dijo Celia con falso dolor—, pero él está cegado por su cariño de padre. Espero que esta vez sea diferente.

Las personas comenzaron a susurrar entre ellas y el chico fijó su mirada en las piedras del lago. Todos eran iguales, todos le creían a Celia sin dudar.

Deseó entonces venganza por tantas humillaciones, por apartarlo siempre y tratarlo como si no fuera de la familia.

—Él no hizo nada, estuvo jugando conmigo toda la tarde —intervino la niña y corrió para ponerse delante de él.

Seth se quedó mudo y parpadeó varias veces, incrédulo. Jamás alguien lo había defendido, jamás se habían preocupado siquiera en darle el beneficio de la duda. Y ahora esa niñita lo estaba haciendo frente a una docena de nobles.

—¡Geraldine, regresa en este instante!

—Es la verdad, no es justo que lo castiguen por algo que no hizo.

El duque no dejó que su hija siguiera en una pelea que no era de su incumbencia, así que, un tanto cansado, cargó a la niña y se la llevó mientras esta gritaba para que no le hicieran daño a su amigo.

Seth no la perdió de vista ni un momento y cuando su padre se preparó para darle de nuevo una paliza, no sintió miedo ni quiso defenderse esta vez. Solo pensó en la niña y en que haría todo lo posible por volver a verla.

De eso no tenía duda.

*

*

Una vez se aseguró de que Geraldine estaba a salvo, Seth se dirigió a una de las casitas improvisadas y se dejó caer en el suelo, completamente exhausto.

Se quitó la camisa que tenía empapada de sangre y frotó su cara con algo de fuerza.

Geraldine estaba a salvo y eso era lo único que le importaba.

La cara vieja y arrugada de Clent, su mano derecha, se asomó por las cortinas y después de comprobar que podía pasar, se adentró, renqueando como de costumbre.

—Nuestros hombres han encontrado el cuerpo de su padre y capturaron a los asesinos. Ya los están llevando al lugar que ordenó.

Seth esbozó una macabra sonrisa y asintió, complacido. Disfrutaría matarlos con sus propias manos.

El siervo esperó un poco más y al no obtener respuesta solo hizo una reverencia y se dispuso a irse.

—Espera, ¿quién es el hombre que viaja con Geraldine?, ¿por qué la trata con tanta familiaridad?

Esas palabras salieron de su boca con amargura, sin embargo, no se sintió avergonzado al mostrar debilidad por una mujer. Clent era de su absoluta confianza y sabía que todo lo que hablaban quedaba entre ellos.

—Su nombre es Conrad, es hijo de un siervo pobre y de una criada. Simons lo nombró guardia personal de su hija después de que asesinaran al joven Cassian.

Seth se molestó. ¿Por qué ese simple guardia obtenía más atención de Geraldine que él? Se sentía ofendido y en su pecho albergó un sentimiento que desconocía. Su ahora prometida no le agradeció que la salvara y corrió directo a los brazos de ese debilucho, cuando otra mujer sin duda le hubiera agradecido de diferentes formas.

—Ya veo. Dile que ya no serán necesarios sus servicios y que se retire, no quiero volver a verlo cerca de ella.

—Lo intentaré, pero...

—Habla de una vez por todas.

—Se lo dije antes de salir de las tierras de Simons y él se negó. La joven escuchó nuestra conversación y dijo que él no se separaría de ella.

—¿Son amantes? —preguntó Seth y tomó con fuerza su espada.

—No lo creo, los he observado. El muchacho se siente en deuda con el padre de la joven y...

—No me interesa, se largará quiera o no. Retírate ya y déjame descansar.

El viejo Clent hizo una reverencia y se alejó del lugar.

Seth dejó salir un largo suspiro y tiró al suelo su espada. Después se recostó de nuevo sobre el colchón y sonrió.

Las cosas con Geraldine no estaban saliendo como él pensaba y de cierta forma era más divertido. A pesar de todo, sabía que solo era cuestión de tiempo para que ella llegara rogándole. Mientras tanto, la situación era interesante.

Ninguna mujer lo había rechazado y Geraldine no sería la excepción. Planeaba hacer que esa maldita niña que le era tan indiferente cayera rendida a sus pies.

Sería suya, eso lo había decidido desde aquel día en el lago.

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