03♔ • La Bestia De Haltow
Salí corriendo de esa habitación conteniendo las lágrimas. Me había negado a escuchar a mamá a pesar de que repetía que eso me convenía más. Que mi vida sería mucho mejor debido a la fortuna de los Haltow.
—¿Todo bien?
—Quiero ir a mi habitación Conrad —dije y esta vez no me molesté en ocultar mi enfado—. Llévame, ahora.
Él asintió y no preguntó más. Lo seguí en absoluto silencio con la mirada baja, concentrada en el estúpido piso del castillo. Una vez llegamos a una inmensa puerta color marrón, él hizo una reverencia y cuando estuvo a punto de irse, lo detuve.
—Quédate conmigo.
—Pero...
—Solo será un momento.
Entré al cuarto de golpe y escuché como él cerraba la puerta a mis espaldas. El lugar era amplio, adornado con todo tipo de muebles dorados y enormes. La cama era muy grande y del lado derecho estaba un ventanal con una cortina roja. Había olvidado lo exagerados que podían ser aquí con la decoración solo para aparentar. La realidad era que apenas y nos alcanzaba la comida en el invierno.
Giré para ver a mi guardia y estaba como una estatua, parado cerca de la puerta. Me senté en la cama y lo llamé.
—No creo que...
—¡Basta! Solo quiero que hablemos como antes, como hermanos.
Él sonrió y se sentó a mi lado.
—Dime que te pasa, Din.
—Lesya huyó, probablemente al saber que su anhelado prometido era un anciano —dije y me rasqué con fuerza el brazo—. Se desharán de mí otra vez. Me ordenaron que me case con ese hombre.
—¿Con el viejo?
—Todo es un desastre Conrad —dije y comencé a llorar como una niña pequeña—. ¿Viste a ese anciano? Podría ser hasta mi abuelo...
—Mírame —susurró y me quitó de las manos el cojín que estaba apretando—, mírame, todo saldrá bien. Habla con tu padre, él debe...
—¡Él lo ha ideado todo! Lo que aún no comprendo es como Tim permitió esto.
—Escuché que Lord Timothy ha venido al castillo, tal vez sea para manifestar sus descontentos por la anulación de su compromiso.
—¿Hablas en serio?
Dos golpes en mi puerta nos alertaron y le hice señas a Conrad para que saliera por la ventana. No quería un alboroto ni que él saliera perjudicado.
—Adelante —grité y escondí el cojín hecho trizas debajo de la cama.
—Venimos a ayudarla —dijeron al mismo tiempo Miriam y Karen, dos criadas de mi confianza.
Ambas eran jóvenes y tenían una actitud tan positiva que quise darles un golpe. Comenzaron a cuchichear a mis espaldas y pude escuchar las palabras rubio, encantador y apuesto.
Sabía bien a quién se referían. Si yo me casaba con el anciano Sorian, ¿acaso Seth pasaría a ser mi...?
Aparté de inmediato esos pensamientos, no tenían sentido.
Como era la rutina de siempre, peinaron bien mi cabello con aceite de modo que mis rizos no se notaran tanto y me dieron la pomada que usaba para mis constantes alergias.
Una vez se fueron ellas, me escabullí con sigilo de mi habitación, rumbo a la sala de invitados donde intuía que estaba Tim.
Ya me había hecho la idea de casarme con él, principalmente porque no me juzgaba y era alguien tranquilo. Estaba convencida, él arreglaría este espantoso malentendido.
Estuve dando vueltas por un tiempo, desempolvando de mi memoria a donde conducían diversos pasillos y puertas. Al llegar a la sala principal, tuve que escapar y esconderme de varios guardias y de la servidumbre hasta que divisé una cabellera negra y corrí sin pensarlo. Era el mismo chico delgado que había visto hace años, por lo que no tuve dificultad con reconocerlo.
—¡Tim! —grité y me acerqué a él—. ¿Ya hablaste con mi padre?
Esos ojos marrones me vieron y supe que ya todo estaba bien. Mi prometido tenía una sonrisa de oreja a oreja por lo que asumí que ya había arreglado el malentendido.
—Han anulado el compromiso —dijo divertido y se rascó su escasa barba.
Su actitud me desesperó y quise gritarle que ya lo sabía y que debíamos impedirlo. En lugar de eso, un poco más calmada, pregunté:
—¿Y no vas a hacer nada?
—Un buen banquete me vendría bien o ir de cacería suena mucho mejor. Digo... no es nada contra ti, solo que...
Comprendí de inmediato y separé mis manos temblorosas de su brazo. El muy tonto estaba feliz, estaba feliz de ya no estar atado a mí. Me sentí estúpida por pensar que iba a intervenir.
—Perfecto, yo tampoco haré nada. Te mandaré un pequeño recuerdo de mi gran casa en el mar. Después de todo, el viejo con el que me casaré tiene mucho dinero. Eso es lo único que importa.
—Créeme que lo intenté. Sabes que estarás mejor con él. ¿Ya viste su enorme castillo?
Sonreí cuando lo que en realidad quería era darle un golpe y caminé de regreso a mi habitación, dejándolo con la palabra en la boca.
Si papá pensaba que iba a quedarme sin hacer nada, estaba muy equivocado. Planeaba escapar, justo como lo hizo la tía Amelia, pero no podía irme hasta averiguar lo que pasó con Lesya.
Iba tan concentrada en idear un plan para escapar y encontrar a mi hermana que no me di cuenta de la presencia de alguien a mi lado.
—Geraldine, vaya sorpresa.
Quedé fría al escuchar esa voz ronca. De todas las personas en el castillo justo tenía que toparme con él. Me intimidaba, no podía negarlo. Seth era consciente de eso y parecía divertirle.
—Buen día.
Pasé de largo sin verlo y suspiré, creyendo que ya había pasado ese incómodo momento.
—Partiremos por la tarde, no querían decirte, pero estás en todo tu derecho a saberlo.
Giré de golpe y me quedé sin palabras. Era típico de mi padre ocultar información importante, en especial porque pensaba que escaparía y no estaba equivocado.
—Me han hablado mucho de ti —dijo él—. Sé que eres lista y que no intentarás escapar, no con el centenar de hombres de mi padre rodeando el castillo.
—Le agradezco su advertencia —mentí.
—Me hubiera gustado conocerte en otras circunstancias, no ahora que te casaras con mi padre.
Mi cabeza no asimiló bien lo que él dijo. Al rozar su nariz con la mía, lo empujé y me quedé muda, cosa que casi nunca me pasaba. Jamás me percaté de que se había acercado tanto y de que yo no hice nada para impedirlo.
—Mi señora, su padre la solicita en este momento.
Agradecí con el alma la intervención de Conrad y me alejé del rubio manteniendo la mirada en alto, aunque por dentro quería correr y esconderme por la vergüenza.
La mirada de Seth pasó de divertida a una de advertencia, cuando mi guardia se acercó a mí y no supe bien cómo interpretar eso.
—Tienes la cara roja —dijo Conrad cuando estuvimos a una distancia prudente del rubio.
—¡Claro que no! —Le di un golpe en el brazo—. ¿Cómo puedes decir eso?
Con discreción, me toqué la cara con mis manos frías para que mis mejillas volvieran a su color natural. Todo eso sirvió como una perfecta distracción y no me di cuenta de que ya estábamos frente a mi padre.
—Asumo que ya te habrás enterado del cambio de tu compromiso.
—Asumo que ya sabrás que no estoy de acuerdo —dije herida, en parte por su frialdad y en parte porque me negaba a irme con ese hombre.
—Eres la única hija que me queda y debes obedecerme, agradece que tuve la gentileza de entregarte a un hombre de buena posición. Tu futuro esposo ha pedido que se casen en la capilla del rey, tal y como dice la tradición. Después de eso regresarán al castillo como duque y duquesa.
Tal y como Seth había dicho, todas mis cosas estaban en carruajes, listas para partir. Pero lo que más llamó mi atención fue la cantidad de muebles, joyas y muchos más objetos valiosos que los criados de Sorian entraban al castillo.
—Me estás vendiendo a cambio de esas cosas.
—Algún día me lo agradecerás. Súbanla al carruaje antes de que arme un escándalo.
Conrad lo obedeció con una expresión de tristeza y murmuró un "lo siento" antes de ayudarme a subir al carruaje.
—Joven, ya no serán necesarios sus servicios —dijo un hombre mayor, era un sirviente de los Haltow.
No, yo no iba a permitir eso. No me quitarían al único amigo que me quedaba.
—Conrad viajará con nosotros, es mi guardia personal y quiero que así sea hasta el momento de mi muerte.
El criado guardó silencio e hizo una reverencia para después irse.
Conrad solo sonrió y no pude hacer nada cuando el carruaje comenzó su marcha. El castillo comenzó a alejarse, era cada vez más y más pequeño. Ninguno de mis padres se despidió de mí ni me deseó buena suerte, algo típico en ellos.
Ya en soledad, dejé que todo saliera y lloré como una niña pequeña. Para mi fortuna mis doncellas no se encontraban conmigo. Por si acaso cubrí mi rostro con mis manos y me puse en un lugar donde no me vieran si se asomaban por la ventanilla.
Así estuve, lamentando mi patética vida hasta que la noche ya amenazaba con caer. Miriam se asomó y me indicó que fuera a dormir. No comprendí al principio, sin embargo, al salir me encontré con un campamento improvisado y en el centro de la casita hecha con pieles, una enorme fogata ardía alumbrando todo el lugar.
—Querida, al fin puedo verte —Sorian se acercó a mí y trató de tomar mi mano—. Quiero que mires donde dormiremos.
¿Dormir? ¿Él y yo? ¿Juntos?
Traté de ocultar mi cara de disgusto y fue imposible. Ese hombre estaba loco, no estábamos casados y yo no tenía ninguna obligación de pasar la noche con él. Me solté de su agarre, pero al ver su cara de disgusto comencé a hablar.
—Agradezco su generosidad —No sabía que más decir, no podía enojarlo, en este momento él podía hacer cualquier cosa conmigo—. Pero mis alergias han aumentado y no sé la razón.
Le mostré mis brazos y le expliqué, exagerando un poco, que las tenía en todo el cuerpo y que podían ser contagiosas.
—No puede ser, tenía todo preparado allá adentro. —Se quedó un rato pensando—. Bueno, no hay más remedio que duermas en los carruajes, querida.
Asentí y prácticamente corrí a mi carruaje antes de que el hombre cambiara de opinión.
Me había salvado por poco esta vez.
—¿En serio debemos dormir aquí, señorita? —preguntaron al mismo tiempo mis doncellas.
—Sí. Si no les gusta pueden irse a las casitas.
—Y usted...
—Adelante, es poco probable que las necesite en la noche.
«Porque ya habré escapado» pensé.
Dudaron un poco, pero al ver la excesiva seguridad, ambas bajaron y comenzaron a reír mientras le hacían ojitos a Seth.
Suspiré molesta y vi fijamente al rubio hasta que él pareció darse cuenta y volteó a verme. Aparté mi mirada tan rápido como pude y me escondí.
Agradecía que mis alergias sirvieran de algo. La noche transcurrió con normalidad y el interior del carruaje solo era alumbrado por la luz de las antorchas de los guardias de turno. Resultaba perfecto para dormir.
Me acomodé en la tabla de madera y cerré mis ojos, respirando ese olor extraño a humedad. Después de un rato dejé de escuchar los murmullos de los guardias y las antorchas comenzaron a apagarse una a una, así que me obligué a despertar. Existía la posibilidad de que se hubieran ido a vigilar otra parte, por lo que era la oportunidad perfecta para escapar.
Prefería perderme en el bosque que ser la esposa de ese hombre.
Me asomé por la pequeña ventana para evaluar el dichoso campamento. Abrí un poco la puerta hasta que topó con algo y me fue imposible salir. Intenté mover lo que estaba haciendo estorbo y lo empujé hasta que un quejido me heló la sangre.
Tirada en el suelo, yacía una de mis doncellas y comprobé lo peor:
La habían atacado.
***
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