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02♔ • Compromiso

Desde pequeña comprendí que, para obtener la atención de mi padre y de Cassian, debía desobedecerlos y meterme en problemas.

Pues bien, todas mis pequeñas imprudencias, escándalos en público y peleas con mis hermanos resultaron en una cosa: confinamiento total en la casita cerca del mar con la tía Amelia.

¿Qué si lo disfruté? Por supuesto que sí, aprendí a pintar y descubrí mi talento.

Lo malo de todo fue que estuve lejos demasiado tiempo y ahora desconocía a mi propia familia. Prueba de eso era la carta que tenía en mis manos.

Lesya ha desaparecido. Por tal motivo solicito tu presencia en mi despacho al momento de tu llegada.

Arrugué el papel y lo tiré con furia al suelo. Al instante se mojó y la tinta se esparció en el charco de agua.

—¿Por qué hasta ahora me das esta carta? —pregunté molesta a Conrad.

Mi guardia estaba ocupado con las maletas por lo que las dejó a un lado y corrió hacia mí.

—Lo siento, lo olvidé. El viaje fue muy largo y...

—¿Crees que sea cierto?

—¿Qué cosa?

—Lo que dice la carta —dije molesta al ver sus ojos marrones entreabiertos.

Se quedó pensando un rato mientras los criados terminaban de bajar mis cosas del carruaje. Estuve tentada en decirles que no lo hicieran, que volvería pronto con la tía Amelia, pero no lo hice. Debía llegar al fondo de lo que estaba pasando con Lesya. No creía ni una sola palabra de lo que decía ese pedazo de papel.

—No pude leerlo. Tuviste otra de tus rabietas y la tiraste al suelo —dijo él y señaló la carta.

—Voy a lanzarte al mar —murmuré—, la carta decía que Lesya desapareció y que me presente de inmediato ante mi padre.

Palideció.

—Eso es terrible.

—Está claro que es otro engaño de él para que vaya directo al castillo.

—No creo que juegue con algo así.

—No lo conoces en absoluto.

Dicho esto, le hice señas y Conrad me ayudó a subir a mi carruaje y a arreglar el desastre que se hizo con mi vestido. Era de un color verde un poco intenso, adornado con unas flores rojas características del reino. Estaba segura de qué mamá lo adoraría.

En todo el camino esa pequeña semilla de incertidumbre fue creciendo ¿Y si Lesya en verdad había desaparecido? No, era imposible, la conocía bien. En las cartas que intercambiamos en los últimos años jamás mencionó estar triste o inconforme en el castillo. Es más, lo adoraba y estaba ansiosa por conocer a su prometido.

Suspiré y vi por la ventana tratando de relajarme. No quise prestar atención a la horrorosa decoración del interior del carruaje. Pensé mejor en mis pinturas que viajaban en la parte de atrás y en la cara que pondría mamá al verlas.

Después de lo que pareció una eternidad, por fin llegamos al castillo y tuve que esperar a Conrad para bajar, ya que me era imposible hacerlo sola.

Al poner un pie sobre el camino que conducía a las rejas principales, pude ver que todo seguía igual a como estaba hace cinco años. La misma reja imponente rodeada de guardias.

—Todo saldrá bien —dijo mi guardia y sonrió.

No contesté, solo me paré recta y esperé a que la reja se terminara de abrir para comenzar a caminar y adentrarme a mi antiguo hogar.

Apresuré el paso lo más que pude, dando una mirada rápida a los jardines. Estaban mucho más grandes y elaborados, con una fuente gigantesca rodeada de todo tipo de flores moradas, el color favorito de mamá. Las esculturas también eran nuevas, en especial dos dragones que me hicieron recordar por un momento a Cassian.

Sonreí con tristeza y seguí mi marcha, tentada en patear a uno de los pavos reales blancos que paseaban libremente por el jardín. Esos animales siempre me picoteaban.

Cuando por fin me alejé de ellos, vi a cuatro guardias que no eran del reino escoltar a un hombre del otro lado del jardín, así que traté de ver el emblema que portaban. Sin embargo, un criado se acercó corriendo y con fastidio escuché lo que quería decir.

—Señorita, su padre me ha mandado para... —El hombre no pudo terminar de hablar, alguien lo tumbó al suelo y atravesó una espada en su pecho.

Horrorizada, observé como la tela blanca del uniforme de criado se teñía de rojo, al mismo tiempo que los ojos del hombre perdían brillo.

El recuerdo de Cassian, como se desplomaba sin vida y su cuerpo inerte en el suelo me aturdieron. Mis padres tenían razón, jamás podría superarlo.

Sin quitar la expresión de horror de mi cara, alcé la vista y me topé con un hombre rubio limpiando tranquilamente su espada.

Después de un momento que pareció eterno, Conrad reaccionó y me puso detrás de él.

—No dé un solo paso más o...

—Solo acabo de hacer tu trabajo —dijo el rubio interrumpiendo a Conrad—. ¿No te diste cuenta de que iban a herir a la joven?

Me moví un poco, sin apartar mis manos del brazo de Conrad y tuve que parpadear dos veces para creerlo.

Ese hombre, que seguramente se había hecho pasar por un sirviente, llevaba un cuchillo en su mano y este tenía rastros de hilo verde. Por instinto me separé de mi guardia y revisé mi vestido. Justo en mi cintura había un corte largo y poco profundo.

El lugar se llenó de silencio, ni los pavos reales hacían ese su estúpido ruido y tuve que tirar de Conrad para que reaccionara. Mantenía la espada alzada y miraba al suelo y después a mí, así una y otra vez.

—Se lo agradezco, me gustaría saber su nombre para recompensarlo como se debe —dije dando un paso al frente.

El rubio me vio de pies a cabeza y después lanzó una pequeña risa burlona.

—Soy Seth. Es un gusto conocerte por fin, Geraldine.

Lo miré de mala manera por cometer semejante osadía al llamarme por mi nombre. Después caí en cuenta de algo más importante.

¿Quién era él y por qué me conocía?

Conrad permaneció quieto a mi lado y después de unos incómodos momentos, hizo una reverencia y me indicó que ya era hora de entrar al castillo.

El rubio se quedó afuera con una sonrisa en su rostro que me dio un escalofrío y no fue precisamente agradable. Se estaba burlando de nosotros.

—¿Quién es ese hombre? —pregunté cuando pude alcanzar a Conrad.

—Es la bestia de Haltow.

Sentí que mi garganta se secó y por un momento olvidé mi semblante serio.

Por supuesto que lo conocía, era un soldado imperial del rey, una máquina de matar. Venía de una tierra lejana y tenía una reputación bien clara en el reino. Era un mujeriego y sí, por su físico digamos que volvía loca a cualquier mujer y podía tener a todas las que quisiera.

En fin, era alguien muy parecido a Ivar y ya había aprendido lo suficiente con él como para saber que era mejor ignorarlos y centrarme en mi hermana, que era lo que en verdad importaba.

Pero de pronto todo pareció cobrar sentido en mi mente. Lesya estaba a la espera de un compromiso formal. ¿Y si la habían comprometido con él?

Si eso había pasado, pues menos comprendía su huida, ella era una de las que fantaseaban con él desde que ascendió como caballero.

—Din, hemos llegado.

Salí de mis pensamientos al ver que ya estábamos frente al despacho de mi padre, y algo en la actitud de Conrad me hizo estar alerta. Seth venía detrás de nosotros y, ya sin el problema de antes, pude verlo mejor.

Era alto, unas dos cabezas más que yo. Su cabello rubio estaba amarrado en una coleta y su barba de varios días lo hacía ver un poco mayor, aunque no pasaba de los treinta años.

Seth me hizo una reverencia y con la mano me indicó que entrara primero. Murmuré un gracias por obligación y pasé casi corriendo para ocultar que lo había visto más de lo debido.

Mi padre estaba sentado en su silla de siempre. Me alertó la enorme cortada que tenía en el lado derecho de su cara, pero no dije nada, sabía bien que no debía meterme en sus asuntos. Mamá descansaba en un sillón a su derecha, con un abanico que no paraba de mover de un lado a otro. Frente a ellos estaba un hombre que enseguida volteó a verme.

Era un señor viejo, gordo y sin cabello. Me vio de una forma tan intensa que me generó mucha incomodidad e hizo que fijara mi atención en mi padre.

—Ella debe ser Geraldine —El hombre se puso de pie y caminó con rapidez hasta llegar a mí.

Dejó un beso húmedo en mi mano y después me vio a los ojos. Tuve que disimular mi mueca de asco y alejé mi mano en cuanto pude.

—Soy Sorian Haltow y veo que ya conoces a mi hijo, Seth.

No se parecían en nada. Aun así, evité ver de nuevo al rubio.

—Es un placer conocerlos.

—El placer es todo mío, querida. Adelante, siéntate.

—De hecho, requiero que ambas damas se retiren —intervino mi padre—, tengo unos asuntos importantes que tratar con los caballeros.

Salí de la sala aprovechando la oportunidad. Casi le doy un golpe con el brazo a Seth, el muy cínico tenía una sonrisa de oreja a oreja.

Estaba enojada con mi padre, no se había molestado ni en darme una bienvenida formal. No nos habíamos visto en cinco años y las primeras palabras que recibí de él fueron que me largara de su despacho.

Salí maldiciendo por lo bajo, con Conrad a mis espaldas, hasta que el sonido de unos tacones me alarmó. Sabía bien de quién se trataba.

—Hola, mamá —Me di la vuelta y la abracé.

—Vaya, has crecido mucho mi niña y veo que aún sigues teniendo esa maraña de cabello. —Se apartó de mí y señaló con su abanico mis rizos.

—Mamá, ¿dónde está Lesya? —La interrumpí.

Su semblante tranquilo cambió al instante y supe que algo estaba mal. Sin decir nada me arrastró hasta una de las habitaciones que había por el pasillo. Una vez dentro, cerró la puerta dejando a Conrad afuera y comenzó a llorar.

—¿Qué fue lo que pasó? —pregunté con un hilo de voz.

—Una semana después de que se cumpliera un año de la muerte de Ivar, hubo un incendio. —Sorbió su nariz y compuso su vestido blanco, color que también habían adoptado sus manos—. Comenzó en la habitación de Lesya y los guardias no pudieron hacer nada. Cuando el fuego cesó lograron entrar y... no había rastros de ella.

—Escapó.

—Espero con todo mi corazón que sí y que donde sea que se encuentre esté bien, no soportaría perder a un hijo más —Me atrajo a su pecho y me abrazó.

—¿Y qué hacen esos hombres aquí?, ¿ellos tienen algo que ver con Lesya? —pregunté y temí su respuesta.

Mamá pareció dudar y después de un largo suspiro por fin contestó:

—No, están aquí por ti. Tu padre te ha comprometido con el Señor Sorian.

Me alejé de golpe de ella y la miré con una mezcla de risa y confusión. Mis brazos y cara comenzaron a picar, pero luché por ignorar esa comezón.

—Es imposible —dije segura—, me casaré con Tim, lo sé desde que cumplí once años.

—Tu padre lo anuló. —Mamá se separó de mí y adoptó esa actitud fría de siempre—. Ya está decidido, no puedes hacer nada para cambiarlo.

***

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