Capítulo 26.
❝La luz del día es seguida por la noche
como una sombra sigue a un cuerpo.❞
— Aristóteles.
El castillo gobernado por la Familia Real dökkalfar fue cambiando en la ausencia de Surtur bajo su orden y las órdenes de Elentari. Se abrieron nuevos espacios del territorio que antes fueron prohibidos por Tyre durante su explotación a los elfos oscuros y se renovaron aposentos, se cambiaron algunas estructuras de salas vacías; se quitaron muchos calabozos de tortura y se convirtieron en zonas de contención, aunque otros cuartos secretos de tortura se mantuvieron intactos. Entre esos cambios también se dejó libres a muchos elfos que fueron encerrados injustamente por Tyre, la mayoría féminas esclavizadas.
Uno de los planes más importantes de Surtur como rey era ascender todo a un nuevo orden y una comunidad mayor. Después de haber pasado cierto tiempo en Muspelheim, formalizó una alianza sólida y real con El Negro, el líder de los gigantes de fuego, y escribieron un tratado inquebrantable. Ambos mundos, Svartalfheim y Muspelheim, abrirán sus puertas para elfos y gigantes sin restricciones, sea para comerciar, pasar unos días o mudarse.
Parte del plan era absorber Nidavellir en su totalidad para volverlo uno solo con Svartalfheim y expandir su reino hasta convertirlo en un imperio mayor. Sin embargo, había un problema.
—¿En serio creíste que podrías cambiar los pergaminos sin que yo me entere? —preguntó Surtur con un tono serio y aburrido.
Miró a Ryndíh, el elfo de arena se quedó estático en su lugar frente al escritorio de madera negra y después de suspirar cruzó los brazos en un gesto impaciente. No tenía manera de huir o retroceder sin causar más problemas. Malevjörn apoyó la espalda contra la puerta roja de la oficina para enfrentar a su hermano en caso de querer irse; Darius tomó lugar contra la biblioteca con los brazos detrás de su espalda baja, sosteniendo una daga larga de hielo. Ansgar, el lobo, se mantuvo oculto y creciendo de tamaño en las sombras, gruñendo despacio por el hambre de un alma traicionera.
Elentari era la única sentada al otro lado del escritorio mientras Surtur estaba de pie. Rodearon a Ryndíh en todos los ángulos.
—Puedo convertirme en arena—dijo el elfo con voz ronca—. El único que podría interrumpir mi paso es Malevjörn, pero sigue siendo más débil que yo. No olvides eso, hermanito.
—¡Tú no olvides tu rango en esta familia, Ryndíh! —dijo Darius agresivo, antes de avanzar un paso—. Mi padre ya no es tu hermanito, es tu rey y futuro emperador.
Al pronunciar la palabra emperador, Malevjörn y Elentari se llevaron una mano al corazón e hicieron una reverencia corta en forma de respeto. Surtur miró de reojo a su esposa con algo de molestia, no quería que ella se inclinara ante él de ese modo.
Ryndíh rio con sarcasmo y burla cuando escuchó su futuro ascenso y negó con la cabeza. Primero miró a Darius y luego a Elentari, se relamió la punta de los dientes, mantuvo una sonrisa ancha cuando contestó:
—¿Emperador? Oh, Su Majestad —pronunció con desdén—, sus planes están muy lejos de concretarse. Sí, cambié los pergaminos que Elentari quiso entregar a Asgard, pero no fue lo único que hice y no tengo miedo, no voy a esconderme. ¡Esa corona no te pertenece, Surtur! —exclamó y apoyó las manos contra el escritorio con fuerza—. Ni siquiera la portas, eres indigno de ese poder.
—¿Indigno por resguardar un objeto decorativo? —Surtur señaló con la mano la pequeña vitrina a su lado, donde la corona descansaba sobre un almohadón rojo—. Lamento mucho que el anterior rey me diera el lugar a mí. La corona solo es el símbolo del fruto de mis esfuerzos, pero el poder de rey siempre estuvo dentro de mí.
Ryndíh golpeó la mesa una vez más con las manos por el enojo que le causaron sus palabras y Elentari dio un pequeño respingo por las altas vibraciones. Surtur inclinó apenas su cuerpo hacia adelante y agarró las muñecas de su hermano para clavarle las uñas en la piel falsa, un ligero camino de arena se derramó sobre la madera.
—Deja de golpear mi escritorio —ordenó tenso y con voz baja. No apartó la mirada de los ojos furiosos de su hermano mayor—. Si haces sobresaltar a nuestra reina de nuevo, haré que mi hijo endurezca tu maldita arena y destruiré tu cuerpo por completo.
—Mi señor —dijo Malevjörn despacio mientras miraba al que solía ser su hermano menor—, detecto presencias en la entrada del castillo. Pisadas y vibraciones cerca de las amapolas.
Surtur lo miró pensativo mientras soltaba a Ryndíh y arrugó el rostro en un gesto de molestia.
—También lo siento. —No mintió, las amapolas con las que decoraron la entrada se crearon con arena de Malevjörn y sangre de Surtur—. Ve y mantén el orden, luego me dirás quién era. Darius, lleva a nuestra reina al dormitorio, Ansgar irá con ustedes. Yo me encargaré de este asunto —continuó, miró de nuevo a Ryndíh.
Nadie quiso desobedecer a Surtur. Elentari se levantó y con su mano buscó el rostro de su esposo para darle un beso rápido antes de caminar fuera del cuarto con Darius y Ansgar. Malevjörn fue el último en salir. Una vez a solas, Ryndíh se acomodó los mechones de cabello de su frente hacia atrás y se tronó el cuello con un movimiento duro.
—¿Qué te hace creer que lograrás tener un imperio, Surtur? —preguntó, mirándolo de pies a cabeza.
—Dime qué hiciste con los pergaminos originales y lo que pusiste en los nuevos —ordenó, ignorando las palabras de su hermano—. No me mientas porque tus acciones tienen consecuencias, Ryndíh. Ya lograste que un asgardiano se meta en Alfheim y créeme que me dijo cosas interesantes sobre lo que piensan en Asgard ahora por tu culpa. Serás responsable por el desastre que ocurra.
—¿Responsable? Tú eres el rey, ¿no? Es tu deber proteger este mundo y a quienes lo rodean, no el mío. Tampoco es mi culpa que hayas puesto a cargo a tu esposa ciega y no sepa que cambié los mensajes. —Su burla solo provocó que Surtur golpeara su mandíbula con fuerza y retrocedió dos pasos con dolor—. Ah, tan sensible, mi rey. ¿Acaso no podemos hablar con sinceridad sobre la condición de la reina?
—Traicionaste al reino y a tu familia —dijo tenso. Ignoró de nuevo sus palabras, no quería dejarse llevar por la provocación de Ryndíh—. Además, causaste una amenaza directa hacia los dioses y su mundo. ¿No sientes el mínimo de remordimiento? ¿No puedes ver la mierda en la que nos metes a todos? ¡Tus actos estúpidos no harán más que destruir todo a cenizas, Ryndíh! ¿De qué serás rey si los dioses destruyen Svartalfheim?
El elfo de túnica roja apartó la mirada con frustración y apretó la mandíbula sin querer o sin saber qué responder. Por primera vez no tuvo respuesta para las palabras de Surtur y sintió más enojo. Para él, las cosas no deberían ser así, nunca debió recurrir a nada de eso porque ese lugar como rey, el castillo y el poder, todo tenía que ser suyo desde el principio. Como siempre debió ser.
—Guerra —murmuró de forma apenas audible. Carraspeó y miró a Surtur a los ojos—. Firmé los pergaminos con el sello de Elentari y anuncié la guerra a su nombre. Svartalfheim y Nidavellir contra Asgard y Vanaheim.
—¿Vanaheim? —repitió el rey— ¡¿Cómo te atreviste a declararle la guerra a los vanir cuando es por Freyr que los elfos tienen todo?!
—Porque Freyr es el señor legítimo de Elentari, pero no nuestro. Aproveché que ella, una elfo de luz, es nuestra reina y arriesgué todo por un bien mayor.
—¡¿Cuál crees que es ese bien mayor?! —gritó furioso. Surtur golpeó la mesa y dejó marcadas sus uñas—. Cuando pare con la estupidez que has causado, te voy a destruir, Ryndíh, te lo juro.
Las amenazas de Surtur se detuvieron cuando las sombras a su alrededor se agitaron desesperadas y varias chillaron sin control alguno, sonaron furiosas y asustadas a la vez. Gritos que solo significaron una cosa. Enemigos cerca.
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