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Capítulo 24.

Mantener la mirada fija en aquellos ojos azules era escalofriante considerando que se trataba de un lobo sombra, algo que no tenía vida o, al menos, eso parecía por el abismo que había detrás. Darius no pudo ver nada en Ansgar que indique sentimientos o una vida valiosa, solo el enorme Ginnungagap del que fue arrancado para ser mejorado con dos runas poderosas.

   —No puedes hablar —afirmó el príncipe después de varios minutos incómodos—, pero entiendes cuando te hablo, ¿no es así? ¿Mi padre habló contigo cuando te creó?

   Ansgar se sentó sobre el césped cálido y movió su cola hacia los lados, dejando una estela de sombra gris en el aire. Asintió con la cabeza, moviéndola apenas hacia abajo, sin apartar la mirada.

   —Entonces sabes que soy importante —dijo Darius y se cruzó de brazos en un intento de superioridad—. ¿Puedes entender mi posición como Alteza?

    El lobo volvió a bajar la cabeza y caminó alrededor del príncipe, dio varias vueltas sin dejar de observar, como si estuviera planeando cómo cazarlo. Luego, arqueó sus patas delanteras hacia atrás mientras movía su cola y empezó a correr, esperando a ser perseguido. Darius nunca convivió de esa forma con ningún animal, así que se quedó estático y sin entender lo que quería.

   Ansgar corrió hacia él y el príncipe se preparó para un impacto que nunca llegó, pero sintió que miles de almas se aferraban a su cuerpo y desgarraban su piel cuando el lobo lo atravesó y siguió avanzando en contra del viento.

   Miles de emociones apretaron el pecho de Darius y pese a poder vivir sin inhalar tan seguido, sintió que se quedaba sin oxígeno. Se llevó las manos a la garganta cuando un nudo se atoró y no pudo emitir más que un suspiro raspado. Se dio la vuelta con miedo para prestarle atención a Ansgar y mientras más se alejaba el lobo, peor se sentía. Como si fuese parte de él.

   Empezó a perseguirlo para recuperar su salud y estar cerca de Ansgar de nuevo hasta que logró igualar su velocidad y por un momento olvidó quién era, olvidó su lugar como príncipe y cómo debía ser. Simplemente se perdieron en la diversión de correr sin ningún objetivo o rumbo fijo, esquivaban elfos, comerciantes, casas y se perdieron en el bosque de Alfheim, donde los que reinaban eran los animales sagrados, animales que solo ese mundo podía tener.

   —¡A que no me alcanzas, Ansgar! —gritó el príncipe sonriendo, antes de mirar el camino de nuevo y detenerse de repente.

   En el centro del bosque Darius vio un hermoso alce de color blanco, su pelaje impoluto parecía resplandecer como luz entre las sombras de los árboles y sus ojos celestes eran dos guías en la oscuridad. El príncipe levantó sus manos al detenerse, demostrando que no pensaba cazarlo ni hacerle ningún tipo de daño, aunque fuese un elfo oscuro. Ansgar solo se ocultó entre las sombras.

   El alce bajó la cabeza para que su cornamenta se viera más grande e intimidante. La presencia de Darius en el bosque era un conflicto, su apariencia era fiel a los elfos oscuros, a los dökkalfár que no tenían vergüenza de comer animales, pero parte de su sangre y esencia se ligaba a ese mismo bosque, como cualquier otro ljósálfar incapaz de lastimar un animal.

   —No lastimo animales —dijo Darius en voz baja y se arrodilló en el césped morado—. Sé que suena poco creíble, pero no lo hago. Soy Darius, hijo de Elentari Gandleisdóttir. Nací como dökkálfr, pero venero a los animales. Jeg ærer den du er, og jeg ærer dine forfedre.

    El enorme animal levantó la cabeza despacio y con pasos pesados se acercó a Darius, su exhalación provocó que su cabello se despeine un poco, pero no se quejó al respecto. Se mantuvo arrodillado y con lentitud estiró la palma de sus manos hacia el alce para que lo olfatee, para que sienta la honestidad en él. Podía ser un maldito dökkálfr, pero no un mentiroso. Nunca un mentiroso.

   —Jeg ærer den du er, og jeg ærer dine forfedre —repitió en voz baja.

   Cerró los ojos cuando el alce chocó con cuidado sus cabezas, juntaron frente con frente y la sensación agobiante de la asfixia regresó más fuerte que antes, pero su mente se llenó de recuerdos que no eran suyos, recuerdos vívidos del propio alce. Se vio a sí mismo dentro del animal y su cuerpo su corazón empezó a latir con rapidez cuando se encontró en medio de una guerra de elfos y jotnar. Aquel maldito momento que causó un cambio en Alfheim.

    Y entonces vio algo más. Vio un pequeño alce muerto frente a él con el cuerpo cortado por la mitad y un jötun comiéndoselo de a poco hasta que una flecha en su cara lo interrumpió. Una flecha de luz. Elentari. El alce fue un testigo...

(...)

   En la oficina del rey Blanco, Surtur se mantuvo de pie frente a la mesa y no hizo ademán de querer acercarse demasiado por lo que había en medio del cuarto: un hombre de facciones delicadas. Caranthir lo inmovilizó con su poder, hizo crecer los tallos de sus plantas y las espinas se enroscaron en las muñecas del hombre, las gotas de sangre fortalecieron a las plantas carnívoras.

   Las pupilas de Surtur se dilataron cuando su nariz fue invadida por el olor del miedo y la sangre, cerró las manos en puños para evitar la tentación de lanzarse sobre él y masticar su cuello hasta matarlo. Observó con un poco de recelo al rey Blanco y esperó en silencio.

   —¿Me darás una explicación? —preguntó finalmente, con la voz un poco ronca.

    Caranthir se quedó en silencio y se hizo una larga trenza, se tomó su tiempo de dejarla perfecta y dejó caer dos mechones en su rostro, antes de sonreír con cinismo. Acarició el cabello del hombre sometido.

    —¿Notas algo en particular en nuestro invitado, Surtur? —preguntó, antes de bajar sus manos para acariciar el rostro sudado del sometido.

   —No es un elfo —contestó el rey, mirándolo de arriba abajo— y está muy gordo.

   —Bueno, no quise referirme a su gordura, pero no es elfo. ¿Sabes qué es? —dijo y su sonrisa se agrandó al punto en que sus ojos casi desaparecieron— Algo tan mortal como un simple humano, pero con la capacidad de sobrevivir al clima de Alfheim. Un asgardiano, un miserable que no es humano ni dios; alguien que ha tenido el privilegio de nacer en Asgard, pero no sirve para nada.

    Surtur tragó saliva con dureza, su visión se nubló por unos instantes y puso las manos detrás de su espalda para no inclinarse contra el asgardiano y desgarrar su cuerpo en pedazos. El miedo lo estaba llamando a él y a sus sombras, quienes se arrastraron por el techo con desesperación.

    —¿Por qué tienes a un asgardiano aquí, Caranthir? —preguntó serio y apretó la mandíbula— ¡Estás rompiendo cualquier alianza con Asgard! No puedo permitir que nuestros dioses crean que...

    —Ellos ya no son nuestros dioses, Surtur.

   Un escalofrío recorrió su espalda y sintió un repentino malestar. Las palabras de Caranthir fueron sorpresivas y extrañas, un elfo de los más fieles no podía decir algo así como si nada. No debía.

   —¡Suéltame, escoria traicionera! —gritó el hombre e intentó sacudirse para alejar su cara de las manos de Caranthir— ¡Los dioses harán explotar tu cuerpo! Su raza perecerá, elfo impuro. 

   —¿Qué está diciendo? —susurró. La tentación de destrozarlo aumentó— ¡¿Por qué crees que puedes hablarle así al rey de Alfheim?! —gritó. 

    Con su grito, las sombras aullaron y se lanzaron contra el hombre, atravesaron su cuerpo entre todas. Caranthir se apartó de inmediato y miró casi con horror. La sangre rojiza del asgardiano se tornó negra y su piel empezó a volverse gris, las venas se hincharon en un tono morado, como si estuviese muerto en vida.

   Las sombras se unificaron dentro de su cuerpo y en cuanto abrió la boca para llorar por el dolor, un grito desgarrador sonó por toda la oficina, pero no era de él solo. Todas las almas perdidas del Ginnungagap exclamaron al unísono y formaron un coro de lamentos guturales.

   —¡¿Surtur, qué es esto?! —preguntó Caranthir. 

    —Esto es el Ginnungagap —contestó y de él también hablaron las almas—. Es lo que pasa cuando un Sin Retorno canaliza su dolor con el Ginnungagap.

   El dökkalfr se hincó en una rodilla para que su rostro quedara a la altura del asgardiano y le presionó la garganta con su mano izquierda. El suelo tembló un poco. El sometido no pudo evitar llorar y pedir perdón, suplicó por ser liberado.

   —¿Sabes lo que comemos nosotros? —preguntó Surtur con el mismo tono— Otras almas. Sobre todo aquellas que se excusan de obrar en nombre de sus dioses, pese a causar daño externo. Esas almas son las más exquisitas y tú... —Varias almas rieron a la vez—. Si estás aquí es porque algo malo hiciste, ¿no es así?

   —Tomó una poción para convertirse en elfo y atravesó Alfheim por un punto ciego, atacó a muchos de mis habitantes —dijo Caranthir con recelo, pero volvió a acercarse de todos modos y tocó el hombro de Surtur—, quiso obtener información sobre nuestras formaciones, defensas y manera de atacar. Preguntó con paranoia sobre qué pensamos, Los Superiores, sobre Asgard y Odín, incluso cuestionó nuestra fe —explicó. 

   Surtur sonrió unos segundos, enseñando el filo de sus dientes antes de levantarse de nuevo y alejarse del hombre. Por las mismas heridas que las espinas causaron, las sombras salieron y abandonaron su cuerpo, corrieron hasta las esquinas de los cuartos. Caranthir no podía verlas, pero notó el cambio en el asgardiano cuando recuperó su color normal y siguió llorando.

   —¡Svartalfheim declaró la guerra a Asgard! —gritó el hombre, revelando información por fin.

   La sonrisa del rey oscuro desapareció en menos de un segundo y miró a su amigo sin comprender. 

    —¡Soy el rey de Svartalfheim! —gritó y rio confundido— No puedes decir que hice algo que no es cierto.

   —Nuestro aclamado Allfödr recibió un pergamino con el sello de Svartalfheim y la firma de la reina Elentari, su esposa. Fui enviado a Alfheim para saber si esta raza también está del lado de su antigua princesa. ¡Todos los elfos deben morir por declarar la guerra a nuestros dioses! —gritó el hombre. Sus lágrimas seguían cayendo por mejillas— Tal vez no es tan buen rey, Surtur el Oscuro, si no es capaz de controlar a su esposa y sus decisiones.

   Mala elección de palabras. La ira cegó al rey y enterró sus largas uñas en la garganta del hombre, ejerció tanta presión para hacerlo sangrar sin parar.

   —¡No nombres a mi esposa, basura! 

    Las ventanas del cuarto fueron tapadas por las sombras y Caranthir se asustó cuando todo rastro de luz desapareció, lo único que podía verse eran los ojos de Surtur, iluminándose en ese tono dorado.

    —No lo mates todavía, Surtur. Necesitamos toda la información posible —dijo serio—. Creo que sé quién envió ese pergamino, pero quiero saber qué más piensan los dioses de nosotros.

   —Aliados de los jotnar —escupió el hombre.

   —¡¿Aliados?! —Una vez más, la voz de Surtur fue gutural— ¡Los jotnar asesinaron a mi hijo, pedazo de mierda! —Le dio un puñetazo en la nariz— Escupe todo de una buena vez porque me encargaré de desgarrar cada centímetro de tu piel si no sueltas la información ya mismo.

  Surtur no bromeó. Aquel hombre conocería el verdadero dolor.

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