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Capítulo 10.

Si algún día te encuentras con un dios, te recomiendo que te arrodilles, beses sus pies y supliques que no te ridiculice o que te castigue enviándote con Allfödr. No hagas lo que hizo Rance; mirar los ojos de Thor y gritarle sin vergüenza: "Soy muy bonito para morir". 

   —Siempre olvido que tu raza existe, pero cuando me encuentro con un elfo hay vanidad de por medio. —Thor hizo una mueca de disgusto mientras lo miraba—. Tu señor Freyr debería enseñarles humildad, además de enseñarles a no meterse en mundos ajenos sin permiso de nuestro Padre.

   Rance sintió el sudor caliente metiéndose entre los dedos de sus manos y se limpió cuidadosamente con su pantalón sin desviar la mirada del dios. A su alrededor los asgardianos dijeron insultos y otros comentaron cosas del elfo.

   —Te llevaré con Padre para que te enseñe.

   Thor levantó el yunque plateado y permitió que la luz lo iluminara de forma directa, pequeñas chispas moradas y azules se hicieron presentes. Sobre sus cabezas el cielo empezó a apagarse, un pequeño trueno cayó entre los pies de Rance, pero no sucedió nada. Sintió la corriente bajo él y se asustó por el sonido fuerte, aunque eso fue todo.

   —Maldita porquería —gruñó Thor.

   El dios puso mala cara y cerró los ojos, apretó su arma con ambas manos. Se concentró e hizo fuerza para que más chispas bailaran sobre el yunque, pero todo se esfumó en medio de una bomba fétida que soltó Thor. Todas las expectativas que Rance tenía sobre él y las historias que escuchó cuando era niño cayeron en picada cuando se vio rodeado por una nube de mal olor. No le sorprendió que, después de verlo en persona, sus gases fueran así de fuertes.

   —Que ordinario —murmuró, tapándose la nariz.

   —Sí, bueno, estas cosas no sucederían si tuviese mi estúpido Mjölnir —dijo frustrado. Thor apretó de nuevo el yunque y no sucedió nada.

   —¿Perdió su arma? 

   La pregunta de Rance sonó más fuerte de lo que pretendió y asustó a los asgardianos que caminaron cerca. En toda la vida del Yggdrasil jamás escucharon que Thor perdió alguna vez su magnífico yunque y eso daba miedo, sin el arma cerca nadie podría detener a los gigantes de hielo. 

   —No —mintió—. Es imposible que pierda mi arma, aquí está —dijo y enseñó el yunque pequeño que cargaba.

   Toda la majestuosidad de Asgard fue opacada por su apariencia desagradable, la actitud ordinaria y encima sus mentiras. El dios tenía que proteger el Yggdrasil, su deber era mantener a raya a los jotnar que constantemente salían de Jötunheim para causar destrozos. Rance recordó entonces cuando Alfheim fue atacado y el dios no estuvo para aplastarlos con su Mjölnir.

   —¿Cuándo perdiste tu arma? —preguntó con recelo. Sabía que mentiría de nuevo.

   —No perdí mi arma. —Thor se rascó la barba con seriedad—. Este es Mjölnir. Ahora te llevaré con...

   —Si me llevas empezaré a gritar que perdiste el único arma que puede protegernos a todos de los gigantes, gritaré que eres un descuidado y serás castigado por Allföder.

   Rance intentó sonar convincente y sin miedo, pero en el fondo estaba avergonzado de sí mismo por ser tan irrespetuoso con uno de los dioses más fuertes del Yggdrasil. Mantuvo su mirada en alto, elevó el pecho e hizo un movimiento de cabeza para desafiar a Thor.

   —Sabía que Freyr no haría nada bueno creando elfos —murmuró entre dientes.

   —Dios del trueno, permítame ayudarlo a encontrar su arma y a cambio déjeme volver a mi mundo sin problemas. —Pidió, recuperando su tono respetuoso—. Entré en su mundo por accidente.

   —Los accidentes no existen, elfo vanidoso y tenemos un muro gigante que impide la entrada de otros sin permiso de Asgard. ¿Usaste el Bifröst? —preguntó mientras bajaba la voz poco a poco. Se acercó a Rance y le habló cerca del oído— Dime, ¿usaste el Bifröst? —repitió.

   El aliento de Thor era casi tan mortal como el gas que liberó por la fuerza. Rance evadió su mirada incómoda y, nervioso, dijo que sí. No estaba seguro de atravesar un arcoíris porque la sacudida en el Yggdrasil fue tan fuerte que no tuvo tiempo de darse cuenta, pero vio colores.

   —Estás en graves problemas, muchacho tonto.

(...)

   Eidar se quedó acostado en el suelo frío y llevó las manos detrás de su nuca para usarlas de almohada, terminaron en una situación muy incómoda y peligrosa después de que Laufey presentó a sus hijos, pero no pusieron resistencia para ser encerrados en jaulas para animales. 

    A su lado el príncipe tenía una actitud agresiva y se ponía a la defensiva cada vez que un gigante pasaba cerca de Elentari, a los jotnar les pareció divertido ver un elfo enojarse porque molestaban a la princesa con su presencia. Ella se acostó en posición fetal en su jaula. Al costado derecho de Eidar, en la misma jaula, Decius intentó romper los barrotes en vano.

   —¡Déjenme salir de aquí, jotnar! —gritó Decius— ¡¿Acaso no saben quiénes somos?!

   —Ratoncitos. —contestó Býleistr y rio—. No entiendo cómo terminaron en nuestro mundo, ¿son masoquistas? 

   —Helblindi, cállate —dijo Eidar cansado de escucharlo— o Bilesiri, quién seas.

   —¡Soy Býleistr! —gritó el gigante y sacudió la jaula, Eidar terminó con Decius encima— ¡Debería comérmelos ahora!

   Las jaulas temblaron cuando las pisadas fuertes de Helblindi se hicieron presentes en el gran salón de tortura de los jotnar. Se acercó con un pedazo de ciervo azul en la boca y la otra mitad del cuerpo en la mano, estaba almorzando. Decius apartó la mirada con náuseas y sintió el dolor del animal en su pecho. 

    —¡Elfos, amigos! —dijo con burla— ¿Tienen hambre? Tengo un ciervo azul recién cazado.

   —No comemos animales —dijo Eidar.

   —Yo sí —dijo Surtur—, pero no quiero.

   Los hermanos jotnar abrieron los ojos tan grandes como pudieron y se rieron sin vergüenza alguna, las jaulas volvieron a sacudirse de un lado a otro por las vibraciones. 

    —¡Silencio! —dijo Laufey y entró al gran salón— ¿Qué están haciendo con los invitados? —preguntó con una sonrisa cínica. 

    —Madre, solo les ofrecí algo de ciervo azul —dijo Helblindi, encogiéndose de hombros—. ¿Ya es hora de llevarlos?

   —Así es. —Laufey se paró delante de los elfos y los miró con desprecio—. Escuchen bien, ratoncitos. Ahora mismo serán llevados a un salón de bodas exclusivo para jotnar. Nuestro venerado Thrymr piensa casarse con la diosa Freyja y es el deber de ustedes acomodar el lugar y dejarlo impecable. ¿Quedó entendido?

   —¿Usted cree que con el tamaño de las cosas haremos el trabajo rápido? —Decius se cruzó de brazos con fastidio.

   —Jamás dije que lo harán rápido, disfrutaré de verlos mover una de nuestras sillas, si es que pueden. Además, ¿Freyja se casaría con Thrymr? Nunca, es imposible, pero él fantasea con ello.

    Elentari se levantó por fin del suelo frío metálico de la jaula y estiró su mano al vacío, respiró tan profundo como pudo hasta calmarse. Se acostumbró un poco al olor nauseabundo de los gigantes y pudo callar los recuerdos violentos. 

    —¿Nos soltarán? —preguntó con un hilo de voz.

   —Serán atados entre ustedes, ratoncita. Si intentan atacarnos caerán uno encima del otro y no están en condiciones de ganar. Podrán ser tan fuertes como quieran en su mundo élfico, pero entre nosotros solo son comida. 

   —Les ganamos una vez, podemos hacerlo de nuevo. Alfheim casi quedó destruido por culpa de ustedes, pero ganaron, ganamos. —Surtur se corrigió—. Ayudé a los elfos de luz, logré mi propósito y ustedes se fueron. Sí, son fuertes y más grandes que nosotros, mataron a muchos de los nuestros con solo pisarlos, pero al final se fueron. ¿Por qué se irían si nosotros no podemos ganarles, según tú? 

   La reina arrugó el entrecejo y su rostro se deformó por el enojo, agarró las dos jaulas y las estrelló contra una de las paredes. Los barrotes se rompieron, los cuatro cayeron desde una fea altura y Eidar fue el único que pudo atajarse, cayó sobre una pequeña pila de nieve del rincón.

  Miró a sus amigos con preocupación, la situación no era nada favorable y sin un plan no iban a sobrevivir. Eidar nació por la aventura de un elfo adúltero con una jotun, nunca pudo conocer a su madre porque lo abandonó en la colina de los elfos, pero con ese accionar supo que ningún gigante era de confiar. No quería tener alguna relación con ellos; sin embargo, Jötunheim era su segundo hogar.

  —Ek jólfúlndr.

  Por primera vez en tantos años los elfos escucharon a Eidar hablando en el idioma jötun. Laufey arqueó una ceja antes de prestar toda su atención al medio elfo y atrás suyo, Helblindi, dejó caer el ciervo de su boca con asombro. Solo los jotnar podían hablar su idioma, nacían con él, no lo aprendían. 

   —Ek jólfúlndr¹ —repitió y sostuvo la mirada de la reina—. Hver maknífr mér Bildrika²

   —Eso es imposible —murmuró Laufey—. ¡¿Cómo te atreves a usar el nombre de Bildrika de esa forma?! 

   Los elfos no lo entendieron, pero los jotnar sí. Eidar les dijo que una de las gigantes más importantes en su comunidad, Bildrika, era su madre.


1: Soy medio jötun.
2: Fui parido por Bildrika.

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