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Capítulo 08.

Después de un largo entretenimiento para el rey, Decius fue el primero en rendirse y se acostó en el suelo frío, descansó la cabeza sobre el regazo de Eidar y cerró los ojos para dormir mientras Rance insistía en mantenerse de pie y enfrentarse a Brooke, la primogénita que, definitivamente, no podía domar. La mujer agarró la espada corta de Rance y tiró de él hacia arriba, haciendo que sus pies dejaran de tocar el suelo y lo puso a la altura de su rostro para observar con más atención.

   —Hola, preciosa.

   —Eres un elfo patético, pero me gusta tu determinación —contestó, volviendo a sonreír—. Es admirable tu valentía, intentas coquetearme frente a mi padre, no temes morir.

   La sonrisa del elfo se perdió cuando ella lo lanzó contra sus amigos y ahogó un grito de miedo. Surtur suspiró con pesadez antes de ponerse en posición y atrapó al pelirrojo, suavizó un poco la caída cuando chocaron contra el suelo. Elentari se asustó ante el repentino ruido.

   Una vez que Rance estuvo bien, Surtur se alejó para mirar por las ventanas. Muspelheim estaba muy oscuro y caluroso. Había magma y lava por todos lados, un lugar abrasador y podría causarle temor a cualquier mente débil. Si miraba por mucho tiempo un punto fijo podía empezar a distinguir unos ojos rojos, como si fuese un dragón escondido entre las sombras, aunque la sensación de escuchar voces era peor.

   Dejó de mirar cuando sintió una mano suave sobre su hombro, volteó a ver a su princesa, le sonreía cansada. Estuvieron todo el día peleando y aunque no supieron si ya era de noche o de día querían dormir. La cargó de manera nupcial y apoyó la espalda contra la pared para sentarse despacio, Elentari se acomodó entre sus piernas y apoyó la cabeza en su pecho. Él la abrazó con cariño y suavemente empezó a moverla de un lado a otro hasta que se durmió.

   Rance evitó mirarlos, aunque en el fondo anheló que Elentari estuviera orgullosa de alguna manera. No quiso aceptar que ya tenía un enamorado y era su prometido. Tenía el corazón roto, pero no por eso iba a rendirse.

   Brooke pudo notar las intenciones del elfo, así que lo dejó lucirse un poco, pero no se dejó vencer y menos ante su padre, el gigante siguió esperando que la pelea termine. Al ver que los elfos estaban dormidos golpeó el suelo con el pie y los despertó.

   —Es suficiente, todos estamos cansados y queremos dormir. —Aclaró su voz y continuó— Pueden quedarse aquí hasta mañana al atardecer, Ritha los acompañará a sus aposentos.

   —Será un placer, Su Majestad. —Ritha dio un paso adelante para llamar la atención de los elfos.

   Rance se quedó atrás de todos viendo como Elentari caminaba aferrada a Surtur y suspiró, dejó caer los hombros cansados. Evitó la mirada de Eidar cuando se dio cuenta de que lo observaba con seriedad. 

   —Olvídalo, Rance —Eidar se acercó para susurrar— ¿No prefieres que sea feliz?

   —¿Por qué asumes que no puedo hacerla más feliz que él? —preguntó ofendido— Claro que quiero que lo sea, su sonrisa es...

   —Basta.

   Los gigantes de turno llegaron listos para proteger el trono mientras Surt se iba a su aposento con su esposa Sinmore a dormir y Brooke lo seguía para irse a dormir también. Ritha los guio por el jardín principal del palacio, era un espectáculo de luz y color con flores y plantas que florecieron en un resplandor cálido. Las fuentes de lava crearon un paisaje vibrante mientras que pequeñas llamas de fuego adoptaron la forma de animales y corrían de un lado a otro. 

   —Ritha, ¿hay forma de que nos enseñes cosas de Muspelheim antes de enviarnos a los aposentos? —La curiosidad de Eidar hizo eco en el jardín— Vinimos para aprender, pero solo nos encerraron para pelear entre nosotros como un entretenimiento morboso.

   —Si quieren información, elfos, pueden visitar las torres elevadas, allí están las bibliotecas y guardamos los secretos ancestrales y tenemos artefactos mágicos y... No debí decir eso —dijo preocupada.

   Surtur sintió curiosidad por su respuesta y levantó la mirada para ver las torres, podían apreciarlas desde su posición. Eran enormes, pero su negrura no causaba confianza suficiente para entrar. Parecían una trampa para visitas.

   —Por favor, olviden que mencioné a los artefactos y secretos, ustedes solo pueden entrar en las bibliotecas comunes que tienen libros llenos de nuestra historia pública —dijo nerviosa—, aunque solo pueden acceder con la compañía de un gigante autorizado porque si se desvían pueden atravesar el portal de... Olviden eso.

   —¿Un portal de qué, Ritha, mi amor? —preguntó Rance curioso— Ya estás hablando, termina de decirlo. No le diremos nada a tu rey.

   —Solo por halagarme no conseguirás que te mencione sobre el portal de la cueva escondida en... ¡Carajo! ¿Qué sucede conmigo? —preguntó furiosa.

   —Deja de meterte en su cabeza, Surtur —ordenó Elentari seria—. No es divertido.

   Pese a tener la capacidad para hacerlo y su poder bien desarrollado, él no tuvo nada que ver con la lengua floja de la mujer. Para su buena suerte, Ritha no podía oírlos, eran tan bajos a su lado que debían gritar para ser escuchados.

  —Solo puedo meterme si toco su cabeza —dijo Surtur—, te juro que no soy yo. Ella es torpe.

  —Mis oídos estallan —dijo Ritha de repente, metiéndose los dedos en las orejas—. ¿No dicen que eso sucede cuando alguien habla sobre ti?

  —Eh... En Alfheim no conocemos ese dicho —mintió Decius, rascándose la nuca—. Ritha, no queremos meterte en problemas, está bien si no quieres hablar sobre la cueva que está a simple vista y de entrada libre.

   —¡No es libre! Nadie no autorizado puede entrar a la cueva o podrían ser consumidos por el vacío y las almas del Ginnungagap —contestó sacudiendo los brazos y exagerando su reacción. Luego se relajó—. Mierda.

   —Ritha, Surt dijo que nos darían conocimientos de su mundo si lo entretenemos un tiempo largo, lo hicimos. Merecemos el conocimiento de esa cueva súper misteriosa e interesante ¿no?

   —No —dijo borde, mirando a Rance—. No debo decir más, ya sufriré un castigo por mencionar ciertas cosas.

   Decidieron no insistir más sobre el tema porque el enorme rostro afligido y temeroso de Ritha les dio pena, ninguno iba a mencionar nada sobre la conversación cerca del rey u otro gigante porque no querían causar problemas. Ella era una gigante desconocida para ellos, pero tuvieron una primera buena impresión.

   Después de un corto recorrido por las zonas más vistas del palacio llegaron a un largo pasillo por donde subieron una escalera caracol y se encontraron de frente con los aposentos. Eran enormes para ellos y en una sola cama podían entrar los cinco juntos si no es que unos cuántos elfos más. Al final, eligieron dormir Rance y Decius en un aposento y los príncipes con Eidar en otro.

   —¿Necesitan algo antes de que me vaya a dormir? Mi aposento está en el tercer piso.

   Negaron y una vez que Ritha se retiró, el silencio se volvió incómodo. Entraron a sus respectivas habitaciones para dormir de una vez. Por un lado, Decius y Rance se quitaron la ropa y se durmieron en cuanto tocaron la cama; por otro lado, Elentari se recostó y sonrió cuando Eidar se sentó a su lado en posición india. Apoyó la espalda contra la cabecera de la cama y esperaron a Surtur, éste dejó la ropa dentro de un mueble.

   —No tenía idea de ese tatuaje —habló Eidar.

   Surtur se tocó el hombro izquierdo de manera inconsciente, llevaba un par de siglos y la tinta era gris muy claro, pensaba marcarlo de nuevo para que otra vez se viera negro y llamativo. Tenía un sol negro.

   —¿Quieren averiguar cómo dar con el portal de las torres? —preguntó curioso.

   Eidar y Elentari respondieron que sí al unísono.

(...)

   Rance despertó en medio de la noche porque no pudo dormir, cada vez que cerraba los ojos su corazón empezaba a doler y sentía un vacío en su pecho. Quería hablar con alguien sobre cómo se sentía, pero despertar a Decius no era una buena idea, a menos que quisiera terminar atravesando la pared. Miró de soslayo cómo dormía sin ninguna preocupación encima y sonrió ladino, todavía con pesar en el cuerpo. Deseó poder descansar de la misma forma y soñar que estaba comiendo en su hogar acompañado de su madre, la extrañaba y mucho. Sin ella las cosas eran difíciles para Rance y no entendía cómo Decius podía fingir que nunca estuvo o que no dolía.

   Rance creció siendo muy fiel a su madre, la seguía como una sombra y no había nada que no hiciera por ella, incluyendo maltratar a Eidar, el hijo bastardo de su padre. Por ella golpeó muchas veces a su medio hermano, le dijo cosas crueles o fingió que no existía, sabía que lo lastimaba y cuando su madre murió, Eidar fue el primero en preguntarle cómo estaba. 

   Cerró los ojos sobre la enorme cama y se imaginó hablando con su madre otra vez, recordó aquellas facciones preciosas, una sonrisa resplandeciente y una mirada penetrante. Quería contarle sobre su nueva vida y que la Familia Real no era para nada como ella describió siempre; contarle que estaba enamorado de alguien que no le correspondía y buscar un consejo sabio que solo las madres podían dar. 

   —¿Me seguirías queriendo, mamá, si te cuento que me enamoré de alguien que odias? —murmuró al aire— ¿O me pedirías que me calle como hacen mis hermanos? 

   Miró el suelo con una sonrisa triste y los ojos cristalizados, estaba a punto de llorar. Se odiaba a sí mismo por sentirse como un niño caprichoso que no tiene los juguetes que quiere y cuando lo quiere. No quería seguir complicando su relación con sus hermanos ni sus amigos, no quería seguir desafiando a Surtur, ponía en juego su amistad con Elentari y no quería seguir sufriendo. Lo único que necesitaba realmente era desahogarse, abrir por completo su corazón y que, al ser rechazado, encuentre la paz que no tiene guardando sus emociones.

   —¿Cómo puedes dormir, Decius? —susurró mirando a su hermano.

   Decius era el mayor de los tres Einarsson y el más reservado, su personalidad era distante y aunque se notaba su aprecio por Rance, no lo toleraba tanto tiempo cerca o no quería escuchar sus problemas con frecuencia. Era un hermano mayor que, a pesar de verlo todos los días, se sentía ausente en su vida. Decius tampoco se mostró abierto con él alguna vez, ni siquiera sabía si tenía problemas, angustias o si alguna vez se enamoró como él. Lo único que sabía de su hermano es que compartían una misma casa y que hicieron cosas terribles de adolescentes, y muy poco más.

   —Tal vez te necesito más de lo que tú a mí y solo soy un estorbo, ¿no es así? —murmuró, alejándose de la cama.

   Decidió salir del aposento y en silencio recorrer el palacio para conseguir la calma necesaria para volver a dormir antes de que alguien notara su ausencia. Si es que alguien lo notaba.

(...)

   Mientras tanto, Surtur caminó con sigilo por el jardín principal del palacio y se guio por un pasadizo oscuro. Desde su ubicación era complicado encontrar la forma más rápida de llegar a las torres, aunque ser visto por algún gigante no era un problema porque tenía muchos lugares en los que esconderse. Suspiró con frustración cuando se dio cuenta de que eligió el camino más largo y estaba solo durante la noche más oscura de Muspelheim. Eidar y Elentari se quedaron profundamente dormidos después de decir que querían investigar las torres con él. Salió sin despertarlos.

   Pasó entre caminos con desnivel en el suelo y tuvo cuidado de no caer cerca de las fuentes de lava. Avanzó usando únicamente la luz que emanaba el fuego y se arriesgó a tropezar muchas veces, pero después de atravesar la sala del trono, consiguió ver las entradas de las torres. Era en un segundo jardín que parecía vacío, como si nadie vigilara.

   Corrió desde el pilar en el que se escondía y fue ocultándose de sombra en sombra, pero fue interceptado por algo caliente. Se levantó del suelo tan rápido como pudo, miró y dejó caer sus hombros acompañado de una risa incrédula. Algún tipo de animal, como un felino grande, lo detuvo. Era una bola de fuego grande con ojos adorables.

   —No tengo tiempo para esto —susurró Surtur, alejándose del animal.

   Caminó unos cuántos pasos antes de suspirar y volver con el animal que movía su cola contento. Surtur suspiró, lo acarició como si fuera la cosa más adorable del mundo y luego se fue corriendo a las torres mientras sacudía las manos en alto porque se estaba quemando. Se sintió como un completo imbécil por tocarlo, pero no podía remediar la situación.

   Se detuvo frente a las grandes puertas cerradas con llave o algún encantamiento y sopló sus manos hasta que dejó de sentir malestar. No había forma fácil de entrar sin romper algo y no quería dejar una evidencia de que se metió donde no debía. 

    —Vamos, Surtur, piensa... ¿Cómo se meterían mis hermanos? —murmuró mirando sus posibilidades— Mierda, debí aprender a convertirme en arena, hubiera pasado por debajo de la puerta.

   Suspiró derrotado y creyó que no tenía alternativa más que volver a sus aposentos, pero recordó algo.

   —¡Soy un elfo de sangre! —dijo en alto y sonrió con malicia.

   Se agachó con el rostro casi en el suelo para poder ver por debajo de la puerta, las luces del interior estaban apagadas porque no había nadie. Se mordió el dedo índice hasta sangrar y metió su mano en el hueco, ensució el suelo con su sangre y luego se levantó orgulloso de su propia idea. Se tiró de espaldas contra el césped rojo y apareció levantándose dentro de la torre. Respiró el aroma deprimente de la oscuridad, un olor que le encantaba. 

   Observó la entrada con mucha atención, había poca cosa, lo único importante era una enorme escalera caracol por la que subió a oscuras y se tropezó más de una vez. Cuando subió al último piso pensó que ya debió formarse un hematoma pronunciado en su tibia; sin embargo, se distrajo del dolor cuando vio lo enorme que era la primera biblioteca, un lugar inmenso como un gigante y lleno de libros por todas partes, además de recortes y pergaminos mal apilados en el suelo. Reprimió las ganas de tocar todo y caminó en silencio entre las estanterías, fue mirando con mucho detalle hasta encontrar algo que lo lleve al portal. 

   Encontró un libro de tapa dura y de color negro, no tenía nada interesante dentro ni fuera, pero cuando lo tocó sintió una sacudida fuerte y cerró los ojos por inercia. Al abrirlos estaba en la cueva. Se quedó atontado por lo fácil que todo estaba siendo, pero quedó un poco mareado por la sacudida. Miró sus manos de nuevo y se dio cuenta de que el libro que lo teletransportó ya no estaba y no tenía forma de regresar. 

   No sentía miedo con frecuencia, muy pocas veces había tenido ataques en el pasado y en ese momento no sintió nada, aceptaría las consecuencias de sus actos si alguien lo descubre, pero primero quiso explorar. Ritha no mintió cuando dijo que el lugar era pesado y a medida que caminaba por la oscuridad sentía que una sensación de pesadez y dolor lo abrazaba con tanta fuerza que le impedía caminar. 

   Empezó a oír murmullos bajos y lamentos, muchos lamentos. Intentó retroceder para volver a donde apareció, pero su cuerpo se movió solo muy lentamente y casi se encorvó por las emociones negativas. La asfixia se hizo presente, llevó sus manos al aire, no entendía qué pasaba, era como si algo o alguien lo estrangulara con ganas de matarlo. Todavía sin poder decidir sobre sus piernas, llegó a una grieta flamígera y la sensación se hizo cada vez más fuerte.

   Quiso estirar su mano para sostenerse de la pared, pero desvió y tocó la grieta, misma por donde vio asomar una mano completamente negra. Los murmullos se hicieron cada vez más altos dentro de su cabeza y cerró los ojos.

  —Gi..nnun...ga...gap... —susurró una voz asmática.

  Surtur cayó inconsciente en el frío y duro suelo de la cueva después de haberlo tocado por unos segundos y cuando despertó estaba sobre la cama del aposento con Eidar y Elentari.

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