• Uno •
Un zumbido resonó y se agudizó en mis oídos. A medida que me acerqué a esa luz tenue que había frente a mí, la claridad molestaba mis ojos. Desperté en la cama de un hospital, no podía centrarme en detalles, pues sentía como si un camión me hubiese pasado por encima y la cabeza la sentía como un globo, en parte la culpa la tenían esas vendas que corrían a vuelta y redonda de mi cabeza. Aparte de eso, tenía un yeso en el brazo izquierdo que me limitaba de muchas maneras.
No podía explicarme por qué estaba aquí, o quién era ese hombre tan atractivo que se encontraba tan cerca de mi rostro.
—¿Por qué mi cuerpo duele tanto? ¿Qué me ocurre? — musité.
—¡Despierta, Luna! — no sé quién sea, pero luce realmente preocupado.
—¿Quién eres?
Tuve el leve presentimiento de que esa pregunta le estuvo chocante, lo noté en su sombría expresión.
—Iré por el doctor para que te examine.
Salió de la habitación, regresando rápidamente en compañía del doctor, quien me examinó y me dio una larga charla, la cual no pude prestarle atención debido a mi aturdimiento y dolor de cabeza.
—Tuviste un accidente, por lo que debido a esa contusión que recibiste en la cabeza, es normal que no recuerdes mucho, pero no te preocupes, pronto irás recordando todo — dijo ese hombre atractivo, cuyo nombre aún desconocía.
El doctor se marchó junto a la enfermera, luego de haberme administrado medicamentos para el dolor en el suero. Me sentía fatal. Mi cabeza quería explotar.
Me quedé a solas con ese hombre, y él no dudó en acercarse a la camilla, tomando mi mano sana con delicadeza y proporcionándole un suave beso, el cual despertó un hormigueo y calor en mis mejillas.
¡Qué ojos tan bellos tiene y qué mirada tan profunda! Es difícil establecer contacto visual con alguien así.
—Trata de descansar. Pronto te sentirás mejor y regresaremos a casa.
—¿A casa? ¿Vivo con usted?
—No me digas usted.
—Aún no sé su nombre. Ni siquiera sé qué relación o parentesco hay entre nosotros.
—¿Parentesco? — sonrió ladeado—. Llámame Sebastián. Con respecto a nuestra relación y parentesco, tengo la respuesta a tus inquietudes y dudas; soy tu esposo.
Su respuesta me hizo sentir muy incómoda y avergonzada.
—Oh, vaya. Lo siento.
—¿Qué sientes?
—Se siente fatal despertar y no recordar nada, ni siquiera a mi propio esposo. Me esforzaré en recordarlo todo.
Por eso me miró de aquella forma cuando le pregunté su nombre.
—Lo sé, aunque prefiero que no lo hagas todavía.
—¿Por qué?
—A veces no es sano recordar las pérdidas.
—¿Qué pérdidas? ¿De qué hablas?
—No importa. Tenemos toda una vida para hacer otro — acarició mi mejilla, descansando su frente en la mía con suma cautela—. Lo único importante para mí en este momento es que estás aquí conmigo y no me dejaste solo. Yo sabía que ibas a regresar a mí, después de todo, nosotros somos uno solo.
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