• Tu culpa •
Su mano descendió a mis piernas y las acarició, como si tuviera intenciones de que llegáramos a algo más, pero no quería sentir sus manos tocando mi cuerpo.
—No me toques—murmuré, apartando su mano de mí—. El hombre que realmente me gustaba, no eres tú—me levanté de la cama, tropezando con mis propios pies.
—¿Ahora vas a actuar indiferente para llamar mi atención? Es una buena estrategia.
—Yo no quiero estar más aquí— caminé hacia la puerta.
—A ver. ¿Y dónde quiere estar la princesa? ¿En la cárcel?
—Ahí te ha quedado bastante claro. Yo no la maté. Fue un accidente.
—Oh, ¿llamas “accidente” a empujarla y luego arrastrar su cuerpo con intenciones de enterrarlo en el patio?
—Yo… hablaré con la policía. Ellos deben creerme.
—¿Y qué dirás cuando pregunten dónde está el cuerpo? ¿Piensas delatarme después de haberte ayudado? Eso se llama traición. Estamos juntos en este barco, pequeña. Tú y yo somos cómplices. Te lo advierto; tú abres esa boca y voy a asegurarme de que sea lo último que hagas.
—Yo… debo salir de aquí— sentía que me asfixiaba en esas cuatro paredes, a solas con ese ser, escuchando de fondo cómo el suceso con mi madre se repetía en la televisión.
Siento que voy a enloquecer.
—¿A dónde demonios crees que vas? —me agarró el brazo bruscamente, acorralando mi cuerpo contra la pared—. ¿Piensas que te dejaré ir, así como así, luego de lo que hice por ti, corderito? A estas alturas, no estoy muy seguro si dejarte respirando me sirva para algo.
—Suéltame—me zafé de su agarre y retrocedió, frunciendo el ceño—. No quiero que me vuelvas a tocar.
—Si no quieres que te toque, conmigo no hay ningún problema. Ni falta que me hace—abrió la puerta y señaló el pasillo—. Vete a hacerle compañía a tu madre. Seguramente te lo agradecerá dándote un reconfortante abrazo— me sacó de su cuarto al pasillo, deteniéndose frente a la puerta—. Te invito a tomarte el riesgo de irte y contarle todo a la policía. El que no arriesga no gana— cerró la puerta y, en instantes, oí que arrojó algo, lo cual se rompió en pedazos.
Sabía que detrás de sus palabras había una amenaza. Mi cuerpo también lo sabía, por eso, a pesar de ver el teléfono de la casa en la sala y a mí alcance, más la puerta de la entrada, no me atreví a hacer nada.
No quería regresar a mi habitación, por lo que preferí sentarme en el único hueco que había entre el sofá y la pared, descansando mi frente en las rodillas. Sentía tanta angustia, frío y miedo. Era como si las paredes estuvieran murmurando entre ellas, diciendo cosas de las que era incapaz de comprender.
Después de todo lo que había sucedido, por más sueño que tuviera, me negaba a cerrar los ojos y dormir.
Aún era de noche cuando oí el timbre de la puerta. Por dentro, no podía explicarme quién podía estar visitándonos a esta hora. Llegué a pensar inclusive que podría tratarse de mi padre, pero no tuve tiempo de levantarme y abrir la puerta, pues alcancé a oír los pasos de Fabián. Me hice bola en ese pequeño rincón, en el intento de que no me viera.
Bajo la curiosidad, me asomé por una esquina para ver de quién se trataba, fue ahí donde alcancé a ver a una señora, la cual reconocí de inmediato.
«¿No es ella la rectora de la universidad? ¿Qué hace aquí a estas horas?».
Mi quijada casi se cae al suelo, al ver que se saludaron con un ardiente y apasionado beso en la boca.
—Me estuvo curioso que me citaras aquí. Sabía que te gusta mucho la adrenalina, pero ¿no tienes miedo a que tu prometida y tu hijastra nos descubran? Te estás arriesgando demasiado.
Fue una doble decepción, porque pude entender muchas cosas, entre ellas que, seguramente, ese infeliz estuvo siéndole infiel a mi madre durante toda su relación. Además de eso, caí demasiado bajo cuando en mi cabeza, la idea de tenerlo a toda costa, por encima de la felicidad de mi propia madre, la consideré un plan magistral.
«En primer lugar, ¿qué esperaba de todo esto?».
Ese hombre que tanto me gustaba, el mismo que tenía puesto en un pedestal, nunca existió. Y es una realidad que debo aceptar. Todo en él fue una mentira.
[...]
Pasé toda la noche despierta, no solo porque me negaba a dormir, es que incluso si lo hubiera intentado, habría sido imposible, pues los gemidos de esa mujer se oían en toda la casa. La habitación debía estar patas arriba, pues todo lo que se oía eran cosas cayendo y rompiéndose, como si en vez de estar teniendo intimidad, hubieran estado en un campo de batalla.
No soy estúpida. Sé bien que si trajo a esa mujer aquí y montó todo esto, fue para desquitarse de mí, aunque lo que logró fue abrirme aún más los ojos, para descubrir que es una escoria que no vale un centavo. Que cada lágrima que derramé fue en vano y cada cosa que hice por él fue una completa estupidez.
En el momento que me puse de pie, lo vi bajar las escaleras. Estaba recién bañado, vestido y perfumado, cargando con su maletín como de costumbre. Pasó por mi lado, ignorándome a propósito, como si yo no existiera. Dejó el maletín sobre la mesa del comedor y se adentró a la cocina.
Mientras hacía y deshacía, me dio curiosidad por mirar por la ventana, pues esa mujer aún no ha bajado.
«¿Todavía está dormida?», me cuestioné. No la he visto salir y su auto aún está estacionado frente a la casa.
«¿Planea también quedarse al desayuno?». Es el colmo del descaro…
—Ve a ducharte. Irás conmigo— dijo desde la cocina, de espaldas a mí.
—No quiero.
—Quedan quince minutos para las siete. Espero verte vestida para entonces.
—¿Con qué derecho te crees tú para controlarme? Si tu miedo es que vaya a la policía, puedes estar tranquilo, porque no iré a ninguna parte.
—Está bien.
Que haya aceptado así de fácil no me da buena espina.
Seguí cada movimiento suyo en la cocina. A pesar de lo que le dije, sirvió dos tazas de café y le añadió las tres cucharadas de azúcar que suelo tomar y preparó dos emparedados con los mismos ingredientes que suelo comer casi todas las mañanas. Colocó todo sobre la mesa, para al final, sentarse en su silla, con las piernas ocupando la mía y dejando únicamente la de mi madre vacía.
Las manecillas del reloj que colgaba en la cocina comenzaron a ponerme nerviosa, pues veía que los minutos iban pasando y él continuaba comiendo, tan lento y despreocupadamente que me estaba inquietando. No era normal ese comportamiento, o tal vez era mi mente quien me estaba alertando que había algo fuera de lugar.
No quería descubrir qué iba a suceder si llegaban a pasar esos quince minutos que dijo, porque algo tenía bien claro, y es que definitivamente algo pasaría.
Me senté en la única silla vacía, mirando el plato, el reloj y por último a él.
—¿Esto es para mí o es para tu amante? — mi pregunta lo llevó a abrir los ojos.
Miró el reloj de la cocina y luego se levantó de la silla, haciendo que la tensión pusiera mis manos y piernas a temblar.
«¿Se acabó el tiempo?», era la pregunta, cuya respuesta podría tener de manera instantánea, si me hubiera atrevido a mirar el reloj, pero toda mi atención estaba sobre él.
—¡Iré contigo! — le grité nerviosa, poniéndome de pie.
—Seis minutos—enfatizó.
No hizo falta que dijera nada más, simplemente me apresuré a ir a mi habitación y buscar lo necesario para alistarme lo más rápido posible, antes de que ese engendro del mal fuese capaz de venir a buscarme.
Odiaba ese sentimiento de dar mi brazo a torcer por miedo, pero no quería descubrir hasta dónde más sería capaz de llegar. Me aterraba solo imaginarlo.
No sé cuánto tiempo me tomó salir, pero el caso es que lo hice. Caminé por el pasillo y noté que su habitación estaba cerrada.
«¿Se habrá ido esa mujer ya?».
—Estoy lista— le dije tan pronto bajé las escaleras.
—Desayuna.
«Ese desgraciado sabía que iba a terminar cediendo a su mandato».
Desayuné lo más rápido que pude, tenía sus ojos puestos en mí en todo momento.
—Busca tu computadora o algo para entretenerte por allá.
Es un fastidio saber que tendré que estar con él todo el día.
Volví a subir a mi habitación, tomé uno de mis libros impresos, mi computadora y mi cartera. Todo lo guardé en una mochila para que se me hiciera más fácil.
Caminando por el pasillo, me topé con él saliendo de su habitación. En otras circunstancias no habría husmeado en el interior, pero al ver la oportunidad, más la curiosidad haber estado en todo su apogeo, me dio con mirar por el pequeño espacio que había, haciendo que me arrepintiera de esa decisión en el mismo momento.
—¿Q-qué hiciste? — mi espalda chocó contra la pared, incluso la mochila se me cayó de las manos, tras haberlas llevado a mi boca de la impresión.
—¿Qué hice de qué?
Señalé hacia la puerta con la mano temblorosa y fue cuando se percató de que había alcanzado a ver la siniestra escena que había en el interior de su habitación.
—¿Hablas de esto? — abrió la puerta por completo, haciendo que el color nauseabundo de la sangre invadiera mis fosas nasales y me causará un profundo malestar, capaz de hacerme vomitar.
Las preguntas que invadían mi cabeza desde esta mañana habían encontrado respuestas, aunque no justamente las que esperaba.
El cuerpo de esa señora estaba inerte sobre la cama. Su cabeza colgaba del borde. Sus manos estaban atadas a la espalda. Tenía varias marcas en el cuerpo que parecían mordidas. Sus labios estaban morados. Tenía una correa alrededor del cuello tan ajustada que se apreciaba hinchada el área todavía. Había sangre por todas partes. En el suelo se encontraban cristales rotos, mientras que algunos cuadros y decoraciones se encontraban del mismo modo. El cuarto realmente estaba patas arriba.
Había sido testigo del escándalo anoche, de los gritos de esa señora, pero jamás hubiera podido imaginar que todo lo que estaba sucediendo en ese cuarto era algo así.
En su rostro no había ni una chispa de remordimiento, arrepentimiento o culpa. Todo lo contrario, se veía demasiado tranquilo, algo que hacía todo más inquietante.
—Fue tu culpa—se atrevió a decir—. Si no me hubieras hecho enojar, esto se hubiera podido evitar.
«¿“Yo tuve la culpa”?».
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