• Trato • (+18)
«Este hombre es un demente, pero ya no sé quién de los dos está más loco, si él con esas insinuaciones, o yo, al sentirme excitada y curiosa al respecto».
—Hagamos un trato—soltó, plasmando un ligero beso sobre mi pezón izquierdo a través del sostén.
—¿Un trato?
—Pasemos la noche juntos. Si mañana aún tienes ganas de irte, no voy a detenerte. Es un trato justo.
—¿Dejarme ir? Eso no te lo crees ni tú mismo.
—Tú solo eres un simple capricho para mí, que acabará en el preciso instante que te coja. Seamos honestos, yo también soy eso para ti. Entonces, acabemos con esto de una vez. Si realmente quieres que te deje en paz, dame lo que quiero y todo habrá terminado.
«¿Un simple capricho?».
Sus palabras se sintieron como un puñal, pero no quise demostrarle que tiene ese efecto en mí.
Si es o no solo un capricho para mí, solo había una forma de confirmarlo. Pues en el fondo deseaba dejar de sentir lo que fuera que esté sintiendo por él y que me llena de tanta impotencia y culpa a la vez. Quizás esto es todo lo que me haga falta para sacarlo por fin de mi mente y de mi vida.
—Está bien. Solo espero que cumplas tu palabra.
Sé que no había garantía de que lo que estaba proponiendo iba a cumplirlo, pero como dice un viejo adagio: «el que no arriesga no gana». Y era un riesgo que por mi propia paz mental quería tomar.
—Sabía que íbamos a entendernos bien— dejó ir mis brazos, llevando sus manos a mi espalda para quitarme el sostén.
—Espera, ¿haremos eso aquí?
Agarró mis dos senos con sus grandes manos y los amasó despacio.
—Estás acostumbrada al típico sexo aburrido y monótono que pueden ofrecerte los muchachos de tu edad, pero eso no va conmigo— frotó con sus dedos mi pezón endurecido y acaparó el otro con su boca.
Cerré los ojos, dejándome llevar por esas sensaciones que estaba despertando en mi cuerpo con sus atenciones. Sus manos se habían desviado y adentrado descaradamente en mi pantalón, apretando mis nalgas hacia él, haciéndome notar su erección en mi entrepierna.
Lo reconozco; no tengo perdón por lo que estaba a punto de hacer. Aunque he deseado esto por mucho tiempo, soy consciente de que esta no era la mejor idea, mucho menos la decisión correcta, pero había llegado a un punto donde no había retorno.
Entre la razón y el deseo carnal que siento por este ser, el deseo era mucho más fuerte que yo.
Me levanté por petición suya y me desnudé completamente. Su lujuriosa mirada recorrió y apreció cada rincón de mi desnudez.
Justo cuando ensanchó una sonrisa con suficiencia, atrapó mi cuerpo haciendo conmigo casi una voltereta. Mi cuerpo quedó suspendido en el aire hacia el lado contrario suyo mientras él permanecía sentado. Buscando equilibrio por temor a caer, apoyé mis rodillas en sus hombros, mientras él me sujetaba por la espalda. Apoyé las manos en sus piernas, su apretada erección quedaba a la altura de mi barbilla.
Hacer un 69 de forma tan deshonesta nunca lo había practicado, ni se me hubiera cruzado por la cabeza. No niego que me sentía sumamente avergonzada al estar tan expuesta, con mis partes más íntimas a la altura de su rostro y vista. No había ningún rincón que pudiera pasar desapercibido en esta posición.
Decidí tomar la iniciativa de liberar la molestia que se ocultaba en su pantalón. Las secreciones producidas por su excitación las acapare con mi lengua. Su hombría palpitaba en mi boca a medida que succionaba alrededor de su base.
Mientras tanto, él se adueñaba de mis labios, mordiéndolos con deseo y lamiéndolos. Me sostuvo con una sola mano para insertar sus largos y grandes dedos a profundidad en mi cavidad, explorando con ellos cada parte que de mi interior alcanzaban. La forma brusca en que sus dedos se agitaban, los espasmos ocasionados por ello, esos labios y lengua que me vuelven loca, todo eso me tenía ardiendo. Cubría todas las bases, como si conociera todo lo que me gusta y enloquece.
Todo lo que escuchaba eran los chupones y gemidos seguidos que dejaba escapar en cada deliciosa probada que me daba.
Mi cuerpo se vio levantado sin aviso y tumbado en el sofá. No me dio tiempo siquiera a acomodarme, cuando me arrastró hacia el reposabrazos, dejando mi cabeza colgando en el borde y poniendo su erección a la altura de mi rostro.
Acarició mis labios, dejándolos brillantes debido a sus fluidos, luego, me dio varios azotes. Sus intenciones eran bastante evidentes para mí, por eso abrí la boca y cerré los ojos de la pena. A estas alturas no debía sentir vergüenza, pero honestamente, sí la sentía al ver su intensa y perversa mirada sobre mí.
Busqué cubrir todas las bases con mi boca, cuando de repente, sentí sus dos manos sostener mi cuello, sin ejercer mucha fuerza. Fue ahí cuando sus caderas comenzaron a moverse por su cuenta.
Al principio fue despacio y me daba oportunidad a tomar algo de aire, pero a medida que avanzaba, me sorprendía a mí misma la profundidad que alcanzaba su pene en mi boca. Golpeaba con rudeza mi garganta, no tenía casi espacio de respirar y tenía la sensación de que iba a perforar mi garganta, pues intencionalmente y cada cierto tiempo, lo hundía casi en su totalidad y lo sacaba.
Lo que tenía para reponerme de la tos y el aire no era mucho tiempo, cuando volvía al ataque y me sometía a sus empujones. No sé si su propósito era vengarse de mí o el hecho de que usarme a su antojo le excitaba más de lo que pudiera describirlo.
No sé qué ocurre conmigo y mi cuerpo. Me dolía la garganta y tenía miedo, pero todo eso se mezcló con el placer que me brindaba oírlo gemir y sentir sus palpitaciones.
Mis manos se movieron solas por sentirme tan excitada y mojada. Lágrimas de éxtasis y lucha brotaban de mis ojos.
Frotaba mi clítoris, mientras continuaba complaciéndolo y luchando por cogerle el ritmo y soportar.
Jamás pensé decir esto, pero el simple hecho de ser sometida de esta manera se siente bien y esa corriente aparece en mi interior.
Las náuseas desaparecieron por el corto instante que salió de mi boca, la precisión y rapidez en que me penetró de golpe de nuevo, causó un torbellino de sensaciones en mi interior.
Sus gemidos vinieron acompañados de una última estocada, antes de descargar todo en lo más profundo de mi garganta. A pesar de sentirme en la obligación de tragarlo, terminé tosiendo por la brusquedad y la profundidad que esta vez alcanzó en ese fulminante momento.
Traté de normalizar la respiración, la tos, el ardor y hormigueo de mi garganta, pero se me hacía algo difícil. Hasta la quijada me dolía por el rato que tuve abierta la boca.
«Si esto duele tanto, ¿por qué hace un momento me sentí bien y estuve a punto de llegar al orgasmo con solo tenerlo en mi boca? ¿Cuándo me volví tan masoquista? ¿Qué ocurre conmigo?».
Él me observó en completo silencio.
—¿Esto era todo? Termina con lo que empezaste. No quiero verte más después de esto— mi voz se oía ronca.
No quiero que me guste esto. Odio sentirme de este modo por él.
Su expresión de disgusto fue bastante notoria.
—Bien, terminemos con esto—me agarró la muñeca, haciéndome levantar del sofá—. Inclínate.
Doblé mi cuerpo en el reposabrazos, dejando mi trasero levantado y a su entera disposición. Lo miré por arriba del hombro, notando que estaba sacando un preservativo de su billetera, el mismo que se puso en un dos por tres.
Se hundió en mí con movimientos suaves, hasta que poco a poco fui aflojando y pudo empujar con más frecuencia y profundidad. Mis manos fueron tomadas por las suyas, presionándolas contra mi espalda y acomodándose como era debido para dejarmelo caer fuerte.
Mi coño estaba amoldándose a su gran tamaño y era jodido sentirme tan sensible, es como si una cosquilla enloquecedora estuviera situada en mis adentros y fuera rascada por su pene.
Junté más las piernas y el roce se percibió más intensamente. Tuve la sensación de que se acomodó mejor, golpeando justamente donde mejor se sentía.
Agarró mi cabello entre su fuerte mano, obligándome a curvar la espalda un poco, mientras la otra mano continuaba presionando las mías en mi espalda baja.
Chocaba su pelvis continuamente y de golpe en mis nalgas, provocando un peculiar y excitante sonido. Me dolían los labios por la manera tan fuerte en que me los mordía al sentirme tan llena y a tope.
Mi interior aclamaba su pene por esa única forma de calmar e intensificar a su vez ese inquietante hormigueo en las paredes de mi vagina.
Comencé a empujar mis caderas contra él intencionalmente, quería sentirlo aún más y oírlo gruñendo de la forma en que lo hacía. Él tomó eso como una aprobación para acelerar sus movimientos y ritmo. Mis gemidos no podía controlarlos.
Subí una pierna en el reposabrazos, tendiendo mi cuerpo más y mantuve la otra en el suelo, permitiendo que pudiera acomodarse mejor. Apretaba el borde del sofá, con la misma fuerza que mi coño se contraía en su base.
Necesitaba unos segundos para reponerme, pues la fatiga, el sudor, el calambre y el cansancio se volvieron mis enemigos, por eso tendí el resto de mi cuerpo en el sofá.
Estaba casi moribunda, cuando sentí la correa de cuero que colocó por debajo de mí, encajándola precisamente a ambos extremos de mi cintura. Levantó mi trasero por la fuerza bruta que hizo en ambos lados de la correa acercándome contra él y, aunque traté de mirar lo que estaba haciendo, no tuve tiempo, solo sentí cómo se hundió en mí de una manera tan inesperada y brusca, que provocó un fuerte gemido de mi parte.
—Así que todavía te piensas ir… — murmuró.
—Sí…
Tiraba de la correa para que no tuviera oportunidad de escapar o evitarlo. Sé que este era su desquite. El chapoteo y el choque directo de nuestros cuerpos se escuchaba claramente. Mis piernas temblaban, mientras enterraba las uñas en el sofá, tratando de mantener la postura, pero esa agresividad y brusquedad, como un perverso animal queriendo tomar posesión de todo, no permitía que pudiera mantenerme mucho tiempo.
Sentí cuando quitó la correa y por curiosidad miré por arriba de mi hombro para ver cómo la enrollaba en su mano derecha. El golpe que me proporcionó con ella en ambas nalgas provocó un gemido fuerte de sorpresa y dolor; fue tan fuerte como el ardor que sentí.
—¡Fabián!
De alguna manera, a pesar del dolor, mi cuerpo estaba reaccionando de una manera contradictoria. La fuerte estimulación de sus fuertes y hondas estocadas, mezclado con los azotes, provocaban palpitaciones y espasmos en mis adentros. Estaba a punto de perder la poca cordura que me quedaba.
Luego de un sinnúmero de azotes, aun cuando se detuvo, sentía como si la correa permaneciera impactando esa área. El calor y ardor se ha vuelto incitante, dejándome con ganas de más.
Mis fluidos estaban desbordándose, podía sentirlo en sus fuertes, precisas y constantes estocadas. El sofá estaba húmedo de nuestro sudor y fluidos.
Me puse boca arriba a petición suya y, de repente, todo se volvió más íntimo al tenerlo sobre mí y tan cerca. Todo este tiempo había perdido gran parte de sus expresiones, debido a que estaba de espaldas a él.
Flexionó un poco mi pierna, arrasando con todo a su paso, mientras con su mano libre, frotó de manera intermitente mi clítoris. Había sufrido bastante y ya me encontraba en la cuerda floja teniendo tanta estimulación.
Sabía que no iba a poder soportar mucho, al haber probado sus labios por segunda vez. Me estaba atacando por los puntos más débiles. Tiene una forma tan candente de besar, jugar con mi lengua y a su vez de morder mis labios, sin perder el ritmo de sus embestidas.
La presión, hormigueo y espasmos que trajo consigo, casi me hace desfallecer. Su pene salió expulsado de mí debido a esa misma presión del orgasmo y traté de no perder la fuerza de nuevo, pero era inevitable, jamás había tenido un orgasmo igual. Por más que traté de controlar la respiración, el cosquilleo, los temblores y escalofríos en todo el cuerpo, no podía. Había perdido el control de mí misma.
Entrelacé mis piernas a su espalda debido a la misma excitación y calentura del momento. Mis uñas debían estar marcadas en su espalda, porque me aferré a él como si no hubiera un mañana.
Mordió sus labios, luego sonrió ladeado al entender mi mensaje. Él estaba lejos de acabar, me había quedado claro, pero yo estaba lejos de sentirme completamente satisfecha, pues mi cuerpo seguía anhelando de estas sensaciones que apenas por primera vez estaba experimentando.
Quise mentalizarme en que sí sería la primera y última vez que me dejaría arrastrar, el arrepentimiento lo dejaría para luego.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro