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• Soledad •

Luna

Planeaba hablar con él cuando ya estuviéramos en la comodidad de la casa. Quería evitar algún encontronazo con su papá. Por el camino lo que me tenía incómoda era el extraño perfume que traía encima.

«¿Se cambió de colonia?». 

Es raro, siempre tiende a usar varios perfumes, pero creo que todos los podría reconocer. Por mucho tiempo grabé cada detalle suyo, desde el estilo de ropa que suele usar con frecuencia, hasta los perfumes que utiliza, pero este era algo peculiar y, de cierto modo, extraño, pues el olor no es como los que suele usar. Es como una fragancia frutal, algo que no encaja con su estilo. 

Cuando llegamos a la casa, se desajustó la corbata en medio de la sala. Creí que era la oportunidad perfecta para traer el tema, pero mis palabras fueron arrebatadas de la boca, cuando me extendió su celular. 

—Ya comí y no siento ganas de entrar a la cocina a preparar más comida. Encarga lo que quieras en mi cuenta. 

Ahí va otra vez con su mecanismo de evadirme y alejarse. 

Al ver que no tomé el celular, lo dejó sobre la mesa. 

—Iré a ducharme. Me llevas el teléfono cuando termines de encargar lo que quieres. 

—Bien… lo que digas. 

En realidad, no tengo siquiera apetito. No podía desconectarme de lo sucedido. Lo peor es que me sentía estúpida, pues tuve oportunidad de decirle todo, pero volví a callar, al darme cuenta que todo lo que hace y busca es alejarse de mí. Ya no tiene esa actitud melosa y atenciones que solía tener conmigo cuando estaba embarazada. Es ahí cuando me doy cuenta que, todo lo que hacía era por compromiso, y no porque realmente le saliera hacerlo. 

El sonido de la vibración de su teléfono en la mesa me llevó a mirarlo. No recuerdo que su teléfono vibrara tanto con notificaciones. Siempre suele dejarle el timbre alto, pero en esta ocasión lo tenía vibrando. No sé por qué me dio tan mala espina. Tal vez estaba siendo demasiado paranoica. Todo lo que ha venido sucediendo de un tiempo para acá, me tenía así. Quizás en gran parte es su actitud la que me desconcierta y me hace dudar de todo.  

Miré hacia las escaleras y tomé el teléfono en las manos. No se supone que ande de curiosa, tampoco soy del tipo de persona que le guste fisgonear en las cosas de los demás, pero para ser honesta, tenía una corazonada, sentía que algo no andaba bien, desde hace varios días lo he sentido. 

Quizá no estaba preparada para lo que estaba a punto de hacer y descubrir. Quizá siempre estuvo ocurriendo esto y pasé por alto esas señales. Pues en otras ocasiones que he tenido su teléfono en mis manos, jamás había sentido este impulso y necesidad por saber qué oculta. 

Tenía muchas notificaciones de páginas de citas, las cuales no tuve que abrir las notificaciones en sí para ver con detalles que había hecho «Match» con varias, pues la misma notificación lo decía. 

Lo que más me llamó la atención fue un mensaje de texto regular, por parte de una tal Doña Clarissa. 

«¿Doña Clarissa?». Que nombre de contacto tan… peculiar. 

No hizo falta abrir la conversación, pues solo con deslizar hacia abajo podía ver el último mensaje recibido, y es que en el le estaba dando las gracias por la “intensa” cita que habían tenido. No hizo falta dar detalles para saber el significado de esa “intensa” cita. 

Dicen que el que busca encuentra. No sé si la mejor decisión que tomé fue buscar en su teléfono. En definitiva, ya no sé para qué hago esto. Cualquiera diría que me gusta atormentarme. 

No soy quién para exigirle una explicación. Ni siquiera estamos saliendo, por lo que no cuenta como engaño, ¿cierto? «Pero ¿por qué ese hecho duele tanto?». Él no me debe explicaciones. Tampoco tengo muy claro lo que siente hacia mí, si algo. 

«Entonces, ¿por qué se pone tan reacio a que me vea con alguien, si él hace exactamente lo mismo, y hasta peor?». 

«O sea, ¿él puede y yo no?».

La diferencia es que, a él le resulta fácil acostarse con otras, mientras que a mí me cuesta demasiado estar con otro. 

«Tal vez, en el fondo, sí soy así de insignificante y reemplazable».

Mis lágrimas humedecieron la pantalla de su teléfono y la limpié de mi camisa. 

No vale la pena seguirme torturando por alguien a quien no le importo ni un poco. Con esto me ha quedado suficientemente claro. 

Dejé su teléfono en la mesa, tal y como lo dejó. No encargué absolutamente nada, pues si antes no tenía hambre, luego de lo que descubrí, mucho menos. Además, no quería llevarle el teléfono, eso conlleva tener que verle la cara y no me sentía con ganas de verlo ahora. 

Ya estando en mi habitación, procedí a tomar mi tiempo en el baño. Este lugar se ha vuelto mi escape a la realidad. Es donde no debo dar explicaciones de cómo me siento y nadie me ve susceptible y vulnerable. 

Las palabras de ese hombre se cruzaron por mi cabeza, constatando que, aunque me cueste darle la razón, es seguro que la tiene. 

Me siento tan sola. Daría lo que fuera por regresar el tiempo y que nada de esto hubiera ocurrido. Cerrar el libro, junto a esos capítulos tan dolorosos de mi vida y comenzar de cero, en ese tiempo donde creía que nada era perfecto, pero en realidad, sí lo era. 

[...]

Apagué la luz de la habitación, acostándome boca arriba en la cama y observando las almohadas esponjosas que he usado para tapar ese agujero. Desde el otro lado, desde lo sucedido, él lo ha mantenido tapado también. Es su forma de expresar que ya no le interesa ver o saber nada de mí. 

Miré mi teléfono, dudando si escribirle o no a ese hombre, pero tenía la preocupación encima aún. Si alguien descubre lo que sucedió ahí, pueden culparme de haber arremetido contra ella por haberme despedido. 

Si es que no salgo de una para meterme en otra. 

Esa bruja me las pagará. Después de lo que le hizo a Ramiro, no se puede librar de recibir su castigo. 

Le escribí para saber si todo había salido bien y él no tardó en responder, es como si hubiera estado esperando mi mensaje. 

Le bajé el timbre a mi celular, para que Fabián no escuchara que estaba escribiendo con alguien y me tapé con el colchón. De igual manera, dudo mucho que le importe. 

Me sorprendió ver que estaba llamándome. No sabía si debía responder o rechazar la llamada. 

«¿Cómo se atreve a llamarme?». 

—¿Por qué me llama? Está loco—le respondí la llamada, hablando en un tono bajo y cubriéndome aún más con el colchón. 

«Debo estar loca para responderle».

—No se me da bien eso de escribir. Además, dudo mucho que mi hijo esté cerca, ¿o sí? —su voz suena algo diferente, más masculina.  

«¿Por qué suena tan seguro al respecto?». 

—¿Por qué lo dice?

—¿Está durmiendo a tu lado ahora mismo? 

Me quedé en silencio, sin saber qué responder, hasta que oí su risa. 

—Así que estás sola…

—¿Eso qué tiene que ver con usted? 

—Me es curioso que, siendo la supuesta mujer de mi hijo, ambos estén durmiendo en habitaciones separadas. La situación me es tan familiar, tal vez porque me encuentro en las mismas. 

—¿A qué se refiere?

—También estoy durmiendo solo. 

—Ese no es un dato que me interese. Ahorreselo. 

—Por teléfono suenas más gruñona. ¿Por qué no le haces compañía a este pobre hombre que se siente tan solo? Dicen que una carga dividida es más liviana. Si compartimos nuestra soledad, posiblemente sea más llevadera. 

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