
• Siniestro •
Desperté bañada en sudor. Los recuerdos de lo sucedido ese día volvieron a atacarme en cadena. No hay una sola noche que no termine soñado con eso.
Tomé medidas preventivas por mi propia tranquilidad al día siguiente, pero eso no es lo que me preocupa, es más el hecho de que cada día me siento más prendada de él, cuando se suponía que sería todo lo contrario.
No sé hasta cuando pueda soportar esto. Mi mente está tan saturada ahora. Mi confusión cada día es más grande. Mientras que él no se ve afectado en lo absoluto. No deja de provocarme en las noches, condenándome a verlo tras ese agujero, más no tenerlo. Me siento usada y estúpida, y ambos son los peores sentimientos que existen.
Me usa cuando quiere y me descarta cuando le da la gana. Pero ¿qué espero en sí de él? ¿Realmente sigo esperando algo, cuando había decidido renunciar?
Me he seguido viendo con Ramiro. Obviamente siento que nuestra relación no avanza, y en gran parte es mi culpa, pues el interés no es el mismo. Lo he estado usando para olvidarme de Fabián, pero ese desgraciado no quiere salir de mi cabeza.
Para el mes y medio que llevamos de novios, aún ni siquiera nos hemos agarrado de manos, él también es bastante lento en ese aspecto. El poco tiempo que ambos tenemos libre del trabajo salimos, cenamos fuera, dialogamos y una vez nos reunimos en su apartamento a ver películas.
Precisamente hoy me invitó a su apartamento. Esta mañana me envió un mensaje diciendo que pasaría por mí en la noche, pero cuando dieron las tres de la tarde, me envió otro mensaje diciendo que iba a salir más tarde de lo esperado y, al final, para evitarle el viaje y darle tiempo de llegar a la casa y asearse sin prisa, quedé en tomar un Uber para ir a verlo. Todo el tiempo es él quien me busca y no quiero que siempre sea así. No veo el día de poder tener mi propio auto.
Fabián estaba viendo televisión en la sala cuando salí, nunca hace preguntas innecesarias, pues sabe perfectamente que cuando salgo sin uniforme es para encontrarme con Ramiro.
Llegué al edificio de apartamentos, le marqué varias veces mientras subía en el ascensor, pero no respondió. Cuando llegué frente a su puerta, la toqué varias veces, pero no salió. Le llamé una vez más por teléfono y oí su celular sonar al otro lado, pero no respondió mi llamada. No sé si estaba bañándose o distante del teléfono y por eso no lo tomó, por eso me quedé casi quince minutos frente a la puerta, pero ya me estaba impacientando al no oír ningún sonido proveniente del otro lado.
«¿Será que habrá salido después de llegar del trabajo y dejó su teléfono?», pensé.
Bajé las escaleras, pues en ellas había un pequeño balcón que daba hacia los estacionamientos del edificio y vi su auto estacionado. Eso lo hacía el doble de preocupante.
No me había atrevido a intentar abrir la puerta para saber si estaba sin seguro, pues realmente quise darle su tiempo y espacio a que hiciera lo que estuviera haciendo, creyendo que realmente se encontraba ahí dentro, pero la preocupación me ganó.
La puerta estaba sin seguro, avisé varias veces que iba a entrar, pero como no hubo respuesta, decidí acceder por completo al interior, cerrando la puerta detrás de mí. El apartamento estaba a oscuras. Había un olor bastante raro en el ambiente, lo que me llevó a encender la luz. La mesa estaba servida, había varios platos bastante apetitosos a la vista, aunque el olor no era tan agradable. Se notaba que llevaban tiempo ahí expuestos, pues las hormigas habían aparecido. Fue cuando me acerqué lo suficiente que vi al otro extremo de la mesa una nota que decía: «Disfruta de la cena». No sabía si había sido escrita por él o no, pues nunca había visto su letra.
Ni siquiera la estufa estaba caliente, dando a entender que había preparado esto hace bastante tiempo. No destapé las ollas, solo eché un ligero vistazo por la cocina a ver si de casualidad estaba escondido para sorprenderme o algo así.
La sala estaba impecable y recogida, no había nada fuera de sitio, solo su celular que descansaba sobre el sofá. Lo tomé en las manos y me percaté de que tenía más de 40 llamadas perdidas, aunque no todas eran mías, también tenía llamadas de sus padres y mensajes de texto dónde compañeros del trabajo le preguntaban si no iría a trabajar hoy.
«No entiendo. Él me escribió del trabajo esta mañana. ¿Cómo es que no fue?».
—¿Ramiro? — solté el teléfono en el sofá, mirando los alrededores.
El único lugar que faltaba por echar un vistazo era su habitación. Su puerta estaba cerrada y la luz apagada. El aire que recibí al abrir la puerta, fue un fuerte y nauseabundo olor a pudrición. Encendí el interruptor luego de haberme tapado la nariz con la otra mano.
No cabía duda que la decisión de haber entrado fue la peor que pude haber tomado. Había descubierto la atrocidad más macabra y siniestra, que alguna vez haya presenciado en mi vida.
Las paredes de la habitación ya no eran blancas, ni siquiera las losetas, todo estaba teñido de sangre. La sábana, que estaba supuesta a ser blanca, había dejado de serlo. En el centro de la misma, parte de ella había absorbido la sangre. Estaba seca, dando a entender que nada de esto había sido reciente.
Eso no fue lo más impactante y aterrador. En la cama se hallaban los restos de Ramiro, su cuerpo había sido desmembrado y mutilado. Había partes faltantes, como su miembro y una mano. Sus órganos habían sido removidos y la cabeza colgaba de un gancho y un cable de aluminio del techo. Sus ojos abiertos le daban ese toque más horripilante a la escena.
Mi cuerpo quedó paralizado por el miedo. No podía sacarme de la cabeza sus ojos, pues estos parecían juzgarme, o tal vez era parte de mi mente por el cargo de consciencia.
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