• Quizá •
Hubo un corto e incómodo silencio en la línea.
—La soledad suele ser un tanto fastidiosa. Cuando llegas a esta edad, descubres que nada es eterno. Lo que tanto te costó levantar y mantener, cae con facilidad. A la hora de la verdad, no hay nadie en quién confiar, una puerta que tocar, un pecho dónde descansar. Los hijos alzan vuelo, se desprenden de ti fácilmente, en busca de su propia felicidad. Las personas que considerabas diferentes, muestran su verdadero rostro y te decepcionan. Las malas decisiones siempre se pagan, tarde o temprano regresan para restregarte en la cara lo idiota que fuiste al confiarte. Si mis padres estuvieran todavía vivos, seguramente se sentirían decepcionados, al no ser ni la mitad de lo que eran ellos. Tantos años echados a la basura—suspiró—. Siento mucho abacorarte con estos temas de gente vieja.
—Tenemos más en común de lo que quisiera creer. No he vivido el mismo tiempo que tú, pero en este corto trayecto de mi vida, he descubierto muchas cosas que pude haber evitado si no me hubiera confiado demasiado. He cometido muchos errores que, por más que desee cambiar, ya es muy tarde. He creído en personas que fingen y actúan tan bien. Extraño esos días dónde mi única preocupación era que debía acostarme temprano porque al otro día tenía escuela, era dónde, sin darme cuenta, era genuinamente feliz. Tenía a mi mamá conmigo y no había nadie más entre las dos que pudiera dañar nuestra relación. No sé por qué estamos hablando sobre estas cosas—un enorme nudo se formó en mi garganta e intenté ocultarlo.
—Seguramente, si tu mamá aún estuviera con vida, estaría orgullosa de la grandiosa hija que le tocó.
—¿Grandiosa hija? No sabes lo que dices. Yo fui su peor error. Yo fui su maldición. Yo fui su verdugo. Por mucho tiempo deseé que desapareciera de mi vida, solamente porque nos enamoramos del mismo hombre. Me enamoré de alguien que solo tenía ojos para ella. Arruiné su felicidad porque la envidiaba. Me decía a mí misma que no era justo que ella pudiera ser feliz y yo no. Mi egoísmo me llevó a tomar malas decisiones y ahora me arrepiento de cada una de ellas, pero ¿sabes qué es lo más jodido? Que no puedo remediarlo, por más que desee regresar el tiempo. Porque daría lo que fuera porque todo esto fuera una maldita pesadilla, de la cual despertaré en cualquier momento. Porque daría lo que fuera por dejar de sentir algo por esa persona por quién fui capaz de llegar tan lejos, como para sacar del medio a mi mamá. ¿Por qué puedo aún esperar encontrar la felicidad que le arrebaté a ella por egoísmo? ¿Por qué me quejo de todo lo malo que me ha estado ocurriendo, si al final, esto es nada, a lo que verdaderamente merezco?
—Porque la verdad del asunto, es que la felicidad de algunos, siempre estará por encima del sufrimiento de otros. Es parte de la vida y eso ni tú ni nadie podrá cambiarlo. Todos nos equivocamos y a veces debemos tocar fondo para darnos cuenta. ¿De qué otra manera nos daremos cuenta de los errores que cometemos si no es fracasando? Lo que sucedió con tu mamá es algo que no puedes cambiar, pero aún estás a tiempo de cambiar el presente y tu futuro. De cerrar ese capítulo de tu vida y buscar la felicidad, donde quiera que la encuentres y que sientas que es el lugar indicado; sin arrepentimientos, ni culpas, ni lamentos. Aún eres joven, te falta mucho por vivir, no puedes echarte a morir así de fácil.
Jamás me habían hablado de esa manera, tanto así que me revolviera tantas cosas aquí dentro.
Eran palabras que no esperaba escuchar, pero que en el fondo, sentí que me hicieron un inmenso bien oírlas.
De quién menos esperaba escuchar un consejo era de él. Todavía me cuesta creer que estemos hablando como dos personas común y corrientes y que me sienta tan cómoda descargando todas mis cargas y tormentos.
Hace tiempo no hablo con nadie sobre mis problemas. Nunca tuve una amiga en quien confiarle mis cosas. Alguien a quien acudir cuando me sintiera tan saturada y sola.
Tal vez me sentía más cómoda, porque descubrí que teníamos tanto en común; los dos nos sentíamos igual de rotos y solos.
[...]
Fue una plática amena la que tuve con él durante la madrugada. Tanto así que las horas pasaron volando y ni enterada. Oír su voz me hacía sentir relajada. Me sorprendí varias veces sonriendo y apretando la almohada contra mi rostro con fuerza.
«No sé qué me sucede, pero me gusta tanto cómo suena su voz cuando está soñoliento».
—Es demasiado tarde. Deberías recogerte a dormir. Mañana estarás agotada.
—Ya no tengo trabajo, por lo que no tengo que madrugar.
—¿Quién te dijo que no tienes trabajo? Mañana vas a regresar.
—Pero si mi jefa…
—Tu exjefa, por motivos desconocidos y ajenos a su control, decidió renunciar, dejando su cargo a alguien más competente. Procura no tener más ausencias y ser una buena chica para que conserves tu puesto.
«No creí decir esto…».
—Gracias…
—No hay de qué. Solo te queda una hora y media para dormir. Deberías aprovecharla.
—¿Ya… te vas?
—¿Qué ha sido esa pregunta? ¿Acaso no quieres que me vaya? ¿No me digas que vas a extrañarme?
—¡V-viejo engreído! ¡Adiós! —colgué la llamada, dejando el teléfono a un lado y tapándome la cara con la almohada.
«¿Cómo se atreve a pensar eso? ¿Qué pasa por su cabeza?».
Simplemente me agradó hablar con él, pero eso no significa que olvidaré que es el padre de Fabián y esa bruja.
Sentí la vibración en la cama de un mensaje entrante y asomé la mirada para ver de quién era, aunque tenía el presentimiento de que debía ser suyo y no me equivoqué.
El mensaje decía: «Descansa, pequeña gruñona».
Sonreí, pues es como si hubiera podido oír su voz diciéndolo.
Ese hombre es una caja de sorpresas. Quizá, y solo quizá, no sea tan malo como aparenta.
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