Darek

La traje de regreso a su casa. No sé si sea la mejor decisión que tomé. Siento que puede ser peligroso para ella. 

La dirigí al baño para que pudiera tomarse una ducha. Sus muñecas se ven tan marcadas como sus piernas. 

Lamento tanto que mi hijo haya llegado a estos extremos. Me equivoqué. Sin querer, con mis acciones he ejercido mucha presión en él. He sido un completo fracaso como hombre y como padre. 

No pensé que las cosas fueran a llegar a este punto. Tal vez, al final, la mejor decisión que puedo tomar por el bien de ambos, especialmente el de ella, sea dejarle el camino libre. Jamás creí decir algo así. Nada más de pensarlo, se siente horrible aquí dentro, diría que hasta suena patético, viniendo de un hombre como yo. 

No sé quién soy. Me es difícil reconocerme frente al espejo. Este no soy yo. 

Jamás había experimentado el miedo, la angustia en su máximo esplendor, ese desesperante y asfixiante sentimiento que sucumbió mi alma cuando no la encontré en su casa. Ese mal presentimiento no era falso.    

Sentía que cada segundo sin encontrarla era un enorme puñal que se enterraba más y más profundo. 

Pude prevenir lo que pasó, tal vez si hubiera tenido la fuerza de voluntad y valentía de alejarme cuando sentía que me estaba involucrando demasiado con ella. 

No me explicaba la razón por la cual sentía esa enorme necesidad de protegerla, incluso de mí mismo, de ser necesario. 

Mi corazón se estrujó al encontrarla en esas condiciones y verla llorar desconsoladamente. Nada me había dolido tanto.

Fue ahí donde lo comprendí todo. Había descubierto que ocurrió lo inevitable; me enamoré de esa pequeña que creí tan inalcanzable. 

Cada uno de esos sentimientos contradictorios que habían jugado con mi cabeza, llenándome de dudas y miedos, no era nada más que esa niña sembrándose en mis pensamientos y en mi alma, convirtiéndose en una parte más de mí. 

«¿Realmente estaré dispuesto a renunciar a esto que tan amargamente bien me hace?».

«¿Por qué cuando la miro a los ojos me siento tan estúpido?». 

«¿Realmente si me alejo, ese hecho hará alguna diferencia?». 

«¿Eso de verdad le traería tranquilidad a ella o a mí?».

No lo creo…

—¿Por qué me miras así? ¿Te doy asco?

—¿Qué estás diciendo? —fruncí el ceño. 

—Estoy muy sucia. 

—Nada de ti me da asco. Absolutamente nada. 

«Yo… no quiero… no puedo dejarla». 

—Luna, perdóname. Entre mi hijo y yo, ya no sé quién es más egoísta y patético. Se supone que si te quiero, lo único que debo querer es verte feliz, más no pretender que estés al lado de un mal tipo como yo y… 

Sus ojos brillosos y enrojecidos se engrandecieron.

—¿M-me quieres?

—De todo lo que dije, ¿eso fue lo más que te causó un gran impacto? —suspiré—. ¿Por qué me sigues mirando así? ¿Por qué no te apartas de mí? ¿Por qué no me desprecias? ¿Por qué no haces lo que te dije y vas detrás de tu propia felicidad? Ni al lado de mi hijo, ni siquiera al lado mío la tendrás. Si te alejas de nosotros, sin duda alguna, la encontrarás.

—Mentira. Yo ya la encontré. La felicidad que he conocido a tu lado no la cambiaría por nada del mundo.