«Ni en sus más retorcidos sueños…».

Llegamos a la casa y el corazón se me subió a la garganta. Mi padre se veía extremadamente preocupado. Rara vez visitaba la casa, cuando lo hacía, era con el pretexto de verme o buscarme, pero siempre supe que lo hacía más por ver a mamá. La idea de verlo con otro es algo que nunca ha superado y dudo mucho que alguna vez lo haga. 

—¿Qué haces aquí, papá? 

—No me respondías los mensajes. Estaba preocupado. ¿Todo está bien? 

—Sí, todo está bien. 

Esa rivalidad entre ellos era palpable en el aire. Tanto así que decidió tomarme la mano para separarme de Fabián. 

—¿Y tú mamá? —cuestioné en voz baja—. Llamé a su trabajo y me dijeron que no se reportó a trabajar. ¿Está enferma? 

Ya veo. Por eso está tan preocupado… 

—Ella no está en la casa. Salió con una de sus amigas.

—¿No sabes dónde está o cuándo regresa? 

—Desconozco esos detalles, papá. Ella solo me encargó cuidar la casa mientras regresaba. 

—Al menos no te pierdas así y respóndeme cuando te llamo. Me tenías con el corazón en la mano. 

—Mi teléfono está dañado. Espero en esta misma semana tener otro. 

No sabía qué más excusas o respuestas brindarle, pues para todo había una dichosa pregunta. 

—Pero puedes estar tranquilo. Te llamaré del teléfono de mamá cuando llegue. 

Necesito que se vaya ya. La mirada de Fabián me tiene nerviosa. 

—No te olvides de hacerlo, ¿quieres? No desaparezcas así. 

Por fortuna, logré despacharlo sin levantar sospechas de nada. La tensión me carcomía viva. 

—Tarde o temprano, tendrás que tomar una decisión. 

Frené a mitad de la sala al oír su comentario y me volteé a mirarlo. 

—Te lo advierto, con él no te metas. 

—Ahora sale la hija ejemplar en su defensa, cuando has fallado tanto como hija y él como padre. Tú lo usaste para acabar con la relación de tu madre y él te usó para lo mismo. Ambos son igual de egoístas e hipócritas. 

—Y tú eres el menos indicado para decirlo. 

—No sé por qué lo defiendes tanto, cuando siempre has hablado mal de él y has enmarcado el hecho de que ni siquiera le importas. Él ni siquiera quería que nacieras. Fue capaz de mandar al hospital a tu madre luego de haberla golpeado bajo los efectos del alcohol estando embarazada de ti. Pareciera que lo has olvidado y le has perdonado todo el mal que les hizo en el pasado. 

Ya ninguna palabra venenosa o malintencionada que salga de su boca puede sorprenderme. 

—A palabras necias, oídos sordos— intenté pasar por su lado en dirección a las escaleras, pero me agarró con fuerza el brazo.

—No he terminado de hablar contigo. 

—Pues yo sí. Cada vez que abres la boca, todo lo que haces es decepcionarme más. Gracias por hacerme dar cuenta que solo eres una basura—me solté de su agarre, sin siquiera pensar en las consecuencias que pudiera traer eso consigo. 

Todo lo que quería era huir de ahí. No escuchar más. Desaparecer del maldito planeta. 

El baño se ha convertido en mi escape a la realidad. En el fondo, debo ser honesta conmigo misma. Esto me lo he buscado por haber sido tan egoísta y mala hija. Es lo menos que merezco después de todo el mal que le hice a todos los que me rodean porque, en su momento, pensé que era lo correcto. 

«¿Cuándo acabará esta pesadilla?». 

La pesadez y el cansancio me pegó duro. Mi cuerpo me estaba pasando factura luego de tantas horas sin dormir. Luché por no cerrar los ojos, pues sabía que no era el mejor lugar ni el momento, pero logró vencerme. 

Quizá fue producto del cansancio extremo o tal vez de un sueño bastante real, pero tuve la sensación de que levantaron mi cuerpo y mi brazo quedó colgando. La frialdad fue suplantada por un reconfortante calor, tan parecido a los abrazos que recuerdo de mamá en esas noches frías. Hace tanto tiempo no experimentaba esto… y ahora nunca más volveré a hacerlo. 

«Perdón, mamá».