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• Orgullo •

Lo poco que dormí, siento que me sirvió bastante para despertar de buen humor. La mañana se sentía distinta, no sé si eran ideas mías, pero hace tiempo no me sentía tan feliz y relajada.

Por nada del mundo quería que me amargaran el día, por eso traté de desayunar en completo silencio, con tal de no cucarle la lengua a Fabián, tampoco tropezarme con su hostilidad e indiferencia.

Me trajo al trabajo como de costumbre, aunque en esta ocasión, añadió algo antes de que fuera a bajarme.

—Hoy necesitaré que llames un Uber para que pase a recogerte. Estaré algo ocupado.

«¿Ocupado?». Claro, con la doña.

Negué con la cabeza.

—Sí, ocupado. Anotado. Gracias por traerme.

Juro que quisiera tener el suficiente dinero para tener mi propio auto y así no tener que necesitar nada de él y molestarlo.

[...]

El grupo de mis compañeras estaban reunidas con una señora alta, de cabello rizado y cobrizo. Me pregunto si es amiga de Darek y si está al tanto de lo sucedido anoche.

Todas se veían curiosas con la presencia de nuestra nueva jefa. Murmuraban entre ellas lo amable y agradable que se veía, bastante diferente a la otra. Es increíble cómo el ser humano puede reemplazar a alguien tan fácilmente.

«¿Cómo es que a ninguna le preocupa saber de la Sra. Rosie?».

Aunque lo más conveniente es que las cosas sean así, me da pesar por ella, pues no tenía velas en este entierro y terminó pagando por mi culpa.

[...]

Mi día había marchado de maravilla. Por alguna extraña razón, he estado mirando mi teléfono demasiado. No he recibido ningún mensaje, luego de ese último que me escribió y que no respondí.

No sé si esté bien el que esté hablando con él a las espaldas de Fabián. Esto lo puede hacer enojar, tal y como pasó en aquella ocasión. Solo de recordar la expresión endemoniada que tenía esa noche, se me ponen los vellos de punta. Pero si hablamos de ocultar secretos, él también tiene los suyos.

Llamé a un Uber para ir de regreso a la casa. Desde el auto me di cuenta que Fabián estaba en la casa ya. Se encontraba bajando unas maletas del baúl de su auto. Me sentí extrañada con la situación y confundida, por eso avancé a bajarme para alcanzarlo.

Entré detrás de él y me quedé viendo el resto de cosas que había traído. La casa estaba patas arriba con algunos cuadros anticuados y retratos bastante viejos.

—¿Y esto qué es? —le cuestioné a Fabián.

No hizo falta que abriera la boca, pues una señora que aparentaba ser mucho mayor que mi madre salió a recibirme del área de la cocina. Comprendí todo en ese instante y maldije internamente lo ingenua y estúpida que he sido. 

Ahora entiendo. El día había marchado demasiado bien.

«¿Cómo podría siquiera pensar que merezco un día de paz y tranquilidad?».

Cuando pienso que ya nada de lo que haga puede decepcionarme, resulta que puede hacerlo mejor.

«¿Por qué me hace todo esto? ¿Realmente nunca ha sentido nada real por mí?».

—Ya entiendo. Ha llegado el nuevo reemplazo de mi mamá… —sonreí falsamente—. Hola, señora. Tú debes ser Clarissa, ¿no? ¿O prefiere que le llame abuela?

Fabián frunció el entrecejo.

—Si lo que quieres es deshacerte de mí y que me largue de esta casa, solo tenías que pedírmelo, no traer este vejestorio aquí. Esta es la última maldita gota que derramó el vaso, Fabián. Prefiero quedarme en la calle, que seguir permitiendo que me humilles como te da la gana. Iré por mis cosas. Y no se molesten por mí. Continúen acomodando todo este desorden. Y tú, siéntete como en casa, abuelita.

Fabián iba a decir algo, pero por alguna razón se contuvo y simplemente acomodó una de las maletas sobre el sofá.

Cada día lo compruebo una y otra vez; él es lo peor que me pudo ocurrir en la vida.

[...]

Fui directamente a mi habitación. Recogí todo lo que pude en las maletas y busqué el frasco de mis ahorros. No es mucho, pero al menos podré pagar el cuarto de un hotel mientras intento organizar mi vida y las ideas.

No puedo seguir viviendo bajo el mismo techo de alguien que simplemente no me quiere aquí y con esto lo acaba de demostrar.

Lo odio, pero más me odio a mí misma al no poder arrancar esto que siento y enterrarlo de una vez y por todas.

Él me vio bajando las escaleras, con mis dos maletas en mano, pero no dijo ni hizo absolutamente nada. Quizás en el fondo, esperaba que me pidiera que me quedara. Es ridículo, por supuesto que lo sé.

La decisión estaba tomada y no iba a dar marcha atrás. Sería permitir que pisotee mi orgullo y no estaba dispuesta a darle el gusto.

Y así fue como abandoné la casa que por los pasados años había estado viviendo. En la que hubo momentos buenos y momentos malos, pero llevando conmigo solamente los buenos.

No podía darme el gusto de gastar más dinero en otro Uber, por eso decidí irme caminando. Conocía de un hotel con las tres B; bueno, bonito y barato. La diferencia del antes y el ahora, es que al menos en esta ocasión tengo mis ahorros, por lo que no tendré que acudir a él para nada.

He llorado tanto por los pasados meses, que ya no me quedan lágrimas. Solo guardo la esperanza de poder soportar todo lo que se avecina e ir en busca de la felicidad que merezco que, claramente y, aunque duela y me queme por dentro, no está a su lado.

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