
• Mi Luna •
«¿Por qué? ¿Por qué se detuvo?».
Abrí los ojos lentamente, notando que estaba en el mismo lugar, completamente quieto, mientras su mano titubeaba, como si algo frenara a continuar.
«¿Acaso me descubrió? ¿Se dio cuenta que estoy despierta?».
«Me haré la dormida, lo prometo, solo tócame más», pensé anhelante.
«¿Desde cuándo entra a mi habitación por las noches?». Eran preguntas que en mi cabeza no encontraba una respuesta. No entiendo absolutamente nada de sus acciones y comportamiento.
Esa silueta desapareció, junto con todas mis esperanzas.
Me toca y luego huye como un cobarde.
Acaricié mis pechos aún erectos y suspiré desanimada.
«¿Por qué cuando más cerca creo de tenerte, resulta que pones una enorme barrera entre los dos?».
[...]
Por los siguientes tres días consecutivos, no regresó a mi habitación. Hasta ahora sigo dudando de si lo que sucedió esa noche fue algo real o un sueño por desearlo tanto. Dejé de tomar mis pastillas para confirmarlo, pero nada que aparece.
Él sigue actuando de la misma manera conmigo, no me evade, pero hay ciertos temas que evita hablar.
La relación entre mi madre y él aparenta ir de mal en peor. Según escuché en una llamada que tuvo mi madre hace dos noches con una amiga, es que estaba planeando detener los preparativos hasta nuevo aviso. Lo hizo sonar como que la razón detrás de ello era algo simple, incluso le aclaró que todo iba marchando bien, pero aquí en la casa, se la pasan discutiendo.
Me pregunto, ¿hasta cuándo seguirán con esto? Ya no sé si lo hacen por las apariencias o qué los frena a continuar juntos.
Si el amor fuera más fuerte, como ella lo intenta aparentar, ya habrían encontrado una solución a sus problemas de pareja y logrado restablecer la confianza que se ha visto afectada con esos últimos acontecimientos.
Fabián no había llegado del trabajo, cuando mi madre apareció antes de tiempo. Mis planes se vieron arruinados por su presencia.
—Qué bueno que aún estás despierta. Siéntate, tenemos que hablar— su seriedad me daba a entender que lo que fuera a decirme no sería nada agradable para mis oídos, al menos eso es lo que presentía.
—Te ves alterada. ¿Qué sucede, mamá? ¿Está todo bien? — tomé asiento en la silla del comedor frente a ella.
—No quiero que le cuentes nada a tu padre sobre lo que estoy a punto de decirte, pero regresaremos a nuestra antigua casa.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Fabián y yo hemos decidido darnos un tiempo. En estos momentos nuestra relación está atravesando una crisis de la que siento que si no nos damos un tiempo y espacio, lo nuestro va a terminar para siempre. Le pedí que nos dejara quedar unos días más, mientras hago los arreglos pertinentes para regresar.
No puede ser. Soy una estúpida. No pensé en que esto podría ocurrir. ¿Qué hago ahora? Si me toca regresar a la antigua casa, no podré verlo seguido y estar con él.
—Pero mamá, ustedes se aman. Separarse no es la manera correcta para solucionar sus problemas de pareja. Siempre ha habido buena comunicación entre ustedes. Lo que sea que esté ocurriendo, ¿por qué no se sientan a dialogar al respecto y solucionan esto de una manera donde ninguno de los dos termine sufriendo?
—Amo a Fabián, lo amo demasiado, créeme que tomar esta decisión no ha sido fácil para ninguno de los dos, pero ambos coincidimos en lo mismo, en que necesitamos un tiempo.
«¡Maldición!».
Vi entrar a Fabián a la casa, se veía bastante desanimado, ese comportamiento no es algo habitual en él. ¿Realmente le afectará que mi madre lo abandone? Quisiera saber lo que pasa por su mente.
—Iré a tomarme mis medicinas para dormir—dije en un tono donde él también pudiera oírme.
Me levanté de la silla, saludándole como lo hago siempre que llega y me dirigí a la cocina, fingiendo que estaba abriendo el frasco de pastillas y que me las tomaría, pero la verdad es que, no planeaba tomarlas.
Tal vez eso sea lo que lo detiene a visitar mi habitación durante la noche, o tal vez, todo se ha tratado realmente de un sueño.
Me despedí de ambos para recogerme, dándoles privacidad a que hablaran, pues mi madre se notaba interesada en hablar con él a solas.
[...]
Durante la madrugada, la conversación de mi madre estaba taladrando en mi cabeza. Se supone que me alegre el hecho de que se hayan tomado un tiempo y vayan a distanciarse, pero la idea de separarme de él me deprime.
Las luces de mi habitación estaban apagadas, pero en esta ocasión, no tenía los audífonos puestos y alcancé a oír el suave traqueteo de la manilla de la puerta.
Cerré los ojos, fingiendo estar dormida. Su perfume inundó la habitación, confirmando instantáneamente mis sospechas y acertando la teoría de que lo sucedido aquella noche no fue meramente un sueño.
Mi corazón latió apresuradamente al sentir que se sentó en el borde de la cama y, en instantes, su mano acarició delicadamente mi mejilla.
—¿Tú también vas a abandonarme? — llevó mi largo flequillo por detrás de mi oreja.
Jamás lo había oído estando en baja.
Deseaba responderle, decirle que jamás lo abandonaría, pero mi temor era que tras verme despierta lo espante y no vuelva.
Su mano descendió por mi cuello descubierto hacia el escote de mi bata y todo mi cuerpo vibró. Sus caricias fueron pausadas, como si temiera despertarme. La tela de la bata era tan fina que podía percibir claramente el calor de sus manos curiosas, las mismas que iban tocando mi piel expuesta y causándome escalofríos. Debía controlar mi voz y respiración a toda costa o iba a descubrir que estaba despierta y disfrutando de su toqueteo.
Destapó la mitad de mi cuerpo, pues la sábana estorbaba, dejando mis piernas al descubierto y acariciándolas con la yema de sus dedos.
Su respiración agitada era al compás de sus traviesos dedos al escabullirse por debajo de mi bata y posicionarse en mi entrepierna, muy cerca a mi intimidad.
—No despiertes todavía, mi Luna.
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